Compilador Germán
Saltrón Negretti
Tras
un descenso prolongado durante más de una década, el hambre en el mundo parece
estar aumentando de nuevo, afectando a un 11% de la población mundial. El
hambre en el mundo aumenta: se estima que el número de personas subalimentadas
pasó de 777 millones a 815 millones en 2016. Junto con el aumento de la
proporción de la población mundial que padece hambre crónica (prevalencia de la
subalimentación), el número de personas subalimentadas en el mundo también
aumentó hasta los 815 millones con respecto a los 777 millones de 2015.
Estas
noticias tan graves llegan en un año en el que la hambruna ha golpeado partes
de Sudán del Sur durante varios meses y se han identificado varias situaciones
de inseguridad alimentaria que corren el riesgo de convertirse en hambrunas en
varios países, como Nigeria, Somalia y Yemen. La situación de la seguridad
alimentaria ha empeorado visiblemente en varias zonas del África subsahariana y
el Asia sudoriental y occidental. Se ha observado un empeoramiento sobre todo
en las situaciones de conflicto, a menudo agravadas por la sequía o las
inundaciones vinculadas en parte al fenómeno El Niño y a perturbaciones
relacionadas con el clima.
A
lo largo del último decenio, el número de conflictos violentos en todo el mundo
ha aumentado considerablemente, en particular en países que ya sufrían
inseguridad alimentaria, afectando en mayor medida a las comunidades rurales y
con un impacto negativo en la producción y la disponibilidad de alimentos. La
situación también ha empeorado en algunos entornos pacíficos, sobre todo
aquellos afectados por la desaceleración económica. Una serie de países que
dependen en gran medida de las exportaciones de productos básicos ha sufrido
una drástica disminución de sus ingresos fiscales y de las exportaciones en los
últimos años. Como consecuencia, la disponibilidad de alimentos se ha visto
afectada por la menor capacidad de importación, y el acceso a los alimentos se
ha visto deteriorado debido en parte a la reducción de las posibilidades que
ofrecen las políticas fiscales para proteger a los hogares pobres frente al
alza de los precios internos de los alimentos.
El número de personas
subalimentadas ha ido en aumento desde 2014, alcanzando una cifra estimada de
815 millones en 2016.
La
preocupante tendencia de los indicadores de la subalimentación no se refleja,
sin embargo, en los resultados nutricionales. Los datos sobre diversas formas
de malnutrición apuntan a que la prevalencia del retraso del crecimiento en
niños disminuye de forma constante, tal como se evidencia en los promedios
mundiales y regionales. No obstante, el retraso del crecimiento sigue afectando
a casi uno de cada cuatro niños menores de cinco años, lo que aumenta el riesgo
de disminución de la capacidad cognitiva, de un menor rendimiento en la escuela
y el trabajo y de muerte por infecciones.
Al
mismo tiempo, las distintas formas de malnutrición siguen siendo un motivo de preocupación
en todo el mundo. El sobrepeso en niños menores de cinco años se está
convirtiendo en un problema creciente en la mayor parte de las regiones, y la
obesidad en adultos sigue incrementándose en todas ellas. Coexisten, por tanto,
distintas formas de malnutrición en países que experimentan al mismo tiempo
elevadas tasas de desnutrición infantil y de obesidad en adultos.
La desnutrición infantil
crónica aún afecta a 155 millones de niños menores de cinco años
La
desnutrición, el sobrepeso y las enfermedades no transmisibles asociadas
coexisten ahora en muchas regiones, países e incluso en los hogares. En este
informe se describen seis indicadores nutricionales —tres que forman parte del
marco de seguimiento de los ODS y tres que se refieren a las metas mundiales de
nutrición acordadas por la Asamblea Mundial de la Salud (WHA) — para comprender
mejor la carga múltiple de la malnutrición, que afecta a todas las regiones del
mundo.
Desnutrición crónica en
niños menores de cinco años
A
pesar de que la prevalencia de desnutrición infantil crónica parece disminuir
tanto en los promedios mundiales como en los regionales, en 2016 155 millones
de niños menores de cinco años en todo el mundo padecían desnutrición crónica,
lo que aumenta el riesgo de disminución de la capacidad cognitiva, de un menor
rendimiento en la escuela y el trabajo y de muerte por infecciones. A nivel
mundial, la prevalencia de desnutrición infantil crónica bajó del 29,5% al
22,9% entre 2005 y 2016 (Figura 2).
