Última actualización: 1 mar 2019 11:32 GMT
Mientras los principales medios de masas se la pasan hablando del teatro de la oposición en Venezuela, dos potencias nucleares están viviendo una escalada de tensiones que no se daba en décadas. India y Pakistán están al borde de una nueva guerra, pero ¿por qué ahora?
El pasado 26 de febrero aviones indios se adentraron 80 kilómetros en territorio pakistaní en el marco de una operación antiterrorista para bombardear un campamento del grupo yihadista Jaysh -e- Mohammed, que menos de dos semanas atrás había cometido en Pulwama el atentado más letal contra fuerzas indias en décadas. Murieron 42 soldados, y supuso el punto de inflexión en una guerra asimétrica que Pakistán lleva realizando desde 2003 contra India a través de grupos islamistas y separatistas en la región disputada de Jammu y Cachemira.
A pesar de que India justificó la violación de la soberanía territorial de Pakistán con que se trataba de una operación anti-terrorista, el gobierno pakistaní vio la operación como una agresión que no se daba desde la guerra de 1971; ni siquiera durante la guerra de Kargil en 1999 aviones indios entraron en territorio pakistaní. Esa misma noche, el ejército de Pakistán inició una serie de ataques a lo largo de la frontera militar que divide ambos países, iniciando una escalada de hostilidades que, en este momento, no sabemos cómo puede terminar. Ambos países ya han perdido un avión de combate cada uno, y las fuerzas pakistaníes tienen como rehén a un piloto indio.
El origen del conflicto: La descolonización británica
Sin embargo, para entender el conflicto actual debemos remontarnos a 1947.
Las tensiones actuales entre India y Pakistán se deben a una disputa por los territorios de Jammu y Cachemira (J&C) que surge con la descolonización británica en 1947.
Los líderes del Jammu y Cachemira querían que ese territorio se mantuviese independiente de India y Pakistán, algo que fue posible gracias a la Ley de Independencia de la India del Parlamento británico, que aprobaba la descolonización de los territorios.
Su gobernador Hari Singh, sin embargo, debido a que era hindú, quiso integrar el territorio en India. Esto provocó que las tribus pastún de Pakistán invadiesen el territorio, de mayoría musulmana, iniciando así la primera de las cuatro guerras indo-pakistaníes.
Cuando las tropas de Hari Singh estaban siendo derrotadas por las tribus pakistaníes, éste firmó el 26 de octubre de 1947 el 'Instrumento de Adhesión', que convertía oficialmente el territorio de Cachemira en parte de la India.
Tras esto, las fuerzas indias entraron en Jammu y Cachemira para frenar el avance pakistaní. La contienda se saldó con una victoria de las fuerzas indias que sufrieron menos bajas, menos heridos y mantuvieron el control de dos tercios de Jammu y Cachemira.
Los ciudadanos musulmanes de esta zona pasaron a una posición secundaria en la sociedad debido a la exaltación del nacionalismo hindú que promovía y sigue promoviendo India. Esto lo aprovechó Pakistán para comenzar su injerencia a través del apoyo de insurgentes en los territorios indios de la región.
En 1971 India utilizó la misma táctica contra Pakistán, apoyando a movimientos independentistas y explotando un conflicto que terminaría en una guerra y la creación del nuevo estado de Bangladesh en territorios que habían sido pakistaníes. Esta guerra llevó las relaciones de India y Pakistán a un punto irreconciliable y forzaron la creación de la 'Línea de Control', una frontera militar de más de 700 kilómetros de largo que divide el territorio de Jammu y Cachemira entre la zona india y la zona pakistaní.
Pakistán nunca aceptó las derrotas de 1947, 1965 y 1971, por lo que a finales de los años 80 y principios de los 90 se lanzó a apoyar grupos integristas islámicos inspirados en los muyahidines afganos como una fuerza de choque contra la presencia hindú en las regiones disputadas.
Cuando las tensiones parecía que no podían ir a más, hubo un nuevo repunte en 1999 cuando soldados pakistaníes y grupos integristas se infiltraron en Kargil, Cachemira India, e iniciaron una nueva guerra que duraría hasta el alto el fuego de 2003.
