06 de septiembre de 2016
Crédito: alai
Agencia Latinoamericana de Información
Luis Casado
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Luis Casado
De
muy poco o nada. Una vez más citaré al fastidioso Samuel
Huntington, que escribió eso de: “los gobiernos nacionales no son
sino residuos del pasado cuya única función consiste en facilitar
la acción de las elites”. Frédéric Lordon afirma que los
gobiernos dimitieron voluntariamente de sus poderes en favor de los
mercados financieros y de los bancos centrales y tiene razón.
Los
gobiernos, que antaño tenían la potestad de emitir moneda, la
cedieron. El conocido ‘Consenso de Washington’ impuso la moda de
la independencia de los bancos centrales. La obediente dictadura
chilena la plasmó en la Constitución de 1980. De ahí en adelante
el banco central se manda solo y su Estatuto lo libera de la
obligación de rendirle cuentas a nadie. Entre las competencias del
BC están la creación monetaria y la fijación de las tasas de
interés que sirven para refinanciar los bancos privados y la
economía.
Últimamente
los bancos centrales se han arrogado competencias que no figuran en
sus Estatutos, como el de intervenir en los mercados financieros
secundarios comprando activos de dudosa calidad. Así liberan los
bancos privados e incluso las grandes empresas de deudas
irrecuperables y de activos tóxicos. Es el caso de la FED, el BCE y
del Bank of England.
Los
gobiernos perdieron la posibilidad de intervenir en la economía por
vía presupuestaria. En Chile convirtieron el ‘superávit
estructural’ en una suerte de dios intocable. Como la imbecilidad
no puede con la realidad, retrocedieron un paso, demonizando el
‘gasto fiscal’. Gastar es pecado mortal y ni siquiera tienes
dónde ir a confesarte. Reducir el gasto es la receta: fuera de ella
no hay salud. En la Unión Europea el déficit presupuestario no debe
superar el 3% del PIB. ¿Por qué? La respuesta encandila: ¿por qué
no?
Los
gobiernos determinaban sus ingresos por medio del régimen fiscal.
Pretérito extremadamente imperfecto. Ahora no pueden definir la
carga impositiva porque la brutal competencia que se libran unos a
otros para atraer inversión extranjera les obliga a bajar los
impuestos a niveles inimaginables. Irlanda es un caso patético. El
peor. Cuando la UE multa a Apple con 13 mil millones de euros por
evasión fiscal, quién apela ante los Tribunales no es Apple… sino
el país que debiese recibir el dinero ¡Irlanda! En Chile, para
evitar que la gran minería pagase impuestos, Ricardo Lagos
pretendió: “No se pueden cambiar las reglas del juego”.
Ante
la impotencia de los gobiernos, queda confiar en lo que puedan hacer
los banqueros centrales. De ahí la injustificada importancia que
adquieren burócratas designados a dedo, de los cuales antaño
ignorábamos el nombre y hasta la existencia.
Hoy
en día, si no sabes quién es Janet Yellen, Mario Monti, Haruhiko
Kuroda o Mark Carney, pasas por ignorante. Ya sé que es difícil
colocar el nombre de Kuroda o de Yellen en una conversa de parrillada
dominical, pero aunque te sea difícil admitirlo, son más
importantes que Alexis Sánchez, Claudio Bravo y Arturo Vidal juntos.
La firme.
De
modo que, habida cuenta de lo vano que resulta criticar gobiernos
estériles, se critica a los bancos centrales, o más exactamente a
quienes les dirigen.
Patrick
Artus, economista-jefe de Natixis y profesor de economía en la
Universidad Paris-I Panthéon-Sorbonne, junto a Marie-Paule Virard,
periodista francesa especializada en Economía, cometieron un libro
titulado La locura de los Bancos Centrales. En esa obra maestra,
parafraseando a Georges Clemenceau, se preguntan si la moneda no es
algo demasiado importante como para confiársela a los banqueros
centrales.
Mario
Draghi, Janet Yellen y algunos otros, desconocidos aún ayer, se
transformaron en los nuevos amos del mundo y gozan de un poder
demencial. En el año 2008 quisieron evitar un desastre aún más
grave que el de 1929 inyectando billones de dólares o euros en la
economía. Hoy en día, se espera de ellos que hagan repartir el
crecimiento, combatan la inflación, resuelvan la cuestión de la
deuda de los Estados, o impidan la desaparición del euro. Pero
nuestros banqueros centrales fracasaron intentando hacer repartir la
máquina. Peor aún, inundándonos de liquidez juegan un juego
peligroso. Por su inconsecuencia, nos instalaron en la era de la
crisis financiera permanente, en la que cada temblor será seguida de
réplicas más breves y devastadoras.
Generosos,
Patrick Artus y Marie-Paule Virard no se limitan a criticar, sino que
ofrecen consejos relativos a lo que podría ser una ‘buena’
política monetaria, creadora de prosperidad, de riqueza y de
empleos. Hay gente así, desprendida, mano de challa, pan de dios, la
bondad hecha persona.
Servidor,
por su parte, sostiene que ni Artus, ni Virard, ni Janet Yellen, ni
Mario Draghi, y aún menos nuestro Rodrigo Vergara nacional, saben
nada que los demás no sepan. Peor aún. Viven como Janet Yellen, en
un mar de dudas, temiendo cagarla. Por eso se miran unos a otros en
un jueguito que se asemeja al ¡un-dos-tres-momia!
