10 de julio de 2017
Crédito: Sputniknews
No
hubo pugilato. La prensa del "establishment" norteamericano
esperaba que su denostado presidente noqueara a su homólogo ruso en
su primera reunión conjunta. Quedó frustrada.
Es
curioso que un encuentro entre los líderes de dos de las grandes
potencias mundiales que se
desarrolló en términos de cortesía y respeto haya causado
tanto enfado entre algunos editorialistas.
Las
"cumbres" entre Moscú y Washington en el pasado se
producían cuando la división entre las dos partes ofrecía muchos
más puntos de fricción y rivalidad. Y, por ello, quizá, alentaban
más expectativas.
Para
esa prensa norteamericana anti-Trump, en la
reunión del G20 de Hamburgo se encontraban sus dos
enemigos. Su bestia negra desde el pasado noviembre y Vladímir
Putin.
Al
mandatario norteamericano se le exigía desde todos los rincones que
machacara a su interlocutor y le obligara a reconocer públicamente
todo lo que ellos publican —sin pruebas de momento— y que
las agencias de seguridad norteamericanas aseguran – sin pruebas,
tampoco: la supuesta
interferencia de Rusia en las elecciones norteamericanas, o
mejor, en la "cyberderrota" de la candidata demócrata,
Hillary Clinton.
La
"Nueva" credibilidad de la CIA
Los
tiempos, como los líderes y las "cumbres" también
cambian. Para cierta prensa norteamericana, la CIA, la NSA y otras
organizaciones del espionaje interno y externo tienen ahora una
credibilidad sin sospecha. Lejos queda ya la época en que la
izquierda, de la que proceden los nuevos periodistas-moralistas,
temía y desconfiaba de esas organizaciones.
La
CNN, que encabeza la cruzada televisiva contra Donald Trump, no
consiguió lo que pretendía. Nada menos que obtener del presidente
ruso la confirmación de que, sin su ejército de hackers, Clinton
sería ahora la que se encontrara con Putin.
Y
como no quedó satisfecha, la cadena de Atlanta lo tiene claro, Trump
cayó en la trampa de los rusos. Los periodistas-moralistas que han
recobrado vida con la elección de Trump consideran que este no
presionó lo suficiente al inquilino del Kremlin.
Y,
a partir, de ahí, surgen las interpretaciones divergentes entre
responsable rusos y norteamericanos sobre lo que se dijeron los
dirigentes en las dos
horas de encuentro. El secretario de Estado Tillerson
aseguraba que Trump fue duro con su insistencia sobre la supuesta
injerencia electoral rusa.
La
parte rusa aseguró que Donald Trump había aceptado el desmentido de
Vladímir Putin sobre el asunto. Desde su casa, Trump aclaró por
Twitter que sí, que habían hablado muy seriamente del asunto, pero
que había que avanzar en las relaciones entre los dos países.
El
divorcio entre el presidente de Estados Unidos y cierta prensa se ha
convertido en una guerra. Una guerra que comenzó ya en la campaña
con insultos y mofas al candidato que no gustaba a esos periodistas.
Trump los
desprecia ahora públicamente, sabiendo que sus votantes no
leen la prensa ni ven las cadenas de televisión que han lanzado una
cruzada contra él. Las dos partes se retroalimentan y satisfacen a
su clientela. Los periodistas ganan audiencia y Trump aplausos y más
apoyos en la llamada "Norteamérica profunda".
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