24 de enero de 2017
Crédito: TelesurTv
Divide
y vencerás, así se llama; o la política de identidad en la cual la
raza y el género disimulan la clase y permite el ondeo de la bandera
de lucha de clases. Trump entendió esto.
El
día de la investidura de Donald Trump, miles de escritores en
Estados Unidos van a expresar su indignación. "Para poder sanar
y seguir adelante...", dicen los Escritores en Resistencia
"quisiéramos superar el discurso político, en favor de un
enfoque inspirado sobre el futuro, y cómo nosotros siendo escritores
podemos presentar una fuerza unida para la protección de la
democracia".
Además
"urgimos a los líderes locales y los oradores evitar usar el
nombre de políticos o adoptar cierto 'anti lenguaje' como centro del
evento de Escritores en Resistencia. Es importante asegurar que las
organizaciones sin fines de lucro, que tienen prohibido hacer campaña
política, se sientan seguras en participar y patrocinar estos
eventos". Por tanto la protesta real debe evitarse, pues no está
excenta del pago de impuestos.
Compare
esta babosada con las declaraciones del Congreso de escritores
estadounidenses, sostenido en el Carnegia Hall de Nueva York en 1935,
y luego a los dos años. Esos eran eventos eléctrizantes, donde los
escritores discernían sobre cómo confrontar los terribles eventos
que acontecían en Abyssinia, China y España. Telegramas de Thomas
Mann, C. Day Lewis, Upton Sinclair y Albert Einstein eran leídos en
voz alta, en los que se reflejaba el miedo sobre un gran poder que
estaba fuera de control yq ue ya no se podía discutir de arte y
literatura sin la política, o de hecho, sin una acción política
directa.
"Un
escritor" como lo dijo Martha Gellhorn al segundo congreso "debe
ser un hombre de acción ahora...Un hombre que ha dado un año de su
vida a las huelgas del acero o a los desempleados, o a los problemas
de los prejuicios raciales, que no ha perdido o malgastado su tiempo.
Este es un hombre que sabe a dónde pertenece. Si has de sobrevivir a
estas acciones, lo que tengas que decir después de ello será
verdad, necesariamente real e imperecedero".
Estas
palabras hacen eco sobre la unción y la violencia de la era de Obama
y el silencio que conspiró con sus decepciones.
Que
la amenaza del poder rapaz - tan desenfrenado mucho antes de la
llegada de Trump - ha sido aceptado por los escritores, muchos de
ellos privilegiados y celebrados, y por aquellos quienes cuidan el
portal de la crítica literaria y la cultura, incluida la cultura
popular, esto es controversial. No para ellos la imposibilidad de
escribir y promover literatura despojada de política, a pesar de
quien ocupe la Casa Blanca.
Hoy,
el falso simbolismo lo es todo, la "identidad" es todo. En
2016, Hillary Clinton estigmatizó a millones de electores como una
"cesta de deplorables, racistas, homofóbicos, sexistas,
islamofóbicos..." y un largo etcétera. Este insulto fue
presentado en un mitin del movimiento GLBT como parte de su cínica
campaña para ganarse las minorías, insultando a una mayoría blanca
en gran parte de clase trabajadora. Divide y vencerás, así se
llama; o la política de identidad en la cual la raza y el género
disimulan la clase y permite el ondeo de la bandera de lucha de
clases. Trump entendió esto.
"Cuando
la verdad es remplazada por el silencio", dijo el poeta
soviético disidente Yevtushenko, "el silencio es una mentira".
Este
no es un fenómeno estadounidense. Hace unos años, Terry Eagleton,
entonces profesor de literatura inglesa en la Universidad de
Manchester, entendió que por primera vez en dos siglos, no existía
un poeta británico eminente, un escritor de teatro o un novelista
preparado para cestionar las columnas del estilo de vida occidental.
