07 de noviembre de 2016
Crédito: alai
Agencia Latinoamericana de Información
Andrés Mora Ramirez
Agencia Latinoamericana de Información
Andrés Mora Ramirez
La
Comisión Económica para América Latina (CEPAL) acaba de publicar
un valioso informe titulado La
matriz de la desigualdad social en América Latina, en el que,
partir de la conceptualización de la desigualdad como fenómeno
complejo, histórico y estructural de nuestros países, y con el
apoyo de los datos estadísticos, profundiza en el análisis de
algunas dimensiones o “ejes estructurantes de la profunda y
persistente desigualdad social que caracteriza a nuestra región”,
a saber: la condición socioeconómica (la clase social); las
desigualdades étnicas y raciales y su relación con las
desigualdades de género; las desigualdades a lo largo del ciclo de
vida; y las desigualdades territoriales.
La
divulgación de este documento llega en un momento oportuno, toda vez
que, en un contexto regional signado por el avance de la
restauración conservadora y neoliberal,
las acciones políticas y económicas de las fuerzas de derecha que
han llegado al poder –unos por la vía de las elecciones y otros
por el golpismo de nuevo patrón- amenazan
seriamente la sostenibilidad de los avances en
materia de desarrollo social y humano alcanzados
durante los últimos 15 años, especialmente por los gobiernos
progresistas y nacional-populares.
CEPAL
reconoce que la reducción de la desigualdad alcanzada en períodos
recientes tuvo un fuerte componente de voluntad y decisión política,
en contexto económico favorable para América Latina, toda vez que
“los gobiernos de los países de la región dieron una alta
prioridad a los objetivos de desarrollo social y promovieron
políticas activas de carácter redistributivo e incluyente”. En
efecto, entre
los años 2000 y 2014 la
pobreza bajó sustancialmente, al pasar de un 43,9% a un 28,2%;
en tanto que la
indigencia o pobreza extrema se redujo de un 19,3% a un 11,8%,
en virtud del “aumento de los ingresos de los hogares a causa de la
mejora del mercado de trabajo (disminución de la tasa de
desocupación, aumento de los ingresos laborales e incremento de la
formalización y de la participación laboral de las mujeres) y por
la expansión del gasto público social y de las políticas de lucha
contra la pobreza, entre ellas, las transferencias monetarias”.
Sin
embargo, esto todavía no es suficiente, y se requieren cambios de
más hondas repercusiones en nuestras sociedades. “Como muestra la
experiencia histórica y reciente de América Latina y el Caribe
-dice el informe-, si bien el crecimiento económico es un factor
fundamental para la reducción de la pobreza, la desigualdad puede
limitar significativamente ese proceso. Sin
un cambio en la distribución del ingreso, incluso los altos niveles
de crecimiento son insuficientes para reducir la pobreza en forma
sostenible”.
Frente
a esta realidad, que afecta con mayor dureza a los indígenas, a los
afrodescendientes; a las mujeres, a los niños y adultos mayores; y a
los jóvenes excluidos de los sistemas educativos y precarizados en
los mercados de trabajo, CEPAL
formula ocho recomendaciones -a manera de desafíos- para los
gobiernos latinoamericanos:
1) articular la política económica, la ambiental y la social,
“supone lidiar con la cultura y la economía política de los
intereses que históricamente han dificultado este tipo de
transformaciones en la región”; 2) desarrollar políticas públicas
con enfoque de derechos y ciudadanía social, esto es, “que todas
las personas, por el solo hecho de ser parte de la sociedad, tienen
pleno derecho a acceder al bienestar social”; 3) construir
políticas de desarrollo bajo el principio de universalidad sensible
a las diferencias, “para romper las barreras de acceso a los
servicios sociales y al bienestar que enfrentan las personas que se
encuentran en condiciones de pobreza o vulnerabilidad, las mujeres,
los afrodescendientes, los pueblos indígenas, las personas que
residen en áreas rezagadas, las personas con discapacidad y los
migrantes, así como los niños, los jóvenes y los ancianos”; 4)
el fortalecimiento de la institucionalidad social, con miras a
“reforzar la sostenibilidad de las políticas sociales como
políticas de Estado y no solo de gobierno; 5) la promoción de la
cohesión territorial por medio de política sociales; 6) la mejora
en las bases de datos y los indicadores estadísticos para la toma de
decisiones; 7) la protección del gasto social y el
resguardo de los ingresos tributarios frente a “una elite activa y
con poder de veto” en nuestros países, que se opone
sistemáticamente al pago de impuesto; y por último, 8) la necesidad
de “transitar de la cultura del privilegio a una cultura de la
igualdad”, que restituya la igualdad y dignidad de “aquellos
cuyos derechos sociales han sido vulnerados durante siglos y que se
han visto invisibilizados, en condiciones de exclusión y segregados
por un sistema que favorece los privilegios de unos en desmedro de
otros”.
Lo
social sigue siendo el gran horizonte emancipador de nuestra época.
Por eso, con todas las limitaciones y errores que se les pueda
señalar, debe reconocerse que fueron los gobiernos progresistas y
nacional-populares los que empezaron a andar un vía diferente en el
combate de la pobreza y la desigualdad, lejos del dogmatismo
economicista de los neoliberales, propia de los años 1990; y también
fueron ellos quienes dieron pasos, más o menos consistentes, en la
dirección que sugiere CEPAL. Por el contrario, el camino que ahora
emprenden Mauricio Macri en Argentina y Michel Temer en Brasil,
aplaudido por la derecha criolla y que se nos presenta como el único
futuro posible, no es otra cosa sino la regresión a un pasado
empobrecedor y excluyente: tal es la utopía perversa que hoy
enuncian los ideólogos del capitalismo salvaje.
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