02 de diciembre de 2016
Crédito: TelesurTv
En
una muestra más de su inconmensurable estupidez la derecha
latinoamericana y su homóloga norteamericana han proclamado que la
muerte de Fidel significa el fin de una época. Sabemos que una de
las señas ideológicas del pensamiento conservador, en todas sus
variantes y en todo tiempo, es su obsesión por decretar “el fin”
de cuanto proceso o institución les sean adversos.
En
los sesentas del siglo pasado era el fin de las ideologías; en los
ochentas el de la lucha de clases, presuntamente sustituida, en este
fantasioso relato, por el aceitado rodaje institucional de las nuevas
democracias; en los noventas, embriagados por la desintegración de
la Unión Soviética, sus teóricos proclaman nada menos que el fin
de la historia. Por supuesto, esta no tardó en cobrarse una feroz
revancha con tan osados publicistas, bañándolos con un manto de
descrédito que dura hasta hoy. Ahora, con la muerte de Fidel,
incurren en el mismo error y se desviven en informarnos de que una
etapa ha llegado a su fin – ¿la etapa de las revoluciones?- sin
ofrecer prueba alguna y sin decirnos cuál es la que comienza ni que
características tendría.
Lo
anterior da pie a múltiples reflexiones. En primer lugar, para
cuestionar la teoría de los “grandes hombres” como
excluyentes hacedores de la historia, codificada a mediados del siglo
diecinueve en la obra de Thomas Carlyle. Toda la historiografía
posterior demuestra que esas grandes personalidades, cuyo papel es
indiscutible, sólo pueden surgir cuando se produce una constelación
de circunstancias sociales que favorecen su irrupción en el
escenario histórico. Esas condiciones ciertamente facilitaron
la aparición de Fidel a comienzos de los años cincuentas pero este,
a su vez, las fue modificando al punto tal que hoy en Cuba existen
otras que garantizan la continuación del ciclo iniciado con el
Asalto al Moncada y el desembarco del Granma, al margen ya de la
presencia física del Comandante.
En
otras palabras, la revolución se ha consolidado e institucionalizado
y, en términos de Max Weber, el carisma se ha rutinizado y ahora son
el partido, las organizaciones populares y las instituciones
estatales las que continúan la obra iniciada por Fidel.
Segundo,
lo que el discurso de la derecha olvida es que hay ciertos personajes
históricos, y ciertamente Fidel es uno de los más importantes, que
tienen la rara virtud de seguir produciendo hechos políticos una vez
que dejaron este mundo. Esto no tiene nada que ver con la
religión o la metafísica porque son cuestiones de fácil
comprobación en el mundo real. Veamos: a pesar de su defunción
Fidel sigue moviendo el tablero geopolítico mundial. La noche del
Martes 29 de Noviembre, en el imponente acto de masas en la Plaza de
la Revolución que tuvo lugar para despedir a Fidel de La Habana,
se dieron cita más de un centenar de jefes de estado y de gobierno,
o de altos representantes oficiales que se hicieron presentes para
expresar sus condolencias pero, al mismo tiempo, para manifestar
explícitamente su solidaridad con la Cuba revolucionaria. Es más,
diecisiete de ellos solicitaron que se les diera la ocasión de
hablar en el acto, de declarar públicamente su respeto por esa
figura legendaria que acababa de partir y de dar a conocer su
respaldo a la obra construida por Fidel.
En
esa oportunidad estuvieron presentes dos de los tres gobiernos de
mayor gravitación en los asuntos mundiales: China envió a su
Vicepresidente y Rusia al presidente de la Duna Estatal. Carcomida
por su resentimiento, la Casa Blanca no mandó a nadie. No sólo eso:
su bandera sigue flameando al tope del asta, contrariando lo que
hicieron todas las demás embajadas en La Habana que, en homenaje a
Fidel, acataron el duelo decretado por el gobierno cubano y pusieron
las suyas a media asta. En el acto del martes pasado China y Rusia
enviaron, al pie del monumento a José Martí, un mensaje cifrado a
Donald Trump: “¡Ten cuidado. No te equivoques. Cuba no está
sola!”, y vaya si es importante este mensaje en vísperas de un
gobierno como el que se viene en Washington. Pero aparte de aquellos
dos países otros actores, con diversos grados de gravitación en la
política internacional también estuvieron en ese acto: Sudáfrica,
Irán, Argelia, Qatar, Vietnam, Bielorusia, Namibia y, por Europa,
Grecia, amén de los latinoamericanos y caribeños: Bolivia,
Dominica, Ecuador, El Salvador, México, Nicaragua y Venezuela. En
otras palabras, aún después de muerto Fidel sigue influyendo en el
tablero geopolítico mundial. Y, ¿qué dudas cabe?, lo seguirá
haciendo en los años venideros.