No
existe una Shelley que hable de los pobres o un Blake para los sueños
utópicos, ningún Byron para condenar la corrupción de la clase
dominante, ni un Thomas Carlyle o un John Rsukin que revele el
desastre moral del capitalismo. No hay un equivalente viviente de un
William Morris, un Oscar Wilde, un HG Wells o de un George Bernard
Shaw. Harold Pinter fue el último en alzar su voz . Entre las voces
insistentes de la actualidad del feminismo de consumo, ninguna hace
eco de Virginia Wolf quien describió "el arte de dominar a
otras personas...de gobernar, de asesinar y de adquirir tierras y
capital".
Hay
algo a la vez mercenario y profúndamente estúpido acerca de los
escritores famosos cuando se aventurar a salir de su mundo y levantan
la bandera de alguna "causa". En la sección del diario The
Guardian de las revisiones del 10 de diciembre había una foto de
Barack Obama mirando al cielo y las palabras "Amazing Grace"
y "Adios al jefe". La adulación continuaba página tras
página. "Era una figura vulnerable de muchas maneras...Pero la
gracia, su gracia lo abarcaba todo: en manera y forma, en argumento e
intelecto, con humor y frescura...es un tributo de lo que ha sido y
de lo que puede ser nuevamente...Parece que sigue luchando y aún es
un campeón a nuestro lado...la gracia...los niveles casi irreales de
su gracia...".
Yo
he fusionado estas frases. Hay otras mucho más glorificantes y
libres de mitigación. Gary Younge, uno de los jefes de The Guardian
y defensor de Obama, siempre se ha cuidado de mitigar, de decir que
su héroe "pudo haber hecho más", ¡ah! pero es que hubo
"soluciones calmadas, medidas y consensuales".
Ninguna
de estas, sin embargo, pudo superar al escritor estadounidense
Ta-Nehisi Coates, quien recibió la copiosa suma de 625 mil dólares
a modo de beca por parte de una fundación de tendencia liberal. En
un ensayo interminable para The Atlantic titulado "Mi presidente
era negro", Coates otorga un nuevo significado a la postración
católica. El capítulo final que lleva por nombre "Cuando te
fuiste, tomaste todo de mí contigo", una frase de una canción
de Marvin Gaye, describe al ver a Obama "saliendo de la
limosina, levantándose sobre el miedo, sonriendo, saludando,
desafiando la desesperanza, desafiando la historia, desafiando la
gravedad". La ascensión, nada menos.
Uno
de los aspectos persistentes de la vida cultural política de Estados
Unidos es ese extremismo cultista que raya en el fascismo. Le fue
dada expresión y se reforzó en los dos mandatos de Barack Obama.
"Creo en el excepcionalismo estadounidense con cada fibra de mi
ser", dijo Obama, quien expandió el pasatiempo militar favorito
de su país: bombardeos y escuadrones de la muerte (de operaciones
especiales) como no otro presidente lo ha hecho desde la Guerra Fría.
De
acuerdo a una encuesta del Consejo de Relaciones Exteriores, en solo
2016 Obama lanzó 26.171 bombas. Esto equivale a 72 bombas diarias.
Bombardeó los pueblos más pobres de la tierra, en Afganistán, en
Libia, Yemen, Somalia, Siria, Irak y Pakistán.
Cada
martes, como lo reportó el New York Times, él personalmente
seleccionaba quienes serían asesinados en su mayoría por misiles
infernales disparados desde drones. Bodas, funerales y pastores
fueron atacados, junto a aquellos que intentaban recoger los restos
de estos "blancos terroristas". Un líder senador
republicano, Lindsay Graham estimó que los drones de Obama
asesinaron a 4.700 personas. "A veces caen inocentes y detesti
eso", declaró, "pero hemos eliminado a varios miembros
importantes de Al Qaeda".
Como
el fascismo de los años 30, las grandes mentiras se despachan con la
precisión de un metrónomo, gracias a los medios omnipresentes cuya
descripción ahora se parece a la del fiscal de Nuremberg: "Antes
de una gran agresión, con algunas excepciones a conveniencia, se
inició una campaña de prensa calculada para debilitar a sus
víctimas y preparar al pueblo alemán psicológicamente...En el
sistema de propaganda...la prensa diaria y la radio eran las armas
más importantes".
