11 de noviembre de 2016
Crédito: alai
Agencia Latinoamericana de Información
Guillermo Oglietti
Sergio Martin-Carrillo
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Guillermo Oglietti
Sergio Martin-Carrillo
Presidente Electo de los EE.UU., Donald Trump |
Los
medios, la política tradicional, todos, están asombrados con los
resultados electorales en EEUU. Las encuestas fallaron sobre la
intención de la ciudadanía, tanto como la ciudadanía acertó en
desafiar la voluntad del estatus
quo.
A la luz de las encuestas, el resultado de la elección
estadounidense es sorprendente, pero nada es más comprensible que el
resultado desde el punto de vista de los ciudadanos.
Muchas
explicaciones compiten por analizar los resultados que muchos han
calificado como decepcionantes para elestablishment global.
Así parecía reflejarlo durante las primeras horas en las que
comenzaba a vislumbrarse el triunfo de Trump. Caía el precio del
petróleo, el dólar se devaluaba, las bolsas asiáticas y europeas
se desplomaban… parecía que Wall Street seguiría ese curso tras
abrir sus puertas, sin embargo, Wall Street se mostró confiado con
el nuevo Presidente. La Bolsa estadounidense subió, y a ésta la
siguieron con confianza las europeas. El precio del petróleo
recuperó sus valores y el dólar se fortalecía de manera notable.
El candidato que no era del establishment,
contentaba a los aparatos del establishment.
¿Hasta qué punto Donald Trump es por tanto un verdadero outsiders?
En el discurso mantenido para ganar las elecciones lo era, sin duda.
Pero tenemos nuestras dudas ahora que ya se ha convertido en
Presidente electo de los Estados Unidos.
Volviendo
a las causas de la victoria de Trump, una explicación predomina si
observamos las elecciones estadounidenses bajo una óptica global:
los resultados electorales en EEUU y los de otras geografías
muestran un voto bien definido contra la actual globalización.
En
España el descontento con la globalización se plasmó en el
discurso en defensa del Estado de Bienestar amenazado por la
globalización y la integración neoliberal europea, esto propició
el nacimiento y el auge de Podemos, así como la fractura del PSOE,
uno de los dos representantes del establishment en
España (junto al PP). En el Reino Unido, esto se plasmó con el
Brexit y el ascenso discurso antieuropeo. En Grecia fue con el
ascenso de Tsipras, que logró gracias a un discurso soberanista, es
decir, antiglobalización (que al final no cumplió) ganar dos
elecciones consecutivas. El apoyo popular que recibió Sanders en las
primarias de EEUU, si bien no alcanzó a triunfar sobre el aparato
partidario manejado por Clinton, fue el primer reflejo del voto anti
globalización que sobrevendría. El triunfo de Trump es otro hito en
esta sucesión de eventos. Todos estos resultados tienen un factor
común: el descontento con la globalización.
Trump
ganó aun a pesar de lo que dice y hace.
Los
votantes aumentan su preferencia por las ofertas electorales que
muestran un discurso más desafiante con la globalización en
cualquiera de sus manifestaciones. El avance en el este y centro de
Europa y en Francia de partidos xenófobos, como el Frente Nacional,
también ponen de manifiesto el actual descontento con la
globalización neoliberal. Sin embargo, y muy en contra del discurso
que quieren imponer los medios hegemónicos, las causas del auge de
partidos como Syriza en Grecia o Podemos en España pueden ser las
mismas que las del auge de partidos como el Frente Nacional francés,
el UKIP en Gran Bretaña o figuras como la de Trump, sin embargo, las
soluciones frente a la actual crisis de modelo son radicalmente
diferentes. No es momento de hacer demagogia y poner en el mismo saco
a unos y otros con la única finalidad de salvar el modelo en crisis.
Esto puede tener terribles consecuencias que ya padeció Europa en
particular y todo el mundo en general en la década de los 30’.
En
Trump encontramos simultáneamente el discurso xenófobo junto al
discurso soberanista, el muro con México y el lema de campaña “Make
America Great Again” que en campaña Trump vinculó a la falta de
proteccionismo, la destrucción de 60.000 empresas industriales que
cerraron y millones de empleos industriales perdidos. Trump ha ganado
esta elección con un discurso antiglobalización, eligiendo
quirúrgicamente a sus enemigos, los inmigrantes que le quitan
puestos de trabajo a los norteamericanos, el liberalismo comercial
que desplaza puestos de trabajo al resto del mundo y al gran ganador
de la globalización, Wall Street y los medios de comunicación que
lo acompañan.
