04 de julio de 2016
Crédito: El Quinto Patio
Retroceso sin Retorno
Carolina Vásquez Araya
Retroceso sin Retorno
Carolina Vásquez Araya
Debieron
suceder muchos asesinatos, innumerables abusos y millones de
violaciones de niñas, niños, adolescentes y mujeres adultas para
que los medios de prensa comenzara a ceder sus privilegiados espacios
a una de las mayores amenazas contra la vida y la integridad de más
de la mitad de la población del continente. No era noticia. De
hecho, la violencia intrafamiliar y las violaciones sexuales se
consideraron, hasta hace pocos años, “un asunto privado” en el
cual nadie tenía por qué intervenir.
Sin
embargo y aun cuando se reconoce el gran valor de la apertura de esta
línea noticiosa y de investigación, se observa un enfoque
estereotipado en la forma -y patriarcal en el fondo- cuya perspectiva
retrógrada se consolida por medio de un lenguaje ambiguo y la
perenne sombra de sospecha sobre las víctimas como las primeras
responsables de su propio drama.
Es
decir, si las adolescentes descuartizadas no se hubieran ido de paseo
al puerto…. Si Cristina hubiera denunciado a tiempo… Si la niña
violada por su padrastro desde los 4 años hubiera hablado… Es
decir, no se pone el dedo sobre el hechor sino sobre la víctima, una
y otra vez no solo revictimizándola, sino transformando la violencia
feminicida en una manifestación casi normal aunque perversa de la
sociedad. Por lo tanto el mensaje oculto en este imaginario
construido desde un sistema machista es: Mejor tomar precauciones y
no exponerse. Ser casta y sumisa para no provocar. Anularse para no
sobresalir.
¿Qué
clase de humanos somos? ¿Este retroceso será otra Era de Extinción
como la que acabó con los dinosaurios? ¿Dejamos asesinar a nuestras
niñas como una ofrenda a alguna divinidad maldita? Porque hasta
estas fechas avanzadas del siglo todavía se prohíbe a las mujeres
salir libremente a las calles, disfrutar de un momento de
esparcimiento en un sitio público sin temor a ser agredida, drogada,
violada y abandonada en un cuartucho de hotel por un grupo de hombres
que “solo se divertían”.
La
mala noticia es que no hay escondite seguro para una niña,
adolescente o mujer. Tampoco para los niños porque ellos también
son presa fácil de un violador, un pedófilo, un delincuente sexual.
De acuerdo con los organismos encargados de recabar datos y
convertirlos en estadísticas, el escenario es aterrador. Lo que no
aparece en esos cuadros es la parte más espeluznante de esta
realidad de abusos continuados y de crímenes oportunistas. Son los
no denunciados por miedo a la venganza, el recurso más utilizado por
un violador en contra de sus víctimas.
Ese
estado de indefensión en el cual sobreviven miles de mujeres en los
sitios supuestamente seguros como su hogar, su escuela o su iglesia,
marca de manera indeleble la vida futura de estas víctimas. ¿Será
cuestión del Estado crear sistemas de protección o será
responsabilidad de la sociedad vigilarse a sí misma? El Ministerio
Público de Guatemala creó un Botón de Pánico (1572) como un
recurso a la mano de las víctimas de abuso sexual o violencia. Pero
hay miles de niñas y mujeres sin acceso a la tecnología y viviendo
en un mundo de restricciones de todo tipo, al punto de creer en el
imperio de la violencia como una maldición divina, a la cual debe
someterse con resignación.
Es
en esta involución de lo humano como un valor superior, en donde
reside la maldición. Ninguna sociedad funcional y democrática se
asienta sobre un sistema de violencia contra los más vulnerables,
contra un sector debilitado a propósito mediante un sistema de
discriminación, racismo y menosprecio capaz de cruzar generaciones,
fortaleciéndose en el trayecto. Es hora de romper el silencio.
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