25 de junio de 2012
Crédito: Tendencias21
El
rechazo a enfrentar el colapso del capitalismo desde un punto de
vista científico conlleva la búsqueda de soluciones que no encaran
el fondo del problema. El poder no renuncia a la globalización, hija
de la modernidad finalizada y cuyo modelo se ha incinerado a lo largo
del siglo XX. El intento de demorar los efectos catastróficos de
este proceso a través de un discurso único, que sólo pretende la
continuidad en el poder, nos lleva a la implantación de un totalismo
como sistema de gobierno. Por Oscar Scopa (*).
Durante
estos últimos 35 años fatídicos, la frase preferida de censura de
políticos, sociólogos, economistas, ha sido "traiga
soluciones, no problemas". Lo que se desprende de esta censura
de festejantes suicidas es el desprecio por cualquier tipo de
planteamiento científico (ya sea éste moderno o
precartesiano).
Sin embargo, si no hubiera habido
seres humanos que plantearan problemas, no habría habido soluciones
y tampoco habría habido ciencia. Tanto la una como las otras se
logran soportando que el problema no coincida en el tiempo y el
espacio con la solución. Es un algo que pide el
objeto.
Como consecuencia, y sabiendo
que la solución puede no hallarse jamás y de allí
desprenderse una condena académica o sistémica, las "soluciones"
que se han dado en realidad no son más que coincidencias forzadas,
con el fin de aprobar anquilosadamente la proyección del poder en
movimiento continuo.
La solución es recrear el
territorio. "Pero eso está prohibido". Sólo en el
territorio se pueden crear superficies que, en el mismo problema que
plantean, manifiestan la solución. El problema –y, por lo tanto,
la solución al colapso– es, pues, superficial. Ése es el riesgo
al que nos enfrentamos, el verdadero riesgo: plantear problemas al
poder desde la ciencia (episteme). Lo demás es la «actitud» que
pide el poder en cir-culación continua para ser plenamente aceptado
en sus filas. Primera condición: no renunciar a la globalización;
es lo que exige el total (1).
El
triunfo de la tesis de la sociedad de consumo
La
estructura que la modernidad otorgó al vínculo entre mercancía,
población, moneda y trabajo solemos llamarla capitalismo (de Estado,
de mercado, mixto).
Como los otros elementos que
compusieron el paradigma moderno (pedagogía, grandes ciudades,
ideología, libertad, crítica, democracias ilustradas, burguesía,
moda, cul-tura, estética…), el capitalismo padece la
desintegración que el paradigma avisó como fatiga y agravio al
final de la Segunda Guerra Mundial: la bomba atómica (devastación
de Newton,
los campos de concentración nacionalsocialistas o desmantelamiento
de Descartes).
En ese momento, triunfa la tesis
económica de la sociedad adquisitiva o de consumo, lanzada en los
años veinte del siglo pasado, suficientemente criticada por autores
de diferentes procedencias científicas y sin respuesta válida
alguna del sistema. Sólo retórica lexicocrática.
Desde
el final de esa guerra, la modernidad finalizada ha asistido a los
diferentes colapsos que acabaron o redujeron a cenizas los distintos
rostros del modelo moderno: la Razón. Sobre esos colapsos también
se ha escrito suficientemente a lo largo de estos últimos 60 años,
por ser restrictivos, sin encontrar el eco suficiente, si es que se
produjo el mismo, en los vínculos sociales que se desencadenaron a
lo largo de los últimos 35 años.
El capitalismo
padece una doble vertiente de colapso. En un lugar (ubi), el
co-lapso de lo económico, en su relación con la economía. En otro
lugar (situ), el colapso entre la economía y las ciencias a las
que hicieron auxiliares matrimoniales. Esa doblez no logra ser
entendida como pliegue catastrófico.
Como la
teología hizo arcilla de las demás ciencias, con el fin de
eternizarse acríticamente como sistema modélico de la
planetarización de sus discordias acumuladoras, el capitalismo aún
no se ha enfrentado con un Concilio de Trento impuesto por un
decidido Carlos
V.
No
es una crisis más
¿Por
qué no es una crisis lo que estamos padeciendo? En primer lugar,
porque, como ya dijimos, si es una crisis, podemos esperar lo peor:
el traslado del colapso a costa de los pueblos y las generaciones que
encontrarán nuestra sucesión.
