miércoles, 3 de octubre de 2012

EL GRAN NEGOCIO DE LAS GUERRAS



Que las guerras constituyen un próspero negocio es una verdad muy antigua, como lo es la presencia de los mercenarios en cada teatro de operaciones. Pero la diferencia cualitativa con el pasado es que la privatización de la guerra se haya convertido en uno de los negocios más rentables de estos tiempos.

El principio de la guerra preventiva asumido por Estados Unidos y sus aliados, que llevó a los recientes conflictos de Afganistán e Iraq, disparó los gastos militares mundiales en detrimento de los gastos sociales. Esta política implica una creciente militarización a nivel mundial y la preparación de nuevos conflictos, así como un despliegue gigantesco de bases por todo el mundo.

¿Por qué existen estas políticas? además de razones geopolíticas y militares, poderosos motivos económicos, tanto para sostener la deficitaria economía de Estados Unidos como para asegurar un suministro continuo de gas y petróleo. El presupuesto militar norteamericano junto con el costo de la guerra de Iraq ronda los 3 billones de dólares, lo que acrecienta el déficit de los Estados Unidos, por otro constituye una sólida base para la actividad económica y los beneficios de las grandes empresas de armamento.

Un fenómeno que en los últimos años acompaña a la militarización creciente es el auge de los mercenarios. Varias razones se encuentran en la base de este incremento: la disminución de los ejércitos basados en el reclutamiento, la necesidad de militares más especializados, la conveniencia de contar con soldados no atados a leyes o convenciones internacionales restrictivas, la disponibilidad de esas tropas sin estar contratadas de forma permanente.

Así surgieron las Corporaciones Militares Privadas a partir de las guerras africanas de los años ‘60, que reclutaban antiguos militares y los ofrecían como ejércitos privados, custodios de minas de diamantes o de instalaciones petrolíferas o guardaespaldas de personalidades. En las guerras de los Balcanes estas empresas actuaron como consultores, en el caso de Croacia formando su ejército y participando en combates contra bosnios y serbios.

En la Guerra del Golfo expandieron su campo de acción: ya no sólo se ocupaban de entrenar tropas locales o participar en conflictos como grupos de choque, más o menos reducidos, sino que comenzaron a suplir actividades complementarias de los ejércitos, tradicionalmente efectuadas por miembros de las fuerzas armadas. Así ocurrió con el suministro de alimentos, reparto del correo, funciones sanitarias, construcción de cuarteles o tareas de transporte.

Pero es en la Guerra de Iraq cuando este proceso se incrementó alcanzando cifras de entre 20.000 y 30.000 contratistas. Este contingente es proporcionado por las numerosas compañías privadas contratadas por los ejércitos o gobiernos respectivos (Estados Unidos es el principal cliente) para diversas tareas de apoyo o de combate. Para el Ejército norteamericano esos miles de hombres constituyen un balón de oxígeno frente a la creciente necesidad de soldados, que no logran encontrar por la vía de los voluntarios. Lo que antes constituía una salida laboral para parados y jóvenes sin perspectivas, ahora se ha convertido, merced a la resistencia iraquí, en un peligroso camino que en muchos casos termina en muerte, heridas o desequilibrio mental. Ya no son tantos los que se inscriben alegremente en los Marines.

A medida que la guerra continúa, disminuyen los soldados de otros países. A los que ya se han retirado, como España, Nicaragua, Honduras o República Dominicana, suman los que amenazan con reducir sus efectivos: Ucrania, Polonia, Bulgaria, Tailandia, Holanda o Italia. Pero el alto mando solicita más tropas, ya que las enviadas son escasas para la misión de dominar Iraq, y la única salida es la contratación masiva de mercenarios, camioneros, sanitarios, guardaespaldas, interrogadores, todos son necesarios.

Las empresas privadas se lanzan a la búsqueda por todo mundo como: antiguos militares de la dictadura chilena, policías sudafricanos, gurkas, paramilitares británicos, libaneses, paramilitares colombianos, ex militares norteamericanos, personal de seguridad de todas las nacionalidades, incluso españoles. Éstos son tentados con sueldos que van desde 10.000 15.000 dólares al mes para los militares con mejores currículos hasta 2.000 o 3.000 dólares para los menos cualificados.

También la CIA y otros servicios secretos participan en las guerras de ‘baja intensidad’, como se ha revelado en el intento de golpe Guinea Ecuatorial, por el cual unos 70 mercenarios están detenidos; con los secuestros de civiles en plena Europa, su tortura y traslado cárceles secretas, como ya hicieron en Afganistán. La cuestión de fondo es que la validez de todos esos mercenarios para la labor de ocupación está condicionada por la fuerza de la resistencia. La oferta de mercenarios, cuya única motivación para afrontar riesgos es el dinero, está limitada los peligros a correr. No es fácil sojuzgar a un país con un ejército mercenario. La privatización de la guerra no es una solución suficiente para el objetivo buscado: quebrar resistencia del pueblo iraquí, objetivo que no lograron.” Publicado originalmente en Diagonal, España, en el número del 12 al 25 de mayo de 2005.

Germán Saltrón Negretti.

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