Vicenç Navarro. 26-01-2018.
La gran atención de los mayores medios de
información en los países situados a los dos lados del Atlántico Norte, en su
cobertura del aniversario de la elección del candidato republicano Trump al
cargo de Presidente de EEUU se ha centrado en la figura del Presidente Trump,
que antes de ser elegido Presidente era uno de los empresarios más importantes
en el negocio inmobiliario de aquel país, uno de los más especulativos de la
economía estadounidense. A pesar de no haber nunca ocupado un cargo electo antes
de ser elegido, conocía bien el funcionamiento del Estado (tanto federal, como
estatal y municipal) pues en gran parte su éxito como empresario había
dependido de sus conexiones políticas, incluida “la compra de políticos”.
El sistema electoral, de financiación
predominantemente privada, favorece lo que en EEUU se llama “la compra de
políticos” que pasan a representar los intereses de los que los financian. En
realidad, Trump es un personaje bastante representativo del mundo empresarial
especulativo de EEUU, que conjuga una enorme ignorancia de la política
internacional, un desdén hacia el mundo intelectual y mediático con el cual se
encuentra altamente incómodo, una hostilidad hacia el establishment federal y
una gran astucia política. Es profundo conocedor de los gustos y opiniones de
amplios sectores de las clases populares blancas con los que comparte un
lenguaje lleno de estereotipos que le hace enormemente popular entre sus bases
electorales. Su comportamiento aparentemente errático, que rompe todos los
moldes de la respetabilidad burguesa, le convierte en un personaje carismático
entre su electorado, que es, en su mayoría, de clase trabajadora y clase media
de raza blanca, que comparte sus opiniones y prejuicios.
Por otra parte, el hecho de que
tal comportamiento no encaje en los moldes tradicionales del establishment
político-mediático del país explica que este último tenga grandes recelos sobre
su habilidad para dirigirlo. Trump no salió del aparato del Partido Republicano
ni de los círculos políticos de Washington, lo que le hace una figura muy
atípica en el mundo político estadounidense. De ahí la animosidad de gran parte
de los mayores medios de comunicación, que le dedican una enorme atención
mediática muy orientada hacia desacreditarle, lo cual acentúa más su
popularidad, no tanto entre la población general (donde es muy baja), sino
entre la población que le vota, que odia al establishment político-mediático
del país. Todas las encuestas destacan la gran lealtad de sus bases
electorales, habiéndose establecido una alianza de sectores importantes del
mundo empresarial relacionado con el capital especulativo (sector inmobiliario
y capital financiero) y amplios sectores populares, de raza blanca,
cohesionados y unidos por una ideología caracterizada por dos componentes
básicos.
¿Cuál es la ideología de lo que ha venido a llamarse erróneamente como
Trumpismo?
Digo erróneamente, pues no es
Trump el que ha creado esta ideología, sino al revés: la ideología
antiestablishment ampliamente extendida en amplios sectores de las clases
populares es la que ha posibilitado la victoria de Trump. Tal ideología se
caracteriza por dos componentes típicos del antiestablishment presentes entre
grandes sectores de las clases populares, a los cuales hay que añadir un tercer
componente, este sí, específico de Trump. El primero es, como ya he subrayado,
un antiestablishment federal, basado en Washington, al que se le percibe como
instrumentalizado por el Partido Demócrata, cuyas políticas públicas
supuestamente han favorecido sistemáticamente a las minorías afroamericanas (y,
en menor lugar, a las latinas), a costa del propio bienestar de las clases
populares de raza blanca.En esta ideología se percibe a este establishment
federal como también utilizado por las grandes empresas industriales, que a
través de los Tratados de Libre Comercio, están deslocalizando puestos de
trabajo bien pagados de la manufactura a países con salarios mucho más bajos.
Esta exportación de puestos de trabajo está dañando el bienestar de la clase
trabajadora blanca, que ocupaba la mayoría de estos buenos puestos. El segundo componente de esta
ideología (íntimamente relacionado con la anterior) es un profundo
nacionalismo, que, en parte, idealiza el pasado de EEUU, y que quiere recuperar
aquel mundo en el que se vivía mejor. Este nacionalismo está basado en una
lectura profundamente errónea de la política exterior de EEUU, que ve al
gobierno federal motivado por un deseo de promover la libertad y la democracia
a nivel mundial. De esta lectura se derivan las propuestas de este tipo de
nacionalismo que cree que el gobierno de EEUU debería abandonar su “altruismo”
y dar más atención a los intereses de EEUU sobre todos los demás.
