09 de abril de 2016
Crédito: RNV
Radio Nacional de Venezuela
Roberto Hernández Montoya
Radio Nacional de Venezuela
Roberto Hernández Montoya
Una
fuerza de ocupación bravuconea por Venezuela agrediendo, demoliendo,
quemando a quien le dé la gana de condenar por el crimen de “parecer
chavista”. Es un ejército extranjero aunque tenga cédula
venezolana.
Pero
no es solo el peligro físico, sino el síquico de volvernos
monstruos. Nos acostumbramos sorprendentemente rápido al horror. Así
lo testimonia gente salida de campos de exterminio, ponle. La noción
de “yo soy yo y mi circunstancia” explica conductas monstruosas.
Hannah Arendt presenció el juicio a Adolf Eichmann, uno de los
administradores principales del peor crimen conocido de la historia
inhumana: el holocausto. Se sorprendió al encontrarse con un
personaje gregario, bruto, aburrido, nada que ver con Hitler. A raíz
de eso desarrolló su célebre concepto de la banalidad del mal. En
efecto, el mal puede devenir trivial, cotidiano, sin relieve,
aburrido incluso. Como las guarimbas.
¿Cómo
se vuelve cualquiera, tú o yo, un monstruo como Eichmann? Los
monstruos existen y no tienen cuernos ni escamas verdes porque son
gente. ¿Cómo se puede rociar de gasolina a un viandante, prenderle
fuego, perseguirlo por la calle apuñalándolo, etc.? ¿Drogándose
con Captagón? Pasó en Ucrania, lo perpetra el llamado Isis a diario
y está ocurriendo por estas calles, a diario también porque es el
mismo guión. ¿Vendrán decapitaciones públicas? No solo nos
habituamos a padecer el mal, sino a infligirlo.
José
Vicente escribió algo terrible: “Sin el componente violencia,
carecen de la proyección mediática que les da fuerza y los
promueve, ya que su capacidad estrictamente movilizadora es cada día
menor” (Echar el resto, Últimas Noticias, 3/7/17). La violencia
seduce y embrolla, como en las tragedias.
Añado
algo terrible también: con los puñitos de gente que movilizan no
tienen ni de lejos para provocar su ansiada conmoción institucional,
tampoco tienen militares para un golpe. No les queda entonces sino
una invasión, con fragmentos de tu familia regados, un pie aquí, un
brazo allá, la cabeza rodando cuesta abajo, de tu bebé, porque la
guerra no es bonita como en Hollywood, mira a Libia. Asómate y ve
una guarimba. Es duro, pero es mi deber advertirlo.
Ahí
está la Constituyente para impedirlo. Tú decides.
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