08 de marzo de 2017
Crédito: alai
Agencia Latinoamericana de Información
Mark Weisbrot
Agencia Latinoamericana de Información
Mark Weisbrot
Resulta
alentador percatarse de cómo el término "Estado profundo"
jamás había aparecido a tal punto en
los debates de los medios de comunicación establecidos en
torno a la transición de Trump. En lo personal, prefiero llamarlo
"Gobierno permanente", al tener menos connotaciones
conspiratorias, pues no se trata acá de teorías de la conspiración.
Un
día durante la campaña presidencial del año pasado, estuve
hablando con alguien que asesoraba a Hillary Clinton, y me señaló
que el presidente Obama contaba con un equipo de 400 personas en su
Consejo de Seguridad Nacional. “¿Por qué tantos?”, le pregunté,
algo ingenuamente. "Para darle la vuelta al Departamento de
Estado, el Pentágono y la CIA..."
Efectivamente,
hasta el propio presidente Obama, quien no intentó apartar demasiado
la política exterior de Estados Unidos del consenso dominante y
tenía calidades mucho más diplomáticas y conciliadoras que Donald
Trump, tuvo que ingeniárselas con dicho “Gobierno permanente"
en las contadas ocasiones en que quiso cambiar de rumbo. El
Departamento de Estado fue soslayado durante buena parte del año y
medio de negociaciones a cargo de la Casa Blanca destinadas a
restablecer relaciones diplomáticas normales con Cuba. En este caso,
se trataba además de un cambio de política que la mayoría de la
clase empresarial de Estados Unidos probablemente anhelaba desde hace
más de dos décadas.
Aparecen
ahora Donald Trump y Steve Bannon, quienes ― por encima de
su parecer general
o de sus objetivos en materia de política exterior, cuya coherencia
deja mucho que desear —, se encuentran más alejados del núcleo de
ideas imperial bipartidista que cualquier otra persona habiendo
ocupado sus respectivos cargos desde hace décadas. En ciertos temas,
principalmente en su intento de mejorar las relaciones con Rusia,
Trump y Bannon van contra el grano del equilibrio de fuerzas
dominante, el cual es agresivamente hostil hacia Rusia, pero sin
necesariamente oponerse a una estrategia fundamental. Existen
quienes, dentro del Gobierno permanente, como el nefasto Henry
Kissinger, ostentan una visión más
realista de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia que
el actual retorno a la década de 1950. (También se ve restringido
el actual margen de maniobra de la gestión de Trump en vista de la
polémica sobre la supuesta injerencia por parte del Estado ruso a su
favor en nuestras elecciones de 2016.) Con respecto a Irán, la
postura inicial de Trump/Bannon de impugnar el acuerdo nuclear con
ese país también se hallaba fuera de la actual opinión dominante
dentro del Gobierno permanente, aunque haya sido un punto de vista
mayoritario hace tan solo unos años.
Pero
resulta que los aliados son una necesidad clave para los imperios,
como lo ha reseñado durante décadas el historiador Gabriel Kolko; y
Europa — con sus 500 millones de habitantes y una economía mayor a
la nuestra — es de lejos el aliado más importante. En este
sentido, la postura de Trump/Bannon hacia la OTAN y su respaldo al
Brexit y a distintas fuerzas en el continente que podrían suponer la
disolución de la Unión Europea, fue considerada del todo
inadmisible. Además, gran parte de la retórica Trump/Bannon,
incluyendo el lema America First ("Primero EE.UU."),
resulta completamente ajena a lo establecido en materia de política
exterior, por razones no muy benignas. Para gran parte de los
integrantes del Gobierno permanente
conservador/liberal/neoconservador, lo más horripilante tal vez no
sean las connotaciones históricas de America First (el aislacionismo
previo a la Segunda Guerra Mundial), sino la idea de anteponer el
país al imperio.
