miércoles, 31 de octubre de 2018

BRASIL GIRO HISTÓRICO A LA EXTREMA DERECHA. POR JESÚS SÁNCHEZ RODRIGUEZ.

Una hipótesis explicativa

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Hay un dato que alerta sobre las dificultades de realizar un análisis explicativo de las causas que hay detrás de la enorme victoria cosechada por Jair Bolsonaro en las dos vueltas de las elecciones presidenciales en Brasil - enorme por el número de votos obtenidos y por el significado y repercusiones de esa victoria -, ese dato se refiere al hecho de que si la justicia brasileña no hubiese impedido la presentación de Lula como candidato presidencial, posiblemente hoy - y según las encuestas que se manejaron hasta su inhabilitación - estaríamos hablando de una relación inversa a la existente, con un Lula nuevamente ganador de unas presidenciales y un Bolsonaro como candidato incapaz de ganar a Lula.
Esta hipótesis - absolutamente plausible pero contra fáctica y por tanto imposible de demostrar - pone en evidencia dos cosas, el acierto de la estrategia derechista de utilizar la batalla judicial para neutralizar a Lula y derrotar así al PT, y la altísima volatilidad de gran parte del electorado brasileño. En esta estrategia, sin embargo, se equivocaron tanto la derecha clásica brasileña como el PT. La primera porque creyó que con la neutralización de Lula la victoria presidencial sería para algunos de sus representantes más ortodoxos; el PT porque confió en que finalmente Lula sí podría presentarse a través de una estrategia de defensa judicial que removería los obstáculos, teniendo el plan B de Fernando Haddad solo como una reserva poco creíble y cuya puesta en funcionamiento, tras la definitiva inhabilitación de Lula, llegó tarde para revertir la tendencia de apoyos crecientes a Bolsonaro.
Sobre esta doble equivocación se apoyó el candidato que acaba de ser elegido presidente de Brasil para construirse una posición solida que le llevó a conseguir el 46% y el 55,3% de los votos en la primera y en la segunda vuelta.
Pero con ser importante, esta explicación sigue sin despejar las causas profundas que han llevado al acenso de un populismo de extrema derecha en Brasil que ha convertido su potencialidad latente en una victoria clara gracias a los errores mencionados. Esa potencialidad latente se basa en dos grupos de de fenómenos, unos de origen interno al propio Brasil y otros internacionales, con elementos de conexión entre ellos.
Condiciones políticas para la victoria de un populismo ultraderechista
A nivel interno se deben hacer referencia a tres órdenes de factores que pueden ayudar a explicar el éxito de Bolsonaro. El primer orden de factores atañe a la superestuctura política, y hace referencia a una larga crisis de la democracia.
Las causas profundas de esta crisis democrática se encuentran en varios aspectos de la vida política brasileña. En primer lugar, en la atomización partidaria de su representación electoral que impide, tanto por esa atomización como por la naturaleza oportunista y desideologizada de la mayoría de dichos partidos, la posibilidad de mayorías parlamentarias estables basadas en acuerdos políticos de largo alcance, lo que ha redundado en un desprecio hacia las reglas de la democracia y la degradación de sus instituciones como ocurrió con el impeachament a Dilma por parte de una bancada de diputados incursos en causas de delitos por corrupción. En segundo lugar, los acuerdos interpartidarios se celebraban, en esta situación, en torno a compras de voluntades y sobornos con dinero y cargos, lo que hace que la corrupción sea un rasgo muy acusado del sistema político brasileño, que ha alcanzado a todas las formaciones políticas, incluido el PT. En tercer lugar, en la voluntad de las clases dominantes brasileñas de apartar al PT de las palancas del Estado mediante el empleo de métodos y expedientes no democráticos, una vez constatada la dificultad de derrotarle por la vía electoral. El conjunto de estos tres factores han concurrido en un proceso para la destitución de Dilma Rousseff que ha violentado las reglas democráticas y ha desembocado en una crisis democrática que, como se está demostrando ahora, está lejos de haberse resuelto con el cambio de Presidente de la República y se ha prolongado hasta llevar a la presidencia de Brasil a un candidato ultraderechista, admirador de la dictadura brasileña, que inevitablemente degradará aún más la democracia brasileña.