Sobre todo, no es
una crisis porque ésta implica toma de decisiones para confirmar una
continuidad a la que se le otorga una capacidad de pervivencia. La
negación del inminente derrumbe, a pesar del apuntalamiento, no es
la solución.
"No sabemos lo que puede pasar
después de esta crisis a nivel social", comenta un economista
serio. No saben, justamente, porque no hay crisis. En una crisis se
toman decisiones distinguidas (de grado) para elegir el destino en
referencia a lo que produjo tal o cual crisis de un determinado
paradigma.
Alguien podría decir, con criterio, que
estamos frente a otra de las crisis estructurales que presenta el
capitalismo, desde hace dos siglos. Es cierto. Hay retracción del
consumo, de la expansión, de las fuerzas productivas y de los medios
de producción. Hay congelación de la masa monetaria y se habla de
nuevo modelo económico.
El modelo de competencia
está puesto en duda, así como el lugar que ocupa la empresa.
Aparece un nuevo desequilibrio ente los países llamados centrales y
los que se consideran periferia, y se ha vuelto evidente el deterioro
en el comercio. Estas apariciones de la reiteración de la crisis
estructural del capitalismo pueden hacernos creer que es una más. Y
a esperar.
Sin embargo, desde el propio discurso de
los apologetas del capitalismo, aparece un hecho novedoso: la
desafectación de los objetos en su relación con la industria. Es
como si el capitalismo se hubiese quedado sin motor o, por el
contrario, hubiese sido devorado por la misma inercia de su
movimiento totalista al tensar las elasticidades canónicas. Esto no
significa "el fin de todo". El encubrimiento puede cumplir
el efecto de traslado del problema de lo económico en su relación
con la economía.
La
vía de la crisis, forma de saturación paradigmática
totalista
Estoy
convencido, y así lo demuestran las inundantes medidas tomadas por
los Estados, que se ha elegido la vía de la crisis como forma de
saturación paradigmática, totalista, como forma de dar cuenta de
que los responsables de la política económica no pueden pensar,
pausar, cautivados por el cálculo que denigra el número y, lo que
es peor aún, la noción fundante de la tecnología moneda.
Para
que haya crisis es necesario que haya críticos distinguidos que
tomen decisiones. La distinción, contraria a la vigilancia y el
control, se caracteriza por la concesión a las personas
distinguidas, fuera de mercado, que llevan la Cosa como único
destino y allí se dirigen sin condicionantes a resolver un impasse.
Lo que resuelvan los distinguidos será lo que haga que el criterio
(crisis-crítica) prevalezca o caiga en los gritos dados a remeros
esclavos reclutados en el supermercado.
También
estoy convencido de que sacarán la economía hacia delante, tan
hacia delante que ni podrán reconocerla como economía sino ya sólo
como política de inversores ahogando o echando pequeños salvavidas
a las democracias. Hasta que ya no les sirvan. Los plazos de ese
salto cualitativo de la violencia del capital no pueden aún ser
reconocidos por la generalidad de los humanos.
Los
avatares que se introduzcan luego de la inundación (masiva) de
capital y contabilidad para "reasegurar a los más poderosos"
retocarán y trastocarán ese "crecimiento" que buscan y
proclaman los distintos miembros de la feneciente trinidad
moderna.
Al colapso interno de la economía con sus
referentes auxiliares se añaden, en nuestra época de gestores, el
problema energético y el medioambiental (2). Desconozco el sabor de
ese cóctel y sus consecuencias sobre los humanos.
Otro
discurso lleva a la comprensión del final de era
¿Por
qué han decidido la crisis y no el colapso? En primer lugar, por un
problema lexicográfico. Los escolásticos, posteriores a Tomás
de Aquino –padre no querido de las deformaciones,
simplificaciones y sofisticaciones universitarias que los alumnos
imprimen al pensamiento de quien asignan como maestro–, fueron
presa de los juegos lexicográficos durante varios siglos.
Quien
más y mejor léxico dominara (produjera dominio, no discurso) era
quien ejercía de jefe universitario. Secuela en lugar de escuela.