Tal énfasis
en poner los intereses de EEUU por encima de todos los demás, como el mayor
objetivo de la política exterior no difiere, sin embargo, de los objetivos de
la política exterior de gobiernos anteriores (que, naturalmente, también
imponían los intereses de EEUU por delante de todos los demás) sino de cómo se
definen tales intereses. El énfasis de Trump en el exitoso eslogan “América First” (“poner a EEUU primero”) es un intento de revitalizar la economía
estadounidense, centrándose en crear puestos de trabajo en el país. Esta
diferencia se presenta erróneamente como un conflicto entre liberalización de
la economía, por un lado (llamados los globalistas) o proteccionismo, por el
otro (definidos como los nacionalistas) dicotomía que solo tiene un componente
de verdad, pues la enorme economía estadounidense siempre ha sido altamente proteccionista
e intervencionista, puesto que a través de su elevado gasto militar ha
configurado de gran manera al sector industrial de aquel país. La evidencia
empírica que muestra que la mayoría de los avances tecnológicos ocurridos en el
sector industrial de EEUU han sido financiados y/o realizados en instituciones
públicas, es abrumadora.
A estos dos componentes hay que
añadirles un tercero, que es característico de la ideología dominante en la
Administración Trump: la visión empresarial de que el Estado debe dirigirse y
gestionarse como si fuera una gran empresa, siguiendo los cánones de la cultura
empresarial que domina la clase corporativa (the Corporate Class) de EEUU. En
esta ideología hay también un elemento elevado de aprovechamiento personal y familiar
de sus negocios particulares. Las líneas entre beneficio personal y beneficio
colectivo y nacional están poco definidas y muy entrelazadas, habiendo
alcanzado un nivel que está creando una protesta general en las dos cámaras
legislativas (Congreso y Senado) del Estado federal. No es la primera vez que
un hombre de negocios llega a ser Presidente de EEUU. Pero es nueva la manera
en que Trump gobierna este entramado utilizando lo público para el
enriquecimiento privado, sin rubor y con todo el descaro.
El gran error de enfatizar tanto la figura de Trump.
El enorme énfasis en la figura de
Trump dificulta la comprensión de lo que ocurre en EEUU, pues lo más
preocupante de la situación política de EEUU, no es que un personaje como Trump
se haya convertido en el Presidente de EEUU, sino que casi la mitad del
electorado estadounidense le votara, cosa que continuará ocurriendo a no ser
que se conozca por qué tal sector del electorado blanco (que constituye el
mayor porcentaje de población perteneciente a la clase trabajadora
estadounidense) votó por Trump. Sin comprender esta realidad, y sin actuar
sobre las causas de este hecho, Trump y personajes como él continuarán siendo
elegidos por muchos años. En realidad, en las elecciones parciales al Congreso
de EEUU en los distritos en los que ha habido elecciones, los congresistas
próximos a Trump han continuado ganando y todo ello como consecuencia de que
aun cuando la popularidad del Presidente es baja entre la mayoría de la
ciudadanía, es muy alta entre sus seguidores, una lealtad a su figura que
alcanza cifras récord de más de un 90% de sus votantes.
En la última encuesta sobre
popularidad del Presidente Trump, publicada en el New York Times (14 de enero
de 2018), el dato más llamativo es que mientras su popularidad está
descendiendo en grandes sectores de la población, permanece en cambio
enormemente alta entre los que lo votaron. Y aquí está el dato más importante
que se ignora constantemente. De ahí que la pregunta más importante que debería
hacerse, y no se hace, es ¿por qué la mayoría de la clase trabajadora
estadounidense blanca (que es la mayoría de la clase trabajadora) votó a Trump?
¿Por qué ganó las elecciones el candidato Trump?
La respuesta a esa pregunta es,
en realidad, sumamente fácil de responder si uno analiza lo que ha ido pasando
en EEUU desde la elección del Presidente Reagan en los años ochenta, con el
surgimiento y expansión del neoliberalismo (que es ni más ni menos que la
ideología de la clase corporativa –The corporate class– formada por los
propietarios y gestores de las grandes empresas del país) y que se ha
convertido en dominante, no sólo en los círculos financieros y económicos, sino
también en los círculos políticos y mediáticos que aquéllos dominan, controlan
e influencian. El eje de las políticas públicas neoliberales es, ni más ni
menos, un ataque frontal al mundo del trabajo, políticas que han sido
enormemente exitosas (no para la mayoría, sino para la élite beneficiada). El
mejor dato que ilustra este hecho es que el porcentaje de las rentas derivadas
del trabajo ha ido descendiendo de una manera muy marcada en EEUU desde 1979,
pasando de representar un 70% de todas las rentas en 1979, a un 63% en 2014.