Dilma ganó su primera elección en 2010 con una mayoría aplastante, pero cuatro años más tarde su victoria fue por un escaso margen de votos. Pocos meses después de su reelección tuvieron lugar grandes manifestaciones a lo largo de todo Brasil para exigir su salida del poder, en medio de un gran desprestigio del PT, fruto no solamente de la crisis económica y las políticas de austeridad adoptadas por el gobierno, sino del desencanto que estas políticas produjeron en las bases sociales del PT.
El PT, por otra parte, después del escándalo en 2005 - por utilizar el método de comprar representantes de los otros partidos para conseguir su apoyo en una cámara, dónde el PT nunca consiguió tener más del 20% de los diputados - adoptó la política de alianzas políticas con otros partidos, especialmente el PMBD, cediéndoles ministerios y cargos importantes. Sin embargo, esta política no evitó el ascenso de los casos de corrupción, especialmente con la expansión de Petrobras, que afectaron especialmente al PMDB, el PT y el PP.
Este gran escándalo de corrupción originó una judicialización de la política cuando una serie de jueces y fiscales, pretendiendo repetir en Brasil las actuaciones que en la Italia de la década de 1990 se denominó mani pulite (manos limpias), y que originaron un auténtico terremoto en el sistema político italiano, iniciaron una serie de actuaciones contra una gran cantidad de representantes políticos.
Pero la destitución de Dilma no cerró la crisis política-judicial en Brasil. Los casos de corrupción que envenenan la vida política del país, y las actuaciones judiciales contra ellas, siguieron marcando el pulso político y distorsionando las luchas sociales y políticas, ahondando en la crisis de la democracia y dando lugar a la aparición de un populismo de extrema derecha representado por Bolsonaro.
La destitución de Dilma dio paso a la presidencia de Michel Termer, un antiguo aliado suyo del PMBD, incurso en varios casos de corrupción. Por otro lado, el PT, tras la derrota judicial-parlamentaria, volvió a depositar todas sus esperanzas en la candidatura de Lula en las elecciones de 2018, debido a que conservaba aún de un alto apoyo entre los sectores populares. Pero Lula, que también estaba incurso en varios procesos por corrupción, terminó ingresando en prisión y siendo inhabilitado como candidato presidencial.
Sobre Temer pendía una denuncia por sobornos por parte de la fiscalía general y el proceso, dado el aforamiento de su cargo, pasaba por una aprobación por el Congreso a partir de la cual el Tribunal Supremo le destituiría temporalmente, al menos por seis meses, y definitivamente con una sentencia firme. Así que, el escándalo político tuvo lugar en agosto de 2017 cuando los mismos diputados que un año antes destituyeron a Dilma tomando como excusa una acusación intrascendente de maquillaje de cuentas públicas votaron ahora impedir que Temer fuera procesado por una acusación de montar un sistema para cobrar sobornos de grandes empresarios, lo cual si es un delito penal, oficializando de esta manera la corrupción.
Así, en un país cuya vida política está anegada por los caos de corrupción, con centenares de cargos electos encausados o condenados, y que ha llevado a una intensa judicialización de la misma, la democracia liberal ha sido desnudada de todos sus principios, empezando por el de la división de poderes, para entrar en una grave crisis que, inevitablemente, es el caldo de cultivo de demagogos populistas de extrema derecha como es el caso de Jair Bolsonaro.
