Miércoles, 01/10/2014
Por: Alfredo Toro Hardy
Como señalábamos en artículo reciente Osama Bin Laden jugó un papel protagónico en la yihad islámica que enfrentó a la Unión Soviética en Afganistán y que contribuyó al agotamiento económico de ese Estado y a la necesidad de reformas que condujeron a su implosión. Su acción del 11 de septiembre del 2002 buscó repetir la misma experiencia en relación a Estados Unidos. Con ello buscaba una sobrerreacción que no sólo fuese capaz de desestabilizar hasta los tuétanos al mundo musulmán sino también de desgastar económicamente a Estados Unidos.
Según señalaba Bin Laden en un video difundido por Al-Jazeera el 2 de noviembre de 2004: "Nosotros junto a los mujahadin desangramos por 10 años a la Unión Soviética, hasta que quebró y se vio forzada a retirarse derrotada(...) Ahora continuamos esta misma política con el objetivo de desangrar económicamente a Estados Unidos hasta llevarlo a la bancarrota".
Durante los meses siguientes al 11 de septiembre dio la impresión de que Bin Laden vería frustrados sus objetivos. Washington actuó con sorprendente moderación, pareciendo convencido de que la respuesta al terrorismo islámico pasaba por la construcción de un complejo entretejido de alianzas internacionales así como por un énfasis en las labores de inteligencia. Ello, a no dudarlo, resultaba altamente contraproducente para Al Qaeda. Para su suerte, esta moderación duró poco.
El apabullante pero ilusorio triunfo militar inicial en Afganistán pareció traer como lección que la superioridad militar estadounidense se bastaba a sí misma, haciendo superfluas a la diplomacia y la coordinación internacionales. La arrogancia desatada por la administración Bush a partir de ese momento no admitió ya disentimientos. La Doctrina de Acción Preventiva, la indiferencia ante el Consejo de Seguridad de la ONU y la opinión pública mundial y la invasión Irak, fueron consecuencias directas de ese estado de ánimo. Con ello Bush cayó de lleno en la trampa de Bin Laden.
Si bien los costos combinados de Afganistán, Irak y la seguridad doméstica ("homeland security") no condujeron a la bancarrota, sí causaron una gigantesca sangría económica. Joseph Stiglitz ha estimado que la guerra de Irak costó 3 billones (millón de millones) de dólares, mientras Linda Bilmes experta en finanzas públicas de Harvard coloca la factura en 4 billones. Ezra Klein, conocido columnista del Washington Post, estima que el precio de la guerra de Afganistán oscila entre uno y dos billones y el de seguridad doméstica en un billón. Grosso modo la acción desencadenada por Bin Laden podría haber propiciado gastos directos del orden de 5 billones de dólares. Más aún, para diversos analistas llegó incluso a existir una relación de causalidad entre la invasión a Irak y la potente crisis económica de los años 2007-2008. Entre quienes sustentan esta posición se encuentran el propio Ezra Klein, el exeditor de The Economist Bill Emmott y el reputado economista británico Robert Skidellski.
En palabras de Ezra Klein: "Bin Laden no nos arruinó, no podía hacerlo. El sólo podía provocarnos para que nos arruináramos nosotros mismos y lo cierto es que estuvo bastante cerca de lograrlo(...) El entendió lo suficientemente bien la sicología de una superpotencia como para lograr que usásemos nuestra fortaleza en contra de nosotros mismos. Puede que no haya ganado pero sí logró, al menos parcialmente, sus objetivos" ("Osama Bin Laden didn't win but he was enormously successful", Washington Post, 3 mayo 2011).
El pesado fardo de la deuda pública y de sus concomitantes déficits fiscales ha potenciado a la vez la disfuncionalidad del sistema político estadounidense, conduciéndolo a sucesivos bloqueos institucionales que han empeorado la situación y la credibilidad económica del país. La crisis de la deuda es seria. Alcanzando los diecisiete billones de dólares, ésta representa más del 100% del PIB del país y para 2020 requerirá de un pago anual de intereses del orden de los 900 millardos de dólares.
Cuadro alarmante
Pero más allá de los indicadores económicos, el deterioro educativo, social y de infraestructuras presenta un alarmante cuadro de cuya atención inmediata y en profundidad no puede evadirse el liderazgo de ese país. Todo ello se vio agravado por los eventos del Medio Oriente y por la crisis económica de 2007-2008, aunque también responde a otros factores. Entre éstos, la peculiar convicción de los republicanos de que es posible combinar altos gastos de defensa con reducción de impuestos, así como la mala jugada que la globalización le ha planteado a la nación que con más énfasis la propulsó, generando una externalización masiva de puestos de trabajo e inversiones.
Si Washington concentra nuevamente su atención en el exterior y relega los graves problemas domésticos que confronta, corre el serio riesgo de que éstos se escapen de control. Ello comenzando por la credibilidad misma de su moneda.
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