26 de marzo de 2016
Crédito: Cambio Político
Roberto Pizarro
Aram Aharonian
Roberto Pizarro
Aram Aharonian
“Este
24 de marzo se cumplieron 40 años del golpe de Estado que remplazó
un régimen corrupto y autoritario, -el de Isabel Perón y López
Rega-, por una dictadura corrupta y criminal en Argentina. El saldo
fue, y es, terrible: treinta mil víctimas torturadas, asesinadas,
desaparecidas”
(Politika).
Other
News seleccionó dos artículos, escritos por el ex ministro y
economista chileno Roberto Pizarro y por el experiente periodista
uruguayo Aram Aharonian
Gonzalo
Carranza y el dictador Videla
A
Gonzalo Carranza le dieron la libertad para matarlo. Fue a pocas
cuadras de la cárcel de La Plata, el 3 de febrero 1978, cuando tenía
27 años. Lo conocí en la cárcel de Villa Devoto, dónde estuve
preso durante un año, gracias a la “Operación Cóndor”. Mi
encuentro con él fue en una celda de castigo que compartimos durante
dos semanas. Eran los tiempos de Videla en Argentina y de Pinochet en
Chile. Los dictadores se pusieron de acuerdo para aplastar a los
grupos opositores, mediante una coordinación represiva que
asesinaba, torturaba, robaba y raptaba niños. En esos tiempos la
vida era una lotería. Mi esposa –también detenida en Villa
Devoto– y yo nos salvamos. A Gonzalo lo asesinaron.
Cuando
los chilenos ingresamos a la cárcel de Villa Devoto, los presos
argentinos nos dijeron que teníamos que respetar la tradición, la
que se resumía en dos conceptos: los presos políticos no corren y
tampoco se abren los cantos (nalgas). “La requisa” revisaba
detalladamente las celdas de tanto en tanto, exigiendo al preso
descubrir su ano para buscar posibles “embutes” (escondites) y
luego lo obligaban a salir de la celda y correr hasta el fondo del
pabellón.
El
preso político debía rechazar a voz en cuello la indagación sobre
su intimidad diciendo, “los presos políticos no se abren los
cantos” y los guardias, en una suerte de acuerdo tácito, lo
aceptaban; inmediatamente después exigían correr, pero el preso
político debía gritar: “los presos políticos no corren”. Y “la
requisa” dejaba pasar esa particular forma de resistir dentro de la
cárcel. Eran los tiempos de Isabel Perón y de Lopez Rega.
“López
Rega promovió un sistema de represión criminal clandestina que
pronto se abrió paso resueltamente. Muerto Perón en julio de 1974,
fue sucedido en la presidencia por su cónyuge, Isabel Martínez de
Perón, bajo cuyo gobierno López Rega medró casi sin límites y su
metodología se fue expandiendo sin obstáculos. El eclipse de éste
en 1975 no significó la extinción del sistema sino, en realidad, su
consolidación, su despersonalización y de algún modo su
institucionalización. En marzo de 1976 también Isabel Perón debió
abandonar el gobierno y las fuerzas armadas llevaron a sus últimas
consecuencias la técnica de la represión criminal clandestina.”
(Salvador María Lozada)
El
24 de Marzo de 1976 se instaló la dictadura de Videla. El gobierno
de Isabel y López Rega se caía a pedazos por la corrupción, el
desorden económico, el accionar represivo paralelo de la triple A,
en medio de la protesta que crecía en el movimiento sindical y el
accionar de las organizaciones guerrilleras. A diferencia de lo que
sucedió con el golpe en Chile, el derrocamiento de Isabel Perón
recibió cierto reconocimiento a nivel mundial en la ilusa creencia
que se disciplinaría la represión y que volvería el orden a
Argentina. No fue así. El Gobierno de Videla se convirtió en el más
criminal en toda la historia argentina, con niveles de corrupción
superiores al gobierno derrocado. Tuvo además la pretensión de
refundar la economía argentina.