El largo proceso de corrupciones que impregnaba todo el sistema político termino originando - a imitación del caso italiano de manos limpias que acabó con el antiguo sistema de partidos establecido tras la segunda guerra mundial - una judicialización de la política dónde el papel de los jueces ha devenido crucial en el desarrollo político, siendo el PT uno de los partido más afectado. Desde esta óptica, y siguiendo con la comparación italiana, podríamos decir que el hundimiento o intenso desprestigio del antiguo sistema de partidos ha dado paso a una fase de populismos de derechas, con la diferencia de que en el caso italiano esa fase tuvo tres etapas, el populismo empresarial de Berlusconi, el ambiguamente derechista radical del M5E, y el abiertamente derechista radical y xenófobo de La Liga, en tanto que en Brasil se ha pasado rápida y directamente a un populismo de extrema derecha.
Estos fenómenos, corrupción intensa de los partidos políticos y su acelerado desprestigio, judicialización partidaria de la vida política, y desprecio por las reglas y comportamientos democráticos, forman el contexto interno perfecto en el que puede surgir una alternativa populista y de extrema derecha, pero el contexto necesitaba de la concurrencia de otros órdenes de factores para que la concretasen.
Condiciones sociales para la victoria de un populismo ultraderechista
El segundo orden de factores es el social. Aquí destacan sobretodo tres fenómenos que ayudarían a la concreción de ese populismo de extrema derecha para el que los factores políticos habrían creado el contexto. El primero es del ambiente de violencia e inseguridad ciudadana instalado en Brasil, que predispone a una amplia población a la recepción de discursos de ley, orden y mano dura para acabar con ese problema, y a la aceptación de una alternativa autoritaria de gobierno como la que representa Bolsonaro y sus referencias de tipo admirativo sobre la dictadura brasileña que tuvo lugar entre los años 1964 y 1985. Solo teniendo en cuenta esta situación se puede comprender que Bolsonaro haya conseguido un apoyo mayoritario en algunos de los distritos más pobres y más azotados por esta lacra. Siguiendo con las comparaciones internacionales las propuestas del ex-capitán ultraderechista tal vez podrían asimilarse a las del populista presidente filipino Duterte en su sangrienta lucha contra las drogas.
El segundo fenómeno es la amplia extensión de la influencia de las iglesias evangélicas con unos valores muy conservadores en relación con la moral, la familia, la sexualidad, etc. y que, por ello mismo, sintonizan muy bien con el discurso de extrema derecha de Bolsonaro apoyado en valores muy similares. Este segundo factor se ha activado de manera importante como reacción al ascenso en años anteriores de movimientos sociales que defienden y han conseguido conquistas para las mujeres y las minorías sexuales. La población evangélica existente en Brasil asciende a más de 42 millones de fieles, es decir, el 22% de la población. Aliados en el pasado con el PT, sin embargo su ideario y objetivos chocaban en muchos puntos con el programa progresista del partido de Lula. Ahora los líderes evangelistas han decidido aliarse con Bolsonaro, poniendo a su disposición tanto la influencia entre sus fieles como los poderosos medios de comunicación de los que disponen.
Esta situación no es exclusiva, ni mucho menos, de Brasil, las iglesias evangélicas representan el 20% de la población de América Latina, con un crecimiento imparable - representaban el 3% hace medio siglo - y los valores de los pastores evangélicos son conservadores, patriarcales y homofóbicos, es decir, plantean una guerra abierta contra lo que denominan "ideología de género", de manera que, mientras se asistía a un avance vistoso de los valores sostenidos por el feminismo y las minorías sexuales u de otro tipo, que apoyaban los movimientos progresistas, en el subsuelo iba expandiéndose una reacción contraria que está saliendo a la superficie de manera virulenta en estos momentos y que se expresa en puntos geográficos distantes y culturas diferentes como el islamismo, el putinismo, los sectores que apoyan a Trump, la derecha radical populista y xenófoba en Europa (DRPX), o ahora con Bolsonaro en Brasil. Este amplio movimiento reaccionario que se expresa de múltiples formas y formatos sirve de elemento de engarce entre estos fenómenos aparentemente tan distantes.
