19 de enero de 2017
Crédito: alai
Agencia Latinoamericana de Información
Alexander Marin
Agencia Latinoamericana de Información
Alexander Marin
Los
resultados de las elecciones estadounidenses de 2016 dejaron
horrorizada a mucha gente en muchos lugares del mundo, pero
probablemente en ninguna otra parte más que en América Latina. A lo
largo de toda su campaña, el vencedor de las elecciones vilipendió
a los inmigrantes latinoamericanos y prometió construir un muro en
la frontera sur de los Estados Unidos (supuestamente pagado por
México) para mantener afuera a los "violadores y traficantes de
drogas". Durante su campaña en Florida hizo referencia a luchar
contra la "opresión" en Venezuela y a revertir los
intentos de apertura diplomática con Cuba, una medida del presidente
Obama aplaudida unánimemente por los gobiernos latinoamericanos.
Sin
embargo, no todos en América Latina se muestran tan pesimistas con
la victoria de Donald Trump. Al preguntársele cuál candidato a la
presidencia de Estados Unidos sería mejor para la región, el
presidente de Ecuador Rafael Correa respondió
sin vacilar:
Trump... porque es tan primario que va a generar una reacción en Latinoamérica que va a generar más apoyo para los gobiernos progresistas. ...Tenemos un gobierno de Estados Unidos que practicamente hace lo mismo, que casi no ha cambiado nada, pero un presidente simpático, que es buena persona, Obama.
Pese
a los esfuerzos recientes de normalización de las relaciones entre
Estados Unidos y Cuba (limitados, dado el embargo económico que
persiste contra la isla), hay por cierto escasos indicios de que la
agenda del gobierno estadounidense en América Latina haya avanzado
mucho desde la era de George W. Bush. La pregunta es si el presidente
estadounidense entrante, errático e imprevisible, efectivamente
ejercerá una política continuista de cara a América Latina, y qué
significará su presidencia para una región actualmente sacudida por
trastornos económicos y políticos, donde algunos observadores
hablan del fin de un "ciclo progresista" de gobiernos de
izquierda.
*****
El
manual de tácticas políticas de América Latina que Trump heredará
pronto de Obama se basa en un conjunto de amplios objetivos
estratégicos para la región que el Departamento de Estado a menudo
denomina "prosperidad", "seguridad" y "democracia
y gobernanza".
La
agenda de "prosperidad" de Estados Unidos implica, en
primer lugar, la promoción de los llamados tratados de libre
comercio (TLC) entre Estados Unidos y sus socios regionales. Obama
retomó el trabajo comenzado por George W. Bush, presionando con
éxito a favor de la aprobación en el Congreso de los TLC con Panamá
y Colombia negociados por su predecesor, a pesar de los continuos
asesinatos de activistas laborales de Colombia y la fuerte oposición
de la mayoría de los demócratas.
Un
segundo objetivo clave de "prosperidad" es la promoción de
las reformas neoliberales -medidas de austeridad, desreglamentación,
reducción de aranceles, liberalización del mercado, etc. En los
últimos 15 años, esta meta se vio obstaculizada por el hecho de que
muchos países se han liberado del Fondo Monetario Internacional y de
las políticas del Fondo impulsadas por Washington
(que contribuyeron a
las "décadas perdidas" de 1980 y 1990 y redujeron o
detuvieron el progreso de los indicadores sociales). Sin embargo, el
gobierno de Obama ha potenciado con éxito la asistencia para que los
países más pobres presionen a favor de reformas del mercado que
benefician a los inversionistas transnacionales y generan
inestabilidad económica para la gente común. A fines de 2014, el
Departamento de Estado apoyó la creación del Plan Alianza para la
Prosperidad para los países pobres del Triángulo Norte de América
Central: un programa de desarrollo que favorece las las empresas
transnacionales y que se basa en el Plan Puebla Panamá de la era de
Bush.
