26 de febrero de 2017
Crédito: Barómetro Internacional
Manuel Humberto Restrepo Dominguez
Manuel Humberto Restrepo Dominguez
Uno
de los grandes retos de los derechos humanos en el siglo xxi, tanto
para frenar su propia erosión, como para hacerle frente a los
violentos embates del capital y sus estrategias de barbarie, es poner
al descubierto la concepción de seguridad imperante, que con la idea
de prevenir el mal y atacar al terrorismo, ha convertido
la humillación, el temor y los tratos crueles, inhumanos y
degradantes en la fórmula que contrariamente a lo planteado legaliza
al terrorismo de estado.
La
seguridad, que consume hoy la atención del mundo, tiene un carácter
extraterritorial, que abarca la jurisdicción internacional, con base
en tratados bilaterales de negocios con los Estados Unidos y
aplicable a los miembros de las Naciones Unidas. En menos de dos
décadas de implementación ha ocurrido exactamente lo contrario, la
inseguridad se apoderó del mundo en correspondencia con los ecos de
una seguridad usada para justificar el odio y la destrucción. El
paso destructor de tal seguridad ha dejado humillación, sufrimiento
y muerte, cuando se creía que había una civilización en paz, que
haría posible obtener una ciudadanía universal y alcanzar el
respeto supremo por la vida y la dignidad humana. En nombre de la
seguridad se han amontonado por miles los cuerpos inertes de víctimas
inocentes en territorios como Siria, Libia, Yemen, Afganistán, Iraq
y en decenas de territorios olvidados como Haití, Somalia, Sudan,
Colombia, Guatemala, Honduras.
La
seguridad con una nueva ingeniería del terror, se reinstaló con las
reglas de la guerra preventiva a partir del 9/11, que pusieron fin a
los límites de la guerra simétrica, validaron la ilegitimidad en
las actuaciones de los estados e implantaron una legalidad sin
justicia. La nueva herramienta legal es la ley
patriot (USA
Patriot Act) que amplia la capacidad de control del estado bajo
el supuesto de combatir al terrorismo, extender la capacidad de las
agencias de seguridad, fortalecer la vigilancia, establecer nuevos
delitos y endurecer las penas por delitos de terrorismo y; la
resolución 1373, del Consejo de Seguridad de las naciones unidas.
Las dos con el espíritu de la LeyMcCarthy-Walter que
durante los tiempos de la Guerra Fría alentó la lucha contra el
comunismo. La
seguridad anunciada invalida de manera violenta los fundamentos
de conceptos, prácticas y sentido de los valores y principios
contenidos en el Derecho Universal de los derechos humanos y en el
Derecho Internacional Humanitario. El terror del estado quedó
legalizado y a diferencia del momento anterior quedó protegido, en
tanto su primer efecto fue la eliminación de la división entre
las esferas civil y militar y con ella la desaparición de la
distinción entre resistencia civil y resistencia armada.
La
seguridad se difunde mediante su antítesis de temor generalizado a
supuestos peligros latentes, causados por enemigos difusos,
invisibles y peligrosos que se esconden en cualquier parte y están
dispuestos a atacar a la población. Se aplica con o sin
consentimiento en todos los países del mundo y en especial en
aquellos asociados a las alianzas contra el terrorismo (o quizá
mejor en alianzas promotoras del terrorismo). Se impone sin
atenuantes como un valor supremo, se deifica como un ideal de
protección, aceptado por los pueblos, que sin alternativa,
eligieron entre su seguridad y sus derechos constitucionales,
concluyendo por restringir los derechos para garantizar la
seguridad.De esta manera por encima de los derechos humanos y del
DIH, galopa la ilimitada potestad del estado y sus agentes para
afectar el derecho a la vida o integridad de cualquier persona en el
mundo, -no hay excepción, cualquiera puede ser el enemigo salvo la
minoría de elite-, basta ser señalado o condenado sin juicio
previo, pertenecer a una minoría excluida o venir de un
pueblo o región estigmatizada.
