Por: Claudia Peiró
La autobiografía del fallecido líder sudafricano, El largo camino hacia la libertad, es un libro recomendable. En esta nota, algunas razones para no
perdérselo y dónde se puede descargar.
Está muy bien escrito
No siempre las grandes personalidades son buenas
plumas. Pese a contener muchas reflexiones políticas, transcripciones de
discursos históricos y el detalle de largos debates, su ágil redacción lo hace
muy llevadero. Con estilo sencillo, sin grandilocuencias innecesarias -los
hechos hablan por sí solos-, está muy bien redactado. Y, aunque se conoce el
final de la historia, está contada con tanto arte, que hasta crea un suspenso
atrapante.
Una "trama" apasionante
Se confirma que la realidad supera la ficción. Como
Napoleón Bonaparte, Nelson Mandela podría muy bien haber exclamado: "¡Qué
novela la de mi vida!"
No se presenta como un predestinado
Del relato que hace de su vida, se desprende que,
como en toda gran trayectoria, hay una cuota de talento y otra equivalente o
mayor de destino. Mandela pondera por igual la parte que corresponde a sus
calidades, heredadas o adquiridas, y la que es obra de las circunstancias. O
sea, tiene la humildad que caracteriza a los grandes líderes. Seguros de sí
mismos y de sus realizaciones, no necesitan mentir ni agrandar los hechos.
Como ejemplo, una de las circunstancias que
"gestaron" a Nelson Mandela: de su padre biológico –que lo dejó
huérfano a los 8 años- heredó la tenacidad y el orgullo, dice, pero sin esa muerte
prematura, quizá su vida no hubiese tomado el rumbo que tomó. El Regente de la
etnia thembu, a cuya casa real pertenecía, quiso pagar un favor recibido del
padre de Mandela adoptando como propio a su hijo, lo que le abrió al futuro
libertador de los sudafricanos el camino a la educación superior y a todo lo
que vino después.
Muchos años más tarde, al ser liberado de prisión,
pensaba: "Quería expresar ante el pueblo que yo no era ningún mesías, sino
un hombre corriente que se había convertido en un líder por circunstancias
extraordinarias".
Tampoco se muestra infalible
La primera vez que escuchó a un jefe de su tribu
criticar a los blancos, se sintió indignado, cuenta Mandela, porque
por entonces no los consideraba opresores sino benefactores: "Rechacé sus
palabras como observaciones fuera de lugar de un hombre ignorante, incapaz de
apreciar el valor de la educación y los beneficios que el hombre blanco había
traído a nuestro país".
Mandela relata cómo por muchos años su mayor
aspiración fue llegar a ser un "inglés negro" y cómo poco a poco
germinó en él la conciencia de la opresión en que vivía su pueblo en su propia
tierra. "Hoy sé que aquel día no era un hombre, y no llegaría a serlo
hasta muchos años después", reflexiona.
Cuando se produjo finalmente su conversión
política, ésta no fue "ninguna iluminación, ninguna aparición", dice,
sino "la continua acumulación de pequeñas ofensas, las mil
indignidades" que despertaron su rebeldía y el deseo de combatir por la
liberación de su pueblo.
Pero, hasta entonces, estaba "en camino de ser
absorbido por la élite negra que Gran Bretaña pretendía crear en África".
Se declara padre y esposo
No fue fácil para Mandela renunciar a su familia.
Asegura que disfrutaba mucho de la vida doméstica, aunque tenía poco tiempo para
eso. "La mujer de un luchador por la libertad es a menudo lo más parecido
a una viuda, incluso cuando su marido no está en la cárcel", escribe.
Profundamente enamorado de su segunda esposa y compañera de lucha, la admirable
y valiente Winnie, Mandela le dedica varios párrafos a los sentimientos que lo
embargaban durante los largos años en que estuvo forzosamente alejado de ella.
Pese a las diferencias que luego los separaron, poco después de su liberación,
y a algunas enojosas acusaciones que Winnie debió enfrentar, Mandela se muestra
profundamente leal y agradecido con ella y la defiende de toda calumnia.
Comparte su experiencia y aprendizaje
políticos
Es, para quien quiera
aprender, un pequeño breviario de política. Así como él mismo buscó inspiración
en la experiencia de lucha de otros pueblos, leyendo a autores tan diversos
como Mao o Menahem Begin (Rebelión en Tierra Santa), las Memorias de Mandela
también pueden ser fuente de inspiración para
quienes aspiren a liderar procesos de cambio. Y para cualquiera que sienta que
la política es, como recuerda el papa Francisco, una de las formas más altas de
la caridad.
