31 de octubre de 2015
Crédito: Sergio Rodríguez Gelfenstein
Agencia Venezolana de Noticias (AVN)
Agencia Venezolana de Noticias (AVN)
No
quiero ser insistente con el tema, pero la "porfiada realidad"
como fue llamada por alguien, no deja de confirmar que la
construcción de un sistema internacional de balanza de poder sigue
avanzando. Hace un año y medio (en abril de 2014) se publicó mi
libro en el que argumentaba en ese sentido, y en este lapso, nuevas
acciones de los actores hegemónicos corroboran el enunciado.
Durante
las últimas semanas, dos hechos vienen a alimentar la hipótesis. En
primer lugar el viaje del presidente de China, Xi Jinping, a Gran
Bretaña en el que se firmaron importantes acuerdos, -impensables
hace sólo 10 años- y la reunión en Viena para evaluar una salida a
la crisis en Siria, con la participación de Rusia, Irán, Estados
Unidos, Turquía y Arabia Saudita, -impensable hace solo un año-.
Más
allá de la parafernalia del espectáculo mediático que rodea
cualquier visita a un país en el que la monarquía juega un papel
protagónico, muy superior al de los líderes políticos, el
presidente Xi tuvo una extraordinaria acogida en Gran Bretaña, a
pesar de la subordinación extrema de ese país a Estados Unidos en
temas de la esfera internacional. Las máximas autoridades del Estado
chino y del gobierno británico establecieron una "asociación
estratégica a nivel global para el siglo XXI" en áreas que van
desde la internacionalización de la moneda china, el renminbi (RMB)
o yuan y el libre comercio, hasta la ciber seguridad, la protección
de la propiedad intelectual y el cambio climático. La visita se
desarrolló en un clima de amistad y calidez muy distante del frío
recibimiento que tuvo Xi en Estados Unidos durante el mes de
septiembre. Así mismo, el Reino Unido reafirmó su respaldo a la
inclusión del RMB en la cesta de derechos del Fondo Monetario
Internacional y anunció su intención de incrementar su empleo en
las transacciones bilaterales. De igual manera, Beijing y Londres
ajustaron procedimientos sobre un estudio de viabilidad a fin de
establecer vínculos entre las Bolsas de Shanghái y Londres.
En
otro ámbito, los dos países firmaron acuerdos comerciales por un
monto superior a los 60 mil millones de dólares en las esferas
energética y de transporte, entre otras. En esa materia, lo más
destacado es el financiamiento por parte de China de una tercera
parte de la primera central nuclear que construye el Reino Unido
desde 1995. La potencia asiática participará en este proyecto en
conjunto con el gigante energético francés EDF. En el transcurso de
la visita, el presidente Xi y el primer ministro Cameron también
llegaron a acuerdos para una inversión china en los sectores gas y
petróleo en asociación con las empresas británicas Rolls Royce y
British Petroleum (BP). De igual manera China estará presente en la
renovación y puesta en funcionamiento nuevamente de la central de
Hinkley, paralizada desde hace algunos meses, y el diseño y
construcción de la de Essex, con una participación del 66,5%.
Estos
acuerdos, que siembran perspectivas de un equilibrio mundial de otro
tipo entre potencias globales, en este caso dos miembros permanentes
del Consejo de Seguridad de la ONU, resultan inverosímiles si nos
atenemos a la dinámica de la confrontación retórica que ambos
países tienen en otros escenarios del enfrentamiento estratégico
como el Medio Oriente. Steve Hilton, ex asesor político de David
Cameron, en una entrevista con la BBC llegó a caracterizar los
acuerdos como "una de las mayores humillaciones internacionales
a las que hemos asistido", sobre todo por las acusaciones
occidentales a China como país que practica el espionaje
electrónico.
Así
mismo, sin tener tanto impacto, pero con acuerdos de similar
trascendencia se han producido en días recientes las visitas a China
de los Jefes de Estado de dos de los principales aliados de Estados
Unidos en Europa: el presidente de Francia, François Hollande, y la
Canciller Federal de Alemania Angela Merkel.
Por
separado, en otro escenario, también se ha producido un
acontecimiento que es expresión del nuevo orden mundial que nace.
Durante los pasados jueves 29 y viernes 30 de octubre, se desarrolló
en Viena, el intercambio más amplio jamás habido entre países
directa o indirectamente implicados en el conflicto sirio. La novedad
es la aceptación por Estados Unidos y sus adláteres Turquía y
Arabia Saudita de la ineludible presencia de Irán. En el evento
también participaron representantes de Francia, Alemania, la Unión
Europea, China, Irak, Catar, Líbano, Egipto, los Emiratos Árabes
Unidos y Omán, así como el emisario especial de la ONU para Siria,
Steffan de Mistura.
