21 de abril de 2016
Compilado: Germán Saltrón Negretti
La
pobreza extrema está vinculada al conjunto de problemas que
caracterizan la situación de emergencia planetaria, desde la
degradación de los ecosistemas o el agotamiento de los recursos a la
explosión demográfica y se traduce en enfermedades, hambre literal
y, en definitiva, en baja esperanza de vida. Y esa terrible pobreza
se produce mientras parte del planeta asiste a un espectacular
crecimiento del consumo. Es decir, estamos ante una pobreza que
coexiste con una riqueza en aumento, de forma que en los últimos 40
años –señalan los informes del Banco Mundial- se han duplicado
las diferencias entre los 20 países más ricos y los 20 más pobres
del planeta.
Si no actuamos ahora las desigualdades serán gigantescas en los próximos años, existiendo el peligro de que la pobreza acabe estallando como una bomba de relojería. Y no se trata únicamente de desequilibrios entre países: es preciso salir también al paso de las fuertes discriminaciones y segregación social que se dan en el seno de una misma sociedad y, muy en particular, de las que afectan a las mujeres en la mayor parte del planeta.
Si no actuamos ahora las desigualdades serán gigantescas en los próximos años, existiendo el peligro de que la pobreza acabe estallando como una bomba de relojería. Y no se trata únicamente de desequilibrios entre países: es preciso salir también al paso de las fuertes discriminaciones y segregación social que se dan en el seno de una misma sociedad y, muy en particular, de las que afectan a las mujeres en la mayor parte del planeta.
Según
el Banco Mundial, el total de seres humanos que vive en la pobreza
más absoluta, con un dólar al día o menos, ha crecido de 1.200
millones en 1987 a 1.500 en la actualidad y, si continúan las
actuales tendencias, alcanzará los 1.900 millones para el 2015. Y
casi la mitad de la humanidad no dispone de dos dólares al día.
Como señalan Sen y Kliksberg (2007, pp. 8), “el 10% más rico
tiene el 85 % del capital mundial, la mitad de toda la población del
planeta solo el 1%”.
Pero,
como explica el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD), “La pobreza no se define exclusivamente en términos
económicos (…) también significa malnutrición, reducción de la
esperanza de vida, falta de acceso a agua potable y condiciones de
salubridad, enfermedades, analfabetismo, imposibilidad de acceder a
la escuela, a la cultura, a la asistencia sanitaria, al crédito o a
ciertos bienes”. Desde la perspectiva de Sen (Cortina y Pereira,
2009), la pobreza es ante todo falta de libertad para llevar adelante
los planes de vida que una persona tiene razones para valorar, es
decir, que las personas puedan ser agentes de sus propias vidas
(“Libertad de agencia”).
Al
abordar el problema de la pobreza extrema se suelen señalar tres
hechos que reclaman una atención inmediata: la mortalidad prematura,
la desnutrición y el analfabetismo (CMMAD, 1998). Ésa es la razón
por la que el PNUD ha introducido el IDH (Índice de Desarrollo
Humano) que intenta reflejar el bienestar desde un punto de vista más
amplio, contemplando tres dimensiones -longevidad, estudios y nivel
de vida- y que se ha convertido en un instrumento para evaluar las
diferencias entre países.
Y
toda esta problemática hay que contemplarla en su contexto y en su
evolución: esa terrible pobreza se produce mientras parte del
planeta asiste a un espectacular crecimiento económico. Es decir,
estamos ante una pobreza que coexiste con una riqueza en aumento, de
forma que en los últimos 40 años –señala el mismo informe del
Banco Mundial- se han duplicado las diferencias entre los 20 países
más ricos y los 20 más pobres del planeta.
“Si
no actuamos ahora las desigualdades serán gigantescas en los
próximos años”, expresaba con preocupación en 1997 el presidente
del Banco Mundial, señalando el peligro de que la pobreza acabe
estallando “como una bomba de relojería”. Y no se trata
únicamente de desequilibrios entre países: es preciso salir también
al paso de las fuertes discriminaciones y segregación social que se
dan en el seno de una misma sociedad y, muy en particular, de las que
afectan a las mujeres en la mayor parte del planeta (ver Igualdad de
género ).
