Por: Eva Bartlett*, Resumen Latinoamericano, 28 mayo 2019.
Desde que Juan Guaidó se autoproclamó presidente interino de Venezuela, la retórica emanada desde Washington se ha vuelto cada vez más familiar. Repite la misma grandilocuente y vacía clase de propaganda de guerra («crisis humanitaria») que ha sido usada repetidamente contra naciones de ricos recursos, de Afganistán a Iraq, a Libia, a Siria. Ahora la estamos viendo contra Venezuela.
La receta del cambio de régimen es directa: demonizar al líder y a aquellos que defienden el país; apoyar una oposición que es inevitablemente violenta y blanquear sus crímenes; sancionar al país y atacar su infraestructura para crear condiciones insufribles; crear falsas noticias sobre cuestiones humanitarias; posiblemente emplear incidentes de falsa bandera para incriminar al gobierno; controlar la narrativa; e insistir que la intervención es necesaria por el bien del pueblo.
En Libia, africanos negros son vendidos como esclavos en un país devastado por el falso humanitarismo y los bombardeos occidentales. Venezuela ha resistido de manera insolente las guerras económica y de propaganda por años, dirigidas por Estados Unidos y Canadá, así como al golpe de Estado y los intentos de asesinato, solo para ver la retórica anti-venezolana una vez más en auge en los últimos meses.
A pesar de los rastros de escombros que han dejado los esfuerzos de cambio de régimen por parte de los Estados Unidos durante décadas a lo largo de América Latina y el mundo, cuando se comparan las tácticas contra esos países y ahora contra Venezuela, alguna gente sorpresivamente insiste en que esta vez es diferente.
Venezuela no es Siria, dicen. Esta vez, argumentan, realmente se trata de un «régimen corrupto» y los «derechos humanos», o en el caso de Venezuela, una «crisis humanitaria»… como si los Estados Unidos siempre tuvieron las mejores intenciones con cualquier pueblo, incluyendo el suyo, por naturaleza.
Ignoran las sanciones asesinas de Occidente contra Venezuela y el apuntalamiento de la «oposición» violenta -una oposición que ha quemado civiles en vida, al igual que los millones de dólares que gasta en su apoyo.
Además están las más recientes acciones violentas contra Venezuela, como la tentativa de meter camiones «humanitarios» el 23 de febrero al país y el intento de golpe apoyado por Estados Unidos el 30 de abril de Guaidó y Leopoldo López (un dirigente opositor violento de extrema derecha), claramente rechazado por las masas venezolanas.
Los colectivos, la nueva Shabiha
Antes de 2011, los medios corporativos occidentales en realidad tuvieron muchas cosas positivas que decir sobre el liderazgo de Siria, alabando al presidente Assad como un reformista de menta abierta. Cuando comenzó la operación de cambio de régimen, Assad y sus aliados fueron los enemigos número uno. En Venezuela y en Siria, los presidentes Maduro y Assad fueron legítimamente y mantienen un amplio apoyo entre sus respectivas poblaciones. También los medios corporativos occidentales y los políticos que hacen eco consideran de manera rutinaria que ambos países son «dictatoriales» y sus Presidentes electos, ilegítimos, mientras apoyan marionetas impopulares y antidemocráticas que intentan poner en su lugar.
Pero demonizar al gobierno no es suficiente; seguidores del gobierno también son blanco o sencillamente desaparecen. En Siria los simpatizantes de Assad son llamados shabiha (en árabe levantino, significa «fantasmas» -nota del traductor-), infiriendo que ellos -¡sí, millones de ellos!- son matones pagados por el gobierno, y así negar sus voces. Es una táctica completamente hipócrita usada para silenciar las voces de las masas, junto a la línea de los medios corporativos occidentales llamándonos a aquellos que la cuestionamos, que hemos ido a los lugares en cuestión, como «teóricos de la conspiración».
La shabiha de Venezuela son los colectivos y son asimismo representados como matones apoyados por el gobierno y designados por los Estados Unidos como «terroristas». Estos colectivos son grupos organizados de base, movimientos políticos comunitarios, integrados por educadores, feministas, pensionistas, agricultores, ambientalistas, para proveer asistencia médica en sus comunidades, entre otras cosas, o en defensa de la Nación.
