11 de enero de 2017
Crédito: CubaDebate
Ignacio Ramonet
Ignacio Ramonet
Unos
días después del acuerdo entre Rusia y Turquía que permitió
acabar con la interminable batalla de Alepo, leí en un célebre
semanario francés el siguiente comentario:
“La permanente crisis
de Oriente Medio está lejos de resolverse. Unos piensan que la
solución pasa obligatoriamente por Rusia, mientras que otros creen
que todo depende de Turquía. Aunque lo que queda claro ahora es que,
de nuevo y definitivamente –por lo menos cabe desearlo–, Rusia
tiene en sus manos los argumentos decisivos para poner punto final a
esa crisis”. ¿Qué tiene de particular este comentario? Pues que
se publicó en la revista parisina L’Illustration… el 10 de
septiembre de 1853.
O
sea, hace ciento sesenta y tres años la crisis de Oriente Medio
ya era calificada de “permanente”. Y es probable que lo siga
siendo… Aunque un parámetro importante cambia a partir de
este 20 de enero: llega un nuevo presidente de Estados Unidos a la
Casa Blanca: Donald Trump. ¿Puede esto modificar las cosas en esta
turbulenta región? Sin ninguna duda, porque, desde finales de los
años 1950, Estados Unidos es la potencia exterior que mayor
influencia ejerce en esta área y porque, desde entonces, todos los
presidentes estadounidenses, sin excepción, han intervenido en ella.
Recordemos que el caos actual en esta zona es, en gran parte, la
consecuencia de las intervenciones militares norteamericanas
decididas, a partir de 1990, por los presidentes George H. Bush, Bill
Clinton y George W. Bush, y por el (más reciente) azorado apoyo a
las “primaveras árabes” estimuladas por Barack Obama (y su
secretaria de Estado Hillary Clinton).
Aunque
globalmente la línea que defendió el candidato republicano durante
su campaña electoral fue calificada de “aislacionista”, Donald
Trump ha declarado en repetidas ocasiones que la Organización del
Estado Islámico (OEI o ISIS por sus siglas en inglés) es el
“enemigo principal” de su país y que, por consiguiente, su
primera preocupación será destruirlo militarmente. Para alcanzar
ese objetivo, Trump está dispuesto a establecer una alianza táctica
con Rusia, potencia militarmente presente en la región desde 2015
como aliada principal del Gobierno de Bachar el Asad. Esta decisión
de Donald Trump, si se confirma, representaría un espectacular
cambio de alianzas que desconcierta a los propios aliados
tradicionales de Washington. En particular a Francia, por ejemplo,
cuyo Gobierno socialista –por extrañas razones de amistad y
negocios con Estados teocráticos ultrarreaccionarios como Arabia
Saudí y Qatar– ha hecho del derrocamiento de Bachar el Asad, y por
consiguiente de la hostilidad hacia el presidente ruso Vladímir
Putin, el alfa y el omega de su política exterior (1).
Donald
Trump tiene razón: las dos grandes batallas para derrotar
definitivamente a los yihadistas del ISIS –la de Mosul en Irak y la
de Raqqa en Siria– aún están por ganar. Y van a ser feroces.
Una alianza militar con Rusia es, sin duda, una buena opción. Pero
Moscú tiene aliados importantes en esa guerra. El principal de ellos
es Irán, que participa directamente en el conflicto con hombres y
armamento. E indirectamente pertrechando a las milicias de
voluntarios libaneses chiíes del Hezbolá.
El
problema para Trump es que también repitió, durante su campaña
electoral, que el pacto con Irán y seis potencias mundiales sobre el
programa nuclear iraní, que entró en vigor el 15 de julio de 2015 y
al que se habían opuesto duramente los republicanos en el Congreso,
era “un desastre”, “el peor acuerdo que se ha negociado”.
Y anunció que otra de sus prioridades al llegar a la Casa Banca
sería desmantelar ese pacto que garantiza la puesta bajo control del
programa nuclear iraní durante más de diez años, a la vez que
levanta la mayoría de las sanciones económicas impuestas por la ONU
contra Teherán.
Romper
ese pacto con Irán no será sencillo, pues se firmó con el resto de
los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (China,
Francia, el Reino Unido, Rusia) y Alemania, a los que Washington
tendría que enfrentarse. Pero es que, además, como se ha dicho, el
aporte de Irán en la batalla contra el ISIS, tanto en Irak como en
Siria, resulta fundamental. No es el momento de enemistarse de nuevo
con Teherán. Moscú, que ve con buenos ojos el acercamiento de
Washington, no aceptará que esto se haga a costa de su alianza
estratégica con Teherán.
Uno
de los primeros dilemas del presidente Donald Trump consistirá,
pues, en resolver esa contradicción. No le resultará fácil. Entre
otras cosas porque su propio equipo de halcones, que acaba de
nombrar, parece poco flexible en lo que respecta a las relaciones con
Irán (2).
Por
ejemplo, el general Michael Flynn, su asesor de Seguridad Nacional
(lo que Henry Kissinger fue para Ronald Reagan), está obsesionado
con Irán. Sus detractores le definen como “islamófobo” porque
ha publicado opiniones que muchos consideran abiertamente racistas.