Para
el estudio de estas desigualdades en una sociedad dada se ha
introducido el llamado Coeficiente de Gini, ideado por el experto en
estadística italiano Corado Gini, que consiste en un número entre 0
y 1, en donde el 0 correspondería a una desigualdad nula (todas las
personas tendrían los mismos ingresos) y 1 indicaría la mayor
desigualdad posible (una persona tendría todos los ingresos y los
demás ninguno). A menudo se maneja el índice de Gini, que es el
coeficiente de Gini expresado en porcentaje. La mayoría de los
países europeos y Canadá tienen coeficientes entre 0.30 y 0.35,
mientras que el de EEUU supera 0.45 y los países africanos y de
América Latina tienen, en general, coeficientes aún mayores.
Particularmente
útil resulta el estudio de la evolución del coeficiente Gini, en la
medida en que revela tendencias. Muestra, por ejemplo, la evolución
hacia una igualdad mayor que tuvo lugar en Cuba desde 1953 hasta 1986
(de 0.55 a 0.22) y el crecimiento de la desigualdad en los Estados
Unidos en las últimas tres décadas durante las cuales el
coeficiente pasó de 0.35 en los setenta a más de 0.45 actualmente
(¡y sigue subiendo!).
Pero
las diferencias más graves se dan entre las distintas regiones del
planeta. Jeffrey Sachs, profesor de Desarrollo Sostenible del
Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia y asesor
especial de Kofi Annan, en su libro dedicado a la lucha contra la
pobreza y la marginación en el mundo, señala: “Actualmente, más
de ocho millones de personas mueren todos los años en todo el mundo
porque son demasiado pobres para sobrevivir (...) La enorme distancia
que hoy separa a los países ricos de los pobres es un fenómeno
nuevo, un abismo que se ha abierto durante el período de crecimiento
económico moderno. En 1820, la mayor diferencia entre ricos y pobres
–en concreto, entre la economía puntera del mundo de la época, el
Reino Unido y la región más pobre del planeta, África- era de
cuatro a uno, en cuanto a la renta per cápita... En 1998, la
distancia entre la economía más rica, Estados Unidos, y la región
más pobre, África, se había ampliado ya de veinte a uno” (Sachs,
2005 pp.25 y 62). En definitiva, un quinto de la humanidad vive
confortablemente mientras otro quinto sufre la mayor de las penurias
(con una renta inferior a un dólar por día) y más de la mitad está
por debajo del umbral de la pobreza (menos de dos dólares diarios).
Quizás
sea en las diferencias en el consumo donde las desigualdades aparecen
con mayor claridad: por cada unidad de pescado que se consume en un
país pobre, en un país rico se consumen 7; para la carne la
proporción es 1 a 11; para la energía 1 a 17; para las líneas de
teléfono 1 a 49; para el uso del papel 1 a 77; para automóviles 1 a
145. El 65% de la población mundial nunca ha hecho una llamada
telefónica… ¡y el 40% no tiene ni siquiera acceso a la
electricidad!. Un dato del consumo que impresiona particularmente, y
que resume muy bien las desigualdades, es que un niño de un país
industrializado va a consumir en toda su vida lo que consumen 50
niños de un país en desarrollo.
Particular
incidencia tiene en el sobreconsumo de los países desarrollados y
sus consecuencias ambientales y sociales el modelo alimentario que se
ha generalizado en dichos países (Bovet et al., 2008). Un modelo
caracterizado, entre otros, por una agricultura intensiva,
industrializada que desplaza a los pequeños productores y es objeto
de especulaciones financieras que provocan crisis alimentarias, al
tiempo que utiliza grandes cantidades de abonos y pesticidas y
recurre al transporte por avión de productos fuera de estación, con
la consiguiente contaminación y degradación del suelo cultivable.
