El Congreso y el Gobierno de los Estados Unidos aprobó una
ley, la Military Commissions Act of 2006, que justifica y propicia la práctica
de la tortura, mediante la autorización de interrogatorios coercitivos y la
imposición de dolor físico y mental como procedimiento pretendidamente legal.
Lo ha hecho en nombre de una Guerra global contra el
terrorismo cuya expresa indefinición jurídica permite comprender entre sus
objetivos estratégicos y tácticos tanto a verdaderos criminales, como a grupos
o personas que se enfrentan a ocupaciones militares o gobiernos tiránicos -a
las que el derecho internacional garantiza el estatuto de combatientes-,
organizaciones y movimientos de defensa civil o de resistencia, y a simples
ciudadanos.
Esta legalización de la tortura corona una serie de escándalos globales que han puesto de manifiesto su uso por parte de agentes y militares de esa misma Guerra global, sobre quienes ellos discrecionalmente dispongan, principalmente en prisiones secretas y campos militares de detención.
La tortura es un medio violento destinado a destruir la integridad moral y física del ser humano y anular su voluntad. Tanto los llamados métodos científicos de interrogación coercitiva, como las técnicas de agresión eléctrica, química, física y psíquica definen uno y el mismo sistema de violación, degradación y sujeción de la persona.
Sólo los gobiernos despóticos, corruptos o belicistas han
hecho uso de esas prácticas deshumanizadoras. Sólo los sistemas totalitarios
les han dado carta de legitimidad. Las comunidades democráticas, la conciencia
moral y religiosa de los pueblos, el más elemental humanismo no han dejado de
oponerse a sus ultrajes y a su crueldad.
La aplicación de la tortura se extiende deliberadamente a grupos sociales amplios, comprendiendo las familias, los círculos sociales o las comunidades religiosas que puedan disponer de información directa o indirecta sobre cualquier forma de resistencia política, sea o no violenta.
Pero la tortura no sólo es una práctica cruel, sino que
construye además todo un sistema de terror y coerción sociales. Su último
objetivo es humillar y deshumanizar a las comunidades en las que se aplica,
destruir sus vínculos de solidaridad, vaciar su confianza en sí mismas y
liquidar su voluntad colectiva. Es la expresión siniestra de un poder ilimitado
sobre los lugares más íntimos del cuerpo y sobre naciones enteras, en un mundo
en el que cada día hay más injusticia y desigualdad y más desesperación.
La práctica militarmente organizada de la tortura, los abusos sexuales y de todo tipo contra hombres y mujeres, los encarcelamientos clandestinos y las desapariciones forzadas, no son una noticia nueva en la historia de América Latina. Ha sido más bien una constante histórica de la dominación colonial, neocolonial e imperial.
Germán Saltrón Negretti.
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