Por: Luis Britto García
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A mediados del siglo XVIII se burlaba Voltaire en su Diccionario Filosófico de la ufana ignorancia de los occidentales que confundían la Historia Universal con la de una docena de tribus en Oriente y otra docena de reinos en Europa. Este espejismo eurocéntrico se ha vuelto cada vez más insostenible. A principios de octubre de 2014 cambió de posición el eje del mundo. El Fondo Monetario Internacional reconoció que la República Popular China es la primera economía del mundo, con un PIB de 17,6 billones de dólares, que supera los 17,4 billones del de Estados Unidos. Se preveía que esto sucedería hacia el año 2020; la poderosa economía comunista se ha adelantado seis años, y el FMI calcula que para 2019, el PIB chino será de US$26,9 billones y el de EE.UU., de US$22,1 billones (http://www.estrategiaynegocios.net/lasclavesdeldia/756104-330/china-supera-a-eeuu-y-ya-es-primera-econom%C3%ADa-mundial). Tengamos en cuenta que para los anglosajones un billón es un millón de millones.
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Michael Snyder destaca otros aspectos de esta rápida ascensión. En la década pasada la economía china creció siete veces más que la de Estados Unidos, mientras que el PIB de éstos disminuyó en forma constante. El déficit comercial estadounidense con China es 27 veces mayor que en 1990. China detenta las mayores reservas de divisas del mundo (Russia Today, 19-11-2014). Añadimos nosotros que posee más de un tercio de la Deuda Exterior de EEUU, la cual sobrepasa el 107% del PIB de dicho país, mientras que la del país asiático se sitúa en un modesto 4,11% de su PIB.
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No es sólo el indetenible crecimiento de China el factor que coloca el nuevo eje del mundo en el Pacífico. Los tres más ricos países emergentes del BRICS, Rusia, India y China, están situados en Asia. En dicho continente habita cerca del 60% de la humanidad. Tras el paso de Estados Unidos a segunda economía del mundo, Japón es ahora la tercera, a pesar de su crisis económica y de su deuda de más de 200% del PIB. Las dos Coreas son potencias industriales. La Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN) incluye una decena de países con un PIB conjunto de 1.173.000 millones de dólares. Estos países no sólo exportan maquinarias o bienes de consumo inmediato: llevan milenios creando complejas, ricas y profundas culturas que no podemos seguir ignorando como postdatas o notas al pie de página de la estética o el pensamiento universal.
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¿Cómo ha sucedido esta mutación? Para los que llegaron tarde al estudio de la Historia, aportamos algunos indicios. En África y en Asia surgieron las primeras grandes civilizaciones del planeta. Todas estaban basadas en el cultivo de cereales, lo cual requería inmensas obras para la administración de las aguas, lo cual exigía complejos. unificados y jerarquizados sistemas sociales, que a su vez desarrollaron prodigiosas culturas milenarias. Eran sociedades estables, que en líneas generales no destruyeron la naturaleza que los sustentaba ni subsistieron a costa del latrocinio sistemático sobre otros pueblos. Desde el siglo XVI, algunos países europeos saquearon América, y con el botín crearon ejércitos permanentes, unificaron sus Estados, arrancaron el modo de producción capitalista y se lanzaron al pillaje del resto del mundo. Con esta arremetida desestabilizaron los antiguos sistemas económicos y políticos del Asia, desde India hasta China, desde Vietnam a Corea, desde Malasia a Japón, intentando convertirlos en colonias o semicolonias. Los países agredidos respondieron con enérgicos esfuerzos de modernización de signo nacionalista y unificador, y en muchos casos, socialistas. Así, la República Popular China, que se establece en 1949 tras prolongada guerra de liberación, salta en apenas 65 años de la dependencia colonial a primera potencia económica del mundo. Mientras tanto, Estados Unidos centra su política de Guerra Fría contra la Unión Soviética, y las economías de ambos países quiebran extenuadas por el gasto armamentista. ¿Qué maravillas hubiera logrado el mundo de no abismar su excedente económico en el pozo sin fondo del gasto bélico?