Tomemos
la catástrofe de Libia. En 2011 Obama acusó al presidente Muamar
Gadafi de organizar un "genocidio" en contra de su pueblo.
"Sabíamos...que si esperábamos un día más, Bengasi, una
ciudad del tamaño de Charlotte, podría sufrir una masacre que
habría resonado en toda la región y que habría manchado la
conciencia del mundo".
Esta
era la mentira conocida de las milicias islamistas que enfrentaban la
derrota en contra de las fuerzas del gobierno libio. Se convirtió en
la historia de los medios y la OTAN - dirigida por Obama y Hillary
Clinton- lanzó 9.700 "excursiones" en contra de Libia, las
cuales más de un tercio estuvieron dirigidas a blancos civiles. Se
utilizaron ojivas nucleares, las ciudades de Misrata y Sirte fueron
bombardeadas a sus cimientos. La Cruz Roja identificó las fosas
comunes y la UNICEF reportó que "la mayoría (de los niños
asesinados) eran menores de 10 años".
Con
Obama los Estados Unidos han extendido sus operaciones de "fuerzas
especiales" secretas a 138 países, o al 70% de la población
del mundo. El primer presidente afroamericano lanzó lo que equivale
a una invasión de gran escala en África. Un reminiscente de la
repartición de África hecha a finales del siglo XIX, el Comando
Africano Estadounidense (AFRICOM) ha construido una red de
suplicantes entre los regímenes colaborativos africanos que están
dispuestos a los sobornos estadounidenses y su armamento. La doctrina
del Africom del "soldado a soldado" inserta a soldados
estadounidenses en cada nivel de mando desde los generales a los
oficiales, solo faltan los cascos blancos.
Es
como si la orgullosa historia de la liberación de África desde
Patricio Lumumba a Nelson Mandela, estuviese consignada al olvido por
una nueva élite de amos negros cuya "misión histórica" ,
como lo advirtió Frantz Fanon hace medio siglo, es la promoción de
un "capitalismo desenfrenado pero camuflado".
Fue
Obama quien en 2011 anunció lo que se conocería como el "pivote
a Asia" en el cual casi dos tercios de las fuerzas navales
estadounidenses serían transferidas al Pacífico para "confrontar
a China", en palabras del Secretario de Defensa. No había
amenaza de China, la acción era innecesaria. Fue una provocación al
extremo para mantener al Pentágono y a sus locos felices.
En
2014, la administración Obama supervisó y pagó por un golpe
fascista en Ucrania en contra de un gobierno democráticamente
electo, amenazando a Rusia en su frontera occidental por donde Hitler
invadió a la Unión Soviética, con la pérdida de 27 millones de
vidas. Fue Obama quien posicionó misiles en el este de Europa
dirigidos a Rusia, fue el ganador del Premio Nóbel de la Paz quien
aumentó el gasto para ojivas nucleares a un nivel superior que el de
cualquier otra adminstración desde la Guerra Fría - habiendo
prometido, en un emotivo discurso en Praga "ayudar al mundo a
deshacerse de las armas nucleares".
Obama,
el abogado constitucionalista, procesó a más informantes que
cualquier otro presidente en la historia, a pesar de que la
constitución los protege. Declaró a Chelsea Mannin culpable antes
de culminar el juicio que fue una farsa. Se negó a perdonar a
Manning quien ha sufrido durante años un trato inhumano el cual
Naciones Unidas considera tortura. Ha perseguido un caso totalmente
falaz en contra de Julian Assange. Prometió cerrar el campo de
concentración de Guantánamo y no lo hizo.
Siguiendo
el desastre en las relaciones públicas del gobierno de George W.