Esta situación fue arrastrada tanto por la peste que arrasó la Edad
Media y su modo de vida como por el Concilio de Trento, mientras los
protestantes buscaron y lograron definir el colapso, asumiendo un
nuevo rumbo dis-cursivo institucional, que echaba por tierra la
globalización católica, y, sobre todo, económico: el
capitalismo.
Aún hoy la Iglesia católica paga y
hace pagar el no haber aceptado a tiempo el colapso lexicográfico de
la lengua latina apropiada por sus teólogos y llevarlo adelante bajo
la faceta religiosa de la crisis (de fe; de confianza, se diría
hoy).
Siempre me cuestiono cuando en una disciplina,
o en una obra de tendencia lexicográfica, sus juegos me producen un
rechazo estético (por cierto, un rasgo moderno). O bien estoy frente
a mis propios prejuicios, o bien allí hay algo repugnante,
quizá pornosgraphós.
La lexicocracia de los
economistas, sobre todo en los últimos años de la Guerra Fría y su
"victoria", me produce esa repugnancia, tanto en mis
prejuicios como en mis criterios estéticos. Es inaceptable
el pornosgraphó del que hacen gala (3).
No
sólo la economía padece la lexicocracia. Otras ciencias y
disciplinas también han caído en las trampas del colapso de la
división del trabajo productora de fatiga: colapso
lexicográfico/voracidad divulgativa. Una voracidad que engulle
emitiendo, en este caso y desde hace 30 años, imagen en pantalla;
imagen de eternidad del modelo, de la vida urbana apetecible por lo
imparable (circulación totalista), de las técnicas aplicadas a la
industria como salvación escatológica.
Una de las
razones por las cuales deniegan, salvo en los momentos iniciales
del crash de 2008, cuando se atrevieron a hablar de
colapso, es justamente que la crisis sostiene la creencia en la
eternidad del modelo económico y sus efectos en los modos de vida
publicitados, como producto de consumo, como sistema político o como
modo reproductivo de la cohabitación urbana. Ese reino ilusorio fue
sostenido como imaginario de eternidad del modelo imantándole
lexicografía unidireccional, en este caso la dirección obligatoria
de aceptar este momento de callejón sin salida de los humanos como
una crisis (4).
Cuando las instituciones encuentran
en la lexicocracia el sostén de su funcionamiento y normalidad,
difícilmente pueden ejercer una pausa que les permita romper ese
círculo vicioso para poner las cosas en su sitio (lo económico) y
comenzar desde allí a cuestionar la cosa misma y el sitio desde
donde ésta se observa (5).
En nuestro tema: ¿qué
es el trabajo, la moneda, la mercancía? ¿Qué es el agrós y
la ciudad? ¿Por qué hay comercio? ¿Qué formas de intercambio
pertenecen al orden de lo humano? De estas preguntas se desprenden
las tecnologías fundamentales (desde el neolítico), las que no
deben ser obturadas por las sofisticaciones de cualquier totalismo
lexicocrático (6).
De hecho, el totalismo no se
desarrolla por un afán taxonómico sino por la lucha unidireccional
para acumular la sumatoria absoluta de los fragmentos de las
superficies deterioradas a fortiori.
La pausa,
detener la acción del mal, es imprescindible. En efecto, para que
aparezca la pausa debe avisar un compromiso ético. La pausa es un
acto, no un suceso pasivo. Aún más, al ser un acto no puede ser
cualquiera sino un acto de separación.
Si no hay
pausa, aparecen las diversas formaciones del pegoteo endogámico y la
institución, cualquiera, se satura y colapsa. Aparece lo inseparable
como talla a la endogamia para disfrutar de la inmensa felicidad
promiscua, acrítica y, en este caso, también, lexicocrática. Una
lexicocracia que es siempre fruto de la sofisticación sostenida por
ideales institucionalizados.
El elogio lexicocrático
indiscutible llamado «cultura de masas» se encargó, por ejemplo,
de acabar con la concepción burguesa de intimidad y, sin embargo, no
rescató su noción aristocrática, la del rechazo al absolutismo
monárquico que pretendía extender sus controles, eso que lo
sostenía (7). Los monarcas del despotismo ilustrado del siglo XVIII
suponían que aumentando los controles aplacarían cualquier rebelión
o revolución contra su poder. Podemos verificarlo en el fracaso de
Turgot imponiendo la contención del déficit frente al aumento del
lujo.