La
inversión de la relación vegetal/animal en las fuentes de
proteínas, con fuerte caída del consumo de cereales y leguminosas y
correspondiente aumento del consumo de carnes, productos lácteos,
grasas y azúcares. Se trata de una opción de muy baja eficiencia
porque, como ha señalado Jeremy Rifkin, hay que producir 900 kilos
de comida para obtener 1 kilo de carne (!), a lo que hay que añadir
que se necesitan 16. 000 litros de agua. En definitiva, se perjudica
la alimentación de muchos más seres humanos y se eleva el consumo
de energía, de modo que la industria de la carne es responsable de
más emisiones de CO2 que la totalidad del transporte; la refinación
de numerosos productos (azúcares, aceites.), con la consiguiente
pérdida de componentes esenciales como vitaminas, fibras, minerales,
con graves consecuencias para la salud.
Un
gravísimo desperdicio de alimentos que coexiste con hambrunas
crónicas: según datos de la FAO, la basura es el destino de, por
ejemplo, un tercio de los alimentos que se producen en Europa; y en
Estados Unidos, cerca del 50% de todos los alimentos cosechados se
pierden anualmente antes de ser consumidos. Y no es un problema
exclusivo de los países desarrollados: en algunas partes de India,
por ejemplo, la falta de espacios adecuados para almacenar alimentos
provoca enormes desperdicios. De hecho alrededor de un tercio de los
alimentos que se producen en todo el mundo no llegan a ser
aprovechados. La FAO ha creado el programa Save Food
(http://www.save-food.org/) para combatir este grave problema.
Un
creciente consenso global reconoce, pues, la incapacidad del sistema
agrícola y alimentario mundial para satisfacer las necesidades de
los más de 7000 millones de habitantes y de evitar las millones de
muertes anuales en los países en desarrollo por desnutrición
crónica y la degradación ambiental. "La buena noticia -señala
Monique Mikhail (2012)- es que existen soluciones". En ello
insiste fundamentadamente Mia MacDonald (2012): "En colaboración
con la sociedad civil, los gobiernos deberían formular alternativas
al sistema agrícola mejores para el clima, el medio ambiente, la
agricultura familiar y la igualdad alimentaria y de ingresos".
¿Y
qué podemos decir de las diferencias en educación? Mientras en
países como el Reino Unido se estudia la forma de lograr que el 90%
de los jóvenes sigan estudiando más allá de los 17 años, al
terminar el periodo de escolarización obligatoria, millones de niños
siguen sin acceder a la alfabetización básica. Se niega el derecho
a la educación a millones de niños y, sobre todo, niñas, y se les
condena a una vida sin perspectivas… sin que siquiera tenga sentido
reclamar la prohibición del trabajo infantil, si ello no va
acompañado de otras medidas que garanticen su supervivencia, porque
la alternativa suele ser la criminalidad y la prostitución. Y, como
reconoce el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD),
"la educación insuficiente y la falta de acceso a la
información hace que a millones de personas de todo el mundo les
resulte muy difícil comprender cómo prevenir y curar enfermedades"
- desde los problemas respiratorios hasta la malaria o el SIDA- que
"merman la productividad de las personas y suelen representar un
importante lastre para las familias".
Y
va a seguir agravándose la explotación de los ecosistemas hasta
dejarlos exhaustos. El PNUD recuerda que "la pobreza suele
confinar a los pobres que viven en el medio rural a tierras
marginales, contribuyendo así a la aceleración de la erosión, al
aumento de la vulnerabilidad ecológica, a los desprendimientos de
tierras, etc.". E insiste: "La pobreza lleva a la
deforestación por el uso inadecuado de la madera y de otros recursos
para cocinar, calentar, construir casas y productos artesanales,
privando así a los grupos vulnerables de bienes fundamentales y
acelerando la espiral descendente de la pobreza y la degradación
medioambiental".
O
sea, no somos únicamente los consumistas del Norte quienes
degradamos el planeta (ver consumo responsable). Los habitantes del
Tercer Mundo se ven obligados, hoy por hoy, a contribuir a esa
destrucción, de la que son las principales y primeras víctimas:
pensemos, por ejemplo, que se ha demostrado “la relación directa y
estrecha entre los procesos de desertificación (que produce
hambrunas) y los alzamientos y revueltas populares en el mundo en
desarrollo” (Delibes y Delibes, 2005). Pero esta destrucción
afectará cada vez más a todos. El PNUD lo ha expresado con nitidez:
El bienestar de cada uno de nosotros también depende, en gran parte,
de que exista un nivel de vida mínimo para todos.
