08 de marzo de 2017
Crédito: Rebelion
Rafael Poch
La Vanguardia
Rafael Poch
La Vanguardia
PRIMEROS
EFECTOS DEL TRUMPETAZO
Da
Luan, “gran desorden”, es el concepto con el que los chinos
designan las épocas turbulentas. Se creó y difundió en una época
histórica en la que el mundo estaba compartimentado. Hoy mucha gente
percibe ese desorden referido no a un país o una región, sino al
conjunto de nuestro mundo unificado. El motivo es que hay un fuerte
contraste entre lo que la gente común percibe como los retos
del siglo y los medios disponibles para afrontarlos.
Los
retos del siglo son tres: atajar el cambio climático, paliar la
desigualdad social y regional, y avanzar en el desarme de la
capacidad de destrucción masiva (convertida en objeto de amplio
consumo). Si colocamos eso al lado del cuadro institucional
disponible, y de las normas y las conductas generales al uso en el
ámbito de las relaciones internacionales, resulta un Da
Luan global, una sensación general de gran desorden.
En
términos generales eso tiene que ver con la presencia de un mundo
nuevo que precisa de una nueva civilización. De eso ya hablaba
Einstein en los años cincuenta cuando decía que “el arma nuclear
lo ha cambiado todo, menos la mentalidad de los hombres”. El
principio se puede ampliar a todo lo que implica el antropoceno, es
decir el vivir en una época en la que la acción humana se ha
convertido en factor de cambio geológico y de potencial suicidio de
la especie (porque ahora tal suicidio es técnicamente viable a
diferencia de la época histórica no antropocénica). Pero en
términos más concretos, esa percepción de desorden se ha hecho
mayor ante nuestros ojos, desde hace 25 años.
El
fin del mundo bipolar, de la guerra fría, abrió una oportunidad
(ese era precisamente el discurso de Gorbachov sobre el “nuevo
pensamiento” y la “nueva civilización”).
Era
una oportunidad para adentrarse en el multilateralismo, en la
generalización de la diplomacia y el rechazo de las políticas
militares, con un papel preponderante para las Naciones Unidas.
Aquello se dejó pasar en beneficio del catastrófico ensayo de una
hegemonía monopolar, cuya factura es más de un millón de muertos
en Oriente Medio (“el crimen del siglo”, define Noam Chomsky la
invasión de Iraq) y de la generalización de la lógica militar en
la gobernanza de la transformación concreta actualmente en curso, es
decir en el tránsito hacia un mundo multipolar con diversos centros
de poder.
Esos
centros pueden actuar en consenso, lo cual sería bueno para la
gobernanza global, o en la lógica de “imperios combatientes” con
la formación de bloques y alianzas militares enfrentadas. La
sensación y percepción de desorden y peligro tiene que ver,
precisamente, con el hecho de que parece que es mucho de lo segundo
lo que se está imponiendo. Y eso es muy mala noticia para los retos
del siglo.
Aunque
el titulo de esta conferencia se refiera al mundo, aquí solo voy a
hablar de los imperios o superestados sobre los que reposa la
principal responsabilidad. No voy a hablar de Oriente Medio, ni de
América Latina, ni de África, sino del cuarteto: Estados Unidos,
Unión Europea, Rusia y China.
Estados
Unidos profundiza su aislamiento
La
crisis de 2007/2008 evidenció la gran avería del capitalismo
neoliberal. Yo llegué entonces a Alemania desde China y recuerdo que
mi primer entrevistado en Berlín, un eminente sociólogo al que
conocía de treinta años atrás, me dijo: “no sabemos qué va a
pasar, pero una cosa está clara: el neoliberalismo está acabado”.
Diez
años después se continúa con lo mismo en condiciones de avería.