Lo
cual no quiere decir que eso es lo que Trump y Bannon realmente se
proponen cuando hablan de America First, pues Trump también pone
empeño en una expansión militar y parece tener ansias de sacarle
pelea a China sin necesidad, por ejemplo. Pero la retórica en torno
a "Primero EE.UU." molesta los tímpanos de la élite de la
política exterior, la cual incluye gran parte de los medios de
comunicación, ya que saben que la mayoría de los estadounidenses no
comparten su deseo de dominar el mundo. Es esta la marca de America
First preferida por los centros de poder en materia de política
exterior, y se han propuesto venderla, por más insólito que
parezca, como el mantenimiento de un orden mundial estable, la
promoción de la democracia, el supuesto libre mercado, los derechos
humanos y otros nobles dones a la humanidad.
Hoy
por hoy, el Gobierno permanente les está dando una paliza: por medio
de filtraciones estratégicas de información clasificada, logró
deshacerse del teniente general Michael Flynn, asesor de seguridad
nacional de Trump (quien tuvo peleas graves con la comunidad de
inteligencia). El teniente general H. R. McMaster, quien lo
reemplazó, vino recomendado por
el equipo del influyente neoconservador John McCain. Al contar con el
general jubilado James "Perro Loco" Mattis al frente de la
cartera de Defensa y el general John Kelly F. como jefe de Seguridad
Interior, los principales cargos del gabinete del "Estado de
seguridad nacional" ahora están bajo el control de personas
que, a pesar de ciertas particularidades, son clasificadas como
aceptables por el Gobierno permanente.
De
ahora en adelante, sería sorprendente que Bannon logre tener gran
influencia sobre la política exterior. El tiempo lo dirá, ya que
están saliendo a la luz gran cantidad de filtraciones en esta
gestión, y probablemente nos daremos cuenta si es capaz de hacer
algo más que mover levemente el compás. Lamentablemente, esto no es
necesariamente bueno para nosotros acá en EE.UU., ya que hará que
Trump y Bannon probablemente se enfoquen más en el daño que puedan
hacer a lo interno, por medio de ataques contra los inmigrantes, los
derechos civiles y la gente trabajadora, incluyendo los pobres (p.
ej., los recortes
al programa Medicaid).
Nada
de lo anterior subestima los peligros reales que Trump y Bannon
suponen en el ámbito de la política exterior. La actitud arrogante
de Trump con respecto al uso de armas nucleares, la matanza de
civiles y la tortura suman una aterradora beligerancia general. La
visión apocalíptica del mundo de Bannon, que incluye grandes
guerras y convulsiones a la vista, una noción más explícita de la
supremacía estadounidense-judeo-cristiana, y el odio hacia el Islam,
debería asustar a cualquiera.
Pero
como Pueblo no podemos perder de vista el premio final. El premio en
cuanto a la política exterior no es volver a un grupo violento y
peligroso de corriente dominante/neoconservador con respecto a Rusia,
Medio Oriente, la "Guerra contra el terrorismo", América
Latina, o la mayor parte del mundo. Tampoco se trata de la permanente
condición de guerra que propicia el Gobierno permanente, ni el
control semiclandestino por parte de esta entidad no electa, hoy día
más explícito e intenso, sobre las relaciones intergubernamentales.
Nuestra tarea es ver más allá de Trump y Bannon, y de sus
adversarios en el Gobierno permanente, hacia una rendición de
cuentas democrática en el plano de la política exterior. Como
resultado, tendríamos menos guerras, carreras armamentísticas e
intervenciones violentas y encubiertas en el exterior, y un mundo más
pacífico y justo.
Mark
Weisbrot es codirector del Centro
de Investigación en Economía y Política (Center for
Economic and Policy Research, CEPR) en Washington, D.C. y presidente
de la organización Just
Foreign Policy. También es autor del nuevo libro “Fracaso.
Lo que los ‘expertos’ no entendieron de la economía global”
(2016, Akal, Madrid).
Traducción
por George Azariah-Moreno.
Publicado
en Últimas Noticias (Venezuela) , 6 de marzo, 2017
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