Jueves, 03/04/2014
Por: Toby Valderrama y Antonio Aponte
Esta civilización capitalista es la encrucijada final de la humanidad, de la especie. Puede zafarse del destino de extinción, o puede ir ciega hacia el abismo que propone el dios dinero. Este último camino dejó de ser una posibilidad, cada día se convierte en una realidad. Lo anterior, que parece prédica de un nuevo evangelista preparando un arca de Noé, es confirmado por la NASA, que predice en décadas el fin del mundo que conocemos.
El futuro se muestra infausto, es unánime lo que Chávez llamaba "la lógica capitalista", la lógica del asesinato de la especie en las manos de un monstruo que ella misma creó, el capital. Impertérrita, la humanidad ciega corre hacia el abismo llevada de la mano por el mercado que rige todas las acciones.
En el pasado, las Revoluciones tenían la responsabilidad de liberar a los desposeídos en su territorio de acción, eran eventos esencialmente locales con alguna repercusión mundial. Su triunfo o su derrota quedaba confinado al entorno, era sólo el viento del ejemplo, la influencia moral, lo que sonaba vibraba en algunos sectores del mundo. La existencia de la humanidad no se afectaba radicalmente.
En estos días que corren, la situación ha cambiado totalmente. Ahora una Revolución en algún lugar del planeta tomará, necesariamente, dimensiones universales, de su éxito o fracaso dependerá el futuro de la humanidad. Es por eso que la Revolución es más difícil, pero muchísimo más importante. Se trataría de la batalla definitiva, la decisión final, sobre el destino de la especie.
Los dirigentes revolucionarios de hoy, no sólo son dirigentes de su pueblo, lo son de toda la tierra, son universales. Porque la Revolución ahora tiene, necesariamente, dimensión mundial, por eso todos los capitalistas se confabulan contra cualquier esperanza revolucionaria, por pequeña, por remota, que ésta sea.
Los dirigentes de hoy, y eso hace difícil a la Revolución necesaria, deben tener, desde su aldea, una estatura planetaria. En ellos debe compendiarse el futuro, deben trascender a su tiempo y a su espacio. El requerimiento exige una condición humana especial, una especie de sana locura, una escisión, ser de estos tiempos y también pertenecer a los tiempos futuros, deben estar movidos por un fuego interno, un volcán, que los impulse a consumirse en el alumbramiento de la nueva era. Deben ser capaces de renacer hoy en el futuro.
El dirigente nace en la lucha, tomando las decisiones más riesgosas cada instante y, con el coraje de lanzarse al remolino de la vida, de arar en el mar y obtener frutos, no de buscar red de seguridad, así, llevado por los vientos que alentaron a los grandes, podrá hacerse el conductor de la salvación de la humanidad.
Chávez nos dejó el reto de ser revolucionarios, lo que significa asumir el papel histórico de construir un polo de esperanza mundial, de romper con la lógica del capital, de dejar una huella que guíe al hombre. Si cambiamos esa meta por un buen gobierno, administrador eficaz del capitalismo, aplaudido en los foros del mercado mundial, con buena imagen en las agencias de noticias, capaz de controlar los precios dentro de la conveniencia del capitalista, de mantener el dólar en una banda aceptable para los traficantes, de pagar a las compañías de aviación, etc., entonces, estaremos traicionando el legado del Comandante, dándole la razón a sus asesinos que pensaron que sin Chávez se acababa la esperanza. Así, habrá triunfado una vez más el capitalismo… y la Humanidad estará perdida.
¡Chávez vive en el Socialismo!
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