23 de junio de 2017
Crédito: Resumen Latinoamericano
Dirigentes
y militantes han incurrido en incalificables excesos, en situaciones
muy penosas y en ridículos galopantes.
Casi
tres meses de desquiciamiento general es un tiempo suficiente para
que buena parte de los dirigentes opositores hayan cometido algún
exceso, hayan incurrido en alguna situación vergonzosa o,
simplemente, hayan hecho el ridículo.
Algunos
de esos episodios no pasan de ser grotescos y esperpénticos.
Pongamos como ejemplo a Juan Requesens, metido en una alcantarilla en
la autopista Francisco Fajardo, denunciando que un ignoto guardia
nacional lo habría arrojado a tan deplorable lugar.
Ni
hablar de las andanzas del diputado Carlos Paparoni, experto en
protagonizar pseudoacontecimientos que luego se vuelven virales.
Otros
de esos momentos de ignominia no provocan risas, bien porque se
refieren a hechos que han costado vidas, o bien porque forman parte
de una estrategia destinada a propiciar la injerencia extranjera.
Remontándonos
a un tiempo que ya parece lejano (debido a la intensidad de los
tiempos vividos), tenemos al alcalde David Smolansky pretendiendo
convertir un equipo utilizado por cualquier policía antimotines del
planeta, un aerosol de gas pimienta, en una peligrosa “arma
química”. Cuando se conoce el papel que este joven político
desempeña en el escenario venezolano, cuando se sabe qué intereses
representa, se comprende que no se trata de una precisión, producto
de la ignorancia en la materia, sino de un plan muy bien diseñado
para engordar expedientes de un Estado forajido y justificar
intervenciones contra la soberanía nacional.
Singularmente
graves han sido las actuaciones públicas de algunos líderes con
respecto a los adolescentes presentes en las protestas violentas. Los
que no han pecado por acción, lo han hecho por omisión. Entre los
responsables directos está el gobernador de Miranda, Henrique
Capriles Radonski, quien apareció en un video “reprendiendo” a
un jovencito que andaba encapuchado y metido en la vanguardia de una
manifestación a pesar de tener solo 15 años, según se lo recalca
el propio funcionario. La escena ocurre en territorio bajo
jurisdicción de Capriles, pero el flamante gobernador, en lugar de
tomar medidas para que la integridad del adolescente fuera
resguardada, se desentendió de él diciéndole “pórtate bien”.
En
este terreno de las más vergonzosas irresponsabilidades sobresalió
Miguel Pizarro. El diputado lanzó una acusación temeraria contra
los cuerpos de seguridad del Estado respecto a la causa de la muerte
del adolescente de 17 años Neomar Lander, quien se malogró cuando
manipulaba un mortero artesanal. Pizarro afirmó que el muchacho
había recibido el impacto de una bomba lacrimógena arrojada
directamente contra su cuerpo. Una vez que quedó en evidencia la
verdadera causa de la muerte, el parlamentario de Primero Justicia no
aclaró nada ni mucho menos presentó excusas. Esa actitud de hacerse
el loco permitió que la tesis del jovencito asesinado por “la
dictadura” tomara cuerpo y generara desórdenes en varias zonas de
Caracas y otras ciudades.
En
ese arte de lanzar las más graves acusaciones y luego callar
irresponsablemente, Pizarro no es campeón porque en tal renglón hay
un competidor superlativo: el periodista Leopoldo Castillo, antes
apodado “el Matacuras”, y desde comienzos de mayo para acá más
conocido como “el Mata-López”, pues lanzó mensajes en redes
sociales de acuerdo a los cuales, el líder de Voluntad Popular,
Leopoldo López, había muerto en la cárcel de Ramo Verde. Sin duda,
era una información destinada a causar una gran conmoción. Una vez
que se desmintió la especie, el ex figura-ancla de Globovisión
guardó silencio.
Linchamientos
y otros crímenes
La
vergüenza opositora adquiere la forma de silencio y encubrimiento
cuando las masas enardecidas y sin dirección política cometen
tropelías espantosas, como el linchamiento, las golpizas de turbas
contra individuos desarmados y el asalto y quema de dependencias
públicas.