En un largo artículo sobre Brasil, Perry Anderson desenmascaraba el verdadero rostro de las iglesias evangélicas: "muchas de ellas [de las iglesias evangélicas] -ciertamente las mayores- son verdaderas agencias de negocios que se dedican a la organización del dinero de sus fieles para erigir verdaderos imperios financieros para sus fundadores [...] actualmente bastante pujante en las periferias, la organización de Macedo predica una «teología de la prosperidad», prometiendo éxito material en la tierra, en vez de mera salvación celestial. Diferentes de los evangelistas americanos, las iglesias evangélicas en Brasil no poseen perfiles ideológicos muy específicos además de asuntos como aborto y derechos LGBT. Macedo llegó a apoyar a Fernando Henrique Cardoso como una forma de impedir el comunismo, pero en las elecciones siguientes apoyó a Lula y desde entonces viene creando su propia organización política. Pero muchas de esas iglesias actúan apoyándose en el descrédito de los partidos brasileños: son vehículos para ser contratadas, intercambiando votos por favores, con la diferencia de que apoyan a candidatos de cualquier partido - la bancada evangélica en el congreso, cerca de 18% de los diputados, incluye congresistas de 22 partidos. Sus principales intereses residen en garantizar concesiones de radio y televisión, evasión fiscal para iglesias y acceso a la planificación urbanística con el fin de llevar a cabo la construcción de monumentos faraónicos."
Como señala también un artículo en el NYT "Brasil es un buen ejemplo del aumento del poder evangélico en América Latina. La bancada evangélica, los noventa y tantos miembros evangélicos del congreso, han frustrado acciones legislativas a favor de la población LGBT, desempeñaron un papel importante en la destitución de la presidenta Dilma Rousseff y cerraron exposiciones en museos. Un alcalde evangélico fue electo en Río de Janeiro, una de las ciudades del mundo más abiertas con la comunidad homosexual. Sus éxitos han sido tan ambiciosos, que los obispos evangélicos de otros países dicen que quieren imitar el «modelo brasileño»."
En este esclarecedor artículo se analizan las razones del creciente poder político de los evangélicos, fruto especialmente de su alianza política con los partidos de la derecha a los que proveen de una mayor base electoral de apoyo a cambio de la defensa de sus valores ultraconservadores, y cita dos éxitos electorales reciente en los que fue importante el apoyo evangélico, el de Piñera en Chile en 2017, y el de Trump, quién llevó como vicepresidente a un evangélico, Mike Pence. La victoria de Bolsonaro se inscribiría, pues, en esta alianza, con un candidato que incluso va más lejos que Trump en su carácter reaccionario.
Un tercer fenómeno social que terminaría beneficiando la aparición de una alternativa ultraderechista fue la ola de protestas desencadenadas en junio 2013 contra la subida de los transportes públicos y los enormes gastos públicos en eventos deportivos como la copa del mundo de futbol de 2014 y las olimpiadas de 2016. Las movilizaciones también expresaban un rechazo de la política, es decir, de un sistema político que desde entonces no ha dejado de degradarse. Breno Bringel señala como en el seno de esas masivas protestas iniciadas a mediados de 2013 aparecieron tres campos enfrentados "el capo autonomista", el "campo socialista" y el "campo patriótico", éste último más orientado contra la corrupción y los políticos, y al que le daría más cohesión la creación del movimiento juvenil de derechas Movimiento Brasil Libre orientado a disputar las calles y las redes sociales, que tanta importancia han tenido en la victoria de Bolsonaro. Tras ese ciclo de protestas de 2013 tuvo lugar otro nuevamente a principios de 2015 contra un ajuste fiscal muy impopular de la recién elegida presidenta Dilma Rousseff, a lo que se unió el escándalo de corrupción de Lava Jato, que hizo caer su popularidad a mínimos históricos. En definitiva, la derecha estaba creando una base de masas en la calle y las redes contra el PT con el objetivo de recuperar el poder lo antes posible, y cuya energía se terminó encauzando hacia Bolsonaro porque además de ser quién sostenía las posturas más radicales, su discurso populista se dirigía contra el establishment en general.