En
vez de la pausa se ha optado por la prórroga
Entonces,
en el lugar de la intimidad apareció el totalismo de la vida
superpuesta por imágenes retocadas en pantalla como su versión
masiva: la obscenidad, el estar por fuera de cualquier escena que
registrara la presencia de los cuerpos y sus poros, atrapados en la
dictadura de la imagen obturada en pantalla.
Lo
obsceno como la virtualización de los cuerpos arrojados a una vida
de diseño cooligan, happy, con el fin de quitar el cuerpo de la
relación con otro cuerpo que comprometa la aparición de los poros
(8). Los poros, los cuerpos, la presencia o ausencia del otro como
verdad de lo concreto. Pausa. Superficie. Pantalla para el amor y la
pausa sexual.
La pausa pone en peligro lo obsceno,
lo desagrega como función central totalista y sus producciones de
confusión en el lazo social. Territorio de la entrega de lo íntimo
compartido, se convierte en la peor enemiga de la vida diseñada para
la razón de éxito: servir a un amo amable y simpático.
En
este sentido, la pausa tiene por cometido hacer cesar el mal,
inclusive aquel que logra articularse como argumentación del bien
(lo admitido en el resultado/total) a través
del pornosgraphós.
Tarde o temprano, nunca en
el momento apropiado, si no aparece la pausa, se ter-mina quemando
todo, hasta el muerto que se lleva a un sitio lejano; como no
funciona la pausa frente al muerto en Mientras yo agonizo,
de William
Faulkner, y todo acaba ardiendo. Insisto, me refiero a
la pausa como autocrítica distinguida: "qué estoy haciendo con
mi vida". No como "me tomo una aspirina y sigo".
En
cambio, y en este periodo de la historia, aparece la prórroga. El
intento por hacer una última jugada de ruego que demore. O sea,
prolongar una vez que el tiempo adquirido ha sido superado y se
decide suceder los problemas cruciales con el fin de que la
circulación totalista continúe sin interrupción, sin
territorio.
Se habla de "crisis" o
"ralentización económica". Lo cual indica, en ambos
casos, una añoranza de la velocidad de llegada a la que se estaba
moviendo el capital. Deberíase trabajar, en cambio, en qué indica
esta "ralentización crítica". Sin embargo, se la combate
con más riesgo para imprimir una vez más la velocidad que necesita
la avidez del total.
El colapso del capitalismo, de
este modo, no sólo va a profundizarse en las vertientes a las que
referimos, sino en el de los otros testigos teóricos y prácticos de
la modernidad posdatada; inclusive aquellas formas discursivas que
deseamos encuentren su sitio en el nuevo periodo, el cual aún no ha
sido hallado ni solicitado, en esa prórroga irresponsable e
institucionalmente aterrorizada, su nueva vertiente sintomática,
negadora de la caída aún sin definir de aquellos anquilosados
ideales modernos.
El automatismo acrítico que el
capitalismo eligió como vía totalista, no sólo a par-tir de la
segunda posguerra mundial sino, sobre todo, a partir de la crisis del
canal de Suez de 1956, cuando el Reino Unido traslada todo el
poder al aparato de Estado estadounidense, generó una pérdida
difícilmente reparable para el recorrido económico y civilizatorio
europeo.
Ese automatismo acrítico se leyó (y aún
se lee), a partir de la caída del bloque soviético, como el triunfo
imaginario de la concepción ad infinitum de un sistema que
pronto tocará el cielo con las manos, tal como sueña. «Hemos
derrotado a los malditos soviéticos, por lo tanto el mundo es
nuestro para siempre. ¡A reventar de placer!»
La
crítica es, justamente, la forma que una de las formas de la pausa,
iluminadora, eligió para la modernidad. Desde los años cincuenta
del siglo pasado se habla de la muerte o de la crisis de la crítica:
literaria, pedagógica, científica, musical, lógica, económica...
Esa crítica intentó, como último tramo de pervivencia moderna,
des-abastecer el biografismo burgués por la lectura de la estructura
de cada obra, de cada modelo o sistema.
¿Cómo se
prolongará el capitalismo una vez fenecida la burguesía?
