17 de julio de 2017
Crédito: RT
Ariel Noyola Rodríguez
Ariel Noyola Rodríguez
La
sentencia judicial dictada en primera instancia contra Luiz Inácio
Lula da Silva por presuntos actos de corrupción y lavado de dinero
abre la posibilidad de encarcelar al ex presidente de Brasil hasta
por nueve años y medio. Si esta condena es ratificada en segunda
instancia Lula perdería sus derechos políticos y ya no podría
presentarse como candidato en la elección presidencial de 2018.
América
Latina está en riesgo de volver a convertirse en el “patio
trasero” de Estados Unidos en caso de que las fuerzas conservadoras
consoliden su poder dentro del Gobierno brasileño. Luego de la
destitución parlamentaria de la presidenta Dilma Rousseff, ahora
buscan encarcelar a la máxima figura del Partido de los Trabajadores
(PT).
RT reproduce
en exclusiva la entrevista que Ariel Noyola Rodríguez realizó a
James Petras, sociólogo estadounidense y asiduo estudioso de la
política exterior de Estados Unidos y la realidad latinoamericana.
Petras considera que Lula necesita convocar a la sociedad brasileña
a la movilización, o de lo contrario, será encarcelado. Una vez
aplacado Brasil, ya nada impedirá que Estados Unidos tenga el
control absoluto de toda la región.
Ariel
Noyola Rodríguez (ANR).- ¿Cuál es tu lectura de la sentencia
judicial en contra del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva?
¿Consideras que es parte de una estrategia que busca inhabilitar a
Lula como candidato a la presidencia de Brasil para 2018?
James
Petras (JP).- Así es, la derecha brasileña está intentando imponer
a toda costa un Gobierno neoliberal con el objetivo de revertir las
medidas progresistas conseguidas en Brasil durante los últimos años.
El proceso judicial en contra de Lula está muy contaminado. No hay
ninguna prueba contundente que ponga en evidencia que el ex
presidente brasileño esté efectivamente involucrado en actos de
corrupción. Son acusaciones sin sustento. Dicen que él recibió un
lujoso departamento, sin embargo, no
existe ningún contrato firmado.
Por
eso creo que las acusaciones contra Lula son más bien instrumentos
políticos para que Michel Temer, el golpista que ahora ocupa la
presidencia, siga desmantelando todos los logros alcanzados por los
Gobiernos del PT. Lo que Temer está haciendo es reducir el gasto
público, terminar con los programas sociales, disminuir los salarios
de los trabajadores, privatizar las empresas estatales y eliminar los
subsidios. En suma, el actual Gobierno brasileño quiere acabar con
todo rastro del Estado de bienestar.
Un
primer paso de esta ofensiva fue la destitución de Dilma el año
pasado. Y ahora quieren encarcelar a Lula. Toda esta estrategia,
repito, viene acompañada de una política económica que busca
colocar a las mayorías en la marginalidad. En el plano
internacional, esta ofensiva significa la subordinación de Brasil a
los mandatos de una potencia imperial, y no solamente me estoy
refiriendo a Estados Unidos, sino también a la Unión Europea.
Considero
que el encarcelamiento de Lula podría cambiar la correlación de
fuerzas en todo el continente latinoamericano. Una vez que Estados
Unidos consiga controlar Brasil de manera definitiva, como ya ha
sucedido con Argentina bajo la presidencia de Mauricio Macri,
entonces será mucho más fácil llevar adelante la dominación de
todo el continente.
ANR.-
Los Gobiernos del PT, en alguna medida, fortalecieron soberanía
nacional y regional a través del impulso de las empresas brasileñas,
el lanzamiento de un programa de seguridad y defensa propio e,
incluso, revivieron la idea de un desarrollo nuclear con autonomía.
En este sentido, ¿Consideras que Estados Unidos formó parte de esta
ofensiva contra los Gobiernos del PT?
JP.-
Es fundamental comprender que Washington no estuvo fuera de los
círculos de poder en América Latina durante todo este tiempo.
Tenemos que reconocer que el presidente Lula y otros dirigentes de
corte progresista, mantuvieron una política que, en buena medida,
compartió el ejercicio del poder con las empresas multinacionales,
los inversionistas de Wall Street y las cúpulas militares. Los
mandatarios progresistas nunca apostaron por una ruptura radical con
el viejo régimen, no desafiaron de modo abierto a Estados Unidos.
Varios
presidentes latinoamericanos pensaron que podían tejer algunas
alianzas con Washington a fin de ganar de influencia y, de esta
manera, hacer avanzar sus agendas sociales sin colisionar con los
norteamericanos. Utilizaron estas alianzas con la Casa Blanca como
una táctica desde finales del siglo pasado, en plena crisis del
neoliberalismo. Al final de cuentas ellos pensaron que resultaba
mejor compartir el poder en lugar de lanzar una ofensiva más radical
pero que podría poner en riesgo su permanencia en el Gobierno.