Eso ha provocado sorpresas como la del trumpetazo (y como
el fenómeno Sanders) en Estados Unidos. El rechazo a la Clinton
parece haber sido una reacción antiliberal que rechaza los efectos
socioeconómicos de la globalización junto con los derechos de
minorías y demás, (porque todo se presentaba en un mismo paquete),
en beneficio de un etnonacionalismo. Trump aplica sus recetas a esa
avería. Intenta una síntesis entre ese etnonacionalismo y el
neoliberalismo económico anterior. Es lo que llamamos la
“lepenización de Goldman Sachs”. Su “América first” incluye
el intento de un cambio de vector exterior (menos contra Rusia y más
contra Irán y China) lo que crea una insólita división del
“partido de la guerra”. Algo extraordinario, porque la división
del establishment en un imperio puede dar lugar a los desordenes más
imprevistos. (Recordemos en ese contexto el consejo de un conocido
experto ruso a Donald Trump: “refuerce su escolta”, y también la
profecía de Michel Moore de que Trump no acabará su mandato).
Sea
como sea, esa inestabilidad interna aísla aún más a Estados
Unidos, que ya lanza claras señales de impotencia, por ejemplo en
Oriente Medio, donde manifiestamente es incapaz de hacer nada (en
realidad nadie es capaz de hacer nada por si solo allá)
para arreglar el dramático desbarajuste que tanto contribuyó a
crear (lo hemos visto en Siria, donde los rusos lo han aprovechado
muy bien y, de momento, han ganado).
Aislamiento
hacia América Latina, que ya venía de lejos con Alba y Mercosur, y
que ahora puede incrementarse con las tensiones con México, y aún
más si se cuestiona el acuerdo de Obama con Cuba. También por causa
de Israel, por su apoyo al extremismo de su administración colonial
y supremacista. Pero sobre todo aislamiento con todos por
cuestionamiento del acuerdo global sobre cambio climático, con lo
que Estados Unidos cede a China el liderazgo en ese asunto, como se
vio en noviembre en la cumbre de Marrakesh.
Todo
eso va a debilitar mucho a Estados Unidos, lo que podría no estar
mal, teniendo en cuenta que estamos hablando de la principal amenaza
a la paz mundial (13 guerras al precio de 14 billones de dólares en
los últimos 30 años. Cifra oída en Davos), pero va a empeorar el
ambiente general. El etnonacionalismo es contagioso (el América
First es contagioso: UE first, China first, Rusia
first, etc) y su modus operandi será seguramente más militar que
diplomático (Trump ya ha aprobado un nuevo récord en gastos de
guerra).
Unión
Europea: intento de cohesión vía la tensión con Rusia
En
la UE, Alemania es el centro del problema, porque la UE que ahora se
rompe (la de Maastricht para acá) fue su diseño y es su seudónimo:
los políticos alemanes hablan de una “Europa fuerte” y una
“Alemania fuerte” indistintamente. Y es lógico porque la actual
generación, que ya no ha conocido la guerra, vuelve a pensar en una
Europa alemana es decir en algo que no suele acabar bien…
Ante
su crisis de desintegración (no me extiendo en ella: todo está
en Adios,
Unión Europea), la UE está poniendo en primer plano la defensa.
Como han hecho los liberales en Estados Unidos al presentar a Rusia
como la explicación de su derrota electoral, la UE busca una
cohesión en la defensa y ahí Rusia es el único pretexto
disponible. Aquí hay que decir que la no documentada injerencia
rusa en las elecciones de Estados Unidos, es una broma si
se mira desde Moscú, o desde las crónicas subvenciones y
lobysmos de Arabia Saudí o Israel en la política americana, o si se
recuerda la injerencia de Estados Unidos en las elecciones de tantos
países, o lo que Snowden ha documentado en materia de
masivo espionaje al demostrar la existencia de Big Brother.
Pero
volviendo a la defensa europea, el problema es que la pelea del
“partido de la guerra” en Washington cuestiona ese recurso. La
orfandad de los atlantistas europeos es manifiesta a partir del
momento en que Trump desdramatiza a Rusia (Trump es lo que los
alemanes llaman un “Putinversteher”) y cuestiona la propia OTAN.
Que el primer accionista y propietario de la OTAN la cuestione es
algo que produce cortocircuitos, por más que quizá sea solo un
medio para que los europeos paguen más. Además, está el despecho
por el elogio de Trump al Brexit y por el feo al euroalemán.
