09 de abril de 2016
Crédito: A contracorriente
Cada
vez que se revelan datos sobre los llamados paraísos fiscales, cunde
el pánico en amplios sectores económicos que se sirven de
ese expediente. Canalizan sus riquezas en territorios que
arriendan sus soberanías para esconder negocios oscuros.
Los
llamados paraísos fiscales son verdaderos prostíbulos del
capitalismo. Territorios en los que se practica todo tipo de
actividades económicas que serían ilegales en otros países,
captando y limpiando sumas millonarias de recursos, como los
provenientes del comercio de armas, del narcotráfico y de otras
actividades ilegales de otros países. Sirven asimismo para hacer
circular capitales sin pagar los impuestos que deberían pagar en sus
países de origen.
Los
paraísos fiscales, que sumarían entre 60 y 90 en todo el mundo, son
micro-territorios o Estados con legislaciones fiscales laxas o
incluso inexistentes. Una de sus características comunes es la
práctica de recibir capitales de manera ilimitada y anónima. Son
países que comercializan sus soberanías ofreciendo un régimen
legislativo y fiscal favorable, cualquiera que sea su origen. Su
funcionamiento es simple: varios bancos que ofrecen costes
bancarios muy bajos —si los comparamos con el promedio de
otros bancos en otros lugares—, reciben dinero procedente del
mundo entero y de cualquier persona.
Los
paraísos fiscales tienen un rol central en el universo de las
finanzas sucias, es decir, de los capitales originados en
actividades ilícitas y criminales. Mafias y políticos corruptos son
clientes asiduos de esos territorios. Según el FMI, el
blanqueamiento de dinero representa entre el 2 y 5% del PIB mundial y
la mitad de los flujos de capitales internacionales.
El
número de paraísos fiscales se incrementó con la desreglamentación
financiera promovida por el neoliberalismo. Las innovaciones
tecnológicas y la constante invención de nuevos productos
financieros que escapan a cualquier reglamentación han acelerado
esos fenómenos.
Tráfico
de armamento, empresas de mercenarios, tráfico de drogas,
prostitución internacional, corrupción, asaltos, secuestros,
contrabando, evasión de impuestos, etc., son las fuentes que
alimentan a esos Estados y a los mecanismos de blanqueamiento de
dinero.
Un
ministro de economía de Suiza –uno de los más grandes y conocidos
paraísos fiscales– ha declarado, en una visita a París,
defendiendo al secreto bancario, clave para que esos fenómenos
puedan existir: “Para nosotros, esto refleja una concepción
filosófica de la relación entre el Estado y el individuo”. Y
agregó que las cuentas secretas representan el 11% del valor
agregado bruto generado en Suiza.
En
un país como Liechtenstein, la tasa máxima de impuesto a la renta
es del 18% y sobre la fortuna inferior al 0,1%. Ese país se
especializa en abrigar sociedades holdings y las trasferencias
financieras o depósitos bancarios.
Una
sociedad sin secreto bancario, donde todos supieran lo que cada uno
gana, podría ser considerada como un paraíso. Pero sucede lo
contrario, porque se trata de paraísos para capitales ilegales,
originados en actividades ilícitas.
Esos
paraísos existen, son conocidos, casi nadie tiene el coraje de
defenderlos, pero ellos sobreviven y se expanden, porque son como los
prostíbulos: ilegales, camuflados, pero indispensables para la
supervivencia de instituciones fallidas, que tienen en esos espacios
los complementos indispensables para su existencia.
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