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Evidentemente, América Latina y el Caribe serán afectados por este cambio trascendente, que marca el fin de todo proyecto de diplomacia unipolar y amplía el camino a la multipolaridad y las relaciones Sur-Sur. México, Guatemala, Honduras, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú y Chile tienen costas en el Pacífico: los restantes países latinoamericanos y caribeños acceden a él a través del Cabo de Hornos, del Cabo de Buena Esperanza, del Canal de Panamá y del nuevo Canal interoceánico que se abre en Nicaragua, justamente bajo la promoción de China. Ninguna potencia dispone del poder para cerrar o clausurar estas múltiples vías. América Latina tiene todos los elementos para participar ventajosamente en la nueva economía mundo.
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Medio milenio de subordinación colonial o semicolonial determinan que las potencialidades de exportación de América Latina y el Caribe se refieran esencialmente a bienes con escaso valor agregado, salvo en el caso de economías desarrolladas como la de Brasil, Argentina o México. En otro sitio señalamos que la región acumula las mayores reservas de recursos naturales del mundo. En América del Sur hay un 26% del agua potable total del planeta para un 6% de su población. La región alberga cerca del 80% de la biodiversidad. Venezuela, Ecuador, Bolivia y México disponen de las mayores reservas de combustible fósil del planeta. Brasil es el primer productor mundial de hierro, y cuadruplica la producción de Estados Unidos; Chile es el primer productor mundial de cobre (Luis Britto García: América Nuestra: Integración y Revolución. Caracas, Fondo Cultural del Alba, 2009). Margaret Ziegler y Ginya Truit Nakata inventarían los potenciales agrícolas y pecuarios de la región en un libro de título revelador: La próxima despensa global: Cómo América Latina puede alimentar al mundo: Un llamado a la acción para afrontar desafíos y generar soluciones (Banco interamericano de Desarrollo BID, Abril 2014). Pero antes de alimentar al mundo, debe América Latina y el Caribe resolver la desnutrición de sus propios habitantes mediante enérgicas reformas agrarias orientadas al consumo interno y revertir el acaparamiento de sus mejores tierras y la destrucción de sus bosques tropicales por las transnacionales de la alimentación.
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¿En qué condiciones debe participar América Latina y el Caribe en estas crecientes e intensas relaciones con el Pacífico? Así como nos libramos del ALCA, debemos evitar atarnos con Tratados de Libre Comercio que nos impidan defender nuestra ecología y proteger nuestra agricultura e industrias. Nuestras economías deben privilegiar la diversidad y el autoabastecimiento por encima de la monoproducción exportadora que fomenta la dependencia. Por ningún concepto debemos reincidir en la suscripción de nuevos “Tratados contra la doble tributación”, que confieren inmunidad tributaria a las transnacionales que obtienen ganancias en nuestros territorios para que paguen sus impuestos en sus países de origen. No debemos suscribir Tratados de Promoción y Protección de Inversiones que confieran mayores ventajas al capital foráneo que al nacional, le permitan contratar la no modificación de regímenes fiscales y sometan las controversias sobre contratos de interés públicos a cortes u órganos arbitrales internacionales. No debemos permitir la creación de Zonas Francas donde se suspenda la aplicación de las leyes que protegen a los trabajadores y a las economías nacionales. No debemos caer en la tentación de contraer deuda pública en condiciones aparentemente ventajosas que pudieran ser variadas a voluntad del acreedor. En resumen, no debemos repetir las situaciones desastrosas que nos impusieron las hegemonías estadounidense y europea. Para tiempos nuevos, condiciones nuevas. Estamos en el umbral de un nuevo milenio, y debemos asegurar que desde sus primeras décadas esté signado por la paz y la justicia.
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