30 de julio de 2016
German Saltrón Negretti
En
1974, la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la
Alimentación, estableció como objetivo: “dentro de una década
ningún niño se irá a dormir con hambre… ningún ser humano será
afectado por hambre o desnutrición”. Hoy, en el siglo XXI
alrededor de 1.795 millones de personas padecen hambre en el mundo.
Más de 50 millones son de América Latina y el Caribe, región que
produce y exporta alimentos en el planeta, pero también donde hay
mayor desigualdad e injusta distribución de la riqueza. La FAO, en
la XXXIV Conferencia realizada en México, se acordó acabar con el
hambre en diez años.
Buenos
propósitos, pero seguro pocos resultados. ¿Por qué? Por insistir
en soluciones erradas, pero que benefician con creces a los grandes
intereses que se mueven en este campo sobre la base, entre otros, de
dos mitos: la escasez y el incremento de la producción y la
eficiencia. La realidad es que no hay falta de alimentos, pues el
sector campesino está en capacidad de producir alimentos para todo
el mundo, pero sí abundantes intereses mercantiles en la
alimentación que se traduce en una distribución sin equidad. En los
años 60, como “solución” se impulsa la llamada revolución
verde de la agricultura que con el tiempo terminó por establecer un
reparto cada vez más injusto, la pérdida de diversidad biológica y
de suelos fértiles, y una creciente dependencia alimentaria
supeditada al agronegocio. Impulsada por centenares de corporaciones
que logró el control monopólico del sistema alimentario global.
De
hecho, desde la década de los 90, comenzó una nueva fase del
capitalismo hegemonizada por el capital financiero y las
corporaciones transnacionales, que pasan a controlar la producción y
el comercio mundial de los principales rublos. Situación que
repercute en cambios estructurales en la producción agrícola,
basado en el monocultivo, con el uso extensivo de la tierra, con el
empleo de agrotóxicos, la mecanización, y la imposición de
semillas propietarias y transgénicas. Los bienes comunes como la
tierra, el agua, la energía, los minerales, etc, se convierten en
mercancías. Y es así, que la presencia de actores financieros en
el sistema alimentario global ha dado paso para a la manipulación
especulativa del mercado de alimentos, porque ahora éstos se transan
en las bolsas de valores internacionales. Por tales motivos, el FMI
declaró una crisis alimentaria mundial en el 2007.
Los
organismos internacionales de derechos humanos deben declarar que la
alimentación no es una mercancía. Los/as productores/as de
alimentos, mujeres, hombres, pequeños agricultores, pueblos
indígenas, pescadores artesanales, habitantes de los bosques y
trabajadores/as agrícolas, deben ser revalorizados/ as por ser
actores y actrices claves para la producción de alimentos; no deben
ser subestimados por políticas ni programas, y lo toman en cuenta
solo para explotarlos. Eliminar a las corporaciones transnacionales
que controlan las semillas y demás bienes comunes. De no tomar
estas medidas urgentes, la crisis alimentaria continuará
generalizada en el mundo y el hambre mundial continuará aumentando.
Solo el sistema socialista puede revertir esta tragedia.
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