Domingo, 28/09/2014
Crédito: Los Domingos de Díaz Rangel. Diario Ultimas Noticias
Durante la segunda Guerra Mundial, y en los primeros años de la postguerra, a Roosevelt (EEUU), Churchill (Reino Unido) y Stalin (Unión Soviética) les llamaban los tres grandes. Ellos decidían las cuestiones más trascendentes de esa conflagración. Celebraron varias reuniones en el más absoluto secreto y sus conclusiones se conocían después que regresaban a sus respectivos países. En la de Teherán (dic. 1943) acordaron crear las Naciones Unidas, nombre propuesto por Roosevelt. Esa vez firmaron un documento donde declaraban: “Tenemos la certeza de que gracias a nuestra armonía, lograremos una paz duradera”. La armonía era de palabras, pues apenas terminaron las acciones bélicas comenzó la “guerra fría” hasta la caída del muro de Berlín, en 1989.
Poco después se reunieron en Yalta (feb. 1944) y definieron el Consejo de Seguridad, cómo estaría integrado y cómo funcionaría; es cuando se reservan el derecho al veto, añadieron a Francia y a China y acordaron convocar sólo a los países que habían declarado la guerra a Alemania a una conferencia en San Francisco, donde fundarían la ONU, el 24 de octubre de 1945. Asistieron 51. La guerra había terminado, Alemania y Japón fueron rendidos. Por supuesto, junto con Italia, España, Rumania y otros países derrotados, quedaron fuera de la organización, hasta muchos años después.
A varios de esos 51 países, los embajadores de EEUU les exigieron romper relaciones con Alemania y declararle la guerra para poder participar en la fundación. Frank Corrigan lo hizo con el canciller Parra Pérez, quien después presidió la delegación venezolana en la fundación de la ONU. Todos estuvieron representados en San Francisco. Lo importante es que ningún país cuestionó la estructura del Consejo de Seguridad. Por unanimidad lo aceptaron.
Dividido el mundo en dos bloques, a la cabeza de cada uno estaba una gran potencia, todos convinieron en esa estructura hasta años más tarde, con la creación de los Países No Alineados (Noal) cuando comenzaron las primeras objeciones. Pero no ha sido hasta ahora, desaparecido aquel escenario de 1945, extinguido igualmente el mundo bipolar, con la extinción de la URSS y el debilitamiento internacional de EEUU y siendo cada vez mayor el número de Estados que propician un mundo multilateral, parecía llegado el momento para demandar una nueva estructura de la ONU, y de su Consejo de Seguridad.
El cambio más trascendente ha ocurrido en América Latina. Mientras no se ve la Europa de De Gaulle, y Estados antes alineados en la Europa oriental, ahora su suman sumisos a los intereses estadounidenses, se escuchan las voces de la nueva América Latina demandando cambios y llevando problemas que antes por ningún motivo eran asuntos de la ONU.
La revisión de sus actas en los últimos 10 años revelan diáfanamente esas voces discrepantes del imperio. Un estudio de Pedro Díaz Arcia (*) revela cómo EEUU ha venido perdiendo influencia en la asambleas de la ONU, en 1961, 42% de los países del Noal votaban en coincidencia con EEUU, y en 1988 apenas lo hacía 21%, y en ese año 1988, 85% de los países coincidieron con Cuba, y desde hace 26 años se viene condenando el bloqueo, y son numerosas las veces que EEUU ha vetado resoluciones contra Israel. Ese dominio ocurre por el funcionamiento del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Entre tanto, estas posiciones de los Estados por imponer un funcionamiento democrático siguen aumentando en la ONU.
Entre esas voces destacó la del presidente venezolano Nicolás Maduro. Pronunció un discurso que supo armonizar su experiencia de seis activos años de Canciller, la política que definió y orientó el presidente Chávez, y los principios establecidos en el Preámbulo y articulado de nuestra Constitución. Seguros estamos que esas palabras estuvieron compartidas por la diplomacia de muchos otros países, y que asumía el clamor de la mayoría de los pueblos del mundo. Demandó con fuerza la refundación de las Naciones Unidas, la reestructuración de su Consejo de Seguridad e incluso pidió más autoridad a la Secretaría General, de suerte que esté al servicio de todos y no de algunos imperios. Lo hizo con coraje, como lo destacó Fidel Castro, con precisión y mesura, y le llevó a abordar otras cuestiones de alto interés para la región, como la independencia de Puerto Rico y la solidaridad con Argentina en su lucha contra los perversos fondos buitres.
No es que esta Asamblea General de la ONU pasará a la historia, pero son indudables las demandas de cambios en su estructura y funcionamiento. No es posible que la mayoría de los países miembros apenas tengan fuerza declarativa y sólo para algunas cuestiones; se hicieron en un momento oportuno cuando los miembros permanentes del Consejo de Seguridad debieron escucharlos para la reflexión de sus gobiernos.
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