“Estado
Terrorista y modelo económico neoliberal fueron las dos caras de una
misma moneda: el ejército se encargó de destruir físicamente las
bases de apoyo y la resistencia de los sectores progresistas,
sindicatos y organizaciones de izquierda, y Martínez de Hoz se ocupó
de acabar con sus fuentes de alimentación: el Estado Benefactor y la
industria.” (Juan Ignacio Pontis)
Cuando,
en noviembre de 1975, bajo el Gobierno de Isabel, ingresé a Villa
Devoto habíamos sólo dos presos por celda, los que no corrían ni
se abrían los cantos cuando “la requisa” lo exigía. Todo se
pudrió a partir del 24 de Marzo. Con el golpe militar de Videla
ingresaron a la cárcel dirigentes sindicales, pobladores,
estudiantes e intelectuales. Pasamos a ser siete presos por celda. Ya
no eran los militantes convencidos, los combatientes de la guerrilla
peronista o guevarista y algunos extranjeros de los países vecinos
los que convivíamos en Villa Devoto. La cárcel se masificó y se
convirtió en un infierno. No sólo en Villa Devoto, sino en todo el
país. Se impuso el terror y la venganza, desde el Estado. El general
Ibérico Saint Jean, resumió los propósitos que perseguía el
Gobierno militar: “Primero vamos a matar a todos los subversivos,
después a sus colaboradores; después a los indiferentes y por
último a los tímidos.”
Supe
del asesinato de Gonzalo estando en Inglaterra, lugar de mi refugio
político. No me he olvidado de él. Cuando llegó “la requisa” a
mi celda, después del golpe de Videla, pude darme cuenta que la
represión, que ya era dura con Isabel, se había convertido en algo
distinto. Completamente distinto. Esta vez nos golpearon brutalmente,
rompieron los escasos enseres que se nos permitía poseer y
liquidaron en pocas horas esa tradición carcelaria de los presos
políticos: ¡qué no se abren los cantos! ¡ qué no corren!
En
efecto, los que no nos abrimos los cantos y los que no corrimos
frente a la exigencia de los represores fuimos enviados a “los
chanchos”, vale decir a las celdas de castigo de Villa Devoto, en
el subterráneo. Allí conocí a Gonzalo Carranza. Los gendarmes me
llevaron a su misma celda de castigo, lugar de un metro cuadrado,
dónde no cabíamos los dos sentados.
No
recuerdo la causa por la que Gonzalo se encontraba detenido. Tampoco
recuerdo su militancia. Gonzalo estaba en otro piso, en el pabellón
de los duros, pero en el subterráneo se acumularon todos los
castigados: “los subversivos, sus colaboradores, los indiferentes y
los tímidos.” Allí nos conocimos y hablamos de nuestras vidas.
Gonzalo era expresivo, conversador y alegre. A los guardias les
gustaba conversar con él cuando iba al baño o a través de la
puerta. Le dije que con ese encanto le sería fácil convencer al
juez de su inocencia. Su tranquilidad era sorprendente cuando me
dijo: el juez Russo de La Plata, el que lleva mi causa, me la tiene
jurada. Soy hombre muerto.
“Hasta
ese día Piñero desconocía el paradero de su esposo. La última
noticia había sido que el 26 de enero lo habían trasladado los
militares, pero no sabía a dónde. Entonces fue a ver al juez Russo:
“No siga con las gestiones porque en lugar de uno van a ser dos”,
le respondió el fallecido magistrado, en alusión a que la mujer
podía también desaparecer.” (Testimonio de María Teresa Piñero,
esposa de Angel Piñero, asesinado en la Unidad carcelaria 9 de la
Plata, meses antes que Gonzalo Carranza).
Yo
sentía cierta culpabilidad al saber el destino que le esperaba a
Gonzalo. Los chilenos detenidos en noviembre de 1975, en el marco de
la “Operación Cóndor, teníamos cierto “capital social”.
Cayeron detenidos junto a nosotros una pareja de ingleses lo que nos
dio protección de la Corona y, además, la protesta internacional a
favor de los chilenos era inconmensurable. Solidarizar con Chile y
los chilenos significaba colocarse junto a la dignidad de Salvador
Allende y al patriotismo del General Prats y rechazar la vulgaridad
de Pinochet. No sucedía lo mismo con Videla, quien había derrocado
a un gobierno vergonzante. Eso se pensaba hace 40 años, cuando se
creía que los crímenes de Videla eran distintos a los de Pinochet.
“Después
de verlo en tantas fotos, un día vi una en que lo llevaban preso.