En
2016 la desnutrición aguda afectaba al 7,7% de niños menores de cinco años en todo
el mundo. Alrededor de 17 millones de niños sufren de desnutrición aguda. El
Asia meridional destaca por una elevada prevalencia del 15,4%. Con un
porcentaje cercano al 9%, el Asia sudoriental también está lejos de la meta
fijada. Aunque la prevalencia es algo más baja en África, todavía está por
encima de la meta mundial de la nutrición. (Figura 3) El sobrepeso infantil es
un problema en aumento en la mayoría de las regiones. En todo el mundo, se
estima que 41 millones de niños menores de cinco años tenían sobrepeso en 2016,
en comparación con el 5% de 2005. (Figura 4)
Con
la excepción del África occidental, América del Sur y Asia oriental, donde se
registró una ligera disminución entre 2005 y 2016, y en el África oriental,
donde la prevalencia se mantuvo constante, todas las demás regiones registraron
un aumento de la prevalencia del sobrepeso infantil, con el incremento más
rápido en el Asia sudoriental y Oceanía.
La
obesidad en adultos sigue aumentando en todo el mundo, representando un factor
importante de riesgo de contraer enfermedades no transmisibles, incluidas las
enfermedades cardiovasculares, la diabetes y algunos tipos de cáncer. Aunque
varía mucho entre las distintas regiones del mundo, el problema es más grave en
América del Norte, Europa y Oceanía, donde el 28% de los adultos son obesos, en
comparación con el 7% en Asia y el 11% en África. En América Latina y el
Caribe, aproximadamente una cuarta parte de la población adulta actual es
considerada obesa. Históricamente, la prevalencia de la obesidad en adultos ha
sido mucho menor en África y Asia. Más recientemente, sin embargo, la obesidad
también se ha extendido rápidamente entre grandes segmentos de la población de
estas regiones. Por consiguiente, aunque muchos países de ingresos bajos y medianos
aún se enfrentan a altos niveles de desnutrición y prevalencia de enfermedades
infecciosas y transmisibles, ahora también están experimentando una creciente
carga de personas que padecen sobrepeso y obesidad y el consiguiente aumento de
determinadas enfermedades no transmisibles como la diabetes.
La anemia en mujeres en
edad fértil
Las
últimas estimaciones de 2016 indican que la anemia afecta al 33% de las mujeres
en edad fértil a nivel mundial (unos 613 millones de mujeres de entre 15 y 49
años). En África y en Asia, su prevalencia es más elevada y es superior al 35%.
Es más baja en América del Norte, Europa y Oceanía (inferior al 20%). Los
progresos realizados para lograr la meta de reducir a la mitad la prevalencia
de la anemia en mujeres en edad fértil para 2025 están hasta la fecha lejos de
cumplir este objetivo.
Tasas de lactancia
materna exclusiva.
En
la actualidad, más mujeres que nunca dan a sus bebés lactancia materna
exclusiva, proporcionando una piedra angular para la supervivencia y el desarrollo
de los niños. A nivel mundial, el 43% de los lactantes menores de seis meses
recibió lactancia materna exclusiva en 2016, en comparación con el 36% en 2005.
La lactancia materna exclusiva ha aumentado considerablemente en muchos países;
no obstante, todavía está por debajo de los niveles deseados.
Se
estima que la mejora de las tasas de lactancia materna podría tener el mayor
impacto preventivo sobre la mortalidad infantil, previniendo 820 000 muertes de
niños cada año y otras 20 000 muertes de madres cada año relacionadas con el
cáncer. Además, la lactancia natural reduce un 26% el riesgo de sobrepeso y
obesidad más adelante en la vida.
Hacia una comprensión
integrada de la seguridad alimentaria y la nutrición
Por
difícil que parezca entender una situación en la que la seguridad alimentaria
mundial está en riesgo pero la desnutrición infantil (retraso del crecimiento)
disminuye y la obesidad aumenta, hay varias explicaciones posibles. La
seguridad alimentaria es solo un factor determinante de los resultados
nutricionales, especialmente en lo referente a los niños. Hay otros factores
que influyen a este respecto. Entre ellos, cabe citar los siguientes: el nivel
de educación de las mujeres; los recursos asignados a las políticas y programas
nacionales de nutrición de madres, lactantes y niños pequeños; el acceso a agua
limpia, saneamiento básico y servicios de salud de calidad; el modo de vida; el
entorno alimentario; y la cultura.