La
reducción de la pobreza y la universalización de los Derechos
Humanos se convierten así en una necesidad absoluta para la
supervivencia de la especie humana y aunque sólo sea por egoísmo
inteligente es preciso actuar, porque la prosperidad de un reducido
número de países no puede durar si se enfrenta a la extrema pobreza
de la mayoría (Folch, 1998; Mayor Zaragoza, 2000; Vilches y Gil,
2003; Sachs, 2005). Las sociedades del bienestar, nos recuerda Mayor
Zaragoza, no podrán mantener permanentemente lejos de sus fronteras
las inmensas bolsas de miseria y se generarán focos de inmigración
imparables (ver Conflictos y violencias). Como señala Yunus (2005),
la pobreza es una creación de los seres humanos y, en consecuencia,
ellos son quienes tienen capacidad y posibilidad de solucionarla.
Esta pobreza extrema está vinculada al conjunto de problemas que
caracterizan la situación de emergencia planetaria, desde la
degradación de los ecosistemas o el agotamiento de los recursos a la
explosión demográfica y se traduce en enfermedades, hambre literal
y, en definitiva, en baja esperanza de vida.
Por
lo que se refiere a las enfermedades, en las últimas décadas del
siglo XX hemos asistido a un fuerte rebrote de las enfermedades
parasitarias asociado a las dificultades de acceso al agua potable y
a carencias en los servicios de salud. Las grandes concentraciones
humanas que el crecimiento demográfico ha propiciado han favorecido
la extensión de enfermedades víricas como el SIDA, provocando
fuertes descensos en la esperanza de vida en países como Zambia
(¡apenas 37 años de esperanza de vida!), Malawi (39) o Mozambique
(40).
Pero
incluso sin esa incidencia del SIDA, la mayor parte de los países
africanos no llega a los 50 años de esperanza de vida, debido, en
buena parte, a las enfermedades asociadas a los problemas
medioambientales, que afectan sobre todo a las condiciones insalubres
de la vivienda y el entorno que se dan en los países pobres: dengue,
malaria, infecciones de todo tipo, tuberculosis, etc. Como señala un
informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de junio de
2006, la cuarta parte de las enfermedades que sufren los habitantes
del planeta tienen su origen en problemas medioambientales.
Y
junto a la enfermedad, el hambre, la desnutrición, potenciándose
mutuamente. Cada año mueren en el mundo 15 millones de niños por
causas relacionadas con el hambre, lo que supone una cifra de 40.000
muertes diarias. Más de la cuarta parte de las poblaciones asiáticas
y africanas sufre tal desnutrición que queda indefensa frente a las
enfermedades y no es posible el normal desarrollo físico y mental de
los niños. Y esta situación alimentaria mundial se está agravando
con la compra de tierras cultivables en los países en desarrollo por
parte de grandes empresas, con lo que los más pobres pierden sus
tierras y el acceso al agua, mientras suben los precios de los
alimentos en los mercados internacionales.
Esta
hambre crónica, permanente, es mucho más grave que esas hambrunas
que los medios de comunicación airean periódicamente, dando la
impresión de que se trata de puntuales desabastecimientos,
atribuibles a los propios países en los que se padece el hambre. Se
dice, por ejemplo, que en el Cuerno de África, mientras se producía
la hambruna de principios de los 80, esos países estaban exportando
algodón, caña de azúcar, café y otros cultivos. Y más
recientemente, en 1998, Indonesia exportaba 4 millones de toneladas
de arroz, a pesar de que el país sufría la peor sequía de los
últimos 50 años y de que 40 millones de indonesios sufrían
desnutrición. ¿Cómo es posible -se preguntan algunos- que el 80%
de los niños hambrientos en el mundo en desarrollo vivan, según la
FAO, en países con excedentes en los alimentos?
La
pregunta, por supuesto, la deberíamos extender al conjunto del
planeta, porque el 100% de los niños hambrientos viven en un planeta
en el que el número de obesos ha alcanzado al de desnutridos; por
primera vez en la historia 1.200 millones de personas de los 6.000
que habitan la Tierra comen más de lo que necesitan mientras que una
cantidad idéntica padece hambre (Vilches y Gil, 2003).
