03 de abril de 2016
Crédito: LaIguanaTv
El
sacerdote jesuita, doctor en Teología Espiritual por la Pontificia
Universidad Gregoriana de Roma, párroco de la histórica iglesia de
San Francisco, en pleno centro de Caracas, afirmó que es necesario
expulsar a todos los mercaderes del templo, desde los grandes
empresarios hasta los bachaqueros y raspatarjetas.
En
entrevista exclusiva del periodista Clodovaldo Hernández para
LaIguana.TV, Molina (Mucuchachí, Mérida, 1957), también expresó
las siguientes opiniones:
-
“En materia de ética necesitamos refundarnos, partir de cero. Para
llegar a la crisis ética actual nos fueron trabajando desde hace
años. Por ejemplo, nos sembraron la cultura malévola de ir al
exterior a raspar el cupo”.
-
“El diálogo (político) podría lograrse alrededor del amor a la
patria, pero nos encontramos con una oposición que, por sus
actitudes, por la venta de su conciencia al imperio, pareciera que no
ama a la patria”.
-
“Bajo el enfoque cristiano, tiene que haber primero reconocimiento
de la culpa, arrepentimiento de haber ofendido al hermano, y en él a
Dios”, dijo, refiriéndose a la Ley de Amnistía y Reconciliación
Nacional.
-
“Si algunos dirigentes políticos, en lugar de andar por ahí
diciendo que son presos políticos, reconocieran el error que
cometieron y le pidieran perdón al pueblo venezolano que fue
ofendido y dañado, ¡cómo se crecerían como seres humanos!”
-
“El modelo que ha fracasado en el mundo es el modelo capitalista, y
eso se viene percibiendo desde hace rato. ¿Y qué cosa es el
capitalismo sino individualismo? El hombre está llamado vivir en
comunidad y toda dinámica que lo aleje de esa vocación significa
destrucción de la esencia humana”.
-
“Si entendiéramos por la vía positiva el cristianismo, esto sería
el paraíso. Solamente con poner en práctica dos mandamientos, no
robar y no matar, tendríamos resuelto el problema del país”.
A
continuación, la conversación completa:
-Usted
es sacerdote y periodista, es decir, comunicador por partida doble.
Tiene la oportunidad de llevarle el mensaje a la gente, pero también
la de escuchar lo que esa misma gente dice. ¿Desde esa privilegiada
posición, cuál diría que es la principal angustia del pueblo en la
actualidad?
-Yo
creo que la gran angustia está en la escasez, en no encontrar
productos de primera necesidad, en tener que hacer colas infinitas.
La gente hoy no tiene tiempo para el descanso. Hasta la vida familiar
se ha visto truncada. El día libre que Chávez le había ganado al
pueblo con la nueva Ley del Trabajo, eso se lo quitó ya la guerra
económica. Tú escuchas a las familias hablando es de a quién le
toca hoy (ir a comprar, según el terminal de la cédula). Ayer, la
esposa de un colaborador mío acá en la iglesia estuvo desde las
cuatro de la mañana hasta las cuatro de la tarde en el Central
Madeirense de Montalbán para comprar dos paquetes de espagueti y un
kilo de azúcar. La otra gran angustia es la inseguridad, la
sensación de que en cualquier lugar o en cualquier momento te van a
atracar y no sólo eso, sino que te pueden matar, pueden quitarte el
celular y no conformes con eso, te meten un tiro. Esa es la verdad,
no podemos caernos a mentiras. Eso está pasando y yo hago una
reflexión: Estamos ante una crisis ética muy grande y lo único que
nos puede salvar es una refundación ética, a través de una campaña
profunda y duradera de enseñanza de valores. Tenemos que comenzar
desde la familia, que está rota, destruida, sin valores. Esto no
comenzó ayer, no empezó con la Revolución, tenemos que regresar en
el pasado y ver las cochinadas de las telenovelas que nos inocularon
durante tantos años. Estamos cosechando lo que tal vez durante una o
dos generaciones se nos sembró. Es una degeneración ética, por eso
no basta con reformar, se debe refundar, partir de cero.
-Este
fenómeno del pueblo especulando al pueblo, de la gente común
actuando de la misma forma que los grandes empresarios neoliberales,
¿no genera una situación como aquella en la que Jesús expulsó a
los mercaderes del templo?
-En
aquella época, entre los mercaderes del templo había tres
categorías: los que vendían bueyes y ovejas, los que vendían
palomas y pichones, y los cambistas. Los primeros eran
terratenientes, la clase adinerada, comparables con los grandes
empresarios de hoy. Los que vendían palomas eran pequeños
comerciantes, equivalente a los bachaqueros de nuestros días. Y los
cambistas eran los que cambiaban la moneda del imperio romano por una
moneda propia del templo. Esa era la manera de evitar que el dinero
del César llegara al templo, porque eso era pecado. En esa operación
de cambio surgía todo un negocio. Esos cambistas eran como nuestros
raspatarjetas. Si hoy quisiéramos sacar a los mercaderes del templo
habría que comenzar por los grandes empresarios, los que le han
hecho tanto daño al país, la Polar, la Colgate-Palmolive, la
Johnson & Johnson, la Nestlé... A esos hay que sacarlos de
primeros, pero también a los de las otras categorías, los que
revenden, los dueños de abastos y pequeños comercios, y luego estos
que ahora se llaman bachaqueros, que son el pueblo robando al pueblo.
Yo, en una de mis columnas, tengo un personaje que se llama “Cheo
el Bachaquero”, un señor que era jardinero en una urbanización y
pidió 3 mil bolívares diarios de sueldo y como la junta de
condominio no se los dio porque le pareció muy costoso, dijo “me
voy porque bachaqueando gano más”. La escasez y las colas han
traído acaparamiento, especulación y, sobre todo, conflictos en la
calle porque ahora la gente le tiene aversión a los que antes eran
buhoneros, a quienes el pueblo defendía y decía “pobrecitos,
déjenlos trabajar”, y les tiene aversión porque ya no son
buhoneros sino bachaqueros y eso es igual que decir publicano, en
tiempos de Jesús. Los publicanos eran cobradores de impuestos y
ladrones que explotaban al pueblo. Aquí, además, muchos policías
actúan en complicidad con ellos, son malandros, matraqueros y
protectores de los bachaqueros. Ese es el nivel de prostitución al
que ha llegado nuestra gente, porque las personas no sólo pueden
prostituirse sexualmente, sino cuando se dejan comprar la conciencia,
sus valores. Esto es algo en lo que nos fueron trabando desde hace
años. Por ejemplo, nos implantaron esa cultura malévola de ir al
exterior a raspar el cupo de viajero para revender los dólares. De
esa manera, entre muchas otras, se inoculó en el pueblo la
antiética, la inmoralidad, el no me importa si tengo que venderle el
alma al diablo. Hoy nos encontramos con gente que esconde las
medicinas para luego venderlas bien caras, sin saber si la falta de
esa misma medicina puede causarle un daño o la muerte a su propia
madre o a un ser querido. Cada tipo de mercader se merece un castigo
distinto. Por supuesto que la mayor culpa es la de los grandes
empresarios que desataron la guerra económica, pero igualito los
bachaqueros se dejaron mentalizar por el capitalismo salvaje y por el
individualismo. Ese, por cierto, es el factor común de todos los
mercaderes: detrás de un gran capitalista y de un bachaquero lo que
hay es el individualismo salvaje, que nos está destruyendo como
país.
-Pasando
al campo político, desde el 6D tenemos un nuevo cuadro en nuestra ya
añeja polarización. El sector opositor exige más poder luego de
ganar las elecciones parlamentarias y esto ha generado un conflicto
institucional, entre poderes públicos. ¿Cristianamente hablando,
cómo puede resolverse una situación así?
