08 de diciembre de 2016
Crédito: alai
Agencia Latinoamericana de Información
Roberto Savio
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Roberto Savio
¿La
dimisión del primer ministro de Italia, Matteo Renzi, es realmente
un asunto local? No hay duda de que un referendo sobre un cambio
constitucional puede ser una cuestión de confianza en él, pues
personalizó el asunto a tal punto que se volvió una votación sobre
el joven gobernante.
Pero
si se analiza socialmente la consulta popular, se ve que el voto por
el no vino otra vez de las partes más pobres de Italia. Milán es un
estudio de caso. Los votantes del centro se inclinaron por el sí, y
los de la periferia, por el no.
¿No
es acaso similar a lo que pasó con el brexit y las elecciones de
Estados Unidos? Y Renzi cayó en la misma trampa que el ex primer
ministro británico David Cameron, al convocar a un referendo sobre
un asunto tan complejo y poner en riesgo su propia credibilidad y
prestigio para que lo arrase una inesperada ola de resentimiento,
como él mismo declaró: “No tenía idea de que me odiaban tanto”.
Eso
es importante, pues muestra que aun dirigentes tan brillantes como
Renzi, no se dan cuenta de que desde hace años ronda un tsunami de
resentimiento, que ha sido ignorado por el sistema, por los medios y
por los políticos.
Finalmente,
todo el mundo relaciona las próximas elecciones en Holanda, en
marzo, en Francia, en mayo, y en Alemania, en agosto, como fechas en
las que las olas populistas, nacionalistas y xenófobas crecerán aún
más.
Un
gran suspiro de alivio se escuchó en toda Europa cuando Norbert
Hofer, candidato del Partido de la Libertad de Austria, de extrema
derecha, perdió con 47 por ciento de los sufragios frente al
candidato del Partido Verde, Alexander Van der Bellen, quien obtuvo
53 por ciento.
El
ministro alemán Ulrich Kleber declaró: “(El presidente
estadounidense electo Donald) Trump marcó un punto de inflexión. La
mayoría liberal presiona”. En la última reunión del eurogrupo,
la propuesta de la Comisión Europea de permitir un presupuesto
fiscal flexible perdió por la presión alemana.
De
hecho, las encuestas actuales muestran que el Partido de la Libertad
tiene posibilidades de ganarle a la vieja coalición de demócratas
sociales y demócratas cristianos que gobiernan Austria desde el
final de la guerra. Y como muestran las encuestas actuales, a
mediados de marzo, el xenófobo Partido por la Libertad, del
oxigenado Geert Wilders podría quedarse con 21 por ciento de los
sufragios, más que el Partido Popular por la Libertad y la
Democracia, que obtendría 19 por ciento.
En
Francia, para evitar que gane Marine Le Pen; al final todo el mundo
estará obligado a votar a François Fillon, quien se ha inclinado
tanto a la derecha en varios asuntos que es apenas reconocible.
Finalmente,
en Alemania, Ángela Merkel anunció que realizaría una campaña sin
ideología, para no acentuar ninguna diferencia con el partido de
extrema derecha AfD en las próximas de elecciones de agosto.
Es
desconcertante que el sistema político siga pensando las elecciones
como condicionadas por factores locales. Claramente, Trump solo
podría ser electo en Estados Unidos. Pero debe quedar claro que lo
que ocurre es consecuencia de la reacción de los ciudadanos a escala
global.
¿Pero
cómo podemos esperar que quienes apoyan la globalización neoliberal
desde 1989 reconozcan su culpa? Es una señal de estos tiempos que el
Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos sean los que pidan
una vuelta al papel de un Estado regulador y denuncien que las
desigualdades sociales y económicas frenan el crecimiento.
La
cuestión es si es demasiado tarde. Ahora será extremadamente
difícil regular el mundo de las finanzas, en especial porque Trump
eliminará las pocas regulaciones que quedan y formará un gabinete
de banqueros.
Desde
hace más de una generación, el mercado ha sido considerado el único
actor legítimo en materia de economía y sociedad. Los valores
consagrados en la mayoría de las constituciones, como justicia,
solidaridad, participación y cooperación se sustituyeron por
competencia, enriquecimiento e individualismo.
