Texto:
Pedro Brieger / NODAL.
Si
a mediados de 2017 alguien hubiera dicho que Venezuela cerraría el año con
elecciones pacíficas y sin actos de violencia posiblemente lo hubieran
considerado un lunático o un extraterrestre. El escenario contemplaba cuando
menos la irrupción de una cruenta civil, acorde con el nivel de violencia que
se vivía en varias ciudades. Venezuela giraba alrededor de manifestaciones
callejeras violentas, ataques a cuarteles, escuelas, hospitales y otros
edificios públicos, todo mezclado con imágenes dantescas de explosiones,
enfrentamientos armados y más de cien muertos. La oposición parecía decidida a
derrocar al presidente Nicolás Maduro por cualquier vía e incluso algunos
fantaseaban con la creación de un territorio “liberado” en un estado fronterizo
con Colombia para lograr un reconocimiento internacional, aislar a la
“dictadura” y asaltar el Palacio de Miraflores, la sede de gobierno en el
centro de Caracas.
Como
por arte de magia todo eso desapareció. Claro que no fue magia, fue la
política. Mientras los partidos opositores se relamían porque consideraban que
la destrucción del chavismo era inminente, el presidente Maduro sacó de la
galera el “conejo” de la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente, y
los desarmó por completo.
Por
cuestiones de pertenencia social la dirigencia opositora no termina de
comprender que el chavismo se convirtió en una fuerza social que llegó para
quedarse y no es el seguimiento ciego de un líder “populista”. Y quien no puede
comprender el significado profundo de un movimiento de raíces populares no
puede ni por asomo percibir lo que sienten millones de venezolanos a quienes
por primera vez se los incluyó en la sociedad y se les dio derechos básicos.
En
el lapso de seis meses los venezolanos salieron a votar en cuatro oportunidades
si se cuenta la consulta no vinculante de la oposición realizada el 16 de julio
en el marco de una fracasada insurrección y que planteaba el rechazo a la
Constituyente y la formación de un nuevo gobierno de “unidad nacional”,
obviamente sin el chavismo.
Las
recientes elecciones municipales del 7 de diciembre vinieron luego de la
elección constituyente en julio y de gobernadores en octubre. Tomadas en
conjunto han fortalecido al chavismo como pocos imaginaban en los primeros
meses del año. Ahora, a fines de 2017, el chavismo gobierna en 19 de los 23
estados y ha ganado 308 de las 335 alcaldías, lo que le permite afianzar su
poder territorial y su relación directa con la población, y trazar un vínculo
entre dicho poder y el voto estrictamente político.
En
estas elecciones municipales la división de los sectores opositores fue muy
evidente y nociva para sus propios objetivos. Mientras algunos partidos
decidieron participar, otros las boicotearon y algunos se camuflaron apoyando
candidatos independientes. Si bien la mayoría de los opositores hizo hincapié
en la baja participación (47%), no es menos cierto que obtuvieron tres de las
cinco alcaldías de Caracas y allí no se quejaron del “ausentismo”.
Desde
que Maduro fuera electo presidente en 2013 la oposición tuvo como principal
objetivo lograr su destitución a cualquier costo y descuidó la gestión allí
donde gobernaba, lo que permite comprender -entre otros motivos- las
aplastantes derrotas en las elecciones a gobernadores y alcaldes. El caso del
estado de Miranda es revelador. Henrique Capriles gobernó casi nueve años
consecutivos uno de los estados más ricos del país. En una recorrida por
diversos sectores productivos del campo en Miranda NODAL pudo comprobar que la
crítica más recurrente hacia el exgobernador es que estaba más ocupado con sus
campañas presidenciales (2012 y 2013) que en mantener un contacto directo con
los productores para atender sus problemas concretos. Por el contrario,
señalaban que en apenas 60 días de gestión el nuevo gobernador del chavismo
Héctor Rodríguez ya los había visitado en dos oportunidades. Rodríguez
pertenece a una nueva generación de políticos chavistas que ahora tendrá el
desafío de gobernar estados y alcaldías en contacto directo con una población
que exigirá respuestas claras y reales a sus problemas de la vida cotidiana y
que –seguramente- no se conformarán con respuestas de que todo depende de la
macroeconomía o de los diferentes bloqueos que sufre Venezuela.
Cuando
Maduro convocó a la Constituyente los principales referentes de la oposición lo
consideraron un manotazo de ahogado y decidieron sabotearla. Seis meses después
están negociando con el gobierno en la República Dominicana y enfrentados entre
sí y sin saber qué hacer para evitar su reelección en 2018.
El
chavismo sale fortalecido después de tres arduos procesos electorales en seis
meses a pesar de las dificultades económicas y una gran campaña mediática
internacional en su contra. Ante este panorama algunos importantes referentes
de la oposición están a la búsqueda de un “outsider” de la política como
candidato para las presidenciales de 2018. Necesitan a alguien que no esté
identificado con los errores y fracasos de 2017 y abiertamente ya mencionan al
poderoso empresario Lorenzo Mendoza como posible candidato.
Aunque
no lo reconozcan y sigan proclamando a los cuatro vientos que el ochenta por
ciento de la población está contra Maduro, en su fuero íntimo saben que el
chavismo ha llegado para quedarse y que será muy difícil derrotarlo. Como
reconoce Luis Vicente León, uno de los principales analistas de la oposición
cuyas declaraciones y artículos marcan tendencia en las discusiones nacionales,
sobre todo en las opositoras, “si el éxito se mide en función de la capacidad
de la oposición de lograr la salida de Maduro en breve, la respuesta es fácil:
eso no va a pasar”.
Publicado
por Cubadebate el diciembre 27/ 12/ 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario