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Germán Saltrón Negretti
Comienzo
fijando algunos criterios, tales como pobreza absoluta al número de ciudadanos
que en un determinado país, viven por debajo de un cierto umbral de renta, que
el Banco Mundial suele fijar en 1$ o 2$ por día, traducido a la moneda y
precios locales. Este concepto se refiere a la capacidad de satisfacer las
necesidades mínimas de subsistencia. La pobreza relativa se mide a través del
número de ciudadanos con renta inferior a un determinado umbral específico de
cada país, como puede ser el 50% de su renta media.
Igualmente,
la pobreza se mide mediante la denominada “brecha de pobreza” (poverty gap),
que tiene en cuenta no sólo la proporción de pobres, sino el grado de pobreza
en que se encuentra. En 1970, 1.400 millones de personas, casi un
40% de la población mundial, vivía bajo la línea de pobreza extrema de 1$/día;
en 1990, dicha tasa de pobreza se había reducido al 26%, pero debido al
crecimiento poblacional, el número de pobres era el mismo. En el año 2000 la
población mundial excedía de 6 mil millones de personas. Una de cada 5
personas, 1.200 millones vivían con menos de 1$/día. La mitad de la población mundial, casi 3 mil millones de personas,
vivía con menos de 2$ por día. En la OCDE, con 1.300 millones de personas no
había incidencia de pobreza absoluta.
La
desigualdad es un concepto diferente, pero relacionado con la pobreza. Se
refiere habitualmente a las diferencias de renta entre ciudadanos, y se mide
mediante la comparación entre la renta percibida por determinados porcentajes
de la población de mayor y menor renta: a modo de ejemplo, podría decirse que
la renta del 10% de la población con mayor renta en un determinado país es 15
veces superior a la del 10% de la población con menor renta.
Alternativamente,
la desigualdad puede medirse a través de los índices de Gini o de Atkinson, que
se basan en toda la distribución de la renta. En 2000, el 20% más rico recibía
el 74% de la renta mundial, y el 2% más rico de la población mundial poseía la
mitad de la riqueza mundial, mientras que el 20% más pobre recibía únicamente
el 2% de la renta. El Producto Interno Bruto de las 48 naciones más pobres, una
cuarta parte de los países del mundo) es menor que la riqueza de las tres
personas más ricas.
Estas
cifras revelan la tremenda magnitud y gravedad del problema humano que se vive
fuera del reducido núcleo de nuestras sociedades desarrolladas. Además, creo
que el análisis y la evaluación de las implicaciones que tienen la pobreza y la
desigualdad debe realizarse de manera diferenciada en tres tipos de países: las
economías desarrolladas, las economías en desarrollo que presentan una
evolución positiva de su renta media, y los países que forman lo que P. Collier
denomina el Club de la Miseria (Bottom Billion), pues la incidencia de la pobreza
absoluta y la gravedad de sus implicaciones de las situaciones de desigualdad y
pobreza es muy distinta de uno a otro grupo. Es evidente que las consecuencias
de tener una renta inferior a un 50% de la media nacional no son las mismas en
países como EEUU o España que en países del África sub‐Sahariana.
Por
otra parte, en los países de la OCDE no hay incidencia de pobreza absoluta,
pero hay situaciones claras de desigualdad y pobreza relativa. En “The Spirit
Level”, Richard Wilkinson y Kate Pickett, utilizan datos del Human Development
Report de 2006, calculando las veces que la renta del 20% de ciudadanos de
mayor renta excede de la del 20% de ciudadanos con menor renta. Entre los 23
países considerados, Singapur con 9,8 veces, EEUU con 8,2 veces y Portugal con
8,0 aparecen como los 3 países con mayor desigualdad, mientras que Japón con
3,8 veces, y Finlandia, Noruega, Suecia y Dinamarca, con niveles ligeramente
más altos, aparecen como los países con menor desigualdad.
En
esta relación, España aparece en la zona media, con un índice de 5,4, similar
al de Francia y Canadá. Establecidos estos conceptos básicos, volvamos a
considerar los posibles objetivos de la política económica. Indudablemente, una
rápida eliminación de la pobreza absoluta debe ser el objetivo prioritario de
la economía del desarrollo. Para ello, el mejor mecanismo es un crecimiento económico
robusto, pues, dada una determinada distribución de la renta, la pobreza
absoluta es consecuencia de una reducida renta media. La pobreza relativa está
relacionada con la desigualdad en la distribución de la renta; su reducción es
un objetivo menos urgente que la lucha contra la pobreza absoluta, pero también
es importante.
Los
cambios en la pobreza se producen, bien por variaciones en la renta media, o
por cambios en la distribución de la renta y, por lo tanto, el verdadero reto
en el diseño de la lucha contra la pobreza reside en entender las posibles
interacciones entre crecimiento económico y distribución. En este análisis de
relaciones entre crecimiento, desigualdad y pobreza, hay que resaltar lo que se
considera que son los tres resultados fundamentales, antes de analizar las
propuestas de política económica apropiadas para la lucha contra la pobreza.
Es
lógico pensar que la preocupación de un gobierno responsable debe ser el
bienestar de sus ciudadanos. Por consiguiente, si la política macroeconómica se
define en torno a la tasa de crecimiento del Producto Interior Bruto, es porque
se considera que establecer el entorno que permita desarrollar las
posibilidades de crecimiento de una economía y mantenerlas de manera estable,
es un buen modo de maximizar el bienestar. Y, sin embargo, la tasa de
crecimiento del PIB, utilizada en la presentación y seguimiento de la política
macroeconómica, proporciona una indicación incompleta de lo que sucede en el
país, al no recoger el modo en que la renta generada por dicho crecimiento se
distribuye entre la población.
El
crecimiento económico influye sobre la asignación de los recursos entre
sectores productivos, sobre los precios relativos de los bienes, sobre las
remuneraciones que reciben los factores productivos (trabajo, capital físico,
capital humano, tierra) y, por consiguiente, también sobre la distribución de
la renta. Salvo que ésta creciera en la misma proporción para todos los
ciudadanos, su distribución variará con el crecimiento, aunque es fácil
imaginar circunstancias bajo las cuales dicho crecimiento, pueda conducir tanto
a una distribución de la renta más igualitaria como a una distribución más
desigual.
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