La
estrategia de "seguridad" de Washington para la región se
arraiga en gran medida en los programas militarizados contra el
narcotráfico y de contrainsurgencia desarrollados en el marco de
gobiernos anteriores. En el marco de los gobiernos de Clinton y Bush,
se destinaron miles de millones de dólares de asistencia militar al
Plan Colombia en apoyo a las amplias ofensivas militares que tuvieron
como resultado la muerte de miles de civiles y el desplazamiento de
millones de personas, sin ningún impacto significativo en la
producción de cocaína. El Plan Colombia continuó durante el
gobierno de Obama y fue considerado posteriormente como un modelo
para el desarrollo de programas similares en México (lniciativa
Mérida) y América Central (la Iniciativa Regional de Seguridad de
América Central).
En
el marco de estos programas, se desplegaron a escala masiva unidades
policiales militarizadas y del ejército de México y América
Central para acabar con el tráfico de drogas y el crimen organizado
a pesar de que muchas de estas unidades se presumen involucradas en
actividades criminales. A esto le siguió una ola sin precedentes de
violencia letal, que acabó no solo con la vida de supuestos
criminales e incontables transeúntes inocentes, sino también con
cantidades sorprendentes de activistas sociales locales,
especialmente en Honduras, uno de los principales receptores de
asistencia de seguridad de Estados Unidos. La periodista e
investigadora Dawn Paley indicó cómo
la violencia y el desplazamiento de comunidades producto de la
"guerra contra el narcotráfico" apoyada por Estados Unidos
ayudaron a abrir territorios ricos en recursos, previamente
inaccesibles, a las empresas transnacionales.
La
agenda de "democracia y gobernanza" que Obama transferirá
a Trump puede parecer inicialmente apolítica y enfocada en el
"desarrollo institucional" y el fortalecimiento del Estado
de Derecho, entre otras iniciativas aparentemente benignas. Los
cables del Departamento de Estado filtrados por WikiLeaks en 2010 y
2011 ofrecen una perspectiva contrapuesta en lo relativo a esta
agenda. Entre otras cosas, los cables muestran que
los diplomáticos estadounidenses implementaron métodos consolidados
de intervención interna "suave", como por ejemplo el
potenciamiento de los programas de asistencia de Estados Unidos, los
préstamos multilaterales y las subvenciones para la "promoción
de la democracia", con el fin de socavar, cooptar o eliminar a
los movimientos políticos de izquierda, particularmente aquellos que
se presumían cercanos al presidente venezolano Hugo Chávez.
También
han tenido lugar abiertamente otros esfuerzos por parte de Estados
Unidos para hace retroceder a la izquierda latinoamericana.
El
28 de junio de 2009, el presidente hondureño de izquierda Manuel
Zelaya, que había irritado a la elite de su país y al gobierno
estadounidense al profundizar las relaciones con Venezuela e impulsar
una asamblea constituyente, fue secuestrado a punta de pistola por el
ejército y trasladado a Costa Rica. La entonces Secretaria de Estado
Hillary Clinton se
negó a reconocer formalmente que se había producido un golpe de
Estado militar, lo que hubiera suspendido gran parte de la
asistencia estadounidense. También hizo
todo lo posible para evitar que Zelaya regresara a Honduras.
Luego, el gobierno estadounidense anunció que reconocería los
resultados de las elecciones hondureñas del 29 de noviembre sin la
restauración previa de Zelaya, como exigían los gobiernos
latinoamericanos.
Esta
medida unilateral y antidemocrática descarada generó la indignación
de toda la región. Pero Estados Unidos duplicó su apuesta y apoyó
con todo su peso a los gobiernos hondureños de derecha y represores
posteriores. Tanto el Departamento de Estado como el Departamento de
Defensa multiplicaron su asistencia de seguridad a Honduras e
hicieron caso omiso a la corrupción gubernamental generalizada y las
decenas de asesinatos de líderes sociales, tales como la renombrada
activista indígena Berta Cáceres.
Con
la ayuda de vientos económicos nefastos sobre América Latina, la
agenda de Bush-Obama ha avanzado notablemente en los últimos años.
