Afganistán: una retirada vergonzosa para una guerra ineficaz.
ayer (actualizado: ayer)
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© AFP 2021 / John Moore
La retirada furtiva, nocturna y hasta vergonzosa de las tropas estadounidenses acantonadas en la base aérea de Bagram constituye el epílogo perfecto para definir una operación militar larga, costosa e ineficaz que no solo ha dejado profundas cicatrices en Afganistán, sino que ha minado la autoridad de Estados Unidos en esta parte del globo.
El hecho de que el nuevo comandante de la base aérea de Bagram, el general Mir Asadullah Kohistani, solo descubriera que los militares norteamericanos se habían ido de allí varias horas después de su partida hacia las 3 de la mañana demuestra de forma palmaria la falta de sintonía y de confianza existente hacia sus socios afganos.
"No sabíamos de su cronograma para la salida. No nos dijeron cuándo se irían", dijo el comandante a la prensa extranjera acreditada. "Escuchamos el rumor de que los estadounidenses se habían ido de Bagram... y finalmente, a las 7 de la mañana, supimos que estaba confirmado".
El repliegue, además, tiene claras razones políticas. Su intención no es otra que ajustarse a la agenda interna de Estados Unidos y especialmente al compromiso del presidente Joe Biden de acabar con la misión militar antes de que se cumplan 20 años de los atentados terroristas del 11-S, la causa oficial del despliegue inicial de tropas.
El presidente de EEUU, Joe Biden, se reúne con su homólogo afgano, Ashraf Ghani, en la Casa Blanca, Washington, Estados Unidos, el 25 de junio de 2021.
La retirada de Bagram, un enclave vital para la seguridad de Kabul que alberga a unos 5.000 prisioneros, en su mayoría talibanes (movimiento islamista prohibido en Rusia), se produjo el viernes 2 de julio, precisamente en un momento muy delicado, pues se está desmoronando la seguridad en los alrededores de la capital afgana y en otras partes de esa república asiática.
Gran parte del norte de Afganistán, que limita con Uzbekistán y Tayikistán y fue un tradicional bastión antitalibán, ha caído en manos del grupo integrista musulmán en las últimas dos semanas, y los militantes han logrado avances sustanciales en el resto del país. Los talibanes controlan casi la mitad de los poco más de 400 distritos administrativos que tiene Afganistán y luchan por muchos más. El objetivo es tomar Kabul.
El repliegue formal comenzó el 1 de mayo y ha implicado a 2.400 militares estadounidenses, según los datos oficiales, aunque algunas estimaciones independientes aumentan esa cifra por encima de los 3.000, a los que habría que sumar los 7.000 efectivos de la coalición internacional creada años atrás para combatir la llamada "guerra contra el terror".
Las fechas de la retirada fueron el fruto de un acuerdo suscrito en Doha (Catar) en febrero de 2020 entre la Administración de Donald Trump y los guerrilleros integristas islámicos. A cambio de la salida de las tropas, los talibanes se obligaron a no permitir que el territorio que controlan sirva de base para grupos terroristas como Al Qaeda o el Estado Islámico (también organizaciones prohibidas en Rusia); eso, en otras palabras, no es más que una promesa genérica.
En principio se esperaba que tanto las tropas estadounidenses como las británicas terminaran sus misiones el fin de semana pasado, pero a medida que se constataba el imparable avance talibán, Washington cambió abruptamente de planes para que la retirada, que cada vez parece más una derrota ante los resurgentes, no coincidiera con el 4 de julio, aniversario de la independencia de EEUU y una de las fiestas más importantes del país.
Un portavoz del Pentágono intentó justificar el secretismo de sus actuaciones, invocando "motivos de seguridad operacional". "En general, pensamos que era mejor mantener esa información lo más cerca posible". Y añadió: "No es una declaración sobre si confiamos o no en nuestros socios afganos". Lo cierto es que el paso dado no infunde ni mucha confianza ni buena voluntad que digamos.
Tras la retirada por sorpresa, les llegó el turno a los saqueadores, quienes rompieron la primera barrera de la base y cargaron en camiones todo lo que no estaba clavado al suelo. Bagram llegó a parecer una pequeña ciudad, aunque fuertemente militarizada, con cafeterías, instalaciones deportivas, cadenas de comida rápida e incluso un cine. Fue la puerta de entrada a la guerra de Afganistán para decenas de miles de soldados estadounidenses y, para algunos, eso fue todo lo que vieron de aquel país.
La forma unilateral de actuar de la Casa Blanca y el Departamento de Defensa ha generado un profundo sentimiento de malestar entre muchos locales afganos, que ahora recuerdan malhumorados que nadie les preguntó entonces, hace dos décadas, cuando entraron las tropas estadounidenses, ni tampoco ahora cuando se marcharon sin avisar.
La ira generalizada en Afganistán ha aumentado si cabe unos grados más después de que el propio Biden hiciera caso omiso de las preguntas de los periodistas sobre el fin de la presencia estadounidense en Afganistán y dijera que solo quería hablar de "cosas felices" durante la festividad del 4 de julio. Es evidente que para él Afganistán es un grano molesto.
Los nuevos detalles de la retirada secreta realizada al amparo de la oscuridad se produjeron cuando las autoridades afganas desplegaron a cientos de comandos y milicias progubernamentales para contrarrestar la ofensiva de los talibanes en el norte, y después de que se hiciera público que más de 1.000 soldados del Gobierno de Kabul huyeron a la vecina Tayikistán, una noticia que refuerza la creciente desmotivación de los combatientes que apoyan al presidente Ashraf Ghani.
Soldados del Ejército Nacional Afgano en un puesto de control recuperado de los talibanes, mientras un hombre pasa con sus ovejas en el distrito de Alishing de la provincia de Laghman, Afganistán, el 8 de julio de 2021.
El Ejército regular afgano ha enviado refuerzos, incluidas fuerzas especiales, a las capitales de provincia que ahora están efectivamente asediadas por los talibanes. Pero la escala del colapso ha dejado a muchas personas, incluso en la capital todavía relativamente segura, preguntándose cuánto tiempo más resistirá Ghani y qué consecuencias tendrá la posible victoria talibán para ellos y sus familias. Las grandes colas que se forman todas las mañanas frente a la oficina de pasaportes de Kabul, en su mayoría de personas que buscan huir al extranjero, son el testimonio más visible y amargo del creciente miedo y desamparo que respiran los ciudadanos afganos.
Hombres armados que están en contra de los talibanes caminan por el territorio de su puesto de control en el distrito de Ghorband, provincia de Parwan, Afganistán, el 29 de junio de 2021.
El futuro es especialmente oscuro y peligroso para aquellos que sirvieron a norteamericanos o a australianos como traductores o guías; algunos de ellos ya han recibido cartas o mensajes amenazadores de los talibanes que les consideran traidores o colaboracionistas. No se sienten seguros porque no han sido protegidos por sus empleadores. Ese es otro dilema moral que debería resolverse de inmediato. Otra herida que no ha cerrado de las muchas que abrió esta guerra.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESAriaMENTE CON LA DE SPUTNIK
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