-Cristianamente
se resuelve con el diálogo. Ahora, para que haya diálogo tiene que
haber ciertas condiciones y una de ellas es la fórmula que el papa
Francisco dejó a los paraguayos. Él les dijo: “dialoguen, pero
sin perder la identidad y ¿cuál es su identidad?... el amor a la
patria”. Entonces, yo digo que nosotros podemos ser opuestos
diametralmente, pero si tú amas a la patria y yo amo a la patria,
alrededor de eso nos podemos sentar a dialogar. Alguien puede decir
que amar a la patria puede ser algo muy distinto para cada sector,
pero pongámoslo en blanco y negro: yo amo la historia de este país,
amo a mis antepasados, a sus símbolos, a nuestra cultura, el
folclor, la naturaleza, los paisajes, los ríos, todo eso que el
Señor nos regaló, y una persona opositora también puede amar todo
eso. Lo que veo que hace muy difícil el diálogo es que nos
encontramos con una oposición que, con sus actitudes de venta de su
conciencia al imperio, pareciera no amar a la patria. Si ellos se
deslindaran de los Estados Unidos, si tuvieran actitudes más
nacionalistas, si demostraran más que quieren a Venezuela, te
aseguro que alrededor del amor a la patria, podrían sentarse a
dialogar gobierno y oposición. Pero, basta ver cómo comenzó su
gestión la Asamblea Nacional, echando de allí al Libertador Simón
Bolívar y al comandante Chávez que ya es un patrimonio de la
historia nacional, quiéranlo o no, porque él hizo algo que las
masas empobrecidas le reconocen. Esa fue una manera de comenzar
atacando los sentimientos patrios más elementales. Y, además, el
nuevo presidente de la Asamblea Nacional llegó al Palacio
Legislativo en un carro de la embajada de EE.UU. Eso lo dejaron pasar
en los medios, pero fue algo muy simbólico. En resumen, si no hay
amor a la patria no puede haber diálogo y allí es donde tenemos el
juego trancado.
-Como
producto de ese enfrentamiento institucional han surgido iniciativas
legislativas que generan mucha tensión, mucho conflicto. Una de
ellas es el proyecto de Ley de Amnistía y Reconciliación Nacional.
¿Podría usted analizar esta ley desde el punto de vista del perdón
religioso, del perdón católico? ¿Se puede lograr el perdón y la
reconciliación por esta vía?
-No,
porque el perdón no se decreta, se construye, igual que la paz. Y
para que haya perdón, es necesario que exista en el sujeto que
agredió un proceso interno que lo lleve a caer en la cuenta de que
cometió un error, que hizo mal. Debe comenzar por solicitar ese
perdón, aceptando que falló. El gran problema es que hay una
porción del pueblo que está herido y eso no lo resuelve una ley de
amnistía que además ha sido hecha a la carta, a la medida. Eso no
puede ser. Yo estaría de acuerdo con liberar a las personas
inocentes que puedan estar detenidas o procesadas sin justificación,
pero para eso no hace falta una ley de amnistía, sino una comisión
de la verdad, de hombres y mujeres con honestidad e imparcialidad,
integrada por personas del gobierno y de la oposición, que
investiguen los temas y que digan quiénes no deben nada. Eso sí
sería sanador y restaurador para todo el pueblo, porque no se le
estaría arrebatando el derecho a las víctimas. Mientras haya
víctimas, el victimario no puede erigirse en el juez. Bajo el
enfoque cristiano, tiene que haber primero reconocimiento de la
culpa, arrepentimiento de haber ofendido al hermano, y en él a Dios.
De lo contrario, no puede haber absolución en la confesión. Eso es
un esquema que viene desde los primeros siglos del cristianismo.
-¿Y
también debe haber propósito de enmienda, cierto?