En
definitiva, las enfermedades y el hambre endémica son causa de
grandes sufrimientos en numerosas partes del mundo, debilitando y
matando a cientos de millones de personas. Algo inaceptable cuando
existe la tecnología adecuada para alimentar al conjunto de los
seres humanos con dietas sostenibles (Worldwatch Institute, 2011).
De
hecho, estudios fiables de muy diversa procedencia (PNUD, Banco
Mundial…) prueban que se podría erradicar la pobreza extrema, con
sus secuelas de enfermedad, hambre, analfabetismo… con inversiones
relativamente modestas. Por ejemplo, se sabe que con un gasto
adicional de únicamente 13.000 millones de dólares se resolverían
los problemas de salud y nutrición del conjunto de la población
mundial. Con 9.000 millones habría agua y saneamiento para todos. La
escolarización de todos los niños y niñas supondría un costo
adicional de 6.000 millones. Y con 12.000 millones se haría frente a
los problemas de salud reproductiva que ayudarían a regular la
demografía. En total, tan solo unos 40.000 millones de dólares.
Según eso, con el 5% del gasto militar mundial se cubrirían todos
los gastos imprescindibles que hemos enumerado.
Como
ha escrito Federico Mayor Zaragoza “es inaceptable que un mundo que
gasta aproximadamente 80.0000 millones de dólares al año en
armamento no pueda encontrar el dinero - estimado en 6.000 millones-
para dar escuelas a todos los niños en el año 2000”. Y añade
otras preguntas similares relativas, por ejemplo, a lo que costaría
inmunizar a todos los niños de los países en desarrollo de la larga
lista de enfermedades que les amenazan: una cifra que representa el
gasto militar de un solo día en el mundo. Y es igualmente
inaceptable que la deuda externa siga atenazando a los países en
desarrollo, mientras se ignora la deuda ecológica que los países
desarrollados han contraído con el resto del planeta “por la
utilización masiva que han hecho de sus recursos forestales, mineros
y, en general, de su biodiversidad, así como por la ocupación de su
espacio ambiental con residuos” (Novo, 2006).
El
problema no es, pues, fundamentalmente económico, sino de
prioridades. Como señala la Organización de las Naciones Unidas
para la Agricultura y la Alimentación (FAO), acabar con el hambre y
la pobreza debe ser una prioridad para todos. Un objetivo que
requiere, se señala, la creación de una Alianza Internacional
contra el Hambre, contra la pobreza y por el logro de la seguridad
alimentaria del conjunto de la población mundial. Una seguridad
alimentaria que, de acuerdo con la FAO, exige que todas las personas
tengan acceso físico y económico, en todo momento, a suficientes
alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades. A
este respecto la FAO ha introducido el concepto de ADSR (Agricultura
y desarrollo rural sostenibles), definiéndolo como un proceso que
cumple con los siguientes criterios:
Garantiza
que los requerimientos nutricionales básicos de las generaciones
presentes y futuras sean atendidos cualitativa y cuantitativamente,
al tiempo que provee una serie de productos agrícolas. Ofrece empleo
estable, ingresos suficientes y condiciones de vida y de trabajo
decentes para todos aquellos involucrados en la producción agrícola.
Mantiene,
y allí donde sea posible, aumenta la capacidad productiva de la base
de los recursos naturales como un todo, y la capacidad regenerativa
de los recursos renovables, sin romper los ciclos ecológicos básicos
y los equilibrios naturales, lo que destruyen las características
socioculturales de las comunidades rurales o contamina el medio
ambiente. Reduce la vulnerabilidad del sector agrícola frente a
factores naturales y socioeconómicos adversos y otros riesgos y
refuerza la autoconfianza.