El archienemigo de Estados Unidos, Venezuela, está sumido en una
crisis económica y política prolongada y dejó de ocupar un papel
importante a nivel regional. Luego de la muerte de Chávez en 2013,
Estados Unidos ha apoyado, por una parte, el diálogo y, por otra
parte, las tácticas de desestabilización de los sectores radicales
de la oposición de forma intermitente. Mientras el gobierno
perseguía la apertura con Cuba, endurecía su política respecto a
Venezuela con un nuevo
régimen de sanciones a fines de 2014.
Mientras
tanto, los antiguos pilares de la integración sudamericana,
Argentina y Brasil, están ahora en las manos de gobiernos de
derecha, luego de 12 años de gobiernos de izquierda. El gobierno de
Obama hizo su parte para apoyar estas transiciones, imponiendo una
moratoria dañina sobre los préstamos multilaterales al gobierno de
Cristina Kirchner (que
se levantó rápidamente luego de la derrota del partido de
Kirchner en las elecciones de 2015) y ofreciendo
apoyo diplomático al gobierno provisorio de Brasil mientras
se llevaba a cabo el polémico juicio político (o golpe de Estado
"suave”) contra la presidenta Dilma Rousseff.
El
panorama político de hoy es enormemente diferente al que se encontró
Obama hace ocho años cuando la izquierda controlaba toda la región
y reivindicaba audazmente su independencia. Al dejar el gobierno,
Obama podría señalar esto como una victoria política exterior para
contrarrestar su mediocre historial en el Medio Oriente y Europa
Oriental. Honduras, Paraguay, Argentina, Brasil... uno a uno, los
gobiernos de izquierda cayeron y Estados Unidos recuperó una porción
importante de la influencia que ejercía en el pasado en la región.
La muerte de Fidel Castro, solo dos semanas y media después de la
victoria de Trump, parecía presagiar un resurgimiento de la
hegemonía y el comienzo de una época oscura e incierta para la
izquierda latinoamericana.
*******
"En
el día de hoy, el mundo conmemora la muerte de un brutal dictador
que oprimió a su propio pueblo durante casi seis décadas". La
declaración de Trump sobre la muerte del líder cubano contrastó
profundamente con el tono neutro y en cierto modo respetuoso de Obama
que indicó que "la historia hará registro y juzgará el enorme
impacto de esta singular figura" y ofreció sus condolencias a
la familia de Castro. Las palabras combativas de Trump sugieren que
podría cumplir con las promesas realizadas durante su campaña en
Florida y adoptar políticas más agresivas respecto de Cuba,
Venezuela y otros gobiernos de izquierda.
Predecir
lo que Trump hará en el futuro ha demostrado ser una tarea
prácticamente imposible. Se ha mostrado como un demagogo volátil y
caprichoso con una gran capacidad de explotar las frustraciones y
ansiedades de sectores más que todo blancos de clase media y baja:
"los olvidados". Parece no tener una visión o principio
rector claro excepto por una autopromoción obsesiva, ni parece estar
particularmente interesado en los detalles de las políticas
públicas.
Sin
embargo, los candidatos de Trump al gabinete ofrecen algunas pistas
sobre las posibles orientaciones de su política exterior. Hasta el
momento se destacan dos tendencias: Un fortalecimiento de la
tendencia hacia una mayor militarización de la política exterior de
Estados Unidos y una obsesión con la amenaza percibida de Irán y el
llamado "islamismo radical". Ambas tendencias podrían
tener un impacto radical sobre la política estadounidense respecto
de América Latina.
Aunque
adoptó posiciones contrarias al intervencionismo durante la campaña
y condenó a "los generales" por "no hacer su
trabajo", Trump seleccionó más hombres del ejército para los
principales cargos de seguridad nacional que cualquier otro gobierno
desde la 2da Guerra Mundial. Se rumorea que tanto el general retirado
James "Perro Loco" Mattis, el candidato de Trump para
ocupar el cargo de secretario de Defensa, y el general retirado
Michael Flynn, su elección como consejero de seguridad nacional,
fueron despedidos del gobierno de Obama por sus posiciones agresivas
y extremas sobre Irán y el "islamismo radical". Al
preguntársele sobre cuáles son las peores amenazas que enfrenta
Estados Unidos, Mattis expresó “Irán,
Irán, Irán” e incluso insinuó que Irán está detrás de ISIS a
pesar de la extrema oposición del grupo a la República Islámica y
al chiismo.