-Sí,
claro, eso viene después del reconocimiento de la ofensa. Yo primero
reconozco que te he ofendido, luego pido perdón y manifiesto mi
decisión de no volver a ofenderte. Y esto de pedir perdón no es a
Dios, sino a la persona ofendida, a la víctima. El problema del
pecado entre los cristianos es que lo hemos teologizado, es decir que
creemos que nuestra responsabilidad es pedirle perdón a Dios y no al
ser humano al que hemos afectado. Eso repercute en la vida social, en
la vida política. Si yo te ofendo a ti, allá en la urbanización
donde somos vecinos, te digo de todo, te trato mal, y luego me doy
cuenta de que fui un patán, de que pequé… entonces me vengo para
la iglesia de San Francisco y me confieso, le pido perdón a Dios, a
través del sacerdote, y me quedo con la conciencia tranquila. Eso es
una falla que viene del catecismo, porque nos enseñaron que el
pecado es una ofensa a Dios, pero no nos dijeron que es una ofensa a
Dios en el prójimo porque en el prójimo está Cristo. Ese gesto de
pedirle perdón al prójimo es lo que más valor tiene y lo que hace
grande al ser humano. Yo pienso que si algunos dirigentes políticos,
en lugar de andar por ahí diciendo que son presos políticos,
reconocieran el error que cometieron y le pidieran perdón al pueblo
venezolano que fue ofendido y dañado, ¡cómo se crecerían como
seres humanos!
-Los
venezolanos estamos, naturalmente, muy enfrascados en nuestros
problemas. La oposición dice que estos son una demostración de que
el modelo socialista ha fracasado. Pero basta dar una mirada al resto
del mundo para comprobar que también está envuelto en una profunda
crisis moral, política, económica y social. Hay guerras,
terrorismo, migraciones forzosas, hambre, esclavitud, narcotráfico…
Y en ese resto del mundo no se ha estado experimentando últimamente
con ningún modelo socialista. ¿Entonces, qué modelo es el que ha
fracasado en el mundo?
-El
modelo que ha fracasado en el mundo entero es el modelo capitalista,
y eso se viene percibiendo desde hace rato. ¿Y qué cosa es el
capitalismo sino individualismo? El hombre está llamado vivir en
comunidad y toda dinámica que lo aleje de esa vocación significa
destrucción de la esencia humana. El hombre que renuncia a vivir en
comunidad deja de ser humano, pierde su humanidad, y eso es lo que
ocurre en el capitalismo. Así vemos como el mundo es controlado por
200 empresas transnacionales, respaldado por un imperio perverso y
por una alianza militar como la OTAN que ha convertido a los países
de Europa en aduladores, muchachitos de corte de EE.UU. Esos factores
de poder han llevado al mundo a ser lo que es hoy, un lugar donde el
hombre es el lobo para el hombre. El nivel de individualismo que
existe hoy nos ha llevado al salvajismo en medio de un mundo que se
dice civilizado.
-La
Semana Santa rememora la pasión y muerte de Cristo, pero termina
celebrando su resurrección, de manera que esta entrevista también
debería concluir con una visión positiva. ¿Hay espacio para la
esperanza?
-Si
los dos mil millones de cristianos que existimos en el mundo nos
pusiéramos de acuerdo para retornar a Jesús y vivir su mandamiento,
ya con eso podríamos lograr mucho. Para hablar únicamente de
Venezuela, si el 90% de la población, que es cristiana, tanto
católicos como de otras confesiones, nos pusiéramos de acuerdo para
vivir el evangelio de Jesús radicalmente, eso bastaría para
cambiar. Entonces, claro que hay esperanza. Una Semana Santa vivida
con conciencia cristiana bastaría para cambiar a esta Venezuela. Y
esa conciencia implica que cada uno comience a reconocer en el otro a
su hermano, que comience a entender, como dice Jesús en Mateo 16,
que lo que le hacemos a un ser humano se lo hacemos a Dios. Si yo le
escondo la comida a mi prójimo es como si le negara alimento a
Jesús; y si ayudo a mi prójimo a que consiga lo que necesita, es
como si ayudara a Dios. Si entendiéramos por la vía positiva el
cristianismo, esto sería el paraíso. Solamente con poner en
práctica dos mandamientos, no robar y no matar, tendríamos resuelto
el problema del país. Caminemos hacia allá porque eso es lo que
significa Pascua: el paso del Señor por nuestra vida. Dejemos que
Jesús pase por nuestra vida y veremos todos los cambios que se van a
dar. En este momento es más urgente que nunca y ojalá la Iglesia lo
predicara en esa línea, en lugar de quedarse en las devociones
vacías. Hay que volver a Jesús, vivamos como él, vivamos en su
evangelio y nuestro cristianismo tendrá un todo completamente
distinto.
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