No
es el triunfo de la antipolitica. Por el contrario, lo que llevó a
un magnate de derecha al poder fue precisamente la incapacidad del
sistema político norteamericano para presentar las alternativas
correctas. Fue la falta de política de los partidos que
proscribieron la mejor opción, junto al interés político de los
ciudadanos los que encumbraron a Trump. Sobre esto, hay que entender
que la disputa electoral en los EEUU no se fraguó en el turnismo
entre Demócratas y Republicanos, sino que se desarrolló en el
enfrentamiento entre el mantenimiento del
status quo del
sistema, y la ruptura del mismo mediante un discurso que si era
abiertamente contrario al sistema político estadounidense. En este
sentido, queda de manifiesto que el mejor candidato para disputar la
presidencia a Trump no era Hillary Clinton, sino que era Bernie
Sanders. Pero éste, evidentemente, si que no contaba con la
bendición de los grupos de poder estadounidenses.
Trump
le ganó al establishment político,
al Partido Demócrata, le ganó al propio Partido Republicano
(recordemos que muchos líderes del partido, como los Bush, afirmaron
que iban a votar a Clinton), al partido mediático, ganó contra la
voluntad de las cancillerías extranjeras (la canciller argentina,
Susana Malcorra haciendo gala de un timing político
sin parangón, manifestó el mismo día de la elección su
preferencia por el triunfo de Clinton) y aparentemente también había
ganado a Wall Street. El triunfo de Trump es impresionante y muestra
una rebelión contra el estatus
quo que
sostiene este sistema de globalización que contribuye a la
incertidumbre y la infelicidad mundial.
La
globalización neoliberal está enferma. No sirve a los intereses de
la humanidad. Los ciudadanos del mundo la perciben ampliamente como
un problema. Los acuerdos internacionales son negociados en secreto,
a espaldas de los ciudadanos para que los trabajadores no sepan de
qué se trata. En ningún acuerdo comercial internacional los
trabajadores de los países involucrados han estado involucrados en
las negociaciones. Ninguno de los acuerdos comerciales logrados en el
planeta involucra cláusulas serias vinculadas a la defensa del
trabajo, de los trabajadores y su nivel de vida. Solo se incorporan
unas cuantas cláusulas que remiten a las modestas directrices de la
Organización Internacional del Trabajo que solo sirven para darle
legitimidad a estos tratados que empeoran la vida de todos los
ciudadanos del globo[1].
Las negociaciones de tratados comerciales internacionales han
reservado un solo lugar a la participación de los trabajadores, la
calle, y a veces ni tan siquiera eso. Pero el descontento está
montándose en las urnas. Parece ser que a pesar de lo débiles que
son nuestras democracias para representar los intereses de las
mayorías, la rebelión popular contra la globalización está
materializándose en votos. Una de las principales víctimas que esta
rebelión de votantes está mostrando son los grandes medios de
comunicación. Sin dudarlo, los medios están permeados por los
intereses de las grandes finanzas y las transnacionales que
contribuyen a financiarlos, por lo que “todos” son extremadamente
conservadores en lo económico. Los medios son el principal pilar que
sostiene el modelo actual de globalización. Permeados por los
intereses de las grandes corporaciones y las finanzas, han logrado
con mucho éxito, anular la democracia como instrumento de
representación de las mayorías. El modelo actual de globalización
agoniza, pero no está enterrado aún gracias a la capacidad de los
medios de comunicación para cumplir este papel nefasto.
Latinoamérica
debe evaluar los riesgos y aprovechar las oportunidades. Si Trump
procura un cambio de estilo en la política exterior estadounidense,
los resultados para Latinoamérica en términos geopolíticos podrían
ser positivos. La competencia global dejaría de ser la excusa
favorita para aplicar paquetazos, ajustes, privatizaciones etc. que
tanto afectan al desarrollo de nuestros países. La xenofobia de
Trump también servirá para desacreditar a nuestras élites más
americanófilas y posiblemente brinde una ventana de oportunidad para
poner en valor propuestas más soberanistas y emancipadoras tan
relegadas en algunos países de la región. Lamentablemente, y a
pesar del discurso pre-electoral de Trump, es difícil que la
política exterior de EEUU hacia la América Latina cambie
significativamente, ya que es, y seguirá siendo, conducida por los
intereses de sus corporaciones.
Tenemos
algunas pocas certidumbres tras estas elecciones. Una es que estamos
en presencia de una profunda crisis del modelo de globalización
impulsado por el neoliberalismo, que no cuenta para nada con el
beneplácito de las grandes mayorías. Una segunda certidumbre es que
frente al desencanto que genera esta globalización, la salida puede
asumir cualquier color, el rojo de Sanders, Podemos y Syriza, o el
color de la extrema-derecha de Trump, May o Le Pen. La tercera es
que, con Trump en la presidencia de EEUU, quien realmente domina el
mundo en estos días es la incertidumbre.
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