13 de septiembre de 2016
Crédito: Aporrea.org
Ignacio Ramonet
Ignacio Ramonet
Según
las encuestas, y aunque faltan dos meses para las elecciones
presidenciales del próximo 8 de noviembre en Estados Unidos, las
cosas parecerían estar ya claras en lo que concierne al resultado:
la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton, resultaría
electa y se convertiría así –venciendo además toda una serie de
prejuicios machistas–, en la primera mujer que gobernaría los
destinos de la principal potencia mundial de nuestro tiempo.
La
pregunta es: ¿qué ha ocurrido con el candidato del Partido
Republicano, el tan "irresistible" y mediático Donald
Trump? ¿Por qué, de pronto, el magnate se desploma en las
encuestas?
(1). Siete de cada diez estadounidenses no se sentirían
"orgullosos" de tenerlo como presidente, y solo el 43% lo
juzgaría "cualificado" para sentarse en el Despacho Oval
(mientras que el 65% sí juzga, en cambio, que la Sra. Clinton está
cualificada)
(2). Conviene
recordar que, en Estados Unidos, las elecciones presidenciales no son
nacionales, ni directas. Se trata más bien de cincuenta elecciones
locales, una por estado, que determinan un número preestablecido de
538 grandes electores quienes, en realidad, son los que eligen al (o
a la) jefe de Estado. Por lo cual, las encuestas de ámbito nacional
tienen apenas un valor indicativo y relativo
(3). Ante
sondeos tan negativos, el candidato republicano remodeló su equipo a
mediados de agosto y nombró a un nuevo jefe de campaña, Steve
Bannon, director del ultraconservador Breitbart News Network. También
empezó a modificar su discurso en dirección a dos grupos de
electores decisivos, los afroamericanos y los hispanos.
¿Conseguirá
Trump invertir la tendencia y lograr imponerse en la recta final de
la campaña? No se puede descartar. Porque este personaje atípico,
con sus propuestas grotescas y sus ideas sensacionalistas, ha
desbaratado hasta ahora todos los pronósticos. Frente a pesos
pesados como Jeb Bush, Marco Rubio o Ted Cruz, que contaban además
con el resuelto apoyo del establishment republicano, muy pocos lo
veían imponerse en las primarias del Partido Republicano, y sin
embargo carbonizó a sus adversarios, reduciéndolos a cenizas.
Hay
que entender que, desde la crisis financiera de 2008 (de la que aún
no hemos salido), ya nada es igual en ninguna parte. Los ciudadanos
están profundamente desencantados. La propia democracia, como
modelo, ha perdido credibilidad. Los sistemas políticos han sido
sacudidos hasta las raíces. En Europa, por ejemplo, se han
multiplicado los terremotos electorales (entre ellos, el brexit). Los
grandes partidos tradicionales están en crisis. Y en todas partes
percibimos subidas de formaciones de extrema derecha (en Francia, en
Austria y en los países nórdicos) o de partidos antisistema y
anticorrupción (Italia, España). El paisaje político aparece
radicalmente transformado.
Ese
fenómeno ha llegado a Estados Unidos, un país que ya conoció, en
2010, una ola populista devastadora, encarnada entonces por el Tea
Party. La irrupción del multimillonario Donald Trump en la carrera
por la Casa Blanca prolonga aquello y constituye una revolución
electoral que ningún analista supo prever. Aunque pervive, en
apariencia, la vieja bicefalia entre demócratas y republicanos, la
ascensión de un candidato tan heterodoxo como Trump constituye un
verdadero seísmo. Su estilo directo, populachero, y su mensaje
maniqueo y reduccionista, apelando a los bajos instintos de ciertos
sectores de la sociedad, muy distinto del tono habitual de los
políticos estadounidenses, le ha conferido un carácter de
autenticidad a ojos del sector más decepcionado del electorado de la
derecha. Para muchos electores irritados por lo "políticamente
correcto", que creen que ya no se puede decir lo que se piensa
so pena de ser acusado de racista, la "palabra libre" de
Trump sobre los latinos, los inmigrantes o los musulmanes es
percibida como un auténtico desahogo.
A
ese respecto, el candidato republicano ha sabido interpretar lo que
podríamos llamar la "rebelión de las bases". Mejor que
nadie, percibió la fractura cada vez más amplia entre las elites
políticas, económicas, intelectuales y mediáticas, por una parte,
y la base del electorado conservador, por la otra. Su discurso
violentamente anti-Washington y anti-Wall Street sedujo, en
particular, a los electores blancos, poco cultos y empobrecidos por
los efectos de la globalización económica.