Los factores sociales, pues, contribuían al ascenso de una alternativa populista de extrema derecha con la conformación de una base social a añadir al contexto político creado con la crisis de la democracia originada por los factores políticos.
Condiciones económicas para la victoria de un populismo ultraderechista
El tercer orden de factores es el económico, aunque su contribución al ascenso de la extrema derecha en Brasil ha tenido un papel marginal frente a la importancia de los dos anteriores. Al contrario de lo ocurrido en Europa o EE.UU., dónde la DRPX utiliza el discurso antiglobalización para atraer a los denominados perdedores de la globalización, Brasil, al igual que otros países emergentes, han sido beneficiados por la globalización en diferente medida, perteneciendo este país al grupo de los BRICS que, en ciertos momentos, llegaron a sostener el crecimiento mundial al principio de la crisis de 2008, gracias al boom experimentado por las materias primas, en tanto los países más desarrollados se hundían con dicha crisis.
Es cierto que esta crisis terminó impactando en los países emergentes, entre ellos Brasil, tras una primera fase en que estos estuvieron inmunes, así, sí en el último año de la presidencia de Lula, Brasil aún crecía al 7,5%, en el segundo mandato de Dilma la economía se desaceleró y terminó entrando en recesión, entre otras causas por el fin del boom de las materias primas. La gestión económica de esta situación por parte del gobierno de Dilma, que ganó las presidenciales de 2014 por una mayoría escasa del 3% sobre su rival, se hizo en clave neoliberal, adoptando una política fiscal regresiva y garantizando los procesos de acumulación del gran capital con la reducción de los beneficios sociales de las clases populares. En este sentido, las consecuencias políticas han sido el alejamiento de algunas capas sociales de apoyo al PT, a la vez que seguía aumentando la beligerancia de la burguesía contra este partido.
Sin embargo, estos factores económicos podrían haber servido para explicar bien el ascenso de alguna formación política a la izquierda del PT, o bien el de una alternativa liberal-conservadora como alternancia de un PT desgastado, pero no son factores que contribuyan directamente al ascenso de una alternativa de extrema derecha. Si hacemos una comparación con lo ocurrido tanto en Europa como en EE.UU. durante los momentos más graves de la crisis desatada en 2008 podemos apreciar que tuvieron lugar rápidos reemplazamientos de los partidos en el gobierno por los que estaban en la oposición, unas veces desde gobiernos más conservadores a otros más progresistas (EE.UU. con Obama o Grecia con Syriza) y otras veces al contrario (España con el PP), pero no se originó en esos momentos el ascenso de la DRPX, este ascenso solo tendría lugar más tarde, cuando se añadieron otros factores como la inmigración, la reacción cultural y el ascenso del nacionalismo, en una fase incluso de crecimiento económico como ocurrió en EE.UU. cuando ganó Trump.
Por tanto, en nuestra hipótesis explicativa, el ascenso de Bolsonaro se origina fundamentalmente en los niveles político y social más que en el económico. Responde a un enfrentamiento sociopolítico dónde prima la lucha por valores en un contexto de degradación de la democracia, más que a una crisis en el proceso de acumulación que hubiese generado una reacción virulenta de la burguesía por mantener el sistema capitalista. Bolsonaro es funcional a la burguesía, como claramente lo han expresado tras su victoria en las dos vueltas los principales diarios económicos del mundo y Brasil y la bolsa de valores de este país, pero seguramente no sea su candidato preferido. Un candidato extremista, con visiones simplistas sobre los problemas complejos y que ha hecho pocas concreciones sobre cómo va a gobernar, que no tiene un partido sólido y experimentado detrás de él, puede terminar siendo un problema para la burguesía y sus planes de control directo de la economía, salvo que Bolsonaro aceptase que el área económica y de relaciones internacionales fuesen controladas por los expertos vinculados a los partidos e instituciones clásicas de la burguesía, dejándole a él manos libres para las áreas relacionadas con los campos sociales, culturales y de orden interno.