Mientras difaman a los colectivos, los medios corporativos occidentales y los políticos gritones como Marco Rubio y John Bolton blanquean los crímenes reales de los seguidores armados de la oposición. Un ejemplo reciente: un miembro de la oposición incendió una sede central del PSUV, dejando una nota insultando a los colectivos.
En Venezuela, pasé tiempo con el líder de un colectivo pequeño de 170 familias. El colectivo ayuda a la juventud de la comunidad con sus necesidades y organiza actividades para ellos, así como proveen productos económicos a la comunidad local. Durante los apagones, este mismo colectivo apoyó a cientos de familias en la obtención de agua para beber y lavar, y en almacenar alimentos perecederos.
El 30 de marzo, me uní a cientos de miembros de los colectivos motorizados y mototaxistas sindicados que manejaron por la capital en muestra de apoyo a su país y en resistencia a la intervención extranjera. Estos fueron mujeres y hombres que emitieron una declaración con su presencia física: no permitirán que su país sea atacado, desde adentro o desde afuera.
Uno de sus organizadores, sumamente consciente de cómo los colectivos son retratados, me dijo: «No somos terroristas, los terroristas vinieron con esa oposición lacaya», y añadió que otros gobiernos traen el terrorismo a Venezuela. Otro hombre en la marcha motorizada dijo: «Estamos sufriendo por el terrorismo que ha sido implantado a través de un títere estadounidense llamada Juan Guaidó. Te decimos, Guaidó, y te decimos, Trump: ‘Nos quitaste el agua, nos quitaste la luz, pero encendieron nuestras almas, y estamos determinados a defender el país con nuestras vidas si es necesario’».
Los mismos motorizados se unieron a otras decenas de miles de civiles venezolanos que tomaron las calles en una demostración festiva de apoyo al presidente Maduro. Dos semanas antes, el 16 de marzo, caminé durante algunas horas en otra masiva manifestación, filmando a los manifestantes, oyendo sus opiniones sobre el no-presidente Guaidó, sobre su apoyo a Maduro y sobre su negativa de ver el proyecto bolivariano destruido.
Más temprano ese día, dando vueltas durante una hora en mototaxi hice una parada, busqué a seguidores de la oposición que tenían la intención de convergir en múltiples puntos a través de la ciudad bajo los llamados de Guaidó de tomar las calles. En una de las locaciones, en vez, conseguí a seguidores de Maduro, y finalmente en otros puntos encontré un puñado de opositores, luego a un par de docenas de ellos en el bastión opositor, Altamira.
En Siria, las manifestaciones masivas en apoyo al presidente Assad ocurrieron en los tempranos meses de 2011 y en años recientes.
Sanciona al país y ataca su infraestructura. Los Estados Unidos y Canadá durante años han puesto a Venezuela bajo agobiantes sanciones, una forma de castigo colectivo. La relatora especial de las Naciones Unidas Idriss Jazairy señaló, el 6 de mayo, la hipocresía de imponer devastadoras sanciones y medidas económicas relacionadas y con todo se alega que estas ayudan al pueblo venezolano.
El experto de las Naciones Unidas, Alfred de Zayas, acertadamente llama a las sanciones como una forma de terrorismo, «porque invariablemente impactan, de manera directa o indirecta, en los pobres y vulnerables». Las cabezas parlantes de Estados Unidos minimizan los drásticos efectos de las sanciones pero la realidad de éstos es alarmante.
Un reporte reciente estima que las sanciones causaron 40 mil muertes entre 2017 y 2018, con 300 mil venezolanos más bajo riesgo. Recientemente, un niño de seis años que necesitaba un transplante de médula ósea y tratamiento (provisto por una asociación en acuerdo con PDVSA, la compañía venezolana de petróleo y gas) murió como resultado del tratamiento denegado por las sanciones estadounidenses a PDVSA.
Cuando llegué a Caracas en marzo, llevaba tres días del primero de los dos grandes apagones en Venezuela ese mes. Del primero, el gobierno venezolano mantiene que los Estados Unidos fijó como objetivo el sistema eléctrico, a través de un ciberataque, usando aparatos de pulso electromagnético y ataques físicos.