En
particular en los países de ingresos altos y medianos-altos, la inseguridad
alimentaria y la obesidad coexisten a menudo, incluso en el mismo hogar. Cuando
escasean los recursos para la obtención de alimentos y disminuye el acceso a
alimentos nutritivos, las personas optan a menudo por consumir alimentos menos
saludables y más hipercalóricos que pueden producir sobrepeso y obesidad.
Alcanzar un mundo sin
hambre para 2030 es un reto complicado.
Además,
la inseguridad alimentaria y la mala nutrición durante el embarazo y la
infancia también están asociadas con adaptaciones metabólicas que aumentan el
riesgo de obesidad y las enfermedades crónicas no transmisibles asociadas en la
edad adulta. Por último, pero no por ello menos importante, los cambios en los
hábitos dietéticos y los sistemas alimentarios han llevado a un aumento del
consumo de alimentos altamente procesados en muchos países. Fácilmente
disponibles y accesibles, estos productos, que suelen tener un elevado
contenido de grasas, azúcares y sales, señalan un cambio respecto a las dietas
tradicionales que explica la coexistencia de múltiples formas de malnutrición
en las mismas comunidades y hogares.
Es
preciso realizar evaluaciones más acordes con cada contexto específico para
determinar los vínculos entre la seguridad alimentaria y la nutrición de los
hogares y las causas subyacentes de la aparente divergencia de las tendencias
más recientes en materia de seguridad alimentaria y nutrición. En general,
estas estimaciones recientes son una señal de alerta de que alcanzar el
objetivo de lograr un mundo sin hambre y malnutrición para 2030 supondrá un
reto. Alcanzarlo requerirá compromisos y esfuerzos constantes para promover una
disponibilidad adecuada de alimentos nutritivos y el acceso a los mismos.
Hambre, malnutrición y
conflictos: una relación compleja
La
gran mayoría de los 815 millones de personas que padecen inseguridad
alimentaria y malnutrición crónicas —489 millones de personas— viven en países
afectados por conflictos. La proporción es incluso más pronunciada en relación
con la desnutrición infantil. Casi 122 millones de niños menores de cinco años
con retraso del crecimiento —es decir, el 75%— viven en países afectados por
conflictos, y la diferencia en cuanto al promedio de la prevalencia entre los
países afectados y no afectados por conflictos es del 9% . "La paz es, por
supuesto, la clave para poner fin a estas crisis, pero no podemos esperar a la
paz para actuar. Es sumamente importante asegurar que estas personas tengan las
condiciones para seguir produciendo sus propios alimentos. Las personas rurales
vulnerables, especialmente los jóvenes y las mujeres, no pueden dejarse
atrás"
Las
correlaciones simples muestran un mayor grado de inseguridad alimentaria y de desnutrición
crónica y aguda en países afectados por conflictos. En 2016, el promedio no
ponderado de la prevalencia de subalimentación en países afectados por los
conflictos fue casi ocho puntos porcentuales superior al de los países que no
estaban afectados por conflictos. A pesar de que la frecuencia de las guerras
ha disminuido en los últimos decenios hasta alcanzar un mínimo histórico en
2005, recientemente se ha producido un repunte del número de conflictos
violentos y de muertes relacionadas con ellos. Los conflictos violentos han
aumentado drásticamente desde 2010 y en la actualidad han alcanzado su máximo
histórico, un signo preocupante de que probablemente las tendencias actuales se
mantendrán en los próximos años.
De
ellos, los conflictos no estatales —entre dos grupos organizados armados que no
son gobiernos ni Estados— han aumentado un 125% desde 2010 y han superado a
todos los demás tipos de conflicto. Los conflictos de carácter estatal también
aumentaron un 60% en el mismo período. Además, las guerras civiles o conflictos
internos han superado el número de conflictos interestatales o externos entre
Estados. En otras palabras, los conflictos entre naciones están disminuyendo y
los que se producen dentro de una misma nación están aumentando. A medida que
los conflictos internos se vuelven más prominentes, es cada vez más probable
que las partes externas se involucren o sufran las consecuencias de la
violencia. Además, los conflictos locales suelen evolucionar hasta provocar
crisis regionales e incluso continentales.
