08 de diciembre de 2016
Compilador: German Saltrón Negretti
En
el año 2016 se conmemoró el 22 aniversario de la complicidad de
Francia en el Genocidio de Ruanda el 7 de abril de 1994, un día
después del atentado al presidente, la emisora Radio Mil Colinas
difundía el llamamiento a un exterminio cuidadosamente preparado
contra la etnia tutsis y que iniciaba una oleada de violencia
convirtiéndose en el mayor genocidio de la historia contemporánea.
800.000 tutsis fueron asesinados a palos y machetazos, mujeres
violadas y enterrados en fosas comunes. 2 millones de desplazados y
100.000 niños huérfanos y la estructura económica de un país
totalmente en ruina. La ONU retiraba a sus cascos azules y la
comunidad internacional no solo ignoraba el problema sino que
permanecía indiferente.
En
1996, comenzó la invasión por parte de Ruanda y Uganda de la
República Democrática del Congo, increíblemente rica en recursos
petroleros y minerales como todo el continente africano, que fue
posible con el armamento, logística e inteligencia estadounidense.
Expulsaron al presidente congoleño Mobutu Sese Seko en 1997 y lo
reemplazaron por Laurent Kabila. Cuando Laurent Kabila se volvió más
independiente y expulsó a los soldados de Ruanda y Uganda, estos
países invadieron el Congo de nuevo y reemplazaron al presidente por
su hijo adoptivo Joseph Kabila, que era más sumiso a sus intereses.
Actualmente,
tras la muerte de millones de personas durante la Primera y la
Segunda Guerra del Congo, Ruanda y Uganda siguen cometiendo
atrocidades y expoliando los recursos en el este del país. Se
masacra aproximadamente 60 personas cada mes en el territorio de
Beni, pero el mundo no tiene muchas más probabilidades de enterarse
de esto que del genocidio de los acholi.
La
mayoría de los habitantes de Occidente tienen muchas más
probabilidades de haber notado que la prensa occidental (así como
Human Rights Watch y Amnistía Internacional) anuncia a los cuatro
vientos que se va a producir otro genocidio tutsi en Burundi, aunque
la violencia en este país esté lejos de ser tan horrible como la de
Beni y muchos de los asesinados hayan sido altos cargos del gobierno
hutu.
Estados
Unidos y sus aliados quieren derrocar el gobierno de Burundi, así
que siguen haciendo sonar las alarmas que anuncian que el país
planea un genocidio, que nos instan a detener otro genocidio o “la
próxima Ruanda”. No hacen sonar las mismas alarmas por Beni porque
la eliminación de su población facilitaría su plan establecido
desde hace mucho tiempo, para dividir la República Democrática del
Congo, tal y como dividieron Yugoslavia y Sudán del Sur.
Estados
Unidos ha usado las tropas ugandesas al servicio de su propio plan no
solo en naciones fronterizas con Uganda, sino también en Somalia y
cualquier otro país del continente africano, bajo la coordinación
de AFRICOM, el Mando África de Estados Unidos. Han llegado a usar
las tropas ugandesas en sus propios ataques en Iraq y Afganistán.
Cuando
alguien, incluidos Human Rights Watch o Amnistía Internacional, dice
que tenemos que invadir otra nación soberana para detener un
genocidio y atrocidades en masa, se le debería recordar el terrible
genocidio de los acholi que Estados Unidos hizo posible o las
masacres que se están produciendo en el territorio de Beni de la
República Democrática del Congo en la actualidad. Estos son solo
dos ejemplos de las atrocidades en masa que Estados Unidos ha
cometido o facilitado porque estas o su autores, como Museveni, están
al servicio de los intereses estadounidenses.
Como
ha dicho el candidato por el Partido Verde a la vicepresidencia de
Estados Unidos Ajamu Baraka, “¿Cuándo fue la última vez que
Estados Unidos estuvo del lado de la gente, en realidad? La respuesta
es: ‘Nunca’”. Actualmente, se está proyectando A Brilliant
Genocide en festivales internacionales de cine de todo el mundo. Está
en los canales de la cadena Russia Today (RT) de todo el mundo y en
la web de RT. Ann Garrison periodista independiente estadounidense.
Fuente: Pambazuka News, “Uganda: A Brilliant Genocide”, publicado
el 22 de septiembre de 2016. Traducido por Lucía Vázquez Sevilla y
Cristina Velasco González (Universidad de Salamanca).
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