7 de julio de 2016
Crédito: RT
Juan Manuel Karg
El
brutal asesinato de Alton Sterling reabre el debate sobre la
violencia institucional contra los ciudadanos negros en los Estados
Unidos. El video es elocuente, y escandaliza por las evidencias: el
disparo en el pecho se produce cuando la víctima está inmovilizada
en el piso, sin ofrecer resistencia alguna. “Sus manos estaban
vacías” tituló el Daily News, dando por tierra la hipótesis de
“defensa” de los policias involucrados.
El
contexto de este verdadero asesinato a sangre fría se puede
comprender en las estadísticas presentadas por el Washington Post:
durante el año en curso 123 ciudadanos negros murieron a raíz
del accionar policial en diversos estados de EEUU. En la mayoría de
los casos, con una impunidad notoria. En el caso
de Sterling, las nuevas tecnologías detectan el accionar de los
policias.
El
crecimiento de la violencia institucional en EE.UU. durante los
últimos años incluso provocó el nacimiento de un movimiento
llamado “Black Lives Matter” (“Las vidas negras importan”),
que comenzó como un pedido desesperado a través de las redes
sociales y actualmente emerge como fenómeno social en aquel país.
Obama en el gobierno, a pesar de su origen afroamericano, no pudo
contrarrestar una tendencia que gracias a los videos aficionados se
pudo hacer visible (lo que asimismo disipó la posibilidad de hacer
pasar estos verdaderos crímenes por “enfrentamientos”).
Para
una potencia que suele opinar con liviandad sobre lo que sucede
fronteras adentro de otros países, los nuevos casos de violencia
institucional en EEUU demuestran que es momento de “poner las
barbas en remojo”, tal como aconseja la sabiduría popular, y
trabajar en la resolución de esta problemática junto a
organizaciones de DDHH y de defensa de los derechos sociales y
políticos de la comunidad afroamericana. EEUU debe avanzar en la
resolución de esta creciente problemática, con un profundo análisis
de la situación y propuestas concretas. Las perspectivas no son
favorables, además, con un horizonte electoral donde el pirotécnico
Donald Trump no aparece como vector en la posible resolución de
estos temas, sino más bien lo contrario (visto y considerando sus
posiciones xenófobas, demostradas a lo largo y ancho de la campaña).
Otro
tema refiere a instancias como la OEA, con sede en Washington, que
también suele ser contundente caracterizando “crisis humanitarias”
en países que no responden a los postulados del Departamento de
Estado. ¿Se atreverá a indagar sobre los 123 asesinatos que
detalla el Washington Post durante el año electoral en curso en
EEUU? ¿No amerita el tema, a esta altura, para la conformación de
una comisión investigadora donde también estén los países de
América Latina y el Caribe?.
Por
último, ¿No es esta estadística, acaso, una verdadera “crisis
humanitaria” en la primera potencia mundial, tan experta en
caracterizar a otras latitudes? Muchas preguntas quedan flotando en
el aire. Una sola verdad, que se evidencia en las estadísticas: la
violencia institucional contra ciudadanos negros en EEUU crece y nada
hace creer que podría frenarse a corto y mediano plazo si no hay un
verdadero debate nacional en relación al tema.
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