La
violencia y los conflictos no están distribuidos uniformemente en todos los continentes,
sino que la mayoría se concentra en cuatro regiones: el Cercano Oriente y
África del Norte, el norte del África subsahariana, América central y Europa
oriental, en particular Ucrania. Muchos de los conflictos más prolongados
traspasan fronteras y son de carácter regional, como ocurre en el Cuerno de
África, la región de los Grandes Lagos de África, entre Afganistán, la India y
Pakistán; y desde Camerún, Chad y el norte de Nigeria por el Sahel.
Los
conflictos son el principal factor que impulsa el desplazamiento de la
población y las poblaciones desplazadas se encuentran entre las más vulnerables
del mundo, ya que padecen un grado elevado de inseguridad alimentaria y
desnutrición. El número de refugiados y desplazados internos ha aumentado significativamente
con el creciente número de conflictos y se ha doblado entre 2007 y 2015 hasta
alcanzar un total de aproximadamente 64 millones de personas. Una de cada 113
personas es refugiada o desplazada interna, o está buscando asilo. Los
conflictos y la violencia están generando y prolongando la inseguridad
alimentaria también en las comunidades receptoras. Por ejemplo, la guerra civil
en la República Árabe Siria ha provocado que más de seis millones de personas
huyan de sus hogares y se desplacen a otras zonas del país, y que otros cinco
millones lo hagan a países vecinos. En la actualidad, las personas desplazadas
transcurren un promedio de más de 17 años en campos o con comunidades de
receptoras. (Ver el caso del Líbano). Los más pobres y vulnerables suelen ser
los más afectados cuando el Estado, los sistemas socioeconómicos o las
comunidades locales carecen de la capacidad de evitar las situaciones de
conflicto, de hacerles frente o de gestionarlas.
En
promedio, el 56% de la población en países afectados por situaciones de
conflicto vive en zonas rurales, donde los medios de vida dependen en gran
medida de la agricultura. Los conflictos afectan negativamente a casi todos los
aspectos de la agricultura y los sistemas alimentarios, desde la producción, la
recolección, el procesamiento y el transporte hasta el suministro de insumos,
la financiación y la comercialización. En muchos países afectados por
conflictos, la agricultura de subsistencia sigue siendo fundamental para la
seguridad alimentaria de gran parte de la población. En Iraq, por ejemplo,
antes del conflicto, los distritos de Ninewa y Salah al-Din producían casi un
tercio del trigo y cerca del 40% de la cebada del país. En una evaluación
realizada en febrero de 2016 se observó que en Salah al-Din entre el 70% y el
80% de los cultivos de maíz, trigo y cebada estaban dañados o destruidos,
mientras que en Ninewa, entre el 32% y el 68% de la tierra que habitualmente se
dedicaba al cultivo de trigo y entre el 43% y el 57% de la que se dedicaba al
cultivo de cebada estaba deteriorada o destruida. A pesar de que la mayor parte
de los países ha alcanzado progresos significativos en 25 años con respecto a
la reducción del hambre y la desnutrición, estos progresos se han estancado o
revertido en la mayoría de los países que padecen situaciones de conflicto
Sudán
del Sur es un buen ejemplo de los efectos destructivos de los conflictos en la
agricultura y los sistemas alimentarios y de que estos efectos se pueden
combinar con otros factores, como la salud pública, para socavar los medios de
vida y crear una espiral de aumento de la inseguridad alimentaria y la
malnutrición a medida que los conflictos se intensifican. Los problemas de la
inseguridad alimentaria y la malnutrición graves tienden a amplificarse cuando peligros
naturales como sequías e inundaciones se suman a las consecuencias de los
conflictos. Es probable que con el cambio climático aumente la concurrencia de
conflictos y catástrofes naturales relacionadas con el clima, ya que el cambio
climático no solo agrava los problemas de la inseguridad alimentaria y la
nutrición, sino que también puede contribuir a alimentar la espiral que conduce
al conflicto, la crisis prolongada y la continua fragilidad. En algunos casos,
la causa profunda del conflicto es la competencia por los recursos naturales.