El alto el fuego de 2003 supuso la apertura de rutas que unían por primera vez las dos Cachemiras con la repercusión positiva en la economía que ello suponía, pero más allá de eso, no sirvió para nada.
Aprovechando el alto el fuego y las condiciones del mismo, Pakistán decidió pasar de la guerra convencional a la guerra asimétrica, supliendo su inferioridad militar con el apoyo a la insurgencia islamista anti-hindú y pro-pakistaní de Jammu y Cachemira. De este modo, encontramos que a pesar del alto el fuego, India y Pakistán no dejaron de seguir en una guerra limitada con escaramuzas constantes donde no buscan grandes victorias, sino el desgaste mutuo.
Para entender la inutilidad del alto el fuego de 2003, basta con mirar los datos. En 2017 india violó el alto el fuego alrededor de 1.300 veces. Al año siguiente, en 2018, Pakistán violaría el alto el fuego 2.936 veces, llevando las hostilidades a un punto que no se veía en 15 años y que causaron 61 muertes.
Los grupos terroristas que operan en Pakistán
Aunque Pakistán lo niega, su inteligencia, los Inter-Servicios de Inteligencia (ISI), está estrechamente ligada a grupos islamistas, separatistas y de la órbita de al-Qaeda.
Hizbul Mujahideen (Partido de los Guerreros Sagrados), un grupo que aunque separatista rechaza el nacionalismo y la democracia y busca crear un califato islámico en Jammu y Cachemira, está estrechamente ligado al Estado Islámico, y desde su origen en 1989 cuenta con la complicidad del gobierno pakistaní. Diversos académicos apuntan que Hizbul Mujahideen fue una iniciativa del partido islamista similar a la versión pakistaní de los Hermanos Musulmanes Jama -e- Islami para combatir la narrativa del Frente de Liberación de Jammu y Cachemira; de ideología secular y enfrentado tanto a la ocupación india como pakistaní.
Pero Hizbul Mujahideen no es el único grupo terrorista ligado a Pakistán. Jaysh -e- Mohammed (el Ejército de Mahoma), un grupo ligado a al-Qaeda y el más letal de todos los que operan en J&C también tiene conexiones innegables con Pakistán.
Aunque Pakistán asegura haber ilegalizado al grupo terrorista Jaysh -e- Mohammed después de que éste atacase el parlamento indio en 2001, a niveles prácticos esto no ha pasado. El grupo todavía opera en territorio pakistaní bajo distintos nombres, y cuenta con bases, campos de entrenamiento y una extensa red de madrasas y organizaciones de caridad con las cuales financiarse y captar nuevos combatientes.
La permisividad de Pakistán con estos grupos le ha supuesto el aislamiento respecto a sus vecinos Afganistán e Irán, pero sigue manteniéndolos como una herramienta para desestabilizar el territorio disputado con India y aumentar las tensiones regionales hasta un punto en el que sean insostenibles para el gobierno indio.
Las políticas de India tampoco han ayudado a la estabilización de Jammu y Cachemira, con unas políticas supremacistas hindúes que maltratan a la población musulmana autóctona.
El conflicto y la tensión siempre han estado presentes, pero cuando en 2014 Narendra Modi asumió el cargo de Primer Ministro tras la victoria de su partido de corte al derechista y ultra-nacionalista Bharata Janata Party (BJP), la violencia comenzó a aumentar en la región hasta unas cifras que no se daban desde la guerra.
En 2016 la situación era tal que Jaysh -e- Mohammed, bajo la sombra del ISI Pakistaní, cometió un atentado contra una base militar india en Uri que causó la muerte de 17 soldados. Se trató de uno de los ataques más duros que recibía India en años, por lo que el país no dudó en realizar una respuesta quirúrgica por tierra contra la organización. Cualquier posibilidad de dialogo con Pakistán quedó claro que no se daría, y Modi aseguró en un discurso posterior que "nunca olvidarán" el ataque de Uri, por el cual responsabiliza a Pakistán; calificando al país como "una nación que exporta terroristas".
