miércoles, 26 de marzo de 2014

JOSÉ OMAR DÁVILA

Crédito: Alba Amesty


El pasado viernes 21 de marzo se celebró el Día Mundial del Síndrome de Down. Les invitamos a recordar la historia del joven José Omar Dávila, el único director de Orquesta con Síndrome de Down en Venezuela, a continuación. 

A oscuras se encuentra la Sala Cultural Tulio Febres Cordero en un homenaje a José Antonio Abreu en el año 2009. Un auditorio repleto espera completamente en silencio la sublime composición de los casi cien músicos dirigidos por el maestro.

Un joven de tez blanca y aproximadamente 1.60 de altura levanta la batuta con su mano derecha para comenzar. Paulatinamente, irrumpe la melodía de los violines intepretando “Venezuela”. Los músicos siguen obedientemente la señal, se les unen contrabajos, flautas y cornos. Con la facilidad de un director experimentado conduce el hilo de la ejecución musical. Mueve la batuta vertiginosamente para que las voces del coro de Manos Blancas del Programa de Educación Especial brinden color a la ejecución de esa noche. El sonido retumba en las paredes del salón, donde el público es trasladado a los paisajes más hermosos de nuestro país.

Finaliza la pieza impecablemente, el talento inagotable del único Director de Orquesta con Síndrome de Down en Venezuela es ovacionado por la multitud. El público no lo puede creer. ¡Gracias!, repite con los brazos abiertos, en agradecimiento y los aplausos no paran de escucharse. Allí comenzó todo.

José Omar Dávila Durán es el prodigioso estudiante que pertenece a la cátedra de Educación Especial de “El Sistema” en Mérida. Para él no hay imposibles. Posee un talento nato que le ha permitido traspasar fronteras con su manera de dirigir.

Sus padres han sido su guía. Teresa Durán y Omar Dávila han sabido ser fuertes ante la condición de “Joseito”, quien ha vivido con ellos durante sus 30 años en la urbanización San Cristóbal del estado Mérida.

La música formó parte de sus días mucho antes de que naciera. Su madre recuerda que durante el embarazo le colocaba música clásica y composiciones del pianista francés Richard Clayderman, hasta su nacimiento el 21 de febrero de 1982.

“Hay presencia de una copia extra del cromosoma 21, presenta cuadro de Síndrome de Down”, anunció la enfermera a su padre quien se guardó el secreto para no preocupar a su esposa.

Teresa sentía inquietud al ver que el recién nacido no reaccionaba como los demás bebés, pero supuso que se debía a la enfermedad de Hirschsprung o megacolon congénito con la que nació, una patología intestinal por ausencia de terminaciones nerviosas en el área final del intestino grueso. Fue operado con éxito unos días después.

Sin embargo, su angustia se agudizó nueve meses después. Su hijo continuaba igual por lo que decidió llevarlo al Centro de Pediatría Infantil de Mérida donde le dieron la inesperada noticia.

El dolor los hizo más fuertes. Les despertó la esperanza. José nunca tuvo un trato diferente al de sus seis hermanos. Teresa se dedicó a él y con todo el amor de madre lo estimulaba con las actividades que le enseñaban en el centro médico para que pudiera desarrollarse cognitivamente.

Su evolución se daba a pasos agigantados. Sus estudios en la Asociación Merideña de Padres y Amigos de Niños Excepcionales mostraron un informe escolar impecable. Comenzó a comunicarse a los cinco años y a leer cuando cumplió seis. Por eso, decidieron inscribirlo en la escuela regular colegio Serafín Nuestra Señora de Belén hasta los 13 años, cuando alzó su diploma de sexto grado.

La influencia de la Quinta Sinfonía de Beethoven, el barbero de Sevilla de Rossini y la Danza de las olas de Debussy, que aprendió sin partituras, dibujaron el camino que José Omar quería seguir. Sus juguetes favoritos eran los ‘potecitos’ de mayonesa que usaba como tambores y el rayo de la cocina con los que ambientaba una especie de fiesta, dirigiendo su orquesta imaginaria a escondidas.

En ocasiones, le dedicaba un completo repertorio a su madre que iniciaba con la novena sinfonía de Beethoven. “Tiene como cien años de música en la cabeza”, pensaba orgullosa Teresa en ese momento mientras lo observaba.