La
destrucción de la burguesía prevista por Marx ya
se ha dado a sí misma y hace tiempo los argumentos acríticos,
encriptados, de su suicidio como clase dominante. Simplemente, ya no
le era útil al total del capitalismo. La burguesía, mientras
existió como poder, garantizaba aún cierta existencia de la
territorialidad, aunque no fuera de otra forma que evidenciando la
atribución de la intermediación que heredó del feudalismo.
La
burguesía dominó no sólo las industrias y los bancos sino también
las distintas vertientes del arte y el pensamiento. De ella salieron
tanto grandes fortunas como transformadores e inventores de distintas
disciplinas y revoluciones de las que podemos sentirnos tendentes al
reconocimiento agradecido. Todas ellas con sus referencias críticas
apropiadas y muchas veces convenientes.
Esa caída
de la burguesía ha producido un efecto apático en el hecho crítico
mismo, volcando hacia la vociferación de la expresión, los avances
del oportunismo, la justi-ficación aleatoria del salvajismo
competitivo, del todo vale espectacular (9). Al mismo
tiempo, hemos «interiorizado» de un modo tan profundamente
alienante la censura de la vociferación en pantalla, tan temida, que
ya no es necesaria la hoguera del inquisidor. Sin embargo, debemos
preguntarnos: ¿puede sobrevivir el capitalismo a la caída de la
clase para la que fue creado, la burguesía?
Sin
censura, en el sentido de mesura, no hay distribución posible. No
hablamos sólo de redistribución. Tampoco funcionaría la
distribución de la riqueza entre los ricos. Si esa censura, ese
límite, no aparece o es obstruido, la riqueza colapsa. Surge la
versión validada del canibalismo. Todo, vale.
Las
clases, entre otras, cumplen la función de límite al canibalismo
dentro de una misma clase, social en este caso. Uno de los núcleos
del colapso en el cual estamos instalados fue la desconfianza de los
ricos entre sí como consecuencia de no pertene-cer a clase
alguna.
Hace algunos años, le planteé el problema
de la caída de la burguesía a Joseph
Stiglitz , quien me comentó que él no veía la ausencia de
una clase burguesa dominante sino que ese lugar lo ocuparía una
especie de burguesía "tecnológica".
Espero
que no sea así y tengo la percepción de que ése es el proyecto, lo
cual obligará a pensar algunas cuestiones políticas de un modo
notablemente diferente. Una diferencia que piense los distintos
niveles oclu-sivos que este sector social puede ocasionar en el lazo
social. Es justamente la tecnocracia la que para mí todavía es un
sector social, la que busca al capataz perfecto de los remeros
esclavos, con el fin de que se sientan en libertad por poder insultar
al remero que tienen delante con datos biográficamente difamados en
pantalla (10). La muerte de las democracias generada por el golpe de
Estado de los tecnócratas lexicográficos.
Ya hay
signos claros, tanto en la moral cooligan como en el Nuevo
Orden tecnocrático y científicamente (doxa)higiénico y
prolijo, en la fabricación de guetos supuestamente identitarios, en
la corroboración del paso acrítico de un estado al otro atravesados
por el aval de la imagen (eidolos), de que ese sector social ha
sido entronizado. Los cooligans, esos anuladores de la tragedia
del sueño humano.
Su coronación patética no tiene
otro fin que la construcción aleatoria de un nuevo modelo de sector
social, amante de la autoproclamada "sociedad abierta", que
prorrogue la existencia del capitalismo como único superviviente de
la modernidad de la corrección permanente.
De
ocurrir un intento de dicha sustitución de las democracias por
tecnocracias (al principio seguramente encubiertas por las
votocracias), se producirá un aumento constante, sin solución, de
las contradicciones paradigmáticas. Cualquier praxis y práctica
democráticas saldrá enrarecida si se decide dar el paso al abismo
de los tec-nócratas en el poder.
De las democracias
a las tecnocracias sólo hay un camino segu-ro, la implantación
invariable del "discurso único" como obligado camino
recorrible para resucitar la conjugación convulsiva entre sistema y
modelo del capitalismo. Concretamente, la implantación del totalismo
como sistema de gobierno.
