| 16 nov. 2020 11:17 (hace 2 días) | |||
Domingo, 15 de noviembre de 2020
PARA QUÉ SIRVE UN ESCRITOR
Palabras inaugurales en la XVI Feria Internacional del Libro de Venezuela
LUIS BRITTO GARCÍA
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Siempre me he preguntado, al igual que todo el mundo, para qué sirve un escritor. La primera respuesta que se nos ocurre es obvia: para nada. En otros sitios los literatos motorizan industrias editoriales que ensucian mucho papel y mueven mucho dinero. En un país donde los índices de lectores subieron abruptamente y posiblemente se desplomaron tras el bloqueo, vuelve el escritor a ser fantasma sin aplicación, salvo el arribismo político o el malabarismo burocrático. Esta respuesta es falsa, pero me siento cómodo con ella. Sostener que un ser humano debe servir para algo es mercantilismo ajeno a la Utopía, donde el Ser se justificará por el prodigio de su propia existencia y sus creaciones. Instalarse en un oficio sin escalafón ni tabla de remuneraciones es conquistar de manera soberbia una parcela del Reino de la Libertad: del vivir sin deberle a nadie excusas ni plusvalía. Vale decir, la aristocracia sin siervos ni esclavos a la que acceden sólo creadores e indigentes.
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Me corrijo: el escritor sí sirve para algo, o más bien para todo. Los seres vivientes acceden a la condición de animales sociales al desarrollar el lenguaje. Abejas, hormigas y delfines disponen de complejos medios de comunicación. El de los seres humanos es el que más depende de la capacidad de invención. De creerle a Noam Chomsky, las estructuras profundas de nuestro lenguaje serían fijas e innatas, pero a partir de ellas hemos desarrollado millares de idiomas y culturas distintas. El escritor organiza, fija, potencia y preserva las palabras, primero en el mecanismo mudable de la memoria, luego en la trama de los signos preservados en piedra, arcilla, nudos, papel o pulsos electromagnéticos. La palabra dicha es local y fugaz, sin más alcance que la voz y el recuerdo. La reducida a signos en la escritura aspira a perdurable. Gracias a ella disfrutamos de inagotable acceso a todo lo dicho desde el comienzo de los tiempos y el confín de las distancias.
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Sin lenguaje sería imposible coordinar conductas humanas; sin escritura, hacer esta coordinación perdurable. Las palabras no son la realidad, pero erigen modelos modificables de ella. Las más poderosas nombran objetos intangibles. Tribu, Aldea, Ciudad, Nación, Religión, República, Estado, son palabras. El escritor incesantemente construye y destruye la concepción del mundo. Alrededor de textos como la Biblia, las Analectas, la Odisea, el Popol Vuh, el Corán, El Príncipe o El Quijote terminan de decantarse los idiomas que a su vez definirán naciones. La escritura fija la realidad fluyente del idioma y mediante él estabiliza el sistema compartido de valores que llamamos Nación. Cada escritor desarrolla un estilo y cada comunidad una civilización, especie de intangible frontera del cuerpo político. Hay Naciones cuya cultura perdura milenios después de destruido su Estado, y Estados aniquilados porque dejaron morir su cultura.
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La naturaleza se nos hace inteligible a través del lenguaje. Organizamos vocablos mediante gramáticas cuyas construcciones llamamos filosofías, con las cuales explicamos el mundo. El universo es sólo caos de sensaciones hasta que lo ordenamos con el mito, la Historia y las matemáticas. No hay escritor más preciso que quien traza números, a pesar de que su cosmos está poblado de criaturas insensatas: el cero, el infinito, los números irracionales. No olvidemos al que apunta sonidos y nos interna en orbes musicales al parecer desprovistos de otro sentido que el de cautivarnos. Pintores y escultores articulan imágenes y formas, ingenieros y arquitectos palabras sólidas. Todo lo real fue escritura; pasado su tiempo devendrá Historia.
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Cuenta Maquiavelo que luego de pasar el día discutiendo con jornaleros y pastores, se encerraba en su biblioteca para conversar con los grandes hombres del pasado. La filosofía no ha encontrado mejor manera de definir el Ser que considerarlo una hilación de ideas, vale decir, de palabras. Seguir el monólogo interior de James Joyce es temporariamente convertirse en él. Mediante la lectura disponemos de mil vidas; mediante la escritura, de la ilusión de ubicuidad e inmortalidad. Sólo muere el escritor cuando ya no es leído; sólo deja de serlo cuando evade su Verdad. Nace muerta la palabra que expresa adulación o moda. La venalidad no expresa más que el precio que la compra.
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Toda opresión es legitimada por cadenas verbales. Su fin llega cuando son resignificadas las palabras de sus murallas conceptuales. Toda Revolución es disparada por la prédica de una Vanguardia Ilustrada. La Revolución Francesa, la Independencia, la Bolchevique, la China, la Descolonización, la Cubana, la Sandinista, la Boliviana, fueron movimientos explosivos detonados por mechas de conceptos. El bolivarianismo es intento de plasmar lo mejor del nacionalismo, el antiimperialismo, el integracionismo, el socialismo del proyecto de la izquierda de los años sesenta. En vano desdijeron de este último algunos de sus autores. Lo dicho en vida sobrevive a quien muere en espíritu.
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Sobre la tierra se baten a muerte el discurso de la Alienación y el del Reino de la Libertad. Algoritmos de dividendos deciden hecatombes. Mentes artificiales enuncian palabras digitales que asfixian la esperanza y proscriben el futuro. Cada vocablo que tecleamos es registrado por mecanismos espías y cribado por análisis de contenido. La información se concentra en un número cada vez menor de softwares. Todo lo que digamos puede ser digitalizado en contra nuestra. Más de un millar de idiomas hablamos los humanos: las máquinas los han traducido a uno solo. Mientras construimos el mundo con conceptos los ordenadores lo reducen a data. Debemos aprender idiomas inhumanos que sólo conocen el uno y el cero para defender nuestra patria, que es el infinito. Una vez más, es preciso inventar el lenguaje que nombre la vida. La palabra es nuestra memoria y nuestro consuelo. Nuestro anhelo de arribar al mundo donde, como anticiparon Carlos Gardel y Alfredo Lepera, no habrá más penas, ni olvido.
TEXTO/FOTO: LUIS BRITTO
SOBERANÍA PARA PRINCIPIANTES
LUIS BRITTO GARCÍA
1
Ha sido creada una Escuela para candidatos a diputados en la Asamblea Nacional Legislativa, inaugurada por el Presidente Nicolás Maduro y por Jorge Rodríguez. Teniendo como educandos a futuros legisladores, y siendo así que las leyes son desarrollo de la Constitución, el pensum debería incluir nociones jