05 de julio de 2016
Crédito: Aporrea.org
Mario Sanoja Obediente
Iraida Vargas Arenas
Mario Sanoja Obediente
Iraida Vargas Arenas
Los
ideólogos de la derecha, tanto la internacional como la venezolana,
proclaman a los cuatro vientos el colapso de modelo socialista
bolivariano y la necesidad de reimplantar en Venezuela un paquete de
ajustes económicos neoliberales que serviría para desmontar todas
las políticas sociales de la Revolución Bolivariana, y privatizar a
favor de las transnacionales todos los medios de producción que son
propiedad del pueblo venezolano. Para desmontar aquella falacia es
necesario exponer las prácticas comerciales monopólicas y
oligopólicas perversas que han permitido a la burguesía venezolana
adueñarse de Venezuela durante aproximadamente 266 años.
Es
necesario igualmente delinear -así sea de manera muy general- el
proceso económico que arranca en Venezuela desde mediados del siglo
XVIII con la imposición del antiguo sistema mercantil comercial
colonial de reformas económicas liberales dictadas por Carlos III,
aplicadas tanto por la Compañía Guipuzcuana en la región centro
occidental de Venezuela como por la Compañía de Barcelona en la
región centro oriental del país. Aquellas reformas impuestas por
Carlos III, abrieron la vía hacia la consolidación en Venezuela de
la sociedad de clases y establecieron una nueva geometría del poder
colonial cuyo centro se localizaba en la Provincia de Caracas.
Gracias a aquellas reformas liberales el capital usurario y comercial
venezolano comenzó -desde mediados del siglo XVIII- a controlar las
actividades productivas y de intercambio en los centros urbanos y
villas, el comercio de exportación e importación, la riqueza social
de la tierra e incluso las instituciones eclesiásticas.
Las
cosechas obtenidas por los dueños de plantaciones eran pagadas por
los compradores europeos -al menos en parte- con mercancías que eran
luego revendidas localmente por especuladores comerciales que
pertenecían a la misma clase social de los agroexportadores
mantuanos, conducta que no difiere de las prácticas de la actual
burguesía parasitaria venezolana.
El
modelo económico decimonónico propulsado por el bloque oligárquico
republicano a partir de 1830, conservó en la práctica el mismo
modelo económico de la burguesía mantuana colonial en el cual, como
ya hemos dicho repetidas veces, predominaba el capital
comercial-usurero sobre el casi inexistente capital industrial. La
base del proceso productivo, como ya sabemos, era la producción
agropecuaria, donde destacaba la explotación del café, el cacao, el
tabaco, el algodón, cueros y semillas de dividive (Caesalpinia
coriaria) utilizadas entonces en Estados Unidos y Alemania para la
curtiembre de aquellos.
El
73% de la renta del Estado venezolano de la época descansaba sobre
los derechos de importación, aproximadamente un 9% por los derechos
de exportación y un 1% por la renta interna derivada de los
impuestos a la producción y el consumo de la sal, los licores y el
tabaco.
Gracias
a sus vinculaciones con el comercio exterior, el sector de
intermediación -integrado por comerciantes que adquirían sus
mercancías a través de los principales puertos- aquellos
convirtieron el comercio exterior, los préstamos usurarios, el
control del circulante y los mecanismos del crédito en su principal
fuente de acumulación de capitales. De esta manera los comerciantes
se transformaron rápidamente en el grupo económico dominante en el
plano político y en la raíz de la burguesía comercial venezolana.
La estructura social y económica que prevalecía desde el siglo
XVIII no sufrió cambios significativos hasta las primeras décadas
del siglo XX, cuando la explotación petrolera desplazó al sector
agropecuario como factor dominante para la creación de la renta
nacional.
Mientras
una parte importante de dicha renta que se invertía en la compra y
distribución de bienes cuyo consumo beneficiaba preferentemente los
gustos suntuarios de la burguesía, un mínimo segmento de ella se
dedicaba a la inversión pública. Como consecuencia, la clase de los
ricos se acostumbró a considerar a Venezuela como su propiedad
personal, a los venezolanos de clase media como su servidumbre,
mientras que consideraba a los y las pobres como sus esclavos. Esta
condición de desprecio, de desigualdad social, se prolongó por dos
siglos, hasta inicios del proceso de la Revolución Bolivariana en
1998, cuando todavía un 80% de la población venezolana se hallaba
en situación de pobreza, excluida por la oligarquía liberal
burguesa del disfrute de la felicidad social.
A
partir de las primeras décadas del siglo XX, el auge de la
explotación del petróleo exacerbó los componentes culturales más
negativos del modelo socioeconómico rentista liberal burgués en la
sociedad venezolana, dando origen a lo que conocemos como la Cultura
del Petróleo. Los estilos de vida de dicha cultura fomentaron y
siguen fomentando en las y los venezolanos – -vía las campañas
mediáticas y las industrias culturales- sentimientos de dependencia,
autodesprecio y marginalidad, la disociación de las mentes y la
transculturación que genera lealtades hacia el "American way of
life".La cultura del petróleo crea tanto normas de ética
social como una filosofía de vida cuyo objeto es adaptar la sociedad
venezolana a una condición de productora y exportadora de materias
primas, al consumismo exacerbado de todo tipo de mercancías, del
confort que estas supuestamente producen, reforzado e
institucionalizado por técnicas publicitarias que disocian a los
venezolanos de su propia realidad, convirtiéndolos en sujetos
dominados por las transnacionales o los monopolios venezolanos como
es el caso hoy día con Empresas Polar.
Otra
consecuencia de la cultura petrolera es la creación de un proceso de
acumulación de capitales y un crecimiento del salario real que
contradice las leyes del capitalismo normal. En Venezuela la
extraordinaria acumulación de capitales lograda por la burguesía en
el último medio siglo vía la apropiación de la renta petrolera,
fue acompañada, hasta 2015, por un aumento en la capacidad de compra
de la población en general. Pero el crecimiento de la acumulación
de capitales y del nivel real del salario superó sistemáticamente
el de la productividad gracias al rentismo petrolero.
Aquella
situación afectó el equilibrio macroeconómico puesto que
fortaleció una perversa dependencia de la importación de alimentos,
de medicamentos, de autopartes, etc., precarizando el abastecimiento
de los productos indispensables para garantizar la estabilidad de la
vida cotidiana, la soberanía y la seguridad de la nación. La crisis
que estamos viviendo en la actualidad, ocasionada por la caída
mundial de los precios del petróleo, nos permite definir el colapso
del modelo capitalista liberal burgués que nos fue impuesto hace más
de dos siglos por la oligarquía liberal burguesa venezolana.
La
vía socialista adoptada por la Revolución Bolivariana, por el
contrario, incidió profundamente en los procesos de inclusión de la
población venezolana, saldando buena parte de la terrible deuda
social que dejaron 200 años de vivir bajo el capitalismo liberal
burgués, mejorando hasta niveles no conocidos anteriormente los
índices de salud, educación, vivienda, tecnología y conciencia
social. Esta estructura institucional creada por la Revolución, es
la que ha permitido a la sociedad venezolana paliar hasta ahora el
impacto de la crisis petrolera, los efectos perversos de la guerra
económica, el desabastecimiento selectivo y la inflación inducida
por el imperio y la burguesía venezolana. La vía socialista
señalada por el Comandante Chávez, si bien ha logrado transformar
las condiciones materiales y subjetivas de vida de nuestra población,
debido a la baja productividad que persiste en la economía
venezolana no ha logrado todavía independizarnos de los factores
capitalistas de dominación económica, representados tanto por las
transnacionales como por los monopolios y oligopolios venezolanos que
dominan la importación de bienes y el ensamblaje de productos
alimenticios, medicinas, autopartes, tecnología, conocimientos
científicos y la producción de saberes.
La
actual guerra económica que nos imponen tanto el imperio como la
burguesía venezolana, ha tenido un fuerte impacto sobre la cultura y
sobre los diversos estilos de vida de la población venezolana
debido, precisamente, a nuestra debilidad productiva. Sin embargo los
aportes creativos que han dado siguen dando las diversas misiones
sociales al progreso social de las venezolanos y las venezolanas, a
las bases de misiones que apoyan al sistema de comunas y consejos
populares y de los numerosos movimientos sociales organizados que los
acompañan y consolidan el poder popular, de los movimientos de
agricultura urbana, de la movilización masiva de la población
venezolana en defensa de los logros obtenidos por la Revolución
Bolivariana, al desarrollo de un sistema educativo inclusivo y
democrático, de un fuerte movimiento cívico militar, todos juntos
han frenado las posibilidades de éxito de las brutales arremetidas
del imperio contra Venezuela y constituyen al mismo tiempo el
fundamento de una nueva sociedad venezolana.
El
fortalecimiento socioproductivo de la sociedad venezolana
fundamentado principalmente en el viejo anhelo de la sustitución de
importaciones, requiere de una política socioeconómica orgánica,
como la expuesta en la Agenda Económica Bolivariana y los 15 motores
productivos que ha propuesto a la Nación el Presidente Nicolás
Maduro. Dicha política abre un proceso que requiere el concurso de
todos los factores y actores de la vida económica nacional para
poder lograr la meta propuesta: lograr el desarrollo integral de
nuestro país bajo el signo de la democracia participativa y el poder
popular. La política socioproductiva propuesta y puesta en ejecución
por el Presidente Maduro, privilegiando el capital productivo sobre
el comercial, combate la perversa tendencia histórica que se inició
desde el siglo XVIII, la cual permitió que la burguesía
parasitaria, en sus diferentes encarnaciones a lo largo de tres
siglos y medio, se apoderase tanto de los recursos de Venezuela como
de la vida de las y los venezolanos.
La
forma de capitalismo rentista venezolano es un caso digno de estudio,
ya que se asemeja más a un capitalismo de Estado donde éste sería
el patrón que paga el salario en dólares a los empresarios que son
sus empleados, para que estos se enriquezcan y acumulen un capital
que luego ni invierten ni arriesgan en el desarrollo de sus empresa
en el país, desviando las ganancias no hacia la economía real
venezolana sino hacia la especulativa… en los mercados offshore.
Nunca
utilizan sus capitales, los cuales están colocados en bancos
extranjeros; cuando como en la coyuntura actual, el Estado no tiene
suficientes divisas para pagar el salario en dólares a los
"empresarios", estos hablan de la "deuda" que
aquel ha contraído con ellos y amenazan con guerra económica y
boicot a la producción y las cadenas de distribución como un vulgar
chantaje al gobierno bolivariano.
Esta
forma vernácula de capitalismo mafioso funcionó durante los siglos
que duró su apropiación del Estado venezolano hasta el final de la
IV República en 1998. Los políticos y los comerciantes o
"canastilleros" como los llamaba el historiador venezolano
Laureano Vallenilla Lanz, se desempeñaban alternativamente como
Presidentes de la República, presidentes o gobernadores de estados,
ministros, doctores y generales, etc., y se repartían la piñata del
erario público. Esta situación llegó a su momento más desastrado
durante las décadas de gobierno adeco-copeyano (1958-1998) cuando
lograron ponerle la mano directamente a la industria petrolera, a la
renta que ella produce y a los mecanismos de control financiero que
regulan su administración.
El
inicio de la Revolución Bolivariana en 1992 y la elección posterior
de nuestro comandante Hugo Chávez Frías a la Presidencia de la
República en 1998 comenzó a erosionar los mecanismos de control
político y económico que tenían el imperio y la burguesía sobre
el Estado la producción petrolera y la renta petrolera, así como
sobre la sociedad venezolana. Para tratar de retomar su control sobre
nuestra sociedad, la burguesía parasitaria venezolana y el Imperio
Usamericano en complicidad los gobiernos oligárquicos de España y
Colombia, entre otros, organizó planificó y ejecutó el fallido
golpe de Estado de 2002 contra el gobierno del Presidente Chávez, el
sabotaje de la industria petrolera de 2002-2003 y, posteriormente,
intervinieron en toda la campaña de terrorismo delictivo
(guarimbas), asesinatos indiscriminados y selectivos de ciudadanos y
ciudadanas, destrucción de la propiedad pública, la organización
de hordas de bachaqueros y paramilitares binacionales, la
organización de campañas mediáticas contrarrevolucionarias a nivel
internacional y nacional, hasta culminar con intentos injerencistas
como el luctuoso decreto de Obama y la impúdica alianza de
organismos internacionales como la OEA y su secretario Míster
Almagro, el gobierno español del Partido Popular Rajoy, la
oligarquía colombiana (Uribe Vélez) y la derecha venezolana que
controla la Asamblea Nacional, para derrocar al gobierno
revolucionario constitucional del presidente Nicolás Maduro
utilizando fraudulentamente la Cartas de las Américas…Es muy
difícil que la burguesía empresarial parasitaria y la derecha
política venezolana acepten dialogar con el gobierno bolivariano, no
obstante los buenos oficios de UNASUR y del sector mayoritario de
países honorables que nos apoya en la OEA. Para la derecha
venezolana, dialogar significa imponer al contrario sus condiciones
sin discusión.
Para
dialogar con ellos se debe aceptar que la Revolución Bolivariana
existe, que Nicolás Maduro, nuestro presidente electo
democráticamente, en realidad no existe, que en Venezuela hay una
crisis humanitaria y hay que intervenirla militarmente para
resolverla. Dialogar aceptando que el otro existe significa, en suma,
para ellos, perder cara ante la opinión mundial que tan
cuidadosamente ha manipulado para crear una imagen distorsionada de
Venezuela y de la Revolución Bolivariana.
Es
por eso que la campaña contra Venezuela constituye un argumento de
peso en la presente campaña electoral de España, para tratar de
ocultar la terrible crisis humanitaria que vive actualmente dicho
país. Para muchos venezolanas y venezolanos que desesperan ante las
penurias que nos impone la guerra económica desatada contra nosotros
por el imperio y la burguesía parasitaria venezolana, les decimos
que dicha crisis es sintomática del final del viejo capitalismo
burgués. Así como nos causa tanto sufrimiento, esta coyuntura
también afecta el futuro inmediato del 1% de ricos que controlan la
economía mundial y por supuesto la economía venezolana, cuyos
negocios podrían verse amenazados por una posible contracción
destructiva de la demanda. El derrocamiento del Presidente Maduro
planeado -según Ramos Allup- para ser efectivo el 6 de julio de
2016, coincidiría aproximadamente con el supuesto inicio de las
importaciones para las fiestas navideñas, etapa de mayores ventas y
beneficios económicos para "empresarios-comerciantes".
Imaginemos una navidad secuestrada por el "grinch" de la
guerra económica, sin jugosas ventas de juguetes, ropas, calzado,
electrodomésticos, sin venta masiva de ingredientes para las
hallacas, de licores, de arbolitos y ornamentos de navidad, etc. En
otras circunstancias los venezolanos y venezolanas habrían
dilapidado alegremente sus aguinaldos y utilidades en un consumismo
desenfrenado, pero la guerra económica nos obliga a considerar que
existen otras deudas y obligaciones perentorias que no se resuelven
solo con el consumismo exacerbado de bienes.
La
guerra económica que promueve la derecha también está modificando
la conducta cultural de la sociedad venezolana. Un cambio negativo
está ocurriendo en las clases populares con la irrupción en el
escenario sociocultural venezolano de la guerrilla bachaquera
binacional, propiciando un proceso barrial de acumulación de
capitales especulativos que determina la existencia de una sociedad
barrial desigual, violenta, vinculada y protegida por las mafias
delictivas que perturbará la vida cotidiana tanto de las comunidades
como el funcionamiento de las cadenas tradicionales de distribución
de bienes.
¿Podríamos
imaginar cómo y hasta cuando prolongarán los
"empresarios-comerciantes" esta estéril guerra económica?
Luego de esta crisis, ya no podrán los burgueses y la clase media
seguir viviendo como vivían bajo la IV República cuando, como dicen
muchos venezolanos mental y culturalmente disociados, "éramos
felices y no lo sabíamos". Ningún político de derecha les
había explicado la existencia de los ciclos de crisis del
capitalismo, que vivían en una burbuja rentista que tenía fecha de
expiración, la cual sobrevino con la caída mundial de los precios
del petróleo.
La
crisis de la sociedad capitalista tiene diferentes factores causales
en países vecinos como México, Guatemala, Honduras, Costa Rica,
Panamá, Colombia, Perú, Brasil, Paraguay, Argentina y Chile, y en
otros países como Francia, España, Bélgica, Reino Unido, Grecia,
Italia. En Estados Unidos, la creciente descomposición social pone
en peligro la macroeconomía, lo que se refleja en las mediocres
ofertas, que a través de Hilaria Clinton y Donald Trump, ofrece la
clase oligárquica al pueblo norteamericano que ve cada vez más
lejos sus posibilidades reales de liberación nacional.
Todo
parece indicar que en Venezuela, como en otros países, está
gestándose una sociedad post-rentista. Aunque el tiempo histórico
de la Revolución Bolivariana, que ha sido una guía para los
movimientos de liberación en todo el mundo, se desarrolla con
distintas velocidades y estilos, la meta que perseguimos, la sociedad
socialista, se mantiene como la única alternativa posible, ya que
las políticas de ajustes neoliberales solo provocan miseria,
desempleo, violencia y desigualdad social y pérdida de la libertad y
la democracia.
La
derecha venezolana se ha revelado, en esta coyuntura, incapaz para
comprender la realidad venezolana e inepta para gobernar
eventualmente el país. La aplastante derrota internacional que le
infligió en la OEA la diplomacia bolivariana y la solidaridad de la
mayoría de los países latinoamericanos y el presunto juicio
político a su liderazgo de la Asamblea nacional por traición a la
patria, la descalifican a la derecha incluso como actores de un
posible diálogo sobre la normalización de nuestra situación
sociopolítica. Ante esta coyuntura, solo nos queda como futuro
posible, la vía comunal socialista hacia la construcción de una
nueva sociedad venezolana, donde podamos continuar viviendo bajo una
democracia revolucionaria justa, participativa y protagónica.
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