De hecho, ¿no han
trabajado a lo largo de dos siglos para que eso sucediera
en los "Modern times"? La burguesía construyó su suicidio
fabricando la locura de la competencia técnica/patente hasta que
ésta ya no la necesitó y la dejó caer. Cuando cede, lo que cae se
somete a lo peor. ¿No querían omnipotencia "tecnológica"
para competir "apalancados"? ¡Ay!, ahí tienen su pagaré
totalista.
El problema (sin duda energético, vital)
lo tendrán los ciudadanos. El problema (sin duda institucional pero
también en el nivel del mito) lo padecerán aquellos que sostuvieron
las posibilidades de las democracias por encima de las técnicas
aplicadas a la industria del consumo y sus «ingenierías»
financieras.
Notas
(1)
Sorprende cómo, en todo este tiempo, el nombre de Tobin, premio
Nobel de Economía, ha sido borrado de los medios de comunicación
masiva, de los políticos, de los comentaristas biempensantes. James
Tobin fue tomado como emblema de algunos movimientos
antiglobalización de los noventa del siglo pasado como ATTAC,
movimiento con el cual Tobin ni tenía ni quería tener nada que
ver; por lo tanto, su nombre ha sido borrado. No se puede, está
prohibido hablar de tasas a los movimientos de capitales.
Además,
la reaparición de Tobin pondría en entredicho el dogma de "nuevo
Breton Woods", al que asistimos incrédulos. En realidad, fue
Nixon, en 1971, el que enterró Breton
Woods, al eliminar la convertibilidad al oro del patrón dólar,
reventando los acuerdos de la segunda posguerra mundial.
Ese
mismo año, Tobin sostuvo la necesidad de una tasa a los flujos de
capital. Debemos ser comprensivos con los políticos. Si, además de
que están triturados por el colapso pasado como crisis, deben
aceptar como buenas las propuestas, no sólo de un economista como
Tobin, sino de lo que ellos llaman desde hace 20 años
"antisistema", su orgullo se vería más que herido. Los
políticos pasarían a engrosar las filas de los traumados. Sin
embargo, en los últimos tiempos, algunos mandatarios europeos
retoman la idea que lanzó Tobin. Tarde, demasiado
tarde.
(2)Varios diarios publicaron una información
que tomo de El País del 16 de mayo de 2009: "La contaminación
atmosférica causa en Europa 350.000 muertes prematuras al año".
¿Será verdad esa información que también publican periódicos de
varios países? Si es así, ni Hitler hubiese
soñado una solución final tan dulce y apetecible para todos.
(3)
Recuerdo que, hace muchos años, tuve que leer detenida y
reiteradamente las memorias del "presidente»"Schreber para
un trabajo editorial. Este libro no hubiese pasado a la historia de
la literatura si Freud no lo hubiera tomado para hacer un importante
análisis sobre las psicosis. Tanto orden, moderación y
verosimilitud escénica me producían esa repugnancia. Sin embargo,
no me la produjo (ni produce) la lectura de Antonin
Artaud o de Lautremont.
Me asquean los dementes que intentan acumular en sí la normalidad
diseñada. Leyendo y escuchando durante estos años, que en estas
páginas despido, a los economistas, tengo una sensación semejante
a la que me produjo la lectura de las excrementarias justificaciones
de Schreber: esa normalidad del horror.
(4) Todos
(los economistas) estamos acostumbrados a colocarnos algunas veces a
un lado de la Luna y otras en el contrario, sin saber qué ruta o
trayecto los une, relacionándolos, aparentemente, según nuestro
modo de caminar y nuestras vidas soñadoras», aseguraba J.
M. Keynes en la Teoría general de la ocupación, el
interés y el dinero al referirse ¡a la formación de precios! y a
las vicisitudes de la "inapelable" ley de la oferta y la
demanda.
(5) En 1994, llamé a esa pausa pit-stop,
esos segundos urgentes donde los autos de Fórmula 1 dejan aparte la
velocidad para detenerse absolutamente. Hoy no basta con
el pit-stop. En aquel momento creía que los capitalistas eran
un poco más inteligentes.
Asimismo se habla de
"formalmente las democracias funcionan", "formalmente
este fallo judicial es incuestionable". Cuando lo formal
secuestra las instituciones, esta-mos frente a la decadencia de su
dinámica vital.
