26 de agosto de 2016
Crédito: Resumen Latinoamericano
Leonardo Boff
Leonardo Boff
Érase
una vez una nación grande por su extensión y por su pueblo alegre,
pese a ser víctima de injusticias. En su mayoría, sufría en la
miseria, en las grandes periferias de las ciudades y en el interior
profundo. Por siglos había sido gobernado por una pequeña elite
rica que nunca se interesó por el destino del pueblo pobre. Como
dijo un historiador mulato, fue socialmente “capado y recapado,
sangrado y resangrado”.
Pero
lentamente estos pobres fueron organizándose en movimientos de todo
tipo, acumulando poder social y alimentando un sueño de otro Brasil.
Consiguieron transformar el poder social en poder político. Ayudaron
a fundar el Partido de los Trabajadores. Un de sus miembros,
sobreviviente de la gran adversidad y tornero mecánico, llegó a ser
presidente. A pesar de las presiones y concesiones que sufrió de los
adinerados nacionales y trasnacionales, consiguió abrir una
significativa brecha en el sistema de dominación, lo cual le
permitió realizar políticas sociales humanizadoras. Una población
equivalente a la Argentina entera salió de la miseria y del hambre.
Miles consiguieron su casita, con luz y energía. Negros y
pobres tuvieron acceso, antes era imposible, a la enseñanza técnica
y superior. Más que todo, entonces, sintieron rescatada su dignidad
siempre negada. Se convirtieron en parte de la sociedad. Hasta
podían, en cuotas, comprar un auto y tomar avión para visitar
parientes distantes. Esto irritó a la clase media, porque veía sus
espacios amenazados. De ahí nació la discriminación y el odio
contra el pueblo.
Ocurrió
que, en los 13 años de gobierno Lula-Dilma, Brasil ganó respeto
mundial. Pero la crisis económica y financiera, por ser sistémica,
nos afectó, provocando dificultades económicas y desempleo, lo que
llevó al gobierno a tomar medidas severas. La corrupción endémica
en el país se densificó en la Petrobras, envolviendo a altos cargos
del PT, pero también de los otros principales partidos. Un juez
parcial, con trazos de justiciero, hizo foco, prácticamente, sólo
en el PT. Especialmente los medios masivos, empresariales y
conservadores, consiguió crear el estereotipo del PT como sinónimo
de corrupción -lo cual no es cierto, porque confunde la parte con el
todo. Pero la corrupción condenable sirvió de pretexto para que las
elites adineradas y sus aliados históricos planeasen un golpe
parlamentario, porque mediante elecciones jamás triunfarían.
Temiendo que la política orientada hacia los más pobres se
consolidase, decidieron liquidarla. El método usado antes contra
Vargas y Jango ahora fue retomado con el mismo pretexto: “combatir
la corrupción” -en realidad, para ocultar la propia corrupción.
Los golpistas usaron el Parlamento, del cual el 60% está bajo
acusaciones criminales y le faltaron el respeto a los 54 millones de
votos que eligieron a Dilma Rousseff.
Importa
dejar en claro que atrás de este golpe parlamentario anidan los
intereses mezquinos y anti-sociales de los dueños del poder,
mancomunados con la prensa que distorciona los hechos y siempre se
asocia a todos los golpes, juntamente con los partidos conservadores,
con parte del Ministerio Público y de la Policía Militar (que
substituye a los tanques) y una parte también de la Corte Suprema
que, indigna, no se ajusta a la impacialidad. El golpe no es sólo
contra la gobernante, si no contra la democracia de carácter
participativo y social. Intentan llevarnos de vuelta al
neoliberalismo más descarado, atribuyéndole casi todo al mercado
que es siempre competitivo y nada cooperativo (por eso, conflictivo y
anti-social). Para esto, se decidió demoler las políticas sociales,
privatizar la salud, la educación, el petróleo y atacar las
conquistas sociales de los trabajadores.
Contra
la presidenta no se identificó ningún crimen. De errores
administrativos tolerables, también cometidos por gobiernos
anteriores, se derivó la irresponsabilidad gubernamental contra la
cual se aplicó en impeachment. Por un pequeño accidente de
bicicleta, se condena a la presidenta a muerte, castigo totalmente
desproporcionado. De los 81 senadores que la juzgarán, más de 40
están procesados o investigados por otros crímenes. La obligan a
sentarse en el banco de los acusados, donde sus verdugos deberían
estar. Entre ellos hay 5 ex ministros.
La
corrupción no es sólo monetaria. La peor corrupción es la de las
mentes y los corazones llenos de odio. Los senadores pro-impeachment
tienen la mente corrompida, porque saben que están juzgando a una
inocente. Pero la ceguera y los intereses corporativos prevalecen
sobre los intereses de todo un pueblo.
Aquí
vale la dura sentencia del apóstol Pablo: “ellos encierran la
verdad en la injusticia. Es lo que atrae la ira de Dios” (Romanos
1,18). Los golpistas llevarán en la cabeza, por toda la vida, la
señal de Caín, que asesinó a su hermano Abel. Ellos asesinaron a
la democracia. Su memoria estará maldita por el crimen que
cometieron. Y la ira divina pesará sobre ellos.
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