Todo eso abre una brecha y crea unas ansiedades extraordinarias, y
obliga a Alemania a pensar un plan B en materia de defensa.
Hace
unos días el Frankfurter Allgemeine Zeitung titulaba: “El
Bundeswehr se encamina a ser el ejército principal de la OTAN. Dos
brigadas checas y rumanas y dos tercios del ejército holandés ya
están subordinados e integrados en el mando militar alemán. Hacia
Polonia se avanza en el mismo mecanismo de estructuras militares
comunes. En 2017 el presupuesto de defensa alemán aumentará un 8%
(si llegara al 2% del PIB, como pide la OTAN a todos sus miembros, ya
sería superior al ruso). En el debate político la principal revista
del establishment alemán en política exterior (Internationale
Politik) y en algunos medios de comunicación (como el semanario Die
Zeit) se escuchan voces obscenas que defienden la necesidad de tener
armas nucleares.
Y
el fondo de todo esto es la histeria de la “amenaza rusa”.
Histeria porque la población de los miembros europeos de la OTAN
supera en 4 veces a la de Rusia, la suma de sus PIB supera al ruso en
9 veces, su gasto militar en 3 veces, e incluyendo al conjunto de la
OTAN en 12 veces.
Todo
esto se está forzando con una campaña mediática inusitada que
intenta recrear la tradicional imagen de enemigo hacia Rusia de la
Alemania reaccionaria. La población alemana (la más antimilitarista
de Europa, por razones obvias), no acepta esa insistente oferta: en
todos los sondeos, la mayoría contra las sanciones a Rusia, y contra
la imagen de enemigo en general es sólida. La responsabilidad de
Merkel en el dinamitado de aquello que rehabilitó a la Alemania de
la posguerra y que fue su mejor contribución, la Ostpolitik de Willy
Brandt y Egon Bahr, es extraordinaria.
Los
políticos alemanes lo han conmemorado todo con su presencia; el
desembarco de Normandía, las matanzas de Oradour-sur-Glane en
Francia y Lidice en Chequía, los actos de la Westerplate de Gdansk
en Polonia, en el centro de Berlín hay un gran memorial sobre la
Shoa. Merkel estuvo hasta en el centenario de la batalla de Verdun.
Lo único que (el ex presidente) Gauck y Merkel no han conmemorado ha
sido, en junio, el 75 aniversario de la operación Barbarroja: más
de 20 millones de muertos en la URSS. La presencia de tropas y
tanques alemanes en Lituania (serán 1200 soldados en primavera), en
Rukla, a 100 km. de la frontera rusa, uno de los peores escenarios
del judeicidio, es una vergüenza alemana. Y además de una vergüenza
es una estupidez: en Europa solo habrá seguridad con Rusia. No la
habrá sin Rusia, y, desde luego, de ninguna manera contra Rusia (son
palabras de Matthias Platzeck, un político socialdemócrata alemán
en su reciente discurso en la Frauenkirche de Dresde un memorial
civil del pacifismo alemán).
Sobre
seguridad europea he escrito mucho en mi blog, así que no voy a
entrar en el hecho de que Euroatlántida ha estado 20 años
metiéndole el dedo en el ojo al oso ruso, al burlar los acuerdos
alcanzados en el contexto de la reuniuficación alemana y el fin de
la guerra fría, extender la OTAN 1000 kilómetros más hacia al este
y al desplegar un escudo antimisiles contra inexistentes armas de
Irán en las mismas barbas de los rusos. Mi punto de vista es que las
bellaquerías de Rusia en Ucrania y demás, han sido de naturaleza
reactiva y defensiva, como lo demuestra su propia geografía: las
tensiones con Rusia no son en el Caribe o en el Mediterráneo, son en
su inmediata vecindad. Pero hablemos de Rusia.
Rusia:
fragilidad, machismo y tentaciones peligrosas
En
Rusia hay que distinguir la proyección exterior, que en términos
generales contribuye a la multipolaridad y modera el hegemonismo, y
la realidad interior de su gobierno.
Recordemos
que la dicotomía multilateralismo/ hegemonismo es a las relaciones
internacionales algo parecido a lo que pluralismo y dictadura supone
para un Estado.