Este descenso ha sido a costa de un enorme aumento en las rentas derivadas del
capital durante el mismo período.
Este descenso de las rentas del
trabajo no habría podido ocurrir sin el cambio del Partido Demócrata (partido
que se definía en los años treinta del siglo XX como el Partido del Pueblo), el
cual, a partir del Presidente Clinton, se convirtió también en partido
neoliberal (pasando a ser la versión light del neoliberalismo del Partido
Republicano). Clinton fundó la Tercera Vía, reproducida por Tony Blair en el
Reino Unido, Schröder en Alemania y Felipe González en España. (Ver mis
artículos Tony Blair y el declive de la Tercera Vía, Sistema, 16.11.12, y
Blair, Zapatero, la Tercera Vía y el declive de la socialdemocracia, Público,
20.01.14).
Los cambios en el Partido Demócrata.
Esta reconversión implicó el
distanciamiento de la clase trabajadora blanca hacia el Partido Demócrata.
Subrayo blanca, porque la raza juega un papel clave en la vida política en
EEUU. El Partido Demócrata había sido el instrumento de las clases populares
frente al mundo empresarial representado por el Partido Republicano. Pero el
acercamiento del Partido Demócrata al mundo empresarial, diluyó esta relación e
identificación de manera tal que las políticas públicas del Partido Demócrata
se distanciaron más y más de su intervencionismo con sensibilidad de clase
social, orientándose más y más a la integración de los sectores discriminados
-minorías y mujeres- en la estructura de poder.
De esa manera, las políticas
identitarias pasaron a ser las que establecieron los parámetros del conflicto,
entre las derechas, en contra de tales políticas y las izquierdas, a favor de
ellas. La victoria del Presidente Obama, un afroamericano, era una victoria de
estas políticas identitarias. Para culminar su éxito, solo faltaba la victoria
de Hillary Clinton, una mujer. Pero tanto la izquierda como la derecha
institucional gobernante aplicaron políticas de clase (políticas neoliberales)
que afectaron negativamente al bienestar de las clases populares (la mayoría de
las cuales pertenecen a la raza blanca), hasta tal punto que la esperanza de
vida de la clase trabajadora blanca ha ido disminuyendo como consecuencia de un
gran deterioro de su calidad de vida.
Es, pues, lógico y predecible que
las clases populares de raza blanca se rebelaran y apoyaran a los candidatos
antiestablishment (Bernie Sanders y Donald Trump). Bernie Sanders, socialista,
y Trump, un personaje de ultra derecha. En la presentación de la realidad
electoral estadounidense se ignora u oculta que la gran mayoría de las
encuestas señalaban que Sanders hubiera ganado las elecciones a Trump en el
caso de que hubiese ganado las primarias del Partido Demócrata.
El establishment del Partido
Demócrata, sin embargo, lo destruyó, consiguiendo que no fuese electo en esas
primarias, ganando en su lugar Hillary Clinton, la persona que representa el
establishment político de Washington, del cual ha sido figura prominente desde
que su esposo ganó las elecciones a la Presidencia en el año 1992. Su elección
en las primarias del Partido Demócrata dejó a Trump como única alternativa para
canalizar el enfado contra el establishment político-mediático.
¿Qué está pasando en la Casa
Blanca? ¿Una situación crítica debido a un personaje supuestamente
temperamental o en conflicto profundo entre las bases del trumpismo y el nuevo
establishment constituido por el capital financiero y especulativo? Esta alianza del movimiento
antiestablishment (predominantemente de clase trabajadora y clases medias de
renta baja) con amplios sectores del capital financiero y especulativo,
profundamente contrarios al gobierno federal, se tradujo en una gran diversidad
de sensibilidades políticas dentro del equipo Trump en la Casa Blanca, que ha
generado una percepción de desorden que, en realidad, era el conflicto entre
aquellos que representaban el movimiento antiestablishment liderado por el
ideólogo de la altamente exitosa campaña electoral del candidato Trump, Steve
Bannon, y los que representaban los intereses del capital financiero, liderados
por Gary Cohn, que fue presidente de Goldman Sachs (y que dirige el equipo
económico de la Casa Blanca y que es, por cierto, del Partido Demócrata) y el
sector inmobiliario (que dirige su yerno Jared Kushner). Ese conflicto se
resolvió con la victoria del capital financiero e inmobiliario sobre los
representantes del movimiento antiestablishment, cuando Steve Bannon tuvo que
salir de la Casa Blanca. Es sintomático que cuando se dio la noticia, la bolsa
situada en Wall Street la aplaudiera a rabiar.