Las
muertes de Orlando Figuera (quemado vivo en Caracas) y de Danny
Subero (asesinado a golpes en Lara) pesarán no solo sobre los
hombros de quienes cometieron los hechos en sí, sino también de
aquellos dirigentes que no los han condenado. En particular, en el
caso de Figuera, será una carga en la conciencia de quienes, desde
el Ministerio Público, han maniobrado para quitarle el carácter de
“delito de odio” a un asesinato tan vil y pavoroso.
A
veces, los hechos son tan graves que algunos voceros opositores
sienten la necesidad de marcar distancia. Pero no pueden hacerlo
porque serían calificados de traidores. Entonces, optan por uno de
sus deportes favoritos (uno que nunca les ha dado pena): echarle la
culpa al adversario político. Dicen que fueron infiltrados,
colectivos armados, agentes de la dictadura, cubanos del G-2, matones
de Hezbollah o cualquier otra cosa, menos “los muchachos de la
resistencia”. Así pasó con los ataques a las sedes de la
Dirección Ejecutiva de la Magistratura y el Ministerio del Poder
Popular de Vivienda y Hábitat, en Chacao.
La
vergüenza de la traición
En
este oscuro lapso de tres meses, una persona merece un premio
especial en esto de las vergüenzas opositoras. Se trata de la más
reciente adquisición de ese bando político: la fiscal general Luisa
Ortega Díaz. Lo que comenzó como una discrepancia jurídica
perfectamente comprensible y digerible con el Tribunal Supremo de
Justicia, ha ido derivando poco a poco hacia un nefasto ejercicio de
proyección de imagen política. La abogada tiene todas las
características de las personas a las que les han calentado la oreja
con sueños palaciegos y de figuración en libros de historia. Se
sonroja uno de pena ajena.
¡Qué
bochorno!
La
militancia no ha escapado de la ola de vergüenzas de la dirigencia.
Individualidades del antichavismo han protagonizado actos realmente
bochornosos, como el de la señora de El Cafetal que evacuó en plena
calle; las mujeres que mostraron sus senos; el chico que se subió
desnudo a un vehículo antimotines; el que se puso un disfraz de la
Guerra de las Galaxias y la señora que declaró, en medio de una
refriega con chavistas en la avenida Baralt, que ella luchaba por su
derecho “a comprar en un bodegón, lo que me dé la gana”.
Colectivamente
hablando, las huestes opositoras se han dedicado a usar los
excrementos como arma de ataque a la fuerza pública y contra
funcionarios del Estado o sus familiares, tanto en el territorio
nacional como fuera de él. Al intentar hacerlo afuera, por cierto,
sufrieron una grave vergüenza internacional, y algunos hasta
resultaron procesados judicialmente por actos inciviles. Vea usted.
Entre
tantas vergüenzas de dirigentes y militantes, aparecieron también
las de los intelectuales y comunicadores. El lauro principal lo
conquistó tempranamente Tulio Hernández, ahora conocido como “el
Sociólogo del Matero”, quien instó a la gente a “neutralizar”
chavistas mediante cualquier objeto a su alcance, incluyendo las
macetas.
Posiblemente
fue por su culpa que un abogado fuera de sí arrojó un frasco lleno
de agua congelada y mató a una señora que, para colmo de desgracia,
ni siquiera estaba en la marcha progubernamental que el profesional
del derecho pretendía repudiar.
El
segundo lugar en el ranking de la vergüenza de la élite intelectual
opositora lo tiene –hasta ahora, porque la pelea es reñida- el
locutor y guionista de telenovelas César Miguel Rondón, quien animó
a la gente a perseguir, molestar, cacerolear y hasta escupir a los
chavistas, donde quiera que se metan. Un agudo tuitero, en trino
dirigido a un programa de VTV, se preguntó: “¿Si así son los
cultos, qué queda para los ignorantes?”.
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