El
General Flynn, quien será el consejero principal de Trump en materia
de asuntos exteriores, vinculó las "amenazas" terroristas
iraníes e islámicas con los gobiernos de izquierda en América
Latina. En un artículo editorial de julio de 2016, escribió:
"Estamos en una guerra mundial y nos enfrentamos a una alianza
enemiga que va desde Pionyang, Corea del Norte a La Habana, Cuba y
Caracas, Venezuela.”
El
general retirado John Kelly, candidato de Trump como jefe del
Departamento de Seguridad Nacional y ex director del teatro de
operaciones militares del hemisferio occidental advirtió a
los miembros del Congreso sobre Irán y grupos islámicos radicales
que promueven células terroristas y sobre "la superposición
operativa y financiera entre las redes delictivas y terroristas de la
región". Esta visión es compartida por otros de los candidatos
a ocupar cargos importantes de política exterior como Yleen
Poblete, ex asesora de la congresista cubano-estadounidense
Ileana Ros-Lehtinen y promotora de la Ley de 2012 para contrarrestar
a Irán en el hemisferio occidental.
Aunque
estas ideas obtuvieron poco apoyo mientras Obama estaba en el poder,
podrían ser parte importante de la política sobre América Latina
en un gobierno de Trump, que remplazaría al Bolivarianismo
venezolano como la principal pesadilla de la región. Los esfuerzos
para socavar y eliminar a los gobiernos de izquierda podrían
justificarse adicionalmente por sus vínculos con Irán. Los
programas de seguridad podrían recibir un apoyo adicional para
luchar contra una supuesta infiltración terrorista de redes de
crimen organizado.
Incluso
aunque estas supuestas amenazas no se conviertan en una prioridad de
la estrategia del próximo gobierno respecto de América Latina, las
tendencias políticas de "seguridad" y "democracia"
de Bush y Obama probablemente se intensifiquen. La expansión del
modelo del Plan Colombia probablemente continúe y posiblemente
incorpore nuevas regiones, tal como la zona de la triple frontera de
América del Sur, descrita hace tiempo por las agencias de
inteligencia de Estados Unidos como un terreno
maduro para el terrorismo. Si el candidato a secretario de
Estado, Rex Tillerson, se opone a esta militarización desenfrenada
de la política de seguridad regional, se encontrará con la rigurosa
resistencia de dos fuentes: la burocracia del Departamento de Estado,
que en sí mismo se ha vuelto cada vez más militarizado
(particularmente su Agencia de Asuntos Internacionales sobre
Narcóticos y Aplicación de la Ley, que cuenta con grandes recursos)
y el complejo militar industrial, que estará representado en los más
altos niveles del próximo gobierno.
Además,
se puede esperar que el gobierno de Trump construya sobre la base de
la "victoria" de Obama con América Latina y persiga de
forma agresiva la hegemonía política de Estados Unidos en la
región. Apoyar los esfuerzos para desestabilizar y aislar aún más
a Venezuela probablemente esté primero en la lista de prioridades,
así como también debilitar otros gobiernos de izquierda a través
de los métodos descritos en los cables filtrados y otros métodos
más clandestinos, de los cuales el general Flynn, con vasta
experiencia en el mundo de las operaciones encubiertas, es un
experto. No queda claro aún si Trump revertirá los intentos de
apertura de Obama con Cuba (que tendría el rechazo de sectores de la
comunidad empresarial de Estados Unidos, que sin duda son escuchados
por Trump), pero probablemente despliegue más recursos de la caja de
herramientas de "promoción de la democracia" con el fin de
debilitar al gobierno de Cuba.
Sin
embargo, existen grandes obstáculos que podrían hacer descarrilar
esta agenda. Sin duda, como señaló Correa, el estilo "primario"
y ofensivo del futuro presidente y su equipo generarán una nueva
animadversión hacia el gobierno de Estados Unidos y le otorgará a
la población latinoamericana una motivación renovada para seguir un
camino independiente.