Bannon había sido el ideólogo del
movimiento que promovió Trump en las primarias, movimiento que tiene una
ideología racista y machista extrema, que utiliza una narrativa, un lenguaje y
un discurso claramente de clase, denunciando la situación más que preocupante
del deterioro del bienestar de la clase trabajadora (y muy en especial del
sector manufacturero) que se ha visto afectada muy negativamente por la
movilidad de los sectores industriales a otros países, facilitada por los
Tratados de Libre Comercio, apoyados tanto por el Partido Demócrata como por el
Partido Republicano.
El abandono del Partido Demócrata de políticas
de sensibilidad de clase a favor de las clases populares, centrándose en su
lugar en las políticas de identidad, favoreció el apoyo de las clases populares
a la ultraderecha. Bannon lo subrayó explícitamente cuando declaró en una
ocasión que la mejor estrategia para su movimiento era que “el Partido
Demócrata ponga todo su énfasis en los temas identitarias, y nosotros nos
centraremos en los temas económicos de clase”. Como bien decía Gideon Rachman,
responsable de asuntos internacionales del Financial Times: “Bannon deseaba que
se reproduzca el racismo y la guerra entre las clases populares blancas y el
Estado federal, presentado como controlado por los globalistas a nivel
internacional y por las minorías a nivel doméstico” (Financial Times, 23.08.17,
pag.9).
Esta era la visión de Bannon. Para Bannon era importante facilitar que
los demócratas se centren en la paridad de raza y género, permitiéndoles a él y
al Partido Republicano centrarse en el mejoramiento económico de las clases
populares, utilizando para ello un discurso parecido al de “la lucha de clases”
de antaño. Y aunque Bannon ha sido expulsado del establishment trumpiano, su
ideología permanece popular entre amplios sectores de la clase trabajadora blanca
estadounidense.
De ahí que lo que las fuerzas
progresistas deberían hacer en EEUU es romper esta dicotomía raza o clase
social, para convertirla en raza, género y también clase social. Pero ello
requiere un redescubrimiento de la importancia de las categorías de clase
social que no se detecta por parte de la dirección del Partido Demócrata. En
realidad, tal dirección llegó incluso a acusar al candidato Sanders de
“racista” porque, aunque no ignoraba la necesidad de corregir la discriminación
de raza, se centraba en temas como la explotación de clase social. Esta
relación entre discriminación de raza y género y explotación de clase es
esencial para que las izquierdas en EEUU vuelvan a recuperar su poder (y su
proyecto histórico).
Como ha ocurrido en la mayoría de países europeos, el
triunfo de la ultraderecha ha sido precisamente consecuencia del abandono por
parte de los partidos de izquierda de su orientación y servicio a las clases
populares, acercándose más y más a la clase corporativa (The Corporate Class),
estableciendo una complicidad con ella, creándose un vacío que ha llenado la
ultraderecha. El caso de Francia, con el gran apoyo a la ultraderecha por parte
de la clase trabajadora, es el más significativo pero no es el único en Europa.
Por qué el Partido Demócrata tiene un problema grave.
Es importante señalar que este
desplazamiento hacia la derecha de tales partidos, incluido el Partido
Demócrata, ha ido acompañado con un cambio en su lenguaje, dejando de hablar de
y a la clase trabajadora (que tal Partido asume que ha desaparecido) y hablar
de y a las clases medias (que asumen erróneamente que han sustituido a la clase
trabajadora). Es muy común oír entre dirigentes de izquierda que la clase
trabajadora está desapareciendo objetivamente y/o subjetivamente, al
considerarse a sí misma como clase media en lugar de clase trabajadora. Los
datos, sin embargo, no avalan tal supuesto. Según la encuesta más detallada de
la estructura social de EEUU, The Class Structure of the United States,
realizada a principios de este siglo XXI, hay más estadounidenses que se
definen clase trabajadora que clase media.