Sin
embargo, si lo observamos desde la perspectiva de la Casa Blanca, la
situación fue muy diferente. Esta táctica fue usada por Estados
Unidos para reorganizarse, acumular fuerzas y, llegado el momento
indicado, lanzar un contraataque. En este sentido, hay que aceptar
que los Gobiernos progresistas de América Latina cometieron un error
muy grave, en términos tanto tácticos como
estratégicos: desmovilizar
a las masas populares.
Los
mandatarios de los Gobiernos progresistas creyeron que iban a tener
la capacidad de mantener bajo control la injerencia de Estados Unidos
en la región latinoamericana únicamente sentándose a negociar,
haciendo uso de la vía diplomática. Lamentablemente una vez
desmovilizadas, las masas populares ya no tuvieron la fuerza
suficiente para hacer frente a esta nueva ofensiva de Estados Unidos.
Los
Gobiernos progresistas pudieron haber aprovechado la posición de
fuerza de la gozaron en un principio para tomar todo el poder en sus
respectivos países y poner fin al intervencionismo. Pero esto no
sucedió y ahora estamos siendo testigos de las consecuencias: el
Gobierno de Estados Unidos otra vez está ganando presencia en
América Latina, incluso socavando alianzas regionales importantes
como el Mercado Común del Sur (Mercosur, compuesto por Argentina,
Brasil, Paraguay, Uruguay y Venezuela).
No
estamos hablando simplemente de un ataque contra la soberanía de un
solo país, se trata de una gran ofensiva que vulnera la soberanía
de toda América Latina, es la integración regional la que está en
juego. En estos momentos Estados Unidos quiere aplastar a Brasil, y
luego seguirá con Venezuela; lo que intenta es tener a todo el
continente bajo control. Washington busca garantizar para sus
empresas el suministro de recursos naturales estratégicos e
incrementar su dominación sobre los mercados. El apetito por el
petróleo es la razón que está detrás del hostigamiento en contra
del Gobierno de Nicolás Maduro.
Estados
Unidos libra una guerra de conquista contra la región. Pienso que
Washington quiere montar una versión latinoamericana de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para vencer
cualquier tipo de resistencia que ponga en cuestión su hegemonía.
Una “OTAN latinoamericana” encabezada por Estados Unidos es un
proyecto que luego sería reproducido en otras partes del mundo, en
el Medio Oriente y Asia por ejemplo, para socavar la influencia de
China, Rusia e Irán y otros países que no se han sometido a los
lineamientos de la política exterior norteamericana.
México
es el gran laboratorio de Estados Unidos para dominar toda América
Latina. En México la policía federal y los militares que están en
guerra contra el narcotráfico actúan siempre en coordinación con
el Gobierno de Estados Unidos. Para Washington es decisivo contar con
el apoyo de políticos corruptos y empresarios. El Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) es
un claro ejemplo de integración subordinada. Y este modelo es el que
Estados Unidos pretende extender a toda la región.
ANR.-
¿Qué futuro político avizoras para Brasil en caso de que Lula sea
encarcelado? La sociedad brasileña parece desencantada con buena
parte de la clase política. Si las elecciones carecen de legitimidad
¿Consideras que existe alguna otra forma de encauzar todo este
descontento social?
JP.-
Mira, la lucha de la sociedad brasileña por recuperar la capacidad
de dirigir su propio destino no pasa únicamente por la vía
electoral. En estos momentos la derecha controla el Congreso, el
poder judicial está sometido y las leyes se manipulan de forma
arbitraria. Pienso que la única vía hacia la transformación es
impulsar una ruptura radical con el viejo régimen. Es fundamental
una movilización constante y prolongada. Hasta ahora Lula se ha
venido apoyando en sus abogados y los congresistas de su partido, sin
resultados favorables.
Es
evidente que esta batalla no se va a ganar a través de procesos
judiciales pues no hay imparcialidad. Si la vía electoral es
cancelada, entonces sólo queda convocar a una huelga general,
paralizar las oficinas del Gobierno y detener el sistema transporte.
O Lula sale a las calles y convoca a la movilización popular, o
terminará en la cárcel. No hay otro camino.
Es
cierto que existen muchos obstáculos. En
Brasil la guerra mediática es tremenda.
Pero el poder de los medios de comunicación tiene límites. Hemos
visto que los grandes medios de comunicación estaban en contra del
comandante Hugo Chávez, y los venezolanos lo respaldaron; y lo mismo
sucedió con el ex presidente argentino Néstor Kirchner. Incluso hay
que recordar que varios medios de información como O
Globo estaban
en contra de que Lula fuera presidente en 2002, y la sociedad
brasileña terminó por imponer su voluntad.
Los
medios de comunicación solamente consiguen tener un impacto
significativo cuando la sociedad está en la inercia y los políticos
se apoyan fundamentalmente en la institucionalidad. Pero en el
momento en el que la gente siente que no tiene otra alternativa,
cuando su situación económica está en franco deterioro, la
influencia de los medios de comunicación ya no es determinante para
dictar el rumbo de un país.
ANR.-
Un verdadero honor conversar contigo James, gracias por concederme
esta entrevista.
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