El liderazgo carismático de un (falso) outsider como catalizador de las condiciones para la victoria de la extrema derecha
Pero si los factores políticos y sociales propiciadores de una respuesta ultraderechista estaban conformados, faltaba un catalizador capaz de concretar esa alternativa, de unificarles en una opción política con capacidad de éxito. En ausencia en Brasil de un partido de extrema derecha o de derecha radical de características similares a los existentes en Europa, ese papel catalizador lo ha llevado a cabo un líder populista apoyándose en un partido marginal hasta ese momento. En este sentido Bolsonaro ha utilizado registros populistas familiares en América Latina, y ahora en otras partes del mundo, que han servido a proyectos diferentes e incluso radicalmente opuestos. Se han hecho referencias a la similitud con Trump, pero hay una diferencia fundamental, aún presentándose como anti-establishment, Trump recibió y mantiene el apoyo del partido republicano del que fue su candidato y es su presidente.
Creado el contexto político basado en una degradación de las instituciones y valores democráticos, conformada una potencial base social de apoyo, y surgido el líder catalizador de una alternativa de extrema derecha, en la fase final concurrieron dos elementos que impulsaron su ascenso imparable en las urnas, de un lado, los errores que hemos mencionado al principio de la derecha ortodoxa y del PT, de otro lado, la movilización de esa base social a través de las redes sociales y de las iglesias evangélicas y, por si faltaba poco, el atentado en plena campaña contra Bolsonaro que terminó por catapultarlo al centro de los focos. Condiciones objetivas, errores de los adversarios y elementos fortuitos han concurrido en una mezcla característica de lo que se denomina habitualmente una ventana de oportunidad para el éxito.
Sí, por encima de enfrentamientos de clases, de luchas entre modelos socioeconómicos diferentes, lo que prevalece es el enfrentamiento entre valores dentro del mismo modelo productivo y distributivo, si éste es el caso del ascenso de Bolsonaro, puede ser más productiva para explicar este fenómeno la teoría populista de Laclau que la teoría bonapartista que han ensayado algunos marxistas para este caso.
Las tendencias reaccionarias internacionales han facilitado la victoria de Bolsonaro
Nos hemos referido hasta ahora a los órdenes de factores de carácter doméstico que explicarían la victoria de Bolsonaro, pero no podemos olvidar los dos factores externos que también han contribuido a este resultado. El primero es el cambio de tendencia que ha ocurrido en América Latina y que ya se había expresado de diferentes maneras en países que habían contado con gobiernos progresistas, la victoria de Macri en Argentina, la de Piñera en Chile, el retroceso en Ecuador, el fracaso en Venezuela.
A nivel de América Latina Bolsonaro representa un fenómeno relativamente novedoso. Podría hacerse una lectura de su victoria como la de una clásica reacción de la derecha y los poderes establecidos en la sociedad capitalista contra los avances de la izquierda. América Latina es un subcontinente con sobradas experiencias en el pasado de estas reacciones en formas drásticas de golpes de Estado militares. La victoria de Bolsonaro se puede situar en la misma tendencia, y si la forma adoptada por dicha reacción no toma el carácter de un golpe militar es porque la izquierda que ha intentado llevar a cabo sus proyectos desde fuera o dentro del gobierno tampoco representa el proyecto de transformación radical de la izquierda clásica revolucionaria. El proyecto de ésta era el de un cambio revolucionario social que expropiase a la burguesía e iniciase la construcción del socialismo; por el contrario, el proyecto de lo que se ha conocido en la última etapa - y de la que forman parte los gobiernos del PT - como gobiernos progresistas, era una redistribución más justa de la riqueza respetando el modo de producción capitalista, y la extensión de los derechos de algunas sectores sociales oprimidos no por motivos económicos estrictamente, como las mujeres, o las minorías sexuales o raciales.