De
hecho, la competencia por la tierra y el agua productivas se ha considerado un
posible desencadenante de los conflictos, puesto que la pérdida de tierras y
recursos de subsistencia, el empeoramiento de las condiciones laborales y la
degradación ambiental afectan negativamente a los medios de vida de los hogares
y las comunidades, y los ponen en situación de peligro. Algunas fuentes
calculan que en los últimos 60 años, el 40% de las guerras civiles han estado
relacionadas con los recursos naturales. Desde el año 2000, aproximadamente el
48% de los conflictos civiles han tenido lugar en África, en contextos en los
que el acceso a las tierras rurales es fundamental para los medios de vida de
muchas personas y donde los problemas relacionados con la tierra han tenido un
papel destacado en 27 de 30 conflictos.
El
conflicto, especialmente cuando se ve agravado por el cambio climático, es por
tanto uno de los factores clave que explican la aparente inversión de tendencia
a largo plazo en cuanto al hambre mundial, que venía disminuyendo y, por ende,
plantea un problema importante para acabar con el hambre y la malnutrición.
Será imposible erradicar el hambre y todas las formas de malnutrición para 2030
a menos abordemos todos los factores que socavan la seguridad alimentaria y la
nutrición.
La
repercusión de los conflictos en los sistemas alimentarios puede ser intensa si
la economía y los medios de vida de las personas dependen significativamente de
la agricultura. Los conflictos socavan la resiliencia y a menudo fuerzan a las
personas y los hogares a adoptar estrategias de supervivencia cada vez más
destructivas e irreversibles que ponen en peligro sus medios de vida futuros,
su seguridad alimentaria y su nutrición. La inseguridad alimentaria puede
convertirse por sí misma en un factor desencadenante de violencia e
inestabilidad, en particular en contextos marcados por desigualdades
generalizadas e instituciones frágiles. Por tanto, las intervenciones
oportunas, que tengan en cuenta las situaciones de conflicto y cuya finalidad
sea mejorar la seguridad alimentaria y la nutrición, pueden ayudar a mantener
la paz.
Una catástrofe
humanitaria de enormes proporciones: el caso de Sudán del Sur
El
conflicto en Sudán del Sur ha provocado una catástrofe humanitaria de enormes
proporciones: en febrero de 2017 se declaró una hambruna en algunas partes del
norte del Estado de Unidad y más de 4,9 millones de personas (más del 42% de la
población) estaban gravemente afectadas por la inseguridad alimentaria. El
acceso a los alimentos se ha visto perjudicado por el fuerte aumento de los
precios; la inflación se ha visto impulsada por el desabastecimiento, la
devaluación de la moneda y los elevados costos de transporte debidos a la
inseguridad a lo largo de las principales rutas comerciales. El índice de
inflación interanual alcanzó su máximo en el 836% en octubre de 2016. La falta
física de acceso a los alimentos, o a los recursos financieros para acceder a
ellos, está limitando el consumo de alimentos de los hogares y las personas,
mientras que los ingresos generados por el trabajo y el precio relativo del
ganado se están desplomando.
En
las zonas más afectadas, los alimentos se están utilizando como arma de guerra,
ya que el bloqueo del comercio y las amenazas a la seguridad dejan a las
personas abandonadas en lugares inhóspitos y sin acceso a los alimentos ni a la
asistencia sanitaria. El acceso de la ayuda humanitaria a las zonas más
afectadas es limitado, ya que las facciones beligerantes bloquean de forma
intencionada la ayuda alimentaria de emergencia, secuestrando los camiones que
la transportan y asesinando a los trabajadores de socorro. La falta de
protección de los civiles ante la violencia ha generado 1,9 millones de
desplazados internos y más de 1,26 millones de refugiados, que han perdido sus
medios de vida y dependen de la ayuda para sobrevivir
Yemen: cuando una crisis
prolongada amenaza a la nutrición y a la salud
En
marzo de 2017, se calculaba que 17 millones de personas padecían inseguridad
alimentaria grave (fases 3 y 4 de la CIF) y que necesitaban ayuda humanitaria
urgente. Ello representa el 60% de la población —lo que equivale a un aumento
del 20% desde junio de 2016 y del 47% desde junio de 2015—. La desnutrición
infantil crónica (retraso del crecimiento) ha constituido un grave problema por
mucho tiempo, pero la desnutrición aguda (emaciación) ha alcanzado niveles
máximos en los últimos tres años. Uno de los principales cauces de repercusión
fue la crisis económica inducida por el conflicto, que está afectando a toda la
población. La situación nutricional ha empeorado a causa del desmoronamiento
del sistema sanitario y su infraestructura, junto con un brote de cólera y
otras epidemias que afectaron a varias prefecturas en 2016 y que se mantienen
en 2017.