Los
periodistas y el público mal informado por ellos, suelen dividir los
países en “democracias” y “dictaduras”, olvidando ese
aspecto esencial, es decir; que hay estados que son plurales en su
interior y hegemonistas y guerreros en su exterior, léase
dictatoriales, y otros que sin ser democráticos practican una
política exterior multilateralista y mucho más opuesta al
hegemonismo y al belicismo y que, por tanto, contribuyen a cierto
pluralismo internacional.
Lo
primero que hay que comprender es la crítica fragilidad interna del
régimen ruso.
En
una sociedad moderna y educada del siglo XXI de la periferia de
Europa, una autocracia personalista que no permite la rotación
electoral y que gobierna una economía oligárquica muy injusta e
ineficaz, es, por definición, débil.Que compense esa debilidad
restringiendo cualquier desafío político a su monopolio, no hace
más que profundizar su disfunción estructural.
El
machismo exterior puede ser un recurso temporal para conjurar la
fragilidad del sistema, pero es un recurso temerario. En 1905 la
dinastía Romanov se tambaleó tras perder una guerra contra Japón.
El ciclo de la revolución rusa comenzó entonces. Estoy convencido
de que el actual sistema autocrático ruso acabará saltando.
El
cambio de régimen propiciado por Occidente en Ucrania (a medias con
una revuelta popular genuina) fue, a efectos geopolíticos, el último
dedazo del expansionismo de la OTAN en el ojo del oso.Si el Kremlin
no hubiera reaccionado (en Crimea y Donbas), el nacionalismo ruso,
que es la ideología sobre la que gobierna Putin, se le habría
desmoronado encima. Es muy fácil entenderlo: tras las retiradas
geopolíticas de Gorbachov (Europa del Este) y de Yeltsin (las
repúblicas de la URSS), tener a la OTAN en Sebastopol habría sido
una humillación decisiva. Lo siguiente habría sido una revolución
de color contra Putin, un maidán moscovita (que también
habría sido mezcla de operación de cambio de régimen y de genuina
protesta popular, como fue lo de Ucrania). Así que, insisto: Las
bellaquerías de Rusia en Ucrania y demás, han sido de naturaleza
defensiva, tanto por geografía como por la lógica que se desprende
de la supervivencia de su régimen.
Lo
de Siria ha ido algo más allá de ese machismo de estricta
supervivencia. Es un paso más. Tiene que ver con el intento de
Moscú, admirablemente ejecutado, de recuperar un papel en el mundo.
Siria era un aliado, había un proyecto qatarí alternativo al ruso
para llevar gas a Europa que exigía un cambio de régimen en
Damasco, y había hartazgo por los desastrosos anteriores cambios de
régimen y guerras en la región desencadenadas por occidente en Iraq
y Libia a base de mentiras y abuso de decisiones de la ONU. La
intervención en Siria ha salido bien gracias a cierto paralizante
estupor de la administración Obama ante los efectos de sus
anteriores intervencionismos militares. Rusia tuvo suerte, pero, dada
la diferencia de fuerzas, el riesgo de una confrontación directa con
Occidente convirtió esa intervención en un ejercicio temerario.
Moscú jugó sus cartas con maestría y de momento ha ganado allá.
Otro
aspecto actual de Rusia con el trumpetazo tiene que ver con el hecho
de que veinte años de agravios occidentales propiciaron un
acercamiento entre Rusia y China, ambas sometidas a presiones
estratégicas parecidas. Pero el sueño del Kremlin era una
administración americana con la que entenderse de igual a igual, y
el de los dirigentes chinos algo parecido, llegar a un entendimiento
global. El acercamiento ruso-chino ha tenido, ciertamente, mucho de
reactivo, pero ha echado raíces.
Ahora
la mano tendida de Trump (una mano que apunta contra China e Irán)
despierta recelos entre los socios no occidentales de Rusia: China,
Irán, India y otros.