Algunas enseñanzas que deja el libro (en relación a lo
anterior)
Ningún combate es pequeño. En el momento de su
arresto, Mandela estaba organizando la clandestinidad de su movimiento, el
Congreso Nacional Africano; volvía de una gira internacional de búsqueda de
respaldo mundial para la causa sudafricana y estaba analizando qué forma de
lucha armada adoptaría su organización. Pasó de eso a lanzar, con la misma pasión y seriedad, en la prisión de máxima
seguridad de la isla de Robben, una campaña de resistencia contra el uniforme
que les imponían. El apartheid llegaba hasta la ropa. Los prisioneros negros
debían usar pantalones cortos –cuenta Mandela- para recordarles a los africanos
que eran "chicos". Pero el prisionero 466/64 (es
decir, el preso nº 466, ingresado en 1964) se había propuesto que "todo
hombre o institución que intente arrebatarme mi dignidad sufrirá una
derrota". En consecuencia, dentro de la cárcel, no cesó de pelear por cada
detalle, resistir a cada reglamento o medida tomada por sus carceleros con el
fin de doblegar su voluntad. El "buscapleitos", le decían sus
guardiacárceles.
Se venció a sí mismo. Esta debe ser la primera victoria de un líder. No puede presidir a
otros quien no es presidente de sí mismo. Mandela era, antes que nada, jefe de
sí mismo. Y esto se reflejaba hasta en los menores detalles. En una ocasión, un
funcionario de la cárcel logró hacerlo salir de sus casillas con comentarios
ofensivos sobre su mujer, Winnie. Mandela reflexionó luego: "Aunque había
callado a Prins, me había hecho perder el control y para mí aquello había sido una derrota frente al enemigo". Pero
también tuvo que vencer otra tendencia muy humana, la de buscar la gloria y el
reconocimiento inmediatos. "Como líder –escribe Mandela-, a veces es
necesario emprender acciones (...) cuyos resultados no serán
conocidos hasta transcurridos varios años. Hay victorias cuya gloria
sólo se encuentra en el hecho de que solamente las conocen aquellos
que las han hecho posibles". Algo que, acota, es especialmente
cierto en la cárcel, "donde hay que buscar consuelo en la fidelidad a los
propios ideales, aunque sólo uno mismo lo sepa". Pensemos que durante la
mayor parte de sus largos años de encierro (27 en total), la victoria de su
causa no era evidente. Por el contrario, hubo largas etapas de oscuridad, de
reveses, en las cuales sentirse derrotado es lo más frecuente. Esa soledad, y
mantenerse fuerte en el diálogo con uno mismo, es el mayor desafío de un líder.
Generosidad en la victoria. Otra gran lección que
da Mandela. Desde temprano adoptó la modalidad de vencer pero no humillar. "En las discusiones nunca
sirve de nada adoptar una actitud de superioridad moral sobre el
oponente", reflexionaba ya al comienzo de su militancia. Y así actuó el
resto de su vida. Cuando sus enemigos –los representantes del régimen de
apartheid- finalmente debieron negociar con él una salida política, Mandela les
tendió la mano, buscó la reconciliación y hasta compartió el poder con
ellos. Además, no sólo no se plegó jamás al racismo antiblanco y al espíritu de
venganza, sino que combatió esas tendencias dentro de sus propias filas.
Nadie es irrecuperable. "Educar a todo el
mundo, incluso a nuestros detractores, era parte de la filosofía del CNA.
Creíamos que todos los hombres, incluyendo los funcionarios de prisiones, eran
capaces de cambiar", escribe. Su fe en el género humano era
inquebrantable. Frente a un gesto inesperado de amabilidad de parte de un
carcelario hasta entonces especialmente duro, reflexiona: "Fue un
recordatorio útil de que todos los hombres, incluso los
más fríos en apariencia, tienen algo de decencia, y que si se
consigue llegar a su corazón son capaces de cambiar".
El hombre vence al sistema. Mandela no luchó
solo, pero fue su tenacidad la que, pese a los largos años de encierro, lo
convirtió en símbolo de la lucha contra el apartheid y en interlocutor obligado
del régimen. En el año 1976, fue tentado por primera vez con
la libertad a cambio del sometimiento. Le ofrecieron concretamente
retirarse con su familia a su aldea natal, a cambio de la renuncia a la lucha.
Desde entonces, se sucedieron muchas tentaciones por el estilo. Él las rechazó
todas, a pesar de su durísima situación. Esa negativa, esa voluntad de hierro de un solo luchador, abrió fisuras
irreparables en el régimen. Un solo hombre puede contra el sistema.
Esta enumeración no es
exhaustiva... lo demás está en este extraordinario libro, que está disponible
en formato electrónico para descargarse desde BajaLibros.com
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