lunes, 29 de octubre de 2018

UN FASCISTA EN LA PRESIDENCIA DE BRASIL.


Resumen Latinoamericano / 28 de octubre de 2018
Escrutado el 87 % de los votos, el candidato de ultra derecha Jair Bolsonaro, sería el presidente de Brasil por los próximos 4 años. De acuerdo a los primeros resultados de las elecciones presidenciales en el país más grande y rico de América Latina, y una de las 10 economías más grandes del mundo, Brasil,  Bolsonaro logró el 55.7% de los votos y  el candidato del PT, Fernando Haddad, 44.3%.
¿Pero cómo? El apoyo directo del imperialismo estadounidense a la candidatura de Bolsonaro, el presidio del líder petista y popular Ignacio Lula da Silva, la crisis económica en curso y el subsecuente descontento de la gente representado en el sistema tradicional de partidos políticos; el empleo de tácticas ampliadas de comunicación ligadas a la propaganda vía redes sociales similares a las usadas por Trump en la campaña electoral; la penetración de las iglesias evangélicas pro bolsonaristas, radicalmente conservadoras, anti cualquier cambio a favor de los derechos civiles, sociales y humanos de la personas, anti izquierda y anti libertarias, multiplicada entre la población más pobre del país en desmedro de los sectores católicos asociados a la Teología de la Liberación, tendencia que tuvo como cuna a la nación carioca hasta su persecución sistemática por el papa Juan Pablo II; y los propios errores cometidos por los gobiernos del PT en su relación y politización respecto de los pobres de la ciudad y el campo; fueron algunas de las causas que explican el ascenso del fascista Jair Bolsonaro a la cabeza del Estado federal brasileño.
Y al fascismo, al decir de Shakespeare en su obra Julio César donde pone en boca de Bruto, “debe considerársele como al huevo de la serpiente, que, incubado, llegaría a ser dañino, como todos los de su especie, por lo que es fuerza matarlo en el cascarón.” Estalló el huevo de la serpiente. Pero el antifascismo tampoco duerme. La musculatura desplegada de las fuerzas del pueblo consciente de sus derechos e intereses históricos, se convierte ahora en la promesa ardiente de la resistencia. Esta vez, no sólo en la calle y por la vía puramente institucional. Esa fuerza, en el ejercicio concreto de su propia práctica en sus próximos combates, tiene la tarea antigua y legítima de blindarse ante la violencia del gran capital que ya mostró su dentadura criminal mucho antes del resultado de las elecciones.

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