El segundo factor es el ascenso de las formaciones de la DRPX en Europa y EE.UU. De esta manera lo sucedido en Brasil encuadra dentro de ambas tendencias, suponiendo, de un lado, la profundización del cambio de tendencia en América Latina en un sentido más radical y, de otro lado, la extensión de la ola de la derecha radical que con diferentes características está inundando el mundo. Es legítimo preguntarse sí, aun habiendo concurrido los factores domésticos analizados, en ausencia del crecimiento de esa DRPX en Europa y su victoria en EE.UU. con Trump, se hubiese producido la victoria de Bolsonaro en Brasil, de la misma manera que también es de temer que, formando esta victoria parte de una tendencia mundial, sus efectos puedan ser una irradiación por el resto de América Latina.
Conclusión
Los resultados de la primera vuelta de las presidenciales arrojaron una diferencia de 18% de votos en favor de Bolsonaro, esta cifra indicaba ya la enorme dificultad del candidato del PT, Fernando Haddad, para revertir esa situación y terminar derrotando a Bolsonaro. Primero, porque Bolsonaro necesitaba poco más de un 4% de votos a mayores que en la primera vuelta para conseguir la mayoría absoluta y, segundo, porque Haddad necesitaba atraer al electorado de múltiples partidos, la mayoría de los cuales se sitúan en la derecha. Finalmente, esa diferencia se acortó en la segunda votación a un 10,6% (55,3% - 44,7%), pero siguió siendo importante.
Volviendo a hacer una comparación con Europa, está vez el país a tomar en cuenta sería Francia. En dos ocasiones un candidato del FN francés pasó a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, en ambas el candidato ultraderechista había conseguido menos votos en la primera vuelta que los candidatos de centro-derecha oponentes, Chirac y Macrón, y en ambas padre e hija de la dinastía Le Pen fueron derrotados. La diferencia entre ambas elecciones francesas, la primera en 2002 y la segunda en 2017, es que en 2002 el shock producido por el ascenso del FN originó un fuerte apoyo de la izquierda a Chirac para evitar cualquier posibilidad del FN en la presidencia, en tanto que en 2017 esa diferencia fue mucho menor porque la presencia de la extrema derecha en la política europea se había "normalizado", banalizado, haciendo más fácil su ascenso a posiciones de poder.
Hoy en Brasil las condiciones que se daban eran diferentes, el candidato ultraderechista era el que tenía una amplia ventaja en la primera vuelta y no había signos de una reacción como la de 2002 en Francia para intentar cerrar el paso a Bolsonaro. Parece que lo único que estaba en juego era la diferencia de votos que obtendría en su victoria definitiva en la segunda vuelta, lo cual tampoco es un asunto menor, pues es muy distinta una victoria por dos o tres puntos de diferencia que expresaría una división del país en dos y la existencia de una fuerte resistencia a la presidencia de Bolsonaro, que una victoria por diferencia mayor, como la producida finalmente, que puede hacer mucho más fácil la toma de las medidas reaccionarias que seguramente pondrá en marcha y dibuja un país basculado ampliamente hacia la extrema derecha. Finalmente, en la segunda vuelta, se han hecho realidad los peores temores, Bolsonaro ha conseguido la presidencia de Brasil y lo ha hecho por una diferencia sustancial que le dan un amplio margen de maniobra y dificulta la creación de una oposición sólida para frenar o impedir las medidas reaccionarias que todo el mundo teme del nuevo presidente.

sanchezroje@gmail.com

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