Otros
factores podrían desempeñar un papel incluso mayor en el
distanciamiento de Estados Unidos de la región. Si Trump cumple con
su promesa de renegociar los acuerdos comerciales e imponer aranceles
sobre varios productos que compiten con la industria nacional, hará
más que los presidentes Chávez, Lula y Kirchner lograron hacer para
socavar la agenda comercial promovida por Bush y Obama en América
Latina. Por supuesto, si Trump seguirá este plan o no es una
pregunta incierta (como tantas otras de sus promesas electorales). Si
bien su candidato a secretario de Comercio, Wilbur Ross, ha defendido
algunas posiciones proteccionistas, Trump enfrentará la oposición
acérrima de la mayor parte de la elite empresarial estadounidense,
como por ejemplo varios integrantes de su propio gabinete y otros
republicanos poderosos en el Congreso, ante las mayores restricciones
al comercio (excepto aquellas que fortalezcan las patentes y derechos
de autor).
Posiblemente,
el mayor factor que frustraría los esfuerzos de Estados Unidos para
reafirmar su hegemonía regional es China. El aumento extraordinario
de las inversiones, comercio y préstamos chinos en la región ya
contribuyó en gran medida en limitar el potenciamiento económico y
financiero de Estados Unidos en muchos países latinoamericanos. El
comercio entre China y América Latina creció de
alrededor de 13 mil millones de dólares en el año 2000 a 262 mil
millones en 2013, convirtiendo a China en el segundo mayor mercado
exportador de la región. Las inversiones chinas, si bien no siempre
son positivas desde un punto de vista ambiental o social, vienen en
gran medida sin condiciones políticas nacionales, contrario a muchos
de los préstamos y proyectos de inversión apoyados por Estados
Unidos. En suma, la expansión económica de China en la región ha
significado un impulso para los gobiernos de izquierda de América
Latina, proporcionándoles un espacio para aprobar políticas audaces
y progresistas que han ayudado a sacar a decenas de millones de
personas de la pobreza. De 2002 a 2014, la
pobreza en América Latina cayó del 44 al 28 por ciento,
luego de haber aumentado por un período de 22 años.
Con
la reciente ralentización económica de China, la demanda china de
mercancías latinoamericanas se ha reducido, lo que ha tenido un
impacto negativo en varias economías latinoamericanas. Pero China
parece estar extendiendo su influencia económica y política de
forma más asertiva en la región. El colapso del Acuerdo de
Asociación Transpacífico de Obama, que incluía a varias grandes
economías latinoamericanas, ha creado un nuevo espacio para el
comercio y la inversión china en la región, tal como dejó
en claro el presidente chino Xi Jinping durante un viaje
realizado a fines de noviembre a Chile, Ecuador y Perú.
Además,
China sabe que pronto tendrá que lidiar con un gobierno
estadunidense impredecible y posiblemente más hostil, que ya ha
señalado su intención de contrarrestar la influencia de China en
Asia oriental. Como muestra el reciente llamado de Xi a favor de una
"nueva era de las relaciones con América Latina", el
gobierno chino parece reconocer que tiene un interés geoestratégico
en expandir adicionalmente las relaciones comerciales y diplomáticas
en el "patio trasero" proverbial de Estados Unidos.
Por
lo tanto, si bien el gobierno de Trump podría intentar reforzar el
control de Estados Unidos en la región, la población
latinoamericana debería de todas maneras ser capaz de contrarrestar
la hegemonía estadounidense y lograr su propia versión local de una
agenda de prosperidad, democracia y seguridad.
- Alexander
Main es un asociado principal de política internacional
del Centro
para la Investigación Económica y Política (Center for
Economic and Policy Research, CEPR) en Washington, D.C.
Una
versión de este artículo fue publicada por Le
Monde diplomatique en español en enero de 2017. Una versión
de este artículo fue publicada en inglés por Jacobin el
13 de enero de 2017.
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