Una crisis prolongada
que se expande a través de las fronteras: la guerra de Siria
Otrora
una economía dinámica de ingresos medianos, la República Árabe Siria tiene en
la actualidad al 85% de la población viviendo en condiciones de pobreza. Se
calcula que en 2016, 6,7 millones de personas padecían inseguridad alimentaria
aguda y necesitaban ayuda humanitaria urgente, mientras que la prevalencia de
malnutrición grave ha aumentado en la mayor parte de las zonas (malnutrición aguda
global del 7%). La anemia afecta a aproximadamente una cuarta parte de los
niños menores de cinco años y las mujeres adultas. Seis años de guerra civil
han dado lugar a pérdidas ingentes en el sector agrícola que incluyen la
destrucción de activos e infraestructuras. Hoy en día, la producción agrícola
ha alcanzado su nivel histórico más bajo en el país y aproximadamente la mitad
de la población es incapaz de satisfacer sus necesidades alimentarias diarias.
Los
años de conflicto no solo han tenido un efecto destructivo acumulativo en la
economía, la infraestructura, la producción agrícola, los sistemas alimentarios
y las instituciones sociales, sino también de forma más general en la capacidad
de las personas de hacer frente a esta situación. Desde 2011 se ha venido
produciendo un éxodo de sirios que tratan de huir del conflicto, en su mayoría
hacia los países vecinos. Se estima que en 2016, 4,8 millones de refugiados se
habían desplazado a Turquía, el Líbano, Jordania, Iraq y Egipto.
Líbano: el desbordamiento
de una crisis prolongada
La
crisis en la República Árabe Siria ha tenido un efecto inmenso en el Líbano,
que ha experimentado una desaceleración económica y tiene que lidiar con la
llegada de más de 1,5 millones de refugiados, una cuarta parte de su población
nativa. Esta desaceleración económica es la consecuencia del aumento de la
inseguridad, la interrupción de las rutas comerciales y la pérdida de confianza
de inversores y consumidores. Las exportaciones y las inversiones directas
extranjeras cayeron un 25% entre 2013 y 2014 y el turismo ha descendido un 60%
desde el inicio de la crisis.
La
crisis está teniendo repercusiones desproporcionadas en los hogares que ya son
vulnerables, no solo porque aumenta la competencia por el empleo no cualificado
y los sobrecargados servicios públicos, sino también porque la mitad de los
refugiados viven en el tercio más pobre de los distritos. Las personas que ya
eran pobres lo serán aún más y cabe esperar efectos adversos en la seguridad
alimentaria y la nutrición.
África oriental: un
conflicto que rompió los sistemas tradicionales
Los
conflictos prolongados y recurrentes han alterado los patrones de pastoreo de
los pastores afectados en Etiopía, Kenya y Uganda, forzando a las comunidades a
concentrar el ganado en zonas reducidas debido a la limitación de la movilidad.
Como resultado los sistemas tradicionales se han visto afectados. La FAO ha
documentado los efectos de los conflictos sobre el desmantelamiento de los
sistemas tradicionales y la forma en que ello ha incidido en la degradación
ambiental, minando la viabilidad a largo plazo de los medios de vida
pastoriles.
En
Kenya, concentrar el ganado en zonas limitadas provoca pastoreo excesivo y la
degradación general del medio ambiente. Los pastores se han visto obligados a
establecerse en zonas concentradas, lo cual ha generado sobrepastoreo y
degradación ecológica. Esto está poniendo en peligro sus medios de vida y la
capacidad de la comunidad de hacer frente a las sequías y otras catástrofes
relacionadas con el clima, mientras la congestión de los asentamientos está
provocando la pérdida de la capa vegetal del suelo debido a la erosión. Las
comunidades también padecen escasez y sobreutilización del agua debido a la
mayor cantidad de personas y de ganado, mientras que la degradación ambiental
se ve agravada por la tala de árboles y la siega de hierba para la
construcción, la obtención de leña, la quema de carbón para uso doméstico y la
venta para generar ingresos.
Mientras
tanto, al otro lado de la frontera con Etiopía, los conflictos violentos
intermitentes entre los borana, los garre, los guji y los konso se han
convertido en algo habitual. Si bien se producen a escala local, estos
conflictos presentan una dinámica jurídica, política y económica muy compleja que
adquiere dimensiones nacionales e incluso regionales, y que engloba a las
comunidades y sus aliados de todas las zonas de Etiopía y en Kenya.