Como cuando escribió en su cuenta de Twitter: “El temor a los
musulmanes es perfectamente racional”. Flynn participó en las
campañas para desmantelar las redes insurgentes en Afganistán y en
Irak. Asegura que la militancia islamista es una “amenaza
existencial a escala global”. Igual que Trump, sostiene que la
Organización del Estado Islámico es la “mayor amenaza” a la que
se enfrenta EE.UU. Cuando fue director de la Agencia de Inteligencia
para la Defensa (AID), de 2012 a 2014, dirigió la investigación
sobre el asalto al consulado estadounidense de Bengasi, en Libia, el
11 de septiembre de 2012, en el que murieron varios “marines” y
el embajador norteamericano Christopher Stevens. En aquella ocasión,
Michael Flynn insistió en que el objetivo de su agencia, como el de
la CIA, era “demostrar el papel de Irán en ese asalto” (3).
Aunque jamás haya habido evidencia de que Teherán tuviera cualquier
participación en ese ataque. Curiosamente, a pesar de su hostilidad
hacia Irán, Michael Flynn está a favor de trabajar de manera más
estrecha con Rusia. Incluso, en 2015, el general viajó a Moscú,
donde fue fotografiado sentado al lado de Vladímir Putin en una cena
de gala para el canal estatal de televisión Russia Today (RT), en el
que ha aparecido regularmente como analista. Posteriormente, Flynn
admitió que se le pagó por hacer ese viaje y defendió al canal
ruso diciendo que no veía “ninguna diferencia entre RT y el canal
estadounidense CNN”.
Otro
antiiraní convencido es Mike Pompeo, el nuevo director de la CIA, un
ex militar graduado de la Academia de West Point y miembro del
ultraconservador Tea Party. Tras su formación militar fue destinado
a un lugar de extrema tensión durante la Guerra Fría: patrulló el
“Telón de Acero” hasta la caída del Muro de Berlín en 1989. En
su carrera como político, Mike Pompeo formó parte del Comité de
Inteligencia del Congreso y se destacó en una investigación que
puso contra las cuerdas a la candidata demócrata Hillary Clinton por
su pretendido papel durante el asalto de Bengasi. Ultraconservador,
Pompeo es hostil al cierre de la base de Guantánamo (Cuba) y ha
criticado a los líderes musulmanes de Estados Unidos. Es un
partidario decidido de dar marcha atrás con respecto al tratado
nuclear firmado con Irán, al que califica de “Estado promotor del
terrorismo”.
Pero
quizás el enemigo más rabioso de Irán, en el entorno de Donald
Trump, es el general James Mattis, apodado “Perro Loco”, que
estará a cargo del Pentágono (4), o sea, ministro de Defensa. Este
general retirado de 66 años demostró su liderazgo militar al mando
de un batallón de asalto durante la primera guerra del Golfo en
1991; luego dirigió una fuerza especial en el sur de Afganistán en
2001; después comandó la Primera División de la Infantería de
Marina que entró en Bagdad para derrocar a Sadam Hussein en 2003; y,
en 2004, lideró la toma de Faluya en Irak, bastión de la
insurgencia suní. Hombre culto y lector de los clásicos griegos, es
también apodado el “Monje Guerrero”, alusión a que jamás se
casó ni tuvo hijos. James Mattis ha repetido infinitas veces que
Irán es la “principal amenaza” para la estabilidad de Oriente
Medio, por encima de organizaciones terroristas como el ISIS o Al
Qaeda: “Considero al ISIS como una excusa para Irán para continuar
causando daño. Irán no es un enemigo del ISIS. Teherán tiene mucho
que ganar con la agitación que crea el ISIS en la región”.
En
materia de geopolítica, como se ve, Donald Trump va a tener que
salir pronto de esa contradicción. En el teatro de operaciones de
Oriente Próximo, Washington no puede estar –a la vez– a favor de
Moscú y contra Teherán. Habrá que clarificar las cosas. Con
la esperanza de que se consiga un acuerdo. De lo contrario, hay que
temer la entrada en escena del nuevo amo del Pentágono, James Mattis
“Perro Loco”, de quien no debemos olvidar su amenaza más famosa,
pronunciada durante la invasión de Irak: “Vengo en son de paz. No
he traído artillería. Pero, con lágrimas en los ojos, les digo
esto: si me fastidian, los mataré a todos”.
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(1)
Aunque, como se sabe, hay elecciones el próximo mes de mayo en
Francia, a las cuales el actual presidente socialista François
Hollande, muy impopular, ha decidido no volverse a presentar. El
candidato conservador con mayores posibilidades de ganar, François
Fillon, ha declarado, por su parte, que reorientará la política
exterior francesa para normalizar de nuevo las relaciones con
Moscú.
(2) Léase Paul Pillar, “Will the Trump Administration
Start a War with Iran?”, The National Interest, 7 de diciembre de
2016.
(3) Léase The New York Times, 3 de diciembre de 2016.
(4)
James Mattis necesitará que el Congreso le conceda una excepción
para esquivar la ley que exige que pasen siete años entre salir del
Ejército y acceder a la jefatura del Pentágono.
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