Se
precisa por ello una auténtica movilización ciudadana y la
participación en todo tipo de acciones como la denominada Campaña
Pobreza Cero o las relacionadas con la Ayuda al Desarrollo, la
cancelación de la Deuda Externa, la extensión de los programas de
microcréditos, basados en la experiencia del Grameen Bank impulsado
por Muhammed Yunus (Premio Nobel de la Paz), que pretenden contribuir
a la resolución de la “exclusión social” (pobreza, hambre y
marginación social), etc. A ello pretende contribuir también la
Transferencia condicionada de dinero o Transferencia monetaria
condicionada (CCT por sus siglas en inglés, Conditional Cash
Transfer), que es parte de una nueva generación de programas,
surgidos en los años 90´ para combatir la pobreza extrema y romper
con la reproducción de la pobreza generación tras generación. Con
ese fin se otorga dinero a madres de familias sin recursos, a cambio
del cumplimiento de una serie de condiciones vinculadas a la salud,
la educación y la nutrición de sus hijos. Se pretende así que la
ayuda monetaria contribuya a la acumulación de capital humano.
A
ello se añaden otras iniciativas como la Save Food
(http://www.save-food.org/) promovida por la FAO para combatir el
gravísimo problema que supone el desperdicio de un tercio de los
alimentos que se producen en el planeta, debido tanto a prácticas.
Lo
esencial es que se haga realidad el compromiso adquirido por los
líderes mundiales en la llamada Cumbre del Milenio de Naciones
Unidas, celebrada en septiembre de 2000, para reducir la pobreza, la
enfermedad, el hambre, el analfabetismo y la degradación del medio
ambiente, reflejado en el documento “Nosotros, los pueblos: la
función de Naciones Unidas en el siglo XXI”, que fue la base de la
Declaración del Milenio. Un compromiso que, aunque hasta aquí no se
está traduciendo suficientemente en hechos, alimenta la esperanza de
que es posible acabar con la pobreza en el mundo y alcanzar un
desarrollo sostenible para toda la humanidad (Sachs, 2005 y 2008). En
caso contrario los conflictos acabarán afectándonos a todos (Folch,
1998; Mayor Zaragoza, 2000).
Ban Ki-Moon en el prólogo del informe de 2012 de Naciones Unidas, de los Objetivos del Desarrollo del Milenio señala: "En el informe de este año (http://www.un.org/en/rights/index.shtml) sobre la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio destacan varios hitos. La meta de reducir la pobreza extrema a la mitad se ha logrado cinco años antes del plazo fijado de 2015, y asimismo la de reducir a la mitad el porcentaje de personas que carecen de un acceso confiable a fuentes de agua potable mejoradas. Las condiciones en las que viven más de 200 millones de personas en los tugurios han mejorado, lo cual es el doble de la meta marcada para 2020. La matriculación de niñas en la Enseñanza primaria ha igualado a la de los niños y se ha visto un avance acelerado en la reducción de la mortalidad materna y de los niños menores de 5 años. Estos resultados representan una tremenda reducción en el sufrimiento humano y constituyen una clara corroboración del enfoque dado a los Objetivos de Desarrollo del Milenio".
Ban Ki-Moon en el prólogo del informe de 2012 de Naciones Unidas, de los Objetivos del Desarrollo del Milenio señala: "En el informe de este año (http://www.un.org/en/rights/index.shtml) sobre la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio destacan varios hitos. La meta de reducir la pobreza extrema a la mitad se ha logrado cinco años antes del plazo fijado de 2015, y asimismo la de reducir a la mitad el porcentaje de personas que carecen de un acceso confiable a fuentes de agua potable mejoradas. Las condiciones en las que viven más de 200 millones de personas en los tugurios han mejorado, lo cual es el doble de la meta marcada para 2020. La matriculación de niñas en la Enseñanza primaria ha igualado a la de los niños y se ha visto un avance acelerado en la reducción de la mortalidad materna y de los niños menores de 5 años. Estos resultados representan una tremenda reducción en el sufrimiento humano y constituyen una clara corroboración del enfoque dado a los Objetivos de Desarrollo del Milenio".
Pero
continúa advirtiendo: Sin embargo, no hay que bajar la guardia. Las
proyecciones indican que en 2015 más de 600 millones de personas de
todo el mundo seguirán careciendo de acceso a agua potable segura,
casi mil millones vivirán con un ingreso de menos de 1,25 dólares
al día, habrá madres que morirán durante el parto, cuando ello
puede evitarse, y habrá niños que sufrirán y morirán de
enfermedades prevenibles. El hambre continuará siendo un problema
mundial, y asegurar que todos los niños puedan completar la
Enseñanza primaria seguirá siendo una meta fundamental pero no
cumplida que afectará negativamente al resto de los objetivos.