Esos
países siempre sospecharon que la vocación de Moscú era
occidentalista y que el euroasiatismo no era más que una forma de
presión a Occidente. En 2010/2011 Moscú apoyó de facto las
sanciones contra Irán al negarse a suministrar baterias S-300 e Irán
se quejó por ser tratada como mera moneda de cambio en aquel juego
ruso-americano. En 2014, tras lo de Ucrania y Siria, eso ha cambiado,
pero la mano tendida del trumpetazo despierta ese fantasma. (Fedor
Lukianov, Опасность
«большой сделки»). En ese contexto me parece que
cualquier intento de acuerdo con Estados Unidos enturbiará las
relaciones de Moscú con el conjunto de sus socios no occidentales:
Una
sintonía con Trump aumentará la rusofobia de la amplia oposición a
Trump, tanto en Estados Unidos como en la Unión Europea. Inquietará
a China (que podría temer ser víctima de la jugada de
Kissinger/Nixon contra la URSS a la que ella misma se prestó en
1972). El etnonacionalismo de Trump puede inspirar el de naciones
importantes del entorno ruso contra Rusia: Bielorrusia, Ucrania,
Georgia, Kazajstán. Y finalmente, el antiislamismo de Trump es muy
peligroso para la estabilidad interna de Rusia, cuya población es en
un 15% musulmana. Por todo eso Moscú se lo debe pensar dos veces
antes de embarcarse en acuerdos con un presidente que se lleva mal
con todos, que deteriorará todas sus relaciones, y que además no
está nada claro que concluya su mandato.
Para
concluir, hablemos ahora de China:
China
se pone un cinturón de seguridad con múltiples anclajes
Tanto
en Estados Unidos como en Rusia, estamos ante países, que con toda
su diferente potencia, tienen en común el hecho, siempre doloroso,
de ir a menos. Estados Unidos se despide del hegemonismo (tras
70 años de ejercicio, está manifiestamente mal preparado para
ello), y Rusia intenta recuperar algo de su papel de segundo pilar
del mundo de la guerra fría (de ahí su obsesión de que Estados
Unidos la tenga en cuenta). Lo de China es diferente. China va a
más. Pero su tránsito es un regreso. China ya fue, por muchos
siglos y hasta 1800, centro del mundo. (Zhong Guo, país del centro).
Primera potencia, podríamos decir.
Entre
el primer ascenso adolescente hacia la potencia, y el regreso senil a
una grandeza milenaria, hay una diferencia muy importante. Hay una
diferencia cultural, desde luego, pero dentro de ella también una
diferencia biográfica, de experiencia y madurez que incluye el
recuerdo de haber sido víctima reciente del
colonialismo-hegemonismo.
En
un contexto de crisis de civilización (civilización industrial, que
es “made in West”), una preponderancia sinocéntrica (un poco de
taoísmo y confucianismo) en el mundo multipolar, puede no estar mal.
Dicho
esto, constatamos lo qué está haciendo China en esta fase tan
turbulenta: ponerse el cinturón de seguridad. Pero un cinturón de
seguridad chino. Sutil y diverso.
Como
todos los secretarios generales del PC, Xi Jinping era un “primus
inter pares” cuando llegó al poder en 2012. A finales de 2016 los
dirigentes chinos decidieron aumentar su poder, su capacidad arbitral
y ejecutiva, con el objetivo de mejorar la gobernabilidad y frenar la
degeneración burocrática en época de sobresaltos. Xi fue declarado
“núcleo de la dirección” del PC (领导核心),
es decir un ascenso que le sitúa más en el estatuto de Deng
Xiaoping que en el de sus sucesores. Este no es un reflejo
particularmente sutil, es puro músculo autoritario-administrativo.
En
Marrakesh China fue entronada en noviembre como garante del acuerdo
climático, por absentismo de Estados Unidos. En Davos Xi Jinping
lanzó el mensaje a favor de la interdependencia del capitalismo, que
solía ser el de Estados Unidos. En política exterior el principal
mensaje de Pekín es una integración blanda. Esa política tiene
varios vectores. Uno de cooperación y seguridad que no tiene nada
que ver con bloques (La Organización de Cooperación de Shanghai -al
principio, en 1996 con los ex soviéticos. Este año se espera a
India y Paquistán. Sumen poblaciones y territorio), y otro comercial
llamado “Nuevas rutas de la seda”, con ferrocarriles de alta
velocidad hacia el sur de Asia (Singapur, Malasia, Tailandia), hacia
Persia y hacia Europa, a través de Rusia.