Bush, Obama, el delicado operador de Chicago via Harvard, se alistó
para recuperar lo que el llama el "liderazgo" alrededor del
mundo. La decisión del Comité del Premio Nóbel fue parte de esto:
uns suerte de empalagoso racismo a la inversa que beatificó al
hombre por no otra razón sino que él era atractivo a las causas de
los liberales y, por supuesto, el poder estadounidense, si no a los
niños que asesina empobrecidos mayormente en países musulmanes.
Este
es el llamado de Obama. No es muy diferente de un silbato para llamar
perros: inaudible para la mayoría, irresistible a los enamoradizos y
tontos, especialmente para los "cerebros liberales remojados en
el formaldehído de la política identitaria", como lo explica
Luciana Bohne. "Cuando Obama entra a una habitación",
saltó George Clooney a decir "quieres seguirlo a alguna parte,
a cualquier parte".
William
I. Robinson, profesor de la Universidad de California y miembro de un
grupo no contaminado de pensadores estratégicos que han mantenido su
independencia durante estos años al no seguir al pie de la letra la
doctrina post 11 de septiembre, escribió hace unos días: "Puede
que el presidente Barack Obama haya hecho más que cualquiera para
asegurar la victoria de Donald Trump. Si bien la elección de Trump
ha disparado una rápida expansión de corrientes fascistas entre la
sociedad civil de Estados Unidos, un resultado fascista para el
sistema político dista de ser evitable...pero la lucha de
resistencia requiere de claridad, el analizar cómo es que llegamos a
este precipicio. Las semillas del fascismo del siglo XXI fueron
plantadas, fertilizadas y regadas por la administración Obama y la
elite libera política en bancarrota.
Robinson
señala que "ya sea en sus variantes del siglo XX o XXI, el
fascismo es sobre todo una respuesta a una profunda crisia
estructural del capitalismo, como aquella de la década del 30 y la
que inició con la crisis financiera de 2008...Hay una línea casi
recta de Obama a Trump... La negación de la élite liberal a
desafiar la ambición desmedida del capital trasnacional y su empeño
en la política identitaria que sirvió para eclipsar el lenguaje de
la clase trabajadora y las clases populares...empujando a los
trabajadores blancos hacia una identidad de nacionalismo blanco,
ayudando a loa neofascistas a organizarlos".
El
germinadero es la República de Weimar creada por Obama, un escenario
de pobreza endémica, policía militarizada y cárceles inhumanas:
las consecuencias del extremismo de mercado, el cual bajo su mandato
alcanzó a transferir 14 billones de dólares de dinero público a
las arcas de las empresas criminales de Wall Street.
Quizá
su mayor "legado" sea la cooptación y desorientación de
cualquier oposición posible.
La
engañosa revolución de Bernie Sanders no aplica. La propaganda es
su victoria. Las mentiras sobre Rusia -en cuyas elecciones los
Estados Unidos han intervenido abiertamente - han sido el hazmereir
de periodistas de fama autoimpuesta. En el país que
constitucionalmente tiene la prensa con mayor libertad en el mundo,
el periodismo libre ahora solo existe en sus excepciones más
honorables.
La
obsesión con Trump es una fachada para muchos de esos que se
autoproclaman "liberales de izquierda", como para reclamar
una decencia política. No son de "izquierda", y tampoco
son especialmente "liberales". Gran parte de la agresión
de Estados Unidos hacia el resto de la humanidad provino de las
administraciones conocidas como liberal demócratas, como la de
Obama. El espectro político de Estados Unidos se extiende desde el
centro mítico a una derecha lunática. La "izquierda" está
representada por renegados sin hogar, a quienes Martha Gellhorn
describió como "una fraternidad extraña y completamente
admirable". La autora excluyó a aquellos que confunden la
política con una fijación con sus ombligos.
Mientras
ellos "sanan" y "avanzan", ¿Será que el
movimiento de Resistencia de los Escritores y otros anti Trumpistas
reflexionan al respecto?
Más
aún: ¿Cuándo será que un movimiento genuino de oposición se
levante?, Rabiosos, elocuente, todos para uno y uno para todos. Hasta
que retorne la política real a la vida de las personas, el enemigo
no será Trump sino nosotros mismos.
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