La
seguridad es una formula ideológica inventada en el marco del
neoliberalismo por las elites políticas, económicas y militares,
aferradas al poder sin límite, ni escrutinio público y necesitada
de justificaciones legales globales para mantener el despojo. En su
corto recorrido ha dejado torturas, desapariciones, encarcelamientos
preventivos, cárceles de terror, masacres, genocidios, hambrunas,
murallas para aislar, deportaciones y asesinatos, tratados con
impunidad como asuntos secretos de estado. La seguridad elevada a la
categoría de valor, promueve practicas degradantes y ofensivas
contra la humanidad, permanece instalada como un chip en el cuerpo
del sujeto, que ya tiene interiorizado su propio enemigo interno; en
las instituciones que actúan con indolencia y en el cuerpo social,
que reproduce odio, desconfianza y temor. La seguridad protege a la
impunidad que pone a salvo a los que dinamizan los sistemas de
corrupción y en general al pequeño grupo de poderosos que con solo
respirar mueven al mundo, promueven la disolución de los lazos
sociales entre hermanos y entre pueblos y lesionan la solidaridad, la
cultura, el afecto, la política, el colectivo.
La
seguridad para impedir el mal, responde a los impulsos del capital
que paraliza al cuerpo social en cuanto su real propósito no es la
seguridad, si no la destrucción de las conquistas de derechos
alcanzados y la disolución de toda forma de resistencia a la
acumulación sin límite de las riquezas colectivas. La seguridad es
el nuevo nombre de la opresión, es la estratagema que mantiene
latente la barbarie. La seguridad distribuye temor entre vecinos,
entre grupos étnicos, entre colectivos sociales y entre inmigrantes
de todos los lugares y en todos los países. Y ese temor produce
ganancias, es aprovechado por empresarios voraces –legales e
ilegales- para aumentar la explotación bajo el chantaje de aceptar
la permanencia en un lugar. Es el temor individual a todo, a ser
acusado, detenido, torturado, expulsado, violado, asesinado, pero
también a quedarse sin nada, a perderlo todo, quedar sin trabajo,
ser encerrado. Y es el temor colectivo de pueblos enteros a ser
convertidos en enemigos y bombardeados, destruidas sus ciudades y sus
bienes, rociados con tóxicos hace tiempo prohibidos, quemados con
azufre o herbicidas, olvidados, desterrados, humillados.
La
seguridad lleva a discriminar, perseguir a minorías, violentar
derechos de mayorías, impedir la protesta social, condenar
adversarios políticos y sociales, asesinar en masa o al detalle, sus
estrategas aconsejan construir ghetos, inventar otras violencias,
provocar reacciones violentas de las víctimas para justificar nuevas
intervenciones que alienten la cadena del horror. Los estrategas son
financistas, ejecutivos, banqueros, especuladores, juristas,
políticos que reproducen clientelas, expertos en seguros y militares
que crean, recrean y difunden el miedo a la inseguridad. Planifican
escenarios de guerra, venden armas y tecnologías, organizan
ejércitos, movilizan mercenarios. Los estrategas de la seguridad en
síntesis, constituyen el máximo peligro, son creadores de la
inseguridad, la fabrican, la expenden, la extienden, ofertan
imaginarios para proteger del riesgo y hacer creer que la vida es
segura con un policía para cuidar, un militar para combatir y una
cárcel para encerrar.
La
seguridad está en contravía con los principios de la seguridad real
basada en el reconocimiento del otro como un ser humano, que debe ser
respetado y contar con garantías de estado para permanecer libre de
temor, humillación y tratos degradantes. La seguridad promovida está
convertida en una política de terror que impide la justicia como
bien común, pero a la vez impide que esta se aplique a los
responsables de las humillaciones y los crímenes. La seguridad sin
justicia deja ver que su propósito no es la convivencia pacífica
entre hermanos, pueblos o estados, si no la defensa de la acumulación
ilimitada de quienes no abandonan el sueño de convertir al mundo en
un inmenso casino y a los países en municipios que a merced del
miedo les multiplican sus ganancias manipulando información y
extendiendo la idea de que en cualquier parte hay un enemigo a
combatir.
La
seguridad del terror legalizado que crea inseguridad, es útil al
funcionamiento de la sociedad desigual y globalizada bajo control de
inversionistas decididos a tomar por cuenta propia el control del
estado eliminando la intermediación de la clase política e
instaurando gobiernos de empresarios tipo Trump, que empezó por
anunciar que el mundo será seguro si se fabrica a su medida.
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