Colombia:
desplazamiento, desposesión y acceso desigual a los recursos naturales
Colombia
fue testigo de un conflicto de cincuenta años que dejó a seis millones de
desplazados internos, lo que equivale al 14% de la población total. Fue la
consecuencia de las estrategias sistemáticas de desalojo y desposesión adoptada
por grupos armados en su intento de apoderarse de los territorios rurales,
controlar los recursos naturales y las tierras de valor, y apropiarse de las
rentas asociadas a estos recursos. Las estrategias de desplazamiento forzoso
también se han asociado con la economía del narcotráfico, para cuyo crecimiento
es necesario controlar rutas y tierras destinadas a producir cultivos ilegales.
La escala y la magnitud del desplazamiento forzoso no es únicamente el
principal efecto del conflicto armado, sino también la principal fuente de
inseguridad alimentaria. Las poblaciones más pobres y vulnerables, incluidas
las comunidades étnicas, son las que han sufrido en mayor medida las
repercusiones.
Las
consecuencias económicas y sociales del conflicto en Colombia fueron a corto y
a largo plazo. Las estrategias de desalojo y desposesión adoptadas por los
rebeldes conllevaron en primer lugar el desplazamiento de los agricultores y
los hogares rurales, mientras que la propiedad de la tierra se concentraba en
unas pocas manos y tenían lugar cambios duraderos en el uso de la tierra y la
producción agrícola (para pasar del cultivo de alimentos básicos al de
productos de uso industrial, como el aceite de palma y las hojas de coca). Ello
afectó a la pobreza y la desigualdad, además de a la producción de alimentos y
el acceso a los mismos. Solo entre 1980 y 2010, se calcula que se abandonaron
6,6 millones de hectáreas de tierra como consecuencia del desplazamiento. Esta
cifra sería incluso más elevada si se hubieran incluido los territorios de las
comunidades étnicas. La desposesión se concentró principalmente en las pequeñas
propiedades y explotaciones, lo que afectó en particular a las familias rurales
más pobres y vulnerables. Llegó a ser decisivo que Colombia compensara las
pérdidas materiales sufridas por los desplazados y las poblaciones rurales a
consecuencia del conflicto, entre otras cosas, instigando la restitución de las
tierras y las viviendas, y mejorando el acceso al capital de explotación y los
bienes de producción.
Norte de Uganda:
Invertir en la paz y en la seguridad alimentaria
La
recuperación después del conflicto del norte de Uganda es un ejemplo real de
que las inversiones en paz y recuperación pueden contribuir a lograr mejoras
claras en la seguridad alimentaria y la nutrición en una zona que haya padecido
una situación de conflicto. Dos décadas de conflicto entre las fuerzas
gubernamentales y el Ejército de Resistencia del Señor en el norte de Uganda
provocaron desplazamientos masivos a los que se sumó un aumento de la pobreza y
la inseguridad alimentaria y la nutrición, en particular en la antigua región
agrícola de Acholi, cuya población, que fue obligada a vivir en campamentos y
que anteriormente había gozado de un buen nivel de seguridad alimentaria, acabó
dependiendo casi totalmente de la asistencia alimentaria internacional.
Sin
embargo, desde el final del conflicto, la seguridad alimentaria en el norte de
Uganda ha mejorado notablemente y desde de 2011 la población Acholi no ha
necesitado más asistencia alimentaria (la asistencia alimentaria alcanzó su máximo
en 2007 con 1,9 millones de personas dependientes de ella). En el conjunto de
Uganda, la prevalencia de la desnutrición aguda en niños disminuyó casi un
tercio y el porcentaje de la población del país que vivía por debajo del umbral
nacional de pobreza se redujo más de un 10% entre 2005 y 2012.
El
Gobierno de Uganda consideró que la agricultura era una prioridad para la
recuperación después del conflicto. Múltiples organizaciones ayudaron a los
desplazados internos y los excombatientes a restablecer sus medios de vida
mediante el suministro de semillas, aperos y ganado, y los programas de dinero
por trabajo y de alimentos por trabajo, que se complementaron con iniciativas a
escala nacional encaminadas a mejorar la seguridad alimentaria y la nutrición. José
Graziano da Silva, FAO Director-General.
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