Cumple su primer sueño a los 21 años: formar parte del Sistema de Orquestas Juvenil e Infantil de su ciudad natal. Su padre, comunicador social y locutor, lo inscribió tras recibir la motivación del director Jesús Pérez, durante una entrevista que le realizó en su programa de televisión.

Toma clases de xilófono, metalófono y percusión en la cátedra de Educación Especial de la Orquesta Sinfónica Infantil y Juvenil del estado Mérida. Sus mentores estaban regocijados con su capacidad para aprender rápidamente. Era un niño excepcional.

Durante un ensayo para el concierto de Navidad, que realizan anualmente, el intrépido muchacho comenzó a dirigir desde la parte de atrás donde sus compañeros no podían verlo, pero el profesor Jesús sí.

“Omar, vente al frente para que hagas Campanita de Navidad, muchacho”, dijo impresionado por su particular manera de llevar los tiempos.

Con completa seguridad de sus capacidades, tomó la batuta. Iba dejando estelas mágicas de notas musicales con cada movimiento, conocía la melodía de memoria y conducía al grupo orquestal celestialmente. Fue un inolvidable momento. Lágrimas de emoción rodaban en los rostros de algunos, mientras los músicos corrían para abrazarlo tras su magistral trabajo.

“Es muy natural en su forma de dirigir, él dirige por frases no por compases, está metido realmente en este mundo”, resalta Jesús Pérez alabando la grandeza del privilegiado músico.

José Omar es considerado un “Gustavo Dudamel” por su ingenio y espontaneidad en escena. Rememora con alegría su experiencia de haber compartido con el afamado venezolano.

“Él me expresó su emoción al conocerme, es brillante, quiero dirigir con Dudamel en el Teresa Carreño y que haya mucha gente”, expresó vía telefónica a PANORAMA.

Su segunda familia lo ve como un ejemplo. Sus compañeros sienten admiración y respeto por este merideño de voluntad inquebrantable y espíritu de acero. “Me gusta mucho trabajar con él, siempre tiene un chiste, es muy amigable, transmite mucho calor y seguridad y deja que nosotros como músicos también tengamos libertad, que seamos fluidos. Para mí es un ejemplo palpable de superación”, recalcó Jesús Sosa, trombonista de la fila orquestal.

Momentos importantes le han dejado a José Omar una huella imborrable. Uno de ellos, fue su emotivo encuentro con el maestro José Antonio Abreu. Desde allí los halagos y reconocimientos no faltaron. Fue invitado especial en la inauguración de los Juegos Olímpicos para personas con discapacidades intelectuales en el 2010, en Figueres, España, y fue homenajeado como Personaje del Año por la Fundación “Conciencia y Valores” en el 2011.

Muchos de estos logros, que comenzaron como ilusiones, han sido acompañados por otros deseos. En su habitación guarda “el calendario de los sueños”, un almanaque mundial en el que marca los países que formarán parte de su itinerario sin fecha establecida. Un paseo por México para compartir con Juan Gabriel, visitar Colombia y estremecer con la batuta al frente de la Filarmónica de Londres forman parte de su amplia agenda de anhelos por cumplir. “Poco a poco, sin prisa ocurrirá cuando Dios lo decida”, asegura con total confianza.

Al lado de su cama, conserva dibujos de Blancanieves y la Bella Durmiente hechos con su pluma, otra de las actividades que rodean su polifácetico mundo artístico. Es una completa caja de sorpresas, también actúa, practica kung fu y confiesa ser un amante del ‘Facebook’, red social que utiliza frecuentemente y con la que pudimos contactarlo.

Compone piezas de la música clásica, pero les imprime su estilo utilizando influencias de otros géneros como el pop y el bolero.

“Los Panchos y Thriller de Michael Jackson me traen recuerdos. Me encanta la música de los 60, 70 y 90, hago fusiones interesantes con ellas”, afirmó José Omar soltando una carcajada.

Con la cabeza llena de corcheas y semicorcheas, de La y de Mi sostenidos, de bemoles, tempos forzados y tempos pausados se prepara para salir al escenario, siente mariposas en el estómago durante algunos minutos, pero mira hacia el público y los nervios desaparecen. Su mente se queda en blanco y levanta su mano derecha como señal para dejar fluir Aleluya, de Haendel. 

“¡Arriba Muchachos, tocar y luchar!”, exclama el joven prodigio de la música clásica.

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