Si
los chinos logran captar a Alemania en esta red -lo que presupone una
seguridad europea integrada que incluya a Rusia- me parece que se
despejarían muchos problemas.
Al
mismo tiempo en Asia Oriental, China fomenta una gran zona de libre
comercio, potencia el Banco Asiático de Inversión y deja bien claro
que no permitirá cinturones de hierro a su alrededor. Cuatro
palabras sobre ese cinturón de hierro militar americano con la
colaboración de Japón, Corea del Sur, su tensión en el Mar de
China Meridional, y su escudo antimisiles análogo al que hay en
Europa.
Tal
cinturón es el principal vector de la política de Estados Unidos en
la región. Pivot to Asia, el giro hacia Asia, se llama, y
consiste en situar allá el 80% de la capacidad aeronaval de su
armada. Eso es todo. Comparen cinturones de seguridad.
Cuando
se habla del expansionismo militar chino en las disputadas islas de
ese mar, hay que empezar diciendo que Pekín no está haciendo nada
que no hayan hecho antes los otros. De las doce islas Spartly
(también hay islotes y arrecifes coralíferos) Filipinas y Vietnam
controlan cinco islas cada uno. Taiwan y Malasia, una cada uno. Todos
han construido allá aeropuertos y mantienen presencia militar. China
llegó tarde y cuando se parapeta allí en arrecifes coralíferos,
con el vigor y potencia que es la suya, se arma escándalo.
Lo
mismo vale para el creciente poder naval chino allí: China solo
tiene un portaaviones, el Liaoning (hay un segundo en construcción)
capaz de llevar 20 cazas con poco armamento y combustible (la nave no
tiene catapultas de despegue, así que no pueden ir muy cargados al
despegar, lo que limita su radio de acción). Para hacerse una idea
un portaaviones americano puede llevar entre 40 y 50 aparatos. Y
Estados Unidos tiene en la zona 10 portaaviones (pronto serán 11).
Una vez más, aquí lo definitivo es que no estamos hablando del
Caribe o del Mediterráneo, sino del Mar de China meridional.
Dicho
esto, el declarado proteccionismo de Trump hacia China es una amenaza
para la mayor relación económica bilateral del mundo que es la
chino-americana. Su ruptura tendría consecuencias devastadoras para
China. Pero también para Estados Unidos:
China
podría responder con sanciones a empresas americanas en China (solo
Boeing tiene 150.000 empleos dependientes de esa relación con
China). Disminuiría el entusiasmo chino por comprar deuda pública
americana (Tienen 800.000 millones en bonos del tesoro). Dejarían de
afluir a Estados Unidos esos productos baratos de importación china
(fabricados en un 50% por empresas americanas establecidas en China)
que consumen los sectores medios/bajos que tanto han votado a Trump.
Resumiendo:
todo este desorden, estas turbulencias son malas para todos, pero
para algunos son peores que para otros. Aunque China esté repleta de
fragilidades como la apabullante factura medioambiental de su
desarrollismo, o las contradicciones y tensiones sociales de su
sistema autoritario en un contexto de gran desigualdad, entre otras,
hay un aspecto del actual desorden que le favorece: La existencia de
2 occidentes (Estados Unidos por un lado, la Unión Europea por el
otro) y además ambos divididos en su interior. Desde el punto de
vista de las correlaciones de fuerzas globales eso es algo que no le
viene mal a China. ¿Es esa fractura interna coyuntural? ¿Será
significativa a largo plazo?
Sea
como sea, después de todo quizá sea el ascenso de China uno de los
pocos factores de estabilidad que quedan para el mundo desordenado.
Dicho con la máxima cautela, puede que ahí resida una de las pocas
esperanzas para una acción políticamente unificadora del mundo de
mañana (mundo que hoy ya está unificado por sus retos
existenciales), realizada desde la prudencia y la moderación en los
ánimos de dominio.
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