En
la actualidad, los niños de China, Rusia, Estados Unidos y Europa no
están unidos por valores, sino por marcas, Adidas, Coca-Cola, entre
otras. Los ciudadanos se volvieron consumidores. En un futuro
próximo, los datos sobre la vida, las actividades y los hábitos de
consumo de cada individuo y acopiados gracias a Internet, pautarán
cada vez más sus vidas.
La
robotización de la producción de bienes y servicios pasará del
actual 16 por ciento a 40 por ciento en 2040. Basta pensar en cuántos
choferes perderán su empleo con la automatización de los
automóviles. Y las personas desplazadas en fábricas son lo mejor de
los trabajadores, y no los que tienen trabajos precarios que votan
por los populismos.
Otro
asunto solapado es que todos los partidos populistas están
totalmente en contra de los acuerdos y tratados internacionales. Los
partidos europeos se oponen a la unidad de Europa. Trump quiere
salirse de los acuerdos existentes. Y todos juntos consideran que el
Acuerdo de París sobre cambio climático atenta contra los intereses
individuales. Todos hablan sobre su identidad nacional, de su pasado
glorioso y sobre cómo deshacerse del multilateralismo y el
internacionalismo.
De
hecho, en la administración Trump, el término “globalista” es
peyorativo. Un globalista es el enemigo que quiere vincular a Estados
Unidos a otros países y otras perspectivas. Aun así, el Partido de
la Independencia del Reino Unido, el Frente Nacional, en Francia, y
el Movimiento 5 Estrellas, de Italia, entre otros, salvo algunas
reuniones muy mentadas, nunca pudieron crear una plataforma común en
materia internacional, a no ser por la abolición de la Unión
Europea. Ahora que Trump designó a Stephen Brennan, quien ya anunció
que parte de su trabajo es fortalecer los partidos de derecha y
populistas de Europa, será interesante ver cómo, y sobre qué base,
podrán crear alianzas, aparte de oponerse al matrimonio homosexual y
a los nacimientos extrauterinos.
Pero
hay un elemento común en los asuntos internacionales. La simpatía
por el presidente de Rusia, Vladimir Putin, considerado un defensor
de los valores nacionales y el inventor de la “democracia
iliberal”, adoptada oficialmente por Viktor Orbán, primer ministro
de Hungría, seguido por otros integrantes del Pacto de Visegrad,
entre Polonia, República Checa y Eslovaquia, bajo la mirada
benevolente del presidente Recep Tayyip Erdogan desde Turquía. Putin
también atrae cada vez más a Fillon, en Francia, a Matteo Salvini,
en Italia, a Nigel Farage, en Inglaterra, a Wilders, en Holanda, y
ahora a Trump, el último toque para su legitimación.
Pero
la pregunta es si la respuesta a la globalización neoliberal elegida
por sus víctimas es orgánica y adecuada. ¿Podrán hacer lo que el
desacreditado sistema, en crisis por la globalización, no pudo
hacer? Esa es la cuestión central a considerar.
Al
observar el gabinete de Trump, quedan muchas dudas. Es una buena
imagen decir que sería como poner al conde Drácula a vigilar un
banco de sangre. El posible secretario de Educación aboga por
aumentar la educación privada. El de Salud está a favor de
desmantelar el sistema de salud pública. Casi todos o una buena
parte de ellos son multimillonarios. Los asesores proceden todos de
grandes corporaciones. Resulta difícil comprender cómo un grupo de
personas ricas y poderosas podrá identificarse con las víctimas de
la globalización.
Los
discursos de Trump contra Wall Street, injusticia social y existencia
precaria, que le hicieron poner mala cara, al igual que a Bernie
Sanders, desaparecieron. Las compañías de energía recibieron su
mayor impulso en varios años, gracias a que el presidente electo
quiere retirarse del Acuerdo de París y ampliar el uso de los
combustibles fósiles. Pero al mismo tiempo, cientos de ciudades
aprueban normas para contener el cambio climático. Es imposible
saber qué significará para el mundo o para el propio Estados
Unidos. Pero hay señales de que se legitimará la codicia. Numerosos
historiadores sostienen que la codicia y el miedo son dos factores
importantes para cualquier cambio. El miedo a los inmigrantes es el
principal combustible de la xenofobia. No sorprende, entonces, que el
nacionalismo, la xenofobia y el populismo crezcan.
El
problema es que el debate creciente sobre las víctimas de la
globalización se basa en los síntomas y no en las causas. Si en la
época de la Unión Soviética le preguntábamos a un transeúnte
“¿Cuál es el paradigma que guía la política económica y social
aquí?”, con seguridad la respuesta hubiera sido “comunismo o
socialismo”. Desde 1989, una pregunta como esa hubiera dejado en
blanco a la persona interrogada, mientras vivíamos en un paradigma
igual de acotado y totalmente generalizado: mercado, la mayor
eliminación posible del Estado, de lo público y la mayor reducción
posible de los costos sociales no productivos. El individualismo y la
competencia son factores ganadores, proteger y apoyar la riqueza y
reducir lo más posible el personal y los costos.
Hay
un cambio generacional diferente. Los jóvenes abandonaron la
política, perdieron perspectiva y se volvieron opciones
administrativas que pasaron a ser cada vez más corruptos y se
refugian en el mundo virtual de Internet. Pero se reúne en grupos de
personas que comparten pensamientos similares. Si soy de izquierda,
me uno con otro de izquierda. Nunca con un tipo de derecha, como lo
haría en la vida real. Y en esos grupos, emergen los más radicales.
Tenemos un mundo creciente de jóvenes radicalizados y con gran
respeto de sí mismos, que perdieron la capacidad de debatir. Cuando
se reúnen, hablan de música, de deportes, de moda, pero nunca de
ideas o de ideales para evitar conflictos y disputas. Sin jóvenes
que quieran cambiar el mundo en el que viven, el elevador de la
historia se estanca. Y si se suman muchas otras tendencias
históricas, desaparece la capacidad de corregir errores y
desequilibrios.
Es
antihistórico bloquear la inmigración cuando los países
industrializados tienen tasas de nacimiento negativas, y la
productividad y las pensiones están en peligro. Es antihistórico
imponer de vuelta aranceles, reducir el comercio y los ingresos y
aumentar los costos. Es antihistórico aceptar que el paraíso fiscal
se traga 12 por ciento del presupuesto del mundo. Es antihistórico
eliminar acuerdos internacionales, la cooperación internacional y
volver a los pequeños límites fronterizos. Es antihistórico que
los ricos se vuelvan más ricos (en la actualidad 88 personas
concentran la misma riqueza de 2.200 millones de personas) y los
pobres más pobres. Es antihistórico ignorar el amenazante problema
del clima, sobre el cual ya reaccionamos tarde. Es casi como romper
un gran vaso, creemos que será ventajoso porque tendremos muchos
fragmentos pequeños.
China,
India, Japón, Rusia y, ahora, Estados Unidos se vuelven todos
nacionalistas. Este último siempre lideró, no sin resistencia, como
garante de la estabilidad mundial, atribuyéndose el destino
manifiesto de país excepcional. Ahora pretenden tener el destino
manifiesto de pensar solo en sí mismos. Trump se dará cuenta de que
será el capitis diminutio de Estados Unidos.
Estamos,
por ende, en un punto de inflexión histórico. Venimos de 70 años
de crecimiento de la cooperación internacional, de la creación de
las Naciones Unidas, dedicada a la paz y al desarrollo, y de la Unión
Europea, basada sobre la misma filosofía, y un enorme florecimiento
de pactos sobre comercio, salud, educación, trabajo, deportes,
turismo y lo que sea que convoque a la gente, una tendencia que ahora
se revierte. La globalización neoliberal le dio a esas tendencias
una dirección específica e incuestionable: el mercado es el único
actor y el hombre ya no es el centro de la sociedad.
La
tendencia hacia la que vamos es clara, en especial después del 9 de
noviembre: hacia un mundo de Trump. ¿Pero será esa la respuesta a
los problemas de las grandes masas que cambian su representación
política? No, si no discutimos ni adoptamos un paradigma, compartido
por una gran mayoría, y volvemos a garantizar otra vez la justicia
social, la democracia y la participación. ¿Es tan difícil leer la
historia?
Roberto
Savio
Periodista
italo-argentino. Co-fundador y ex Director General de Inter Press
Service (IPS). En los últimos años también fundó Other News, un
servicio que proporciona “información que los mercados eliminan”.
Other News .
En
español: http://www.other-news.info/noticias/
En
inglés: http://www.other-net.info
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