La
falta de condiciones de saneamiento seguras está obstaculizando los
avances en salud y nutrición, la pérdida de biodiversidad avanza a
un ritmo acelerado y las emisiones de gases de efecto invernadero
siguen siendo una gran amenaza para la población y para los
ecosistemas. (.) Alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio
para 2015 es difícil pero no imposible. Depende mucho de que se
cumpla el Objetivo 8: la Alianza mundial para el desarrollo. No debe
permitirse que las actuales crisis económicas que afectan a gran
parte de los países desarrollados ralenticen o reviertan los avances
conseguidos. Aprovechemos al máximo los éxitos que hemos logrado
hasta ahora y no cejemos hasta haber alcanzado todos los Objetivos de
Desarrollo del Milenio.
Es
por ello que el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, ha lanzado
en agosto de 2012 la Red de Soluciones para el desarrollo sostenible,
una nueva red mundial, de carácter independiente, integrada por
centros de investigación, universidades e instituciones técnicas.
Como parte del mandato de la ONU para después del año 2015 y de la
Conferencia Río + 20, la red será dirigida por el profesor Jeffrey
Sachs, director del Earth Institute y Asesor Especial del Secretario
General de la ONU sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Todos
tenemos, pues, el deber de participar en acciones sociopolíticas
para que los gobiernos cumplan los compromisos del milenio de ayuda
al Tercer Mundo y de defensa de la sostenibilidad y de implicarnos -
tal como se ha propuesto en la Cumbre de la Tierra, Rio+20 de junio
2012- en el establecimiento de unos Objetivos de Desarrollo
Sostenible que permitan evaluar y potenciar los avances hacia la
sostenibilidad (ver Educación para la sostenibilidad y Gobernanza
Universal).
Referencias
en este tema "Reducción de la pobreza"
COMISIÓN
MUNDIAL DEL MEDIO AMBIENTE Y DEL DESARROLLO (1988). Nuestro Futuro
Común. Madrid: Alianza.
CORTINA,
A. y PEREIRA, G. (Eds.) (2009). Pobreza y libertad. Erradicar la
pobreza desde el enfoque de Amartya Sen. Madrid: Tecnos.
DELIBES,
M. y DELIBES DE CASTRO, M. (2005). La Tierra herida. ¿Qué mundo
heredarán nuestros hijos? Barcelona: Destino.
DELIBES,
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Hacia una prosperidad sostenible. Barcelona: Icaria. (Capítulo 14).
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Barcelona: Icaria. (Capítulo 13).
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SACHS,
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(Versión en castellano: El fin de la pobreza. Cómo conseguirlo en
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SACHS,
J. (2008). Economía para un planeta abarrotado. Barcelona: Debate.
SEN,
A. y KLIKS BERG, B. (2007). Primero la gente, Barcelona: Deusto.
VILCHES,
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Capítulo 10.
YUNUS,
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Co. Limited.
WORLDWATCH
INSTITUTE (2011). La situación del mundo. Innovaciones que alimentan
el planeta. Barcelona: Icaria.
Cita
recomendada
VILCHES,
A., GIL PÉREZ, D., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2016). «Reducción
de la pobreza» [artículo en línea]. OEI. ISBN 978-84-7666-213-7.
[Fecha de consulta: dd/mm/aa].
<http://www.oei.es/decada/accion.php?accion=01>
Algunos
enlaces de interés en este tema "Reducción de la pobreza"
Alianza
Internacional contra el Hambre
Campaña
Pobreza Cero
Cumbre
Mundial sobre Alimentación
Informe
2012 Objetivos del Desarrollo del Milenio
Objetivos
del Desarrollo del Milenio
Organización
de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO)
Organización
Mundial de la Salud (OMS)
Red
de Soluciones para el desarrollo sostenible
UNESCO,
Portal de la Década de la Educación para Un Desarrollo Sostenible,
Erradicación de la pobreza
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