Jueves, 15/05/2014
Por: Alfredo Toro Hardy
Una eventual guerra fría podría conducir a un desacoplamiento de la economía global
Destacadas
figuras públicas alemanas, incluyendo a los exprimeros ministros Helmut Schmidt
y Gerhard Schröder, han insistido en que las acciones occidentales para atraer
a Ucrania a su bando implicaban una penetración en la esfera de interés
legítima de Moscú y, por tanto, un acto de acorralamiento a este último.
Una reacción era
inevitable, aunque la fuerza de ésta indudablemente sorprendió a todos.
Washington comparte con sus socios europeos la responsabilidad de haber puesto
en movimiento una dinámica que ha conducido a una nueva guerra fría con Rusia.
No obstante, a diferencia de aquellos, esto lo afecta en una escala global. Las
posibilidades de concentrar esfuerzos en el Asia-Pacífico y de colocar allí al
60% de sus fuerzas militares para 2020, tal como había ofrecido, se hacen ahora
cuesta arriba.
Ello no fue
obstáculo, sin embargo, para que Obama otorgase garantías directas e
inequívocas de apoyo militar a sus aliados del Este de Asia en su reciente
viaje a esta región. De más está decir que la tensión en esa parte del mundo
aumenta a pasos agigantados, sentando las bases para que también allí Estados
Unidos pueda verse confrontado a otra guerra fría, en este caso con China.
Mantener un
estado de alta tensión con Rusia o con China individualmente no resultaría un
problema mayúsculo para Washington, pero hacerlo con los dos a la vez atentaría
contra la razón. De hecho, antes de los eventos de Ucrania, analistas
estadounidenses venían recomendando a su gobierno una aproximación a Moscú,
como vía para enfrentar con mayor fortaleza el reto representado por China.
El destacado
especialista en geopolítica y ex subsecretario de Defensa estadounidense Robert
Kaplan, llegó a sugerir en un libro reciente una alianza Washington-Moscú que
llevase a China a volcar su atención sobre su frontera con Rusia, obligándola a
relajarla en relación a sus mares del Este y del Sudeste. Lo que Estados Unidos
pareciera estar logrando, en cambio, es exactamente lo contrario.
Es decir,
propiciando el surgimiento de una alianza Moscú-Pekín que le representaría un
efecto tenaza sobre los escenarios de Europa y de Asia del Este. Ello colocaría
a Washington frente a una doble amenaza. De un lado frente a los 8.500 misiles
nucleares de los que dispone Moscú. Del otro frente al 1,2 millón de millones
de dólares en bonos de la deuda pública estadounidense en manos de China.
Aunque en ambos casos se trate de armas de destrucción recíproca asegurada, son
gigantescas espadas de Damocles que penden sobre la suerte de EEUU.
EEUU confronta
una deuda pública que supera los 17 billones (millón de millones) de dólares,
lo que condujo a su secretario de Defensa a anunciar en febrero pasado la
intención de reducir en un billón de dólares los gastos de defensa en los
próximos años, así como a llevar el número de sus efectivos militares a su
menor nivel desde 1940. Dicho país no parece capacitado para asumir el reto
dual planteado. Ello sin tomar en cuenta que una eventual guerra fría con China
podría conducir a un desacoplamiento de la economía global, con este último
país articulando su propio espacio de influencia a espaldas de Washington.
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