Tercero:
la izquierda no tiene a su disposición el fenomenal arsenal de
empresas, instituciones, universidades, “tanques de pensamiento”,
medios de comunicación y redes diplomáticas con que cuenta la
derecha. Pero, en cambio, tiene algo de lo cual esta carece: la
fuerza moralque brota de figuras ejemplares, como Fidel, Chávez, el
Che, los dos Camilos (el cubano Cienfuegos y el colombiano Torres) y
tantos otros. Y esos personajes tienen una virtud excepcional: lejos
de que sus luces se extingan con su muerte, brillan cada vez con más
fuerza en el firmamento político latinoamericano y caribeño. En la
segunda mitad del siglo veinte la derecha tuvo un puñado de grandes
políticos de proyección mundial: De Gaulle, Churchill, Kennedy para
nombrar los más relevantes. ¿Qué queda de ellos? Estatuas,
monumentos, alguna que otra biblioteca con sus nombres pero nada
más. Su recuerdo se fue disipando con el paso del tiempo. En
Nuestra América, ¿quién se acuerda hoy de dos gobernantes a los
que Washington ensalzó como las “alternativas democráticas” de
la Revolución Cubana? Hablamos de Eduardo Frei Montalva,
en Chile, con su famosa (y decepcionante) “revolución en
libertad”, misma que, como era de esperar, fracasó y abrió las
puertas al triunfo de Salvador Allende en 1970. Y también de Luis
Muñoz Marín, gobernador de Puerto Rico, que la Casa Blanca
exhibía para demostrar que podía haber algo mucho mejor que
Cuba en el Caribe. Ni el uno ni el otro dejaron nada a su paso y
fracasaron sin atenuantes. Parafraseando a Fidel, podemos afirmar que
la historia no los absolvió sino que los olvidó. El Che, en
cambio, adquirió luego de su muerte una gravitación excepcional,
que no cesa de crecer, superior a la que tuvo en vida.
Quienquiera
que luche contra la injusticia y la opresión encuentra en la imagen
del Guerrillero Heroico un símbolo que transmite sin ambigüedad
alguna su mensaje de rebeldía. En Latinoamérica pero también en
Asia, África, Medio Oriente y, también en Europa y ahora, de a
poco, en Estados Unidos. Y lo mismo está ocurriendo con Chávez
y, sin ninguna duda, idéntica cosa ocurrirá con Fidel. Nuestros
muertos nos dejan un legado imperecedero y sus valores y sus ideas
–las famosas trincheras que para Martí eran más importantes que
las de piedra- sonfecundas fuentes de inspiración para las luchas de
hoy. Fidel, con su pasión quijotesca de “soñar sueños
imposibles, luchar contra enemigos imbatibles y alcanzar la estrella
inalcanzable” seguirá estando más presente que nunca en las
luchas para abolir al capitalismo y, de ese modo, salvar la
continuidad de la especie humana. Vivirá entre nosotros, sólo que
de otra manera, insuflándonos la fe y la convicción necesarias para
librar con éxito la batalla contra la dictadura del capital. Esa fe
y esa convicción con las cuales Fidel emprendió con éxito la
campaña en Sierra Maestra luego del desembarco del Granma con apenas
siete fusiles ante la mirada azorada de sus compañeros; o cuando
aseguró que Cuba sobreviviría a los horrores del “período
especial” agigantados por el criminal bloqueo de Estados Unidos; o
cuando dijo que el niño Elián volvería a Cuba, y volvió; o cuando
afirmó que “los 5” volverían a Cuba, y volvieron.Ese gramsciano
optimismo de la voluntad capaz de mover montañasde Fidel sigue
siendo un patrimonio decisivo para la izquierda mundial. Y nos dio
una prueba la noche en que el pueblo habanero lo despedía y removió,
en beneficio de Cuba y para sorpresa de Estados Unidos, las piezas
del tablero geopolítico mundial. Por eso, cabe preguntarse:
¿murió Fidel?
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