Iba entre dos policías, iba viejo, con el pelo blanco y escaso, más
flaco que nunca, hasta parecía tambalear o era como si lo
arrastraran. No se lo veía con ganas de aceptar ese destino, pero
menos aún con fuerzas como para rechazarlo. Era el Monstruo. No el
que Borges y Bioy imaginaron y condenaron (instrumentando el
metafórico asesinato de un intelectual judío) en un endeble cuento
montevideano, no el que los irritaba y agredía convocando a los
cabecitas en un día festivo, no el que organizaba en la plaza
histórica su fiesta interminable. Era el verdadero Monstruo, el que
hizo la fiesta más sangrienta de la historia de este país, el que
no la hizo en la plaza histórica sino en los sótanos del horror o
en el río inmóvil. Era Videla.” (José Pablo Feinmann).
La
cárcel de Villa Devoto cambió a partir del golpe militar. Los
gritos de los que se aferraban a los camastros para impedir que los
gendarmes los condujeran hacia la tortura o la muerte se escuchaban a
diario. Pero, en la Unidad de La Plata fue peor. Allí trasladaron
desde Devoto a Gonzalo, a Dardo Cabo, a Gorosito, a Rappaport y a
tantos otros compañeros de infortunio que conocí personalmente o
por sus historias políticas. A tantos que mataron y con quienes nos
comunicábamos por “palomitas” (mensajes enviados por las
ventanas de las celdas, mediante un hilo comunicante) o a quienes se
les escuchaba a lo lejos las canciones de Victor Jara, Violeta Parra
o Mercedes Sosa.
Jueces,
curas, militares y policías represores contaron con el apoyo
incondicional del jefe de la Unidad Penal N°9 de La Plata durante la
dictadura, el prefecto Abel David Dupuy, para torturar, asesinar a
los presos y amenazar a sus familiares. La Asociación por los
Derechos Humanos de La Plata responsabilizó a Dupuy de las
violaciones a los derechos humanos que sufrieron los detenidos en
aquel penal de esta ciudad, desde fines de 1976 a 1980, período en
que el prefecto estuvo a cargo de la jefatura del penal. En la
solicitud, de cuarenta páginas, el organismo individualizó nueve
homicidios, cinco casos de desaparición forzada y diecinueve
tormentos. (ADHP).
Gonzalo
Carranza sabía que su destino era inevitable. Lo habían condenado
al patíbulo por adelantado. No importaba si era inocente o no. A los
represores tampoco les interesaba el sufrimiento de su esposa, de sus
padres, de los que lo conocimos y quisimos. En mi caso tan
fugazmente. Yo pude salir a Inglaterra, con Alicia, mi esposa. Mis
hijos, Rodrigo y Andrés, se encontraron con nosotros en viaje
directo desde Chile, dónde tuvieron que permanecer durante un año
por las amenazas de muerte que habían recibido en Buenos Aires.
Gonzalo
está entre las treinta mil personas que desaparecieron en Argentina.
Seres humanos con historias, ilusiones y deseos, con amigos, padres,
madres e hijos que los aman, los recuerdan y claman por la verdad y
justicia que merecen. Yo te sigo recordando Gonzalo y también te
recuerda Benedetti. Si, ese. El mismo escritor uruguayo que tanto te
gustaba y del que me hablabas cuando tú estabas de pie y yo sentado
y luego yo de pie y tu sentado en “el Chancho” de Villa Devoto. Y
allí estuvimos porque “los presos políticos no corren” y “los
presos políticos no se abren los cantos”.
“A
pesar de las muertes que los militares les depararon, los 30.000
desaparecidos permanecen poblando el compromiso y la esperanza.
30.000 desaparecidos que siguen aferrados en la gente que protesta,
que se enfrenta, que desafía a un sistema aberrante de injusticia y
perversión. 30.000 desaparecidos que reaparecen en cada fisura
social, en cada marea que los trae, en las Madres que los reclaman;
en los Hijos que los nombran y los pelean. 30.000 desaparecidos que
son parte indisoluble de todas y todos los que han seguido luchando,
sobrellevando sus ausencias. 30.000 desaparecidos que tomaron cuerpo
y voz en otras latitudes en donde los reconocen como propios.”
(Benedetti)
Un
proceso de “reorganización” ya no es tarea de militares
Hace
40 años para imponer un modelo político, económico y social, el
poder fáctico apelaba a las Fuerza Armadas, para que con tanques,
bayonetas, torturas y desapariciones, pusiera en marcha un “proceso
de reorganización” neoliberal, cónsono con las demandas e
intereses de los grandes grupos económicos nacionales y
trasnacionales.
