Nuestras vidas y el insustentable futuro capitalista
Por Homar Garcés:
El derretimiento acelerado de los glaciares como consecuencia de la actividad humana destructiva sobre la naturaleza hace prever a científicos y grupos ambientalistas una catástrofe de proporciones globales irreversibles. A esto se une lo que viene ocurriendo desde hace décadas en el vasto territorio de la Amazonía, víctima constante de la voracidad de hacendados y mineros que ven en su ocupación y explotación indiscriminada la manera segura de enriquecerse; contando para ello con la desidia y el beneplácito de algunos gobiernos de la región. Ambos hechos han condenado a la extinción a una infinidad de especies animales y vegetales, lo que escasamente ha merecido la atención de los medios de información más influyentes existentes, como de los gobiernos, de las principales naciones capitalistas desarrolladas.
Una situación que se repite sin alteración (salvo cuando esta es extrema) desde que en la década de los 80 se puso de manifiesto la gravedad representada por los niveles crecientes de polución y de reducción de la capa de ozono. En el caso concreto de la Amazonía, según datos aportados por algunas entidades públicas y privadas -estudiosas de los graves efectos de los incendios, las talas, el extractivismo y las labores agropecuarias que allí tienen lugar- estos adquieren un mayor impacto en aquellos espacios protegidos donde habitan pueblos originarios, muchos de las cuales son ordinariamente acosados y desalojados a la fuerza. Otro tanto puede afirmarse respecto a Centroamérica, México, Colombia o Filipinas donde ecologistas y dirigentes campesinos son asesinados, sin una acción efectiva del Estado para evitar y castigar tales delitos. En cualquier caso, el afán desmedido de ganancias que impulsa al sistema capitalista en general ha conducido a la humanidad entera a una situación difícil de sobrevivencia.
Durante la última Cumbre de Acción Climática realizada se puso de relieve -quizá con más apremio que antes- la comprensión de la unidad existente entre los derechos humanos y la crisis ambiental. Esto, como bien lo señalan muchos analistas sobre este tema, impone una acción global urgente que, en un primer momento, disminuya el incremento de la contaminación ambiental, lo cual, a su vez, exige la implementación de medidas continuas que coadyuven al establecimiento de nuevas relaciones de producción; lo que debiera conducir a largo plazo al reemplazo del capitalismo como sistema económico hegemónico por uno más racional y equitativo.
En afirmación de István Meszáros en su libro El desafío y la carga del tiempo histórico. El socialismo en el siglo XXI, “lo que resulta sistemáticamente ignorado -y que, dados los inalterables imperativos fetichistas e intereses creados del capitalismo mismo, tiene que ser ignorado- es el hecho de que, inexorablemente, vivimos en un mundo finito, con sus límites objetivos literalmente vitales. Durante largo tiempo en la historia humana, incluidos varios siglos de desarrollos capitalistas, fue posible ignorar -como en verdad ocurrió- esos límites con relativa seguridad. Sin embargo, una vez que ellos se hacen firmes, como categóricamente tienen que hacerlo en nuestra irreversible época histórica, no existe sistema productivo irracional y despilfarrador, sin importar cuán dinámico sea (de hecho, mientras más dinámico peor), que pueda escapar de las consecuencias. Tan sólo podría ignorarlos por algún tiempo, mediante una reorientación hacia la despiadada justificación del imperativo más o menos abiertamente destructivo de la autopreservación del sistema a toda costa: predicando la conseja de ‘no hay ninguna alternativa’, y, ya en ese espíritu, dejando a un lado o, cuando no haya necesidad, eliminando brutalmente incluso las señales de alarma más obvias que presagian el insustentable futuro”.
Ello supone acceder a una visión de la sociedad radicalmente distinta. No únicamente a la que debiera existir bajo el imperio del mercado y la expansión desarrollista del capitalismo. Frente a semejante realidad, se hace imperiosa la instauración de un modelo económico social, autónomo y solidario, en armonía con la madre naturaleza y con la existencia humana, con patrones diferentes de progreso y, por ende, de consumo; todo ello como la última (si no, la única) opción de la humanidad para continuar morando en toda la faz de la Tierra.
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