El conflicto no dejó de escalar, y en 2017 una serie de protestas anti-indias en Cachemira derivaron en unos índices de violencia similares a los de un conflicto armado. Murieron casi 300 personas entre militantes islamistas, separatistas, civiles y fuerza de seguridad indias. Más de 15.000 resultaron heridas.
Cachemira no vivía tanta violencia desde 2010, cuando unas revueltas independentistas terminaron con 112 muertos.
El respaldo de Pakistán y los abusos de India son el caldo de cultivo perfecto para el auge de grupos extremistas que embaucan con cada vez más facilidad a los jóvenes musulmanes de Jammu y Cachemira, que se sienten humillados y maltratados por los nacionalistas hindúes.
El 14 de febrero, como en 2016, Jaysh -e- Mohammed cometió el atentado más violento que sufrían las fuerzas indias en décadas. Como entonces, India respondió con una operación anti-terrorista, pero violando la soberanía territorial de Pakistán con aviones de combate; como no sucedía desde 1971.
¿Hacia una nueva guerra entre dos potencias nucleares?
Marx decía: "La historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa".
Ahora, siete décadas después, y como si no hubiesen aprendido de las experiencias anteriores, Pakistán y la India vuelven a escalar tensiones amenazando con una quinta guerra. Pero esta vez, lo hacen con arsenales nucleares.
A India no le interesa una guerra. Un conflicto armado lo único que conseguiría es provocar una recesión en el crecimiento económico que vive el país y una mayor inestabilidad en Jammu y Cachemira, que ya de por sí cuenta con una insurgencia imposible de controlar sin cometer masacres contra civiles.
Pero Narendra Modi, siempre se ha presentado como el hombre fuerte, que ante la amenaza saca músculo y defiende los intereses de India sobre todo lo demás. No reaccionar al ataque pakistaní, supondría ser el débil; algo que no se puede permitir a 2-3 meses de las elecciones.
Pakistán atacó a India para evitar el descrédito de aceptar que otro país viole su soberanía territorial con aviones de combate. Sin embargo, con ese movimiento, solo se ha enfangado aún más forzando un conflicto inasumible para su economía. El apoyo al terrorismo ha aislado a los pakistaníes, y su frágil economía apenas podría soportar unas pocas semanas de guerra convencional. Por eso amenaza con utilizar el armamento nuclear si no hay negociaciones para reducir tensiones.
Lo que suceda en las próximas horas será determinante para saber si todo queda en nada o si hablamos de una nueva guerra. El Primer Ministro pakistaní, Imran Khan, llama a la paz y el dialogo, mientras que su contra-parte india, Narendra Modi, mantiene una postura intransigente y anuncia nuevas operaciones contra Pakistán.
De momento continúan los pequeños enfrentamientos en la 'Línea de Control'. Hay alerta máxima en Karachi, Pasni, Sindh, Sialkot y todas las bases aéreas pakistaníes. Los civiles de Cachemira que viven cerca de la 'Línea de Control' están evacuando sus casas. India ha comenzado a construir 14.000 búnkeres para no tener que evacuar a toda la población.
Y mientras, los más radicales, cegados por las llamas de la guerra, piden violencia. Piden una guerra a dos países que juntos suman casi 300 cabezas nucleares.
Lo que parecía una operación anti-terrorista perfecta para las fuerzas indias y una jugada electoral inmejorable, pronto ha degenerado en la escalada de tensiones de un conflicto sin solucionar… y sin aparente solución.
La politización de la operación por parte del partido del Primer Ministro indio y que no hayan mostrado todavía pruebas que confirmen el éxito del bombardeo, incluso, hacen que la gente realmente se esté llegando a cuestionar la versión oficial.
Lo que pase en las próximas 48 horas determinará si esta farsa se convierte en tragedia. Mientras, solo cabe confiar en la contención de ambos países y los llamamientos a des-escalar la tensión y recuperar la estabilidad en la 'Línea de Control'. Porque en palabras de Bertrand Rusell, una guerra no determina quién tiene razón; solo quién queda.
Alberto García
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