24 de octubre de 2016
Crédito: RT
Ariel Noyola Rodríguez
Ariel Noyola Rodríguez
La
supremacía de Washington en el sistema financiero mundial recibió
un golpe tremendo el pasado mes de agosto: Rusia, China y Arabia
Saudita vendieron bonos del Tesoro de Estados Unidos por la suma de
37,900 millones de dólares, de acuerdo con la última actualización
de datos oficiales publicada hace
unos días. Desde una perspectiva general, las inversiones globales
en la deuda del Gobierno estadounidense se desplomaron a su nivel más
bajo desde julio de 2012. Es evidente, el papel del dólar como
moneda de reserva mundial nuevamente se ha puesto en cuestión.
Ya
en 2010, el almirante Michael Mullen, presidente de los Jefes del
Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos,lanzó la
advertencia de que la deuda representaba la principal amenaza para la
seguridad nacional. A mi juicio, no es tanto que un alto nivel de
endeudamiento público (actualmente por encima de los 19
billones de dólares) sea una piedra en el zapato para la
economía estadounidense, sino que más bien para Washington es
decisivo garantizar diariamente un enorme
flujo de recursos desde
el exterior a fin de cubrir sus déficit gemelos (comercial y
presupuestario); es decir, para el Departamento del Tesoro es un
asunto de vida o muerte vender títulos de deuda a todo el mundo para
de esta manera poder financiar los gastos del Estado norteamericano.
Hay
que recordar que tras la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de
2008, el Banco Popular de China se vio fuertemente presionado por Ben
Bernanke, en aquel entonces presidente del Sistema de la Reserva
Federal (FED), para que no vendiera sus títulos de deuda
estadounidense. En un primer momento, los chinos aceptaron sostener
el dólar. Sin embargo, ya en un segundo momento, el Banco Popular de
China se resistió a comprar más bonos del Tesoro de Estados Unidos
y, en simultáneo, puso en marcha un plan de diversificación de sus
reservas monetarias.
Pekín ha
venido comprando
oro de forma masiva en
los años recientes, y lo mismo ha estado haciendo el banco central
de Rusia. En el segundo trimestre de 2016, las reservas de oro del
Banco Popular de China alcanzaron las1,823
toneladas frente
a las 1,762 toneladas registradas el último trimestre de 2015. La
Federación rusa por su parte, incrementó sus reservas de oro en
alrededor de 290 toneladas entre diciembre de 2014 y junio de 2016,
con lo cual, cerró el segundo trimestre de este año con un
acumulado de 1,500 toneladas.
Frente
a los brutales bandazos del dólar, es crucial comprar activos más
seguros como el oro que, en momentos de gran inestabilidad
financiera, actúa como un valor refugio. Por eso la estrategia de
Moscú y Pekín de vender bonos del Tesoro de Estados Unidos para
luego comprar oro ha sido seguida por muchos países: según las
estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), las reservas de
oro de los bancos centrales del mundo alcanzan ya el nivel más alto
de los últimos 15 años luego de registrar a
principios de octubre un volumen total de casi 33,000 toneladas.
La
geopolítica también está jugando su parte en la configuración de
un nuevo orden financiero mundial. Tras la imposición de sanciones
económicas en contra del Kremlin, a partir de 2014, la
relación con China tomó gran relevancia para los rusos.
Desde entonces, ambas potencias han profundizado sus vínculos en
todos los ámbitos, desde la economía y las finanzas, hasta la
cooperación militar. Además de comprometer el suministro de gas a
China para las próximas tres décadas, el presidente Vladímir Putin
construyó junto con su homólogo Xi Jinping una poderosa alianza
financiera que busca terminar de una vez por todas con la dominación
de la divisa estadounidense.
Actualmente,
los hidrocarburos que Moscú vende a Pekín se pagan en yuanes, ya no
en dólares. De este modo, la“moneda
del pueblo” (‘renminbi’,
en chino) se está abriendo paso poco a poco en el mercado mundial de
hidrocarburos a través de los intercambios comerciales entre Rusia y
China, los países que, a mi modo de ver, encabezan la construcción
de un sistema monetario multipolar.
La
gran novedad es que a la carrera por la desdolarización de la
economía global se ha sumado Arabia Saudita, país que desde hace
varias décadas se había mantenido como un aliado incondicional de
la política exterior de Washington. Sorpresivamente, durante los
últimos 12 meses Riad se deshizo de más de 19,000 millones de
dólares invertidos en bonos del Tesoro de Estados Unidos,
convirtiéndose junto con China, en uno de los
principales vendedores de
deuda norteamericana. Para colmo de males, la furia del Reino Saudita
contra la Casa Blanca viene incrementando su intensidad.
Sucede
que a finales de septiembre, el Congreso norteamericano aprobó la
eliminación del veto del presidente Barack Obama a una ley que
impedía a los estadounidenses denunciar a Arabia Saudita ante
tribunales por su presunta participación en los ataques del 11 de
septiembre de 2001. En respuesta, la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP) llegó a un acuerdo
histórico con Rusia para disminuir el nivel de producción
de crudo y, con ello, promover un incremento de precios.
Es
llamativo también que, justo por esos días, Pekín haya abierto la
negociación directa entre el yuan y el riyal de Arabia Saudita a
través del Sistema de Comercio de Divisas Extranjeras de China
(CFETS, por sus siglas en inglés) a fin de realizar transacciones
entre ambas monedas sin necesidad de pasar antes por el dólar. En
consecuencia, es altamente probable que, más temprano que tarde, la
empresa petrolera Saudi Aramco acepte pagos en yuanes en lugar de
dólares. De concretarse, la Casa de la Saud estaría apostando de
lleno por elpetroyuan.
Ante nuestros ojos, el mundo está cambiando.
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