Apuntar a la infraestructura eléctrica no es un concepto foráneo para los Estados Unidos y, durante el primer corte, incluso Forbes escribió que «la idea de que un gobierno como el de los Estados Unidos intervino de manera remota en su sistema eléctrico es bastante realista». Horas antes del corte de energía el 7 de marzo, Marco Rubio predijo que Venezuela entraría «en un periodo de sufrimiento que ninguna nación ha enfrentado en la historia moderna».
En Siria, desde 2011 los terroristas han atacado estaciones y centrales eléctricas. Los sirios en Alepo vivieron durante años sin electricidad, privados de energía luego de que los terroristas tomaran el control del distrito donde se ubica la central eléctrica. Aquellos que pudieron costearlo compraron generadores eléctricos por amperios. Luego de los bombardeos israelíes de 2006 sobre la central eléctrica de Gaza, los palestinos sufrieron años de apagones por 18 horas o más al día. En el presente, Gaza tiene ocho horas de electricidad por día. Claramente, el concepto de atacar infraestructuras como la eléctrica y del agua es con el que los Estados Unidos y sus aliados están familiarizados, con el fin de crear condiciones infernales de vida para el pueblo del país objetivo.
Crisis del hambre y de gente que come de la basura.
En Siria, cada vez que un área ocupada por Al-Qaeda & Cía. está siendo liberada, los medios corporativos lloran en masa sobre los civiles hambrientos, echándole la culpa al gobierno sirio cuando de hecho siempre fueron los terroristas quienes acapararon y controlaron la comida y el auxilio médico. La propaganda de los civiles hambrientos ha reaparecido en Venezuela con los medios occidentales alegando una epidemia de abastos vacíos abastos vacíos y de gente comiendo de la basura.
Jorge Ramos, un periodista de Univisión, dijo haber filmado a tres hombres comiendo de un contenedor de basura muy cerca –incluso a minutos- del palacio presidencial Miraflores. En realidad, Ramos filmó en Chacao, bastión de la oposición a 7 km del palacio, más de hora y media con el tráfico prendido de Caracas. A finales de marzo, di un paseo con un joven líder de un colectivo que logré conocer cerca del barrio de Las Brisas, al oeste de Caracas.
Para ilustrar su punto de que el bombo occidental sobre la masiva hambruna no tiene sentido, tocó las puertas de una zona de clase baja preguntando a la gente que encontramos si ellos estaban muertos de hambre y si habían comido ese día. La mayoría estaba confundida por la rara pregunta (obviamente no han visto la cuenta de Twitter de Rubio).
En el complejo de viviendas Ciudad Mariche, los locales igualmente insistieron en que no hay una crisis humanitaria. Un hombre me dijo: «No estamos muriéndonos de hambre. Tenemos muchos problemas en general, pero hambre no. Esta no es una crisis humanitaria. Dile a tus gobiernos que esto no es una pelea contra Maduro, es una contra un pueblo que trata de ser libre».
Cualquier Estado que no sea Estados Unidos en Siria y Venezuela son «ilegales». De acuerdo a los pendencieros del mundo, solo los Estados Unidos tienen el derecho de intervenir en naciones soberanas, a pesar de que es ilegal su intervención no solicitada. Los Estados Unidos han amenazado a los aliados de Venezuela, incluidos Cuba y Rusia, incluidos Cuba y Rusia, alegando de manera bizarra que Rusia estaba interviniendo en Venezuela sin el consentimiento del gobierno, una afirmación que es contraria al acuerdo bilateral que tienen Rusia y Venezuela.
La postura hipócrita de los Estados Unidos no ha abollado la alianza de Rusia con Venezuela, con Moscú anunciando el intento de crear una «coalición de las Naciones Unidas de países para ‘replicar’ una eventual invasión de Venezuela por los Estados Unidos». En cualquier caso, como en Siria, Venezuela no será superada tan fácilmente, con sus fuerzas armadas de 200 mil efectivos y sus cas8i 2 millones de milicianos preparándose para defender su tierra.
(*) Eva Bartlett es una periodista freelance canadiense y activista de los derechos humanos con amplia experiencia cubriendo la Franja de Gaza y Siria. Recientemente estuvo en Venezuela cubriendo los intentos de golpe de Estado y el sabotaje a los servicios. Mantiene el blog en inglés «En Gaza», donde estan publicados la mayoría de sus escritos.
fuente: ensartaos.com.ve
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