(6) Como ya no saben qué decir ni
dónde engalanar el engaño, mientras producía esta investigación
se pusieron internacionalmente de acuerdo para comentar que se veían
"brotes verdes en la economía". Los primaverales
economistas, cuando no logran engañar, traen bajo el brazo imágenes
desteñidas y las desparraman como desparraman el dinero para "los
más poderosos". Cuando "los brotes verdes" cayeron
mustios, comenzaron a decir que decían "la verdad": "Os
hundiremos a todos y debéis aceptarlo pasivamente porque decimos la
verdad".
(7) Cuéntase que en el siglo XVIII
francés una noble recibía a liberales, en todo sentido, en su
casa. El rey, preocupado por si en esas reuniones había libertinos
con ideas políticas en su contra, envió un par de emisarios a la
aristócrata con el fin de averiguar qué tipo de conversaciones
había allí y qué "tipo" de cosas se hacían.
La
señora fue escueta en su respuesta: "En mi casa hago lo que
quiero". Quizá podríamos tomar ese momento como la fundación
mítica de la intimidad. Una intimidad que coincidía con los
excesos del lujo, producidos por la adquisición de lujo apropiado
de mujeres y amantes o queridas.
La burguesía
trastornó, en el siglo XIX, la intimidad aristocrática, como
resistencia al poder absoluto del monarca, en «secreto de familia»,
oscureciendo y volviendo represión ese mismo término: nadie fuera
de la familia debía saber lo que allí pasaba; ni en términos
sexuales, ni económicos ni de delitos.
Sin
embargo, la intimidad, en sí misma, fue en realidad un triunfo de
las mujeres sobre el orden de vigilancia y control público. Como lo
hice en un libro anterior, recomiendo fervientemente la lectura
de Lujo y capitalismo, de Werner
Sombart. En él, el autor sostenía que la relación del paso
del lujo público, los fastos, al privado, adquisitivo, del siglo
XVII y XVIII fue el nudo central del paso al capitalismo en la
economía. Del tema del lujo me ocuparé en otro trabajo.
(8)
Este es el proyecto, que por supuesto adquiere resistencias
difuminadas en el panorama de las vidas de los humanos.
(9)
Los noticieros anuncian en todo momento, y con alegría que se
pretende contagiante, el aumento permanente del negocio de los
videojuegos. Inclusive llegan a decir que éstos no sufrirán la
"crisis". Tal como estudian suficientes psicólogos,
pedagogos, sociólogos, ese aumento es proporcional a la cantidad de
horas que pasan los niños solos en sus casas, mientras sus padres
disfrutan o padecen el producir optimismo para el total.
¿Piensan
los economistas, una vez más, que esta fricción no terminará
colapsando el modelo? Estamos en medio de una guerra sorda, entre lo
humano y la economía que rechaza cuestionarse en lo económico.
De
hecho, y a través de la publicidad, se desprecia, de
forma cooligan, la vejez. Los ancianos no tienen nada que
enseñar ni que aportar. Son lo viejo, lo molesto, lo anticuado. No
es más que un signo del asalto al poder de los tecnócratas y
sus gadgets, intentando dejar "viejo" todo lo que no
pertenezca a su órbita de poder cooligan en pantalla
aporal; como ya señalé, exhibicionista.
(10)
Mientras la burguesía y la clase trabajadora tuvieron, hasta el
final, muchos problemas para constituirse como Internacional, muchas
veces paralelos, tanto en acumulación, modas, luchas, estética,
cultura, este sector social ha conseguido constituirse como
internacional sin asumir otra responsabilidad que la de satisfacer
el total en pantalla.
La burguesía y la clase
trabajadora, viejos y queridos amigos, se ven hoy como "lo
viejo" (como pusieron en marcha los Estados Unidos con Europa
durante los años cincuenta del siglo xx).
Este
nuevo sector social al que se le están transfiriendo todos los
poderes aglutina, pegotea, cada vez a más gente que no se
responsabilizaba de pertenecer a ninguna de esas dos clases. Ese
traspaso indiscriminado acabará con las democracias, instaurando
tecnocracias. Sería importante que, a quienes nos interesa vivir en
democracia, estuviésemos atentos a este traspaso total de poderes a
la internacional tecnocrática.
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