El
golpe de estado cívico-militar de 1976 fue el último pero no el
único en el siglo 20. Desde 1930 los argentinos habían sufrido
sucesivas interrupciones del orden democrático. La supresión de los
gobiernos elegidos por el pueblo, la represión de los conflictos que
surgían entre distintos sectores sociales y la apelación a la
violencia habían sido frecuentes desde esa fecha. Sin embargo, la
dictadura cívico-militar que se inició en 1976 tuvo características
inéditas, de terrorismo de Estado.
Los
militares no actuaron solos ni por su cuenta. La decisión de tomar
el gobierno contaba con la adhesión de diversos grupos de la
sociedad (sectores con gran poder económico, grupos conservadores,
medios de comunicación) que entendían que una dictadura era
necesaria para organizar el país. Y contaron con el visto bueno del
gobierno estadounidense, alentado por “el orden” impuesto a
terror y sangre, muertos, torturados, miles de presos y desaparecidos
en Brasil, Chile y Uruguay en años anteriores.
El
secretario de Estado Henry Kissinger dio luz verde a la ola de
represión de la junta golpista en 1976, que significó –entre
otras calamidades- más de 30 mil desaparecidos, según documentos
secretos estadounidenses desclasificados anteriormente, y ahora, con
la visita del presidente Barack Obama, justo en el 40 aniversario de
ese golpe, su gobierno promete que revelará más sobre la historia
secreta de la relación entre Washington y Buenos Aires.
En
Argentina, a la vez que se desarrollaban acciones de control,
disciplina y violencia nunca vistas sobre la sociedad, se tomaban
decisiones económicas que privilegiaban el ingreso de bienes y
mercancías desde el exterior por sobre la producción nacional. Así
miles de trabajadores perdieron su trabajo debido a que la industria
nacional no podía producir productos a un precio similar o menor a
los importados.
Este
proceso fue acompañado por una campaña publicitaria que intentaba
convencer a la población de que la industria argentina era mala, de
baja calidad y asociaba a lo venido de afuera con lo bueno, lo
interesante, lo deseado.
Los
sucesivos miembros de la Junta Militar y diversas empresas asociadas
tomaron grandes empréstitos del exterior: la deuda externa trepó de
8 mil a 43 mil millones de dólares. Por decisión de los dictadura
cívico-militar, se convirtió en deuda pública, es decir en deuda
que debieron pagar todos los argentinos. Las medidas financieras y
administrativas marcaron un período de desinversión en salud,
educación y vivienda con efectos muy importantes en el empeoramiento
de las condiciones de vida de la gente.
Costó
muchos años a los argentinos sanar las heridas dejadas por la
cruenta dictadura: garantizar la vida, la salud, la educación, la
vivienda, la nutrición de las grandes mayorías, convertir en
ciudadanos a millones de pauperizados pobladores excluidos de la
sociedad de época de la dictadura y la posdictadura neoliberal.
Hoy
no hacen falta tanques ni bayonetas para imponer un modelo político,
económico y social. Basta con tener el control de los medios de
comunicación social para servir a los intereses del poder fáctico,
de las grandes empresas (algunas) nacionales y trasnacionales.
Miles
y miles de despidos, cierre de fábricas, endeudamiento externo,
empresarios dirigen la cosa pública, hay dura represión para el
“ordenamiento social”: ya no son militares sino policías
miltarizados, mientras el ejército de medios concentrados y
cartelizados crean imaginarios colectivos. La respuesta no se halla
en las instituciones (ejecutivas, legislativas y aún menos en las
judiciales): pareciera estar, nuevamente, en las calles.
La
nueva arma mortal no esparce isótopos radiactivos: se llama medios
de comunicación de masas que, en manos de una cuantas corporaciones,
manipulan a su antojo en función de sus intereses corporativos, en
alianza con las más reaccionarias fuerzas políticas. Hoy el
escenario de guerra es simbólico y el terror mediático –y la
imposición de imaginarios colectivos- se ha convertido en el
disparador de planes de desestabilización de los gobiernos populares
y restauración del viejo orden neoliberal.
¿Habrá
iniciado Argentina un nuevo “proceso de reorganización nacional”,
40 años más tarde?
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