Lo que ocurre no es que la clase
trabajadora haya desaparecido sino que, desencantada con el sistema político,
se ha ido absteniendo, con el resultado de que la mayoría de tal clase no
participa en las elecciones, con lo cual, los partidos de izquierda, en lugar
de intentar revertir esta abstención (lo cual requeriría unas propuestas
electorales más radicales) se centran en las clases medias, compitiendo con los
partidos de derecha y de centro para conseguir su respaldo. De ahí surge el
apoyo electoral por parte de la clase trabajadora a las ultraderechas que con
su mensaje antiestablishment van movilizando a estos sectores populares. En
realidad, es muy fácil entender lo que pasa en EEUU y en Europa, aunque
raramente se explica en los mayores medios de información y persuasión.
La adaptación del discurso de la ultraderecha al discurso que solía ser
de izquierdas.
Un análisis de las ultraderechas,
como el candidato y ahora Presidente Trump, muestra que ha copiado bastante el
discurso y las propuestas de las izquierdas, tales como la oposición al libre
comercio, que tenía muy poco de “libre” y mucho de apoyo a las grandes
empresas; su énfasis en una gran inversión en la infraestructura del país (hoy
muy en decaída); el rechazo a los programas sociales dirigidos directamente a
las poblaciones pobres, sustituyéndolo por programas supuestamente universales;
el fin de la confrontación con la antigua Unión Soviética (con el acercamiento
entre Trump y Putin, deseado por ambos), entre otros, son ejemplos de ello.
Tales propuestas se acompañan de un discurso de confrontación con el
establishment federal que se presenta como instrumentalizado por la clase
corporativa.
Este discurso recuerda
componentes del nacionalsocialismo (la manera académica de definir el nazismo)
que dominó en la mayoría de países europeos en los años treinta y cuarenta del
siglo XX. Esta dimensión supuestamente “socialista” es lo que explica que algunos
sectores de la federación de los sindicatos mayoritarios de EEUU, AFL-CIO,
hayan aplaudido algunas de las propuestas de la administración Trump, como ha
sido la de invertir en la infraestructura del país.
El discurso casi “obrerista” de
Trump contrasta, sin embargo, con la manera cómo piensa aplicar sus propuestas,
todas ellas profundamente anti-Estado federal. Es este anti-Estado lo que
constituye la mayor diferencia entre él y el nazismo, y donde aparecen más
claramente los intereses del sector especulativo (no productivo) del capital.
Su programa de invertir en la infraestructura del país, por ejemplo, es un
enorme subsidio público a las grandes empresas constructoras que recibirán
enormes ayudas públicas para el usufructo privado, privatizando, por ejemplo,
las carreteras públicas, que pasarán a tener sistemas de peaje de beneficio
privado. Esta inversión de un trillón de dólares (que es de un billón de
dólares en la contabilidad europea), de la que Trump habla, será financiada a
base de bonos privados, subvencionados por el Estado.
Sería la privatización más masiva
que haya jamás existido en EEUU. Y un tanto igual en cuanto a la posición
universal de los servicios sanitarios (que no existe, y que Obama no resolvió
con su programa Obamacare de financiación sanitaria). Trump tampoco lo
resolverá. En realidad, lo empeorará, al eliminar programas para poblaciones
pobres (de las cuales la gran mayoría son blancos), sin expandir los derechos
sanitarios de la población, sumamente limitados. Trump reducirá todavía más los
derechos sociales, laborales y políticos, garantizados hoy por el gobierno
federal, desmantelando el ya muy insuficiente Estado del Bienestar
estadounidense.
Será, en muchas maneras, el
nacionalismo libertario la ideología real detrás de las políticas de Trump, que
por cierto, encaja bien con la cultura individualista que está en el centro de
la cultura popular en EEUU. Y de ahí su gran atractivo en sectores populares.
Ese es el gran drama político que existe hoy en EEUU. Trump, como expresión
máxima del americanismo nacionalista libertario, está, mediante un lenguaje
obrerista, nacionalista, racista y machista, movilizando a sus bases a fin de
mantenerse en el poder. Y todo ello debido al abandono, por parte de las
supuestas izquierdas, de los valores de solidaridad y justicia social que las
habían caracterizado y que habían generado su gran apoyo electoral hoy
desaparecido. Así de claro.
Vicenç Navarro ha sido
catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Barcelona. Actualmente es
catedrático de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Pompeu Fabra
(Barcelona, España). Fuente:
http://blogs.publico.es/vicenc-navarro/2018/01/24/por-que-en-eeuu-hay-trump-para-mucho-tiempo/
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