Si
no fuese el caso… la economía planetaria funcionaría como un
reloj suizo, de esos con cuerda y movimientos complejos, en los que
es posible saber no sólo la hora, sino también el día, el mes, el
año y hasta la fase lunar.
Michel
Santi es un macro-economista franco-suizo. Especialista de los
mercados financieros y de los bancos centrales. En un par de
ocasiones colaboró con POLITIKA. Michel Santi disiente, y para
manifestarlo publicó una nota en el diario financiero parisino La
Tribune: “Una apología de los bancos centrales”.
Santi
sostiene: “Hay que cesar de criticar los banqueros centrales que,
frente a la crisis, hacen su trabajo”. A su juicio “Los que
fallan son los responsables políticos”.
Uno
espera de los banqueros centrales que siempre hagan su trabajo. Con o
sin crisis. Por otra parte, ya sabemos que los responsables políticos
abandonaron el campo de batalla antes que sonara el primer disparo.
Pero no nos adelantemos. He aquí el alegato de Michel Santi:
JP
Morgan repetía que no le prestaba sino a las personas en quien
confiaba. De hecho, el fundamento de una economía es la confianza,
dicho de otro modo el ‘crédito’ que se acuerdan mutuamente los
diferentes agentes. No obstante, hoy la confianza parece vacilar, y
principalmente hacia quienes lograron apagar el gran incendio de la
crisis financiera: los bancos centrales. Constatación tanto más
lamentable y de pesadas consecuencias que son los bancos centrales
los que definen el valor que hay que acordarle a una moneda desde que
se desmanteló el padrón oro.
Es
en efecto la confianza en los bancos centrales y en su capacidad a
administrar lo mejor posible la política monetaria y la moneda la
que le permite al sistema mantenerse desde Bretton Woods, o sea desde
1971. Sin ese elemento vital que es la credibilidad en sus
capacidades de “prestadores de último recurso”, ¡no hay moneda!
Y evidentemente no entra en sus atribuciones satisfacer a todo el
mundo y la popularidad no forma parte de su mandato.
Como
puedes ver, la ‘confianza’, –esa panacea de la economía–, es
el pilar fundamental. Si has perdido la confianza en banqueros
centrales que no hacen sino servir los intereses de los mercados
financieros… tienes que imitar a Blaise Pascal, quién sostenía
que para creer basta con hacerle un empeño. Creamos pues, confiemos,
en los banqueros centrales.
Que
por lo demás son todopoderosos. Ellos “definen el valor que hay
que acordarle a una moneda”. Ya ves, los mercados monetarios no
existen, pero los banqueros centrales sí. Además, sin los bancos
centrales no hay moneda, dice Santi. La economía bien puede
hundirse, eso no cuenta. Lo importante es confiar en el banco
central. En nuestro caso en… ¡Rodrigo Vergara!
Cuando
te digo que a los economistas les falla un pistón… no lo invento.
Michel Santi no es una excepción. El mismo Santi le dedica un
parrafito a los políticos:
En
realidad, sólo los políticos son responsables de esta situación
tan inédita como deplorable en la que las tasas de interés de las
naciones occidentales son empujadas más allá de cero –en
territorio negativo– a fin de paliar las deficiencias de políticos
timoratos. La política monetaria tomó pues, lógicamente, el relevo
de la política, ¡la verdadera! La actual omnipotencia de los bancos
centrales no revela sino el fracaso patente de nuestros políticos, y
refleja por otra parte la incapacidad de los mercados financieros a
funcionar sin una dosis regular de creación monetaria.
Te
lo había dicho: los banqueros centrales, designados a dedo, son
todopoderosos y no le rinden cuenta a nadie. En una época en que la
desafección hacia los políticos –por incompetentes, corruptos y
ladrones – es un fenómeno planetario, he aquí que los banqueros
centrales deciden de todo.
A
Michel Santi no le pasa por la cabeza la cuestión de la ilegitimidad
democrática de la acción de los bancos centrales. No imagina
siquiera que deban actuar “por el pueblo y para el pueblo” como
pretendiese Abraham Lincoln, y por consiguiente someterse al
escrutinio ciudadano.
Patrick
Artus y Michel Santi comparten lo esencial: la economía es una
‘ciencia’, o al menos una técnica sofisticada, que debe ser
conducida por eminencias como ellos. En ninguna de sus disquisiciones
asoma la noción de la voluntad ciudadana, del interés general.
Michel
Santi apunta con razón que “Los banqueros centrales fueron
forzados a salir de las sombras para asumir responsabilidades que
nunca pidieron, responsabilidades desertadas por otros”.
Lo
que es intragable en su razonamiento es la desaparición de la
nación, del pueblo, de la sociedad toda. La cuestión de fondo no es
económica ni tiene que ver con la excelencia o la mediocridad de las
decisiones de un banquero central con relación a la moneda o a las
tasas de interés. La cuestión de fondo tiene que ver con el
ejercicio de la soberanía popular, única fuente legítima del
poder.
Sin
darnos cuenta, pasamos de la democracia –allí donde la hubo– a
una tecnocracia que no es sino una versión de la antigua
aristocracia. El diccionario define aristocracia como el grupo de
personas que destaca en excelencia entre los demás por alguna
circunstancia. Admitamos.
Los
economistas y los “expertos”, o sea la elite, forman parte de esa
fauna. Habida cuenta que los gobiernos son el ‘residuo del pasado
cuya única función consiste en facilitar la acción de las elites’,
da lo mismo quién gobierne.
Porque…
¿De qué sirven los gobiernos? Ya te lo dije: De muy poco o nada.
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