Hay
que precisar que el mensaje de Trump no es semejante al de un partido
neofascista europeo. No es un ultraderechista convencional. Él mismo
se define como un "conservador con sentido común" y su
posición, en el abanico de la política, se situaría más
exactamente a la derecha de la derecha. Empresario multimillonario y
estrella archipopular de la telerrealidad, Trump no es un
antisistema, ni obviamente un revolucionario. No censura el modelo
político en sí, sino a los políticos que lo han estado dirigiendo.
Su discurso es emocional y espontáneo. Apela a los instintos, a las
tripas, no a lo cerebral, ni a la razón. Habla para esa parte del
pueblo estadounidense entre la cual ha empezado a cundir el desánimo
y el descontento. Se dirige a la gente que está cansada de la vieja
política, de la "casta". Y promete inyectar honestidad en
el sistema; renovar nombres, rostros y actitudes.
Los
medios de comunicación han dado gran difusión a algunas de sus
declaraciones y propuestas más odiosas, patafísicas o "ubuescas".
Recordemos, por ejemplo, su afirmación de que todos los inmigrantes
ilegales mexicanos son "corruptos, delincuentes y violadores".
O su proyecto de expulsar a los 11 millones de inmigrantes ilegales
latinos a quienes quiere meter en autobuses y expulsar del país,
mandándoles a México. O su propuesta, inspirada en Juego de Tronos,
de construir un muro fronterizo de 3.145 kilómetros a lo largo de
valles, montañas y desiertos, para impedir la entrada de inmigrantes
latinoamericanos y cuyo presupuesto de 21.000 millones de dólares
sería financiado por el Gobierno de México. En ese mismo orden de
ideas: también anunció que prohibiría la entrada a todos los
inmigrantes musulmanes... Y atacó con vehemencia a los padres de un
oficial estadounidense de confesión musulmana, Humayun Khan, muerto
en combate en 2004, en Irak.
También
su afirmación de que el matrimonio tradicional, formado por un
hombre y una mujer, es "la base de una sociedad libre", y
su crítica de la decisión del Tribunal Supremo de considerar que el
matrimonio entre personas del mismo sexo es un derecho
constitucional. Trump apoya las llamadas "leyes de libertad
religiosa", impulsadas por los conservadores en varios estados,
para denegar servicios a las personas LGTB. Sin olvidar sus
declaraciones sobre el "engaño" del cambio climático que,
según Trump, es un concepto "creado por y para los chinos, para
hacer que el sector manufacturero estadounidense pierda
competitividad".
Este
catálogo de necedades horripilantes y detestables ha sido, repito,
masivamente difundido por los medios de comunicación dominantes no
solo en Estados Unidos, sino en el resto del mundo. Y la principal
pregunta que mucha gente se plantea es: ¿cómo es posible que un
personaje con tan lamentables ideas consiga una audiencia tan
considerable entre los electores estadounidenses que, obviamente, no
pueden estar todos lobotomizados? Algo no cuadra.
Para
responder a esa pregunta ha habido que hendir la muralla informativa
y analizar más de cerca el programa completo del candidato
republicano y descubrir qué otros puntos fundamentales defiende,
silenciados por los grandes medios. Éstos no le perdonan, en primer
lugar, que ataque de frente al poder mediático. Le reprochan que
constantemente anime al público en sus mítines a abuchear a los
"deshonestos" medios. Trump suele afirmar: "No estoy
compitiendo contra Hillary Clinton, estoy compitiendo contra los
corruptos medios de comunicación"
(4). En un tweet reciente,
por ejemplo, escribió: "Si los repugnantes y corruptos medios
me cubrieran de forma honesta y no inyectaran significados falsos a
las palabras que digo, estaría ganando a Hillary por un 20%".
Por
considerar injusta o sesgada la cobertura mediática, el candidato
republicano no dudó en retirar las credenciales de prensa para
cubrir sus actos de campaña a varios medios importantes, entre
otros: The Washington Post, Politico, Huffington Post y BuzzFeed . Y
hasta se ha atrevido a atacar a Fox News, la gran cadena del
derechismo panfletario, a pesar de que lo apoya a fondo como
candidato favorito...
Otra
razón por la que los grandes medios de comunicación atacan a Trump
es porque denuncia la globalización económica, convencido de que
ésta ha acabado con la clase media. Según él, la economía
globalizada está fallando cada vez a más gente, y recuerda que, en
los últimos quince años, en Estados Unidos, más de 60.000 fábricas
tuvieron que cerrar y casi cinco millones de empleos industriales
bien remunerados desaparecieron. Es un ferviente proteccionista.
Propone aumentar las tasas sobre todos los productos importados.
"Vamos a recuperar el control del país, haremos que Estados
Unidos vuelva a ser un gran país", suele afirmar, retomando su
eslogan de campaña.
Partidario
del brexit , Donald Trump ha desvelado que, si llega a ser
presidente, tratará de sacar a EEUU del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (NAFTA por sus siglas en inglés). También
arremetió contra el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP por
sus siglas en inglés), y aseguró que, de alcanzar la Presidencia,
sacará al país del mismo: "El TPP sería un golpe mortal para
la industria manufacturera de Estados Unidos".
En
regiones como el rust belt , el "cinturón de óxido" del
noreste, donde las deslocalizaciones y el cierre de fábricas
manufactureras han dejado altos niveles de desempleo y de pobreza,
este mensaje de Trump está calando hondo. Así como su rechazo de
los recortes neoliberales en materia de seguridad social. Muchos
electores republicanos, víctimas de la crisis económica del 2008 o
que tienen más de 65 años, necesitan beneficiarse de la Social
Security (jubilación) y del Medicare (seguro sanitario) que
desarrolló el presidente Barack Obama y que otros líderes
republicanos desean suprimir. Trump ha prometido no tocar estos
avances sociales, bajar el precio de los medicamentos, ayudar a
resolver los problemas de los "sin techo", reformar la
fiscalidad de los pequeños contribuyentes y suprimir el impuesto
federal que afecta a 73 millones de hogares modestos.
Contra
la arrogancia de Wall Street, Trump propone aumentar
significativamente los impuestos de los corredores de hedge funds que
ganan fortunas y apoya el restablecimiento de la Ley Glass-Steagall.
Aprobada en 1933, en plena Depresión, esta ley separó la banca
tradicional de la banca de inversiones con el objetivo de evitar que
la primera pudiera hacer inversiones de alto riesgo. Obviamente, todo
el sector financiero se opone absolutamente al restablecimiento de
esta medida.
En
política internacional, Trump quiere establecer una alianza con
Rusia para combatir con eficacia a la Organización del Estado
Islámico (OEI o ISIS por sus siglas en inglés). Aunque para ello
Washington tenga que reconocer la anexión de Crimea por Moscú.
También, contrariamente a muchos líderes de su partido, ha
declarado aprobar el restablecimiento de relaciones entre Estados
Unidos y Cuba.
Todas
estas propuestas no invalidan en absoluto las inaceptables y odiosas
declaraciones del candidato republicano difundidas a bombo y platillo
por los grandes medios de comunicación dominantes. Pero sí explican
mejor el porqué de su éxito en amplios sectores del electorado
estadounidense.
Notas:
(1)
A finales de agosto, Hillary Clinton le llevaba a Donald Trump, a
nivel nacional, una ventaja de 6,8 puntos, según la media de sondeos
que elabora la web RealClearPolitics.
(2)
Varios estudios revelan también que el tándem demócrata Hillary
Clinton-Tim Kaine derrotaría, por el momento, al "ticket"
republicano Donald Trump-Mike Pence en algunos segmentos sociológicos
determinantes: las mujeres (el 51% frente al 35%), los afroamericanos
(el 91% frente al 1%), las minorías étnicas (el 69% frente al 17%),
los jóvenes (el 46% frente al 34%), los electores con título
universitario (el 47% frente al 40%) y los hombres (el 43% frente al
42%). Donald Trump sólo vencería entre los electores blancos (el
45% frente al 40%), los mayores de sesenta años (el 46% frente al
43%) y los electores blancos sin titulación (el 49% frente al 39%).
(3)
Aún considerando esto, según otros sondeos, la candidata demócrata
también derrotaría a Trump en varios estados clave como Florida,
Pensilvania o Virginia, que son decisivos. Porque, sabiendo que
California (55 grandes electores) y Nueva York (29) votan siempre a
favor de los demócratas, a Hillary Clinton le bastaría con vencer,
efectivamente, en Florida (29), Pensilvania (20) y Virginia (13) para
acercarse holgadamente a la cifra mágica de 270 grandes electores
que garantiza la elección.
(4)
En su mitin del 13 de agosto, en Fairfield (Connecticut).
Fuente:
http://www.monde-diplomatique.es/?url=editorial/0000856412872168186811102294251000/editorial/?articulo=3aa442f5-96dc-4ac1-a898-cfc72cfc18a9
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