Es
evidente que el cambio de posición de Estados Unidos tuvo que ver
con el auge de las acciones del ejército sirio en el terreno de los
combates y el éxito de las operaciones aéreas de Rusia en la lucha
contra el terrorismo. En este trazado, hoy también resulta imposible
obviar el papel trascendente de Irán y del movimiento libanés
Hezbollah en el apoyo político militar y económico al gobierno de
Bashar El Assad. De ahí, la presencia de la nación persa en las
conversaciones de Viena.
El
giro de Estados Unidos, que en el pasado había negado toda
injerencia de Irán en la búsqueda de una salida negociada al
conflicto sirio, supone un cambio significativo en la geopolítica
del Medio Oriente y, en general en el ámbito global. Ello ha
conducido a un malestar entre los aliados de Estados Unidos en la
región: paradójicamente los otrora adversarios Israel y Arabia
Saudita. Sin embargo, es importante decir que esta decisión no ha
sido una concesión gratuita a Irán. Los persas lo han ganado con su
firme resistencia ante la agresión a la que ha sido sometido durante
los últimos años y su irrestricto apoyo a Siria, Irak, Palestina,
Yemen y Líbano, creando una nueva correlación de fuerzas en la
región que ha hecho impensable tomar decisiones sin contar con su
opinión.
Estados
Unidos parece haber escuchado a Henry Kissinger, quien en su libro
más reciente, World
Order (Orden
Mundial), publicado en septiembre de 2014, opina que las diferencias
culturales entre distintos países y regiones deben ser sorteadas, a
fin de buscar consensos que sean aceptados por todas las partes. Este
consenso debe ser tomado a partir de la aceptación de que las
diferentes culturas entiendan el orden como base de las relaciones
internacionales.
Respecto
del Medio Oriente, Kissinger señala que esta es la región más
complicada para lograr el anterior desafío y que para establecerlo,
se debe organizar un orden regional sustentado en el islam y hacerlo
compatible con la paz y la estabilidad en todo el mundo, considerando
que el planeta aún no se pone de acuerdo respecto del orden
internacional del futuro. Con relación a Irán, el ex Secretario de
Estado durante el gobierno de Richard Nixon expone que éste es un
Estado moderno, que ha aceptado jugar con las reglas internacionales
vigentes.
Sugiere,
sin embargo, que Occidente no debería intentar establecer de manera
ideal una "cruzada por la democracia" a partir de su propia
visión de ella. En ese sentido, recomienda tomar en cuenta que otras
regiones del mundo tienen sus propias definiciones respecto de los
conceptos de legitimidad y poder. Todo esto, debería conducir a
elaborar estrategias que lleven a objetivos realizables en pos de
dirigir la política internacional hacia el equilibrio.
El gobierno
de Obama tradujo estas propuestas como "smart power" o
"poder inteligente", entendido como la combinación entre
el poder blando (soft
power)
y el duro (hard
power).
Lo
que Kissinger está planteando es que resulta imposible suponer que
los valores culturales y políticos de Occidente puedan ser impuestos
a los pueblos árabes y musulmanes únicamente por vía de la fuerza,
y que solo una adecuada amalgama de instrumentos políticos,
económicos, diplomáticos y militares les puede permitir lograr los
objetivos. Por cierto, el fin último para Kissinger es conservar el
poder de Estados Unidos como potencia hegemónica mundial.
Es
decir, la estrategia no varía, pero debe modificarse la táctica y,
en ese sentido, es que puede explicarse el acuerdo sobre el programa
nuclear iraní y la invitación a éste para que participara en las
conversaciones de Viena. Vale un paréntesis, para decir que esto es
también lo que explica el cambio de política de Estados Unidos
respecto a Cuba.
Este
marco, nos da la pauta de que para Kissinger, la balanza de poder es
una obligación de Estados Unidos si quiere sostenerse como máxima
potencia mundial y apela a la flexibilidad de todos los actores,
incluyendo del propio Estados Unidos, toda vez que le atribuye a éste
el rol de principal responsable del mantenimiento de la balanza.
En
su visión hegemónica, Kissinger apunta a la creación de una
cultura y una justicia global que debe ser aceptada por todos y en la
que deben coexistir todos. Sorpresivamente, apunta hacia el objetivo
de "alcanzar el equilibrio, restringiendo mientras tanto a los
perros de la guerra".
Que
una voz tan autorizada en el establishment estadounidense y global
recurra a estas definiciones, sólo puede ser entendido como la
aceptación de que un nuevo orden mundial está emergiendo, que las
imposiciones unilaterales a través de la fuerza no tienen cabida en
el futuro, y que las resistencias que ello pueda generar conducen a
un debilitamiento estratégico del poder "único" de
Estados Unidos. Es la admisión del concepto del "equilibrio por
obligación" como se denomina el capítulo 14 de mi libro. Pero,
otra cosa piensa Rusia, otra cosa piensa China y otra cosa debemos
pensar los latinoamericanos si queremos sobrevivir en el mundo del
futuro.
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