01 de agosto de 2016
Crédito: alai
Agencia Latinoamericana de Información
Emir Sader
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Emir Sader
La
obsesión de intentar sacar a Lula de la vida política brasileña,
configurando una verdadera persecución política, confirma que
Brasil se salió de la democracia y avanza peligrosamente hacia una
dictadura, por medio de un golpe, de la acción o inacción de la
Justicia y de las campañas sistemáticas de difamación llevadas a
cabo por los medios.
Es
lo que Lula denuncia, al afirmar que entramos en un Estado de
excepción y lo que expresa en su documento a las Naciones Unidas,
siguiendo el mismo camino de Julián Assange, amparado por el mismo
abogado.
El
escándalo político y jurídico de acusar a Lula sin ninguna prueba,
por declaraciones sin fundamento hechas por un político confeso,
alegando que Lula habría intentado interrumpir investigaciones sobre
corrupción; el intento de tomarlo preso sin nada que lo justificara,
configuran una persecución política que supera cualquier límite de
los espacios democráticos. Cuando el Poder Judicial es cómplice de
esa persecución, cuando los medios son los principales agentes que
intentan culpabilizarlo en la opinión publica sin ninguna prueba,
los marcos del Estado democrático de derecho han sido rebasados y
sustituidos por la persecución pura y simple.
Intentar
excluir de la vida política brasileña al único líder que tiene
prestigio frente al pueblo es intentar imponer en última instancia
un golpe en la legitimación de la política brasileña, para abrir
espacio a aventureros golpistas y a los salvadores fascistas de la
patria. Para ellos es indispensable intentar invalidar el liderazgo
político que ha rescatado la dignidad de Brasil y la autoestima de
los brasileños. Es indispensable intentar medir con la misma vara a
los golpistas y corruptos que asaltan al Estado brasileño y al líder
popular que más ha contribuido para democratizar el país.
Si
continúa existiendo un liderazgo como el de Lula en la plenitud del
ejercicio de su liderazgo popular, esos aventureros no podrán
continuar con la destrucción sistemática de la democracia que
promueven, con la liquidación del patrimonio público, los derechos
de los trabajadores, los recursos públicos que han servido para
democratizar el acceso del pueblo a los derechos elementales
garantizados por las políticas públicas.
Lula
es la última piedra en el zapato de esos vándalos que atacan a la
democracia y asaltan al Estado brasileño. Están coaligados los más
corruptos políticos y los que dicen combatir a la corrupción. La
existencia de un liderazgo popular incuestionable como el de Lula
desmiente la tesis de que los políticos son todos malos, de que la
vida política brasileña está totalmente pervertida, de que no hay
esperanza de rescate de Brasil y de que debemos entregarnos,
arrodillados, al Imperio que ellos tanto adulan.
La
obsesión de destruir la imagen pública de Lula solo puede
concretarse por actos dictatoriales de violación de los derechos del
expresidente y candidato favorito a volver a ser presidente de
Brasil. Si ellos confían en las encuestas que ellos mismos fabrican,
dejen que Lula sea derrotado por el pueblo en una competencia
democrática. No habría más grande condena a Lula que la practicada
por el pueblo, democráticamente.
Ocurre
que ellos saben que sus encuestas son forjadas. Pongan a Lula y
cualquier otro candidato en campaña, a ver lo que ocurre. Los
otros ni siquiera van a ser capaces de organizar los comicios, no se
van a exponer públicamente a los escraches de la población. Cada
vez que Lula se encuentra con el pueblo, en comicios, en reuniones,
por las calles, los golpistas tiemblan y se dan cuenta de que solo
mediante un golpe, la persecución jurídica y política, lo pueden
sacar de la cancha. Pero al hacerlo, confirman que Brasil ya vive en
una dictadura.
Si
les incomoda el llamado de Lula a las Naciones Unidas, den la
demostración de que Brasil aún vive en una democracia, dejando que
el pueblo se pronuncie libremente sobre quien quiere que dirija al
país. Abandonen definitivamente la persecución a Lula, renuncien a
un gobierno golpista por la forma como accedió al poder y por la
perversión de poner en práctica un programa opuesto con el que el
golpista fue electo.
No
hay más democracia en Brasil si el más grande líder popular de la
historia del país es perseguido sistemáticamente sin ninguna prueba
en su contra e impedido de someterse a la decisión democrática del
pueblo en las urnas. De nada sirven las protestas por las denuncias
de Lula al mundo. Hasta hace poco la opinión pública internacional
se dejaba llevar por lo que decían los medios golpistas brasileños.
Pero cuando los medios internacionales vinieron a Brasil, se dieron
cuenta de las mentiras que los medios locales propagaban y han
desmoralizado a los medios brasileños en todo el mundo. Ahora han
perdido toda credibilidad. Al mismo tiempo que los medios
internacionales han constatado que los corruptos están del lado de
Michel Temer y de Eduardo Cunha, los golpistas, y no de Dilma y de
Lula.
Ahora
los medios internacionales reiteran las denuncias de Lula y la
apreciación de que el criterio fundamental para juzgar si hay
todavía democracia o no en Brasil es terminar de una vez por todas
con las persecuciones a Lula y dejar en manos de los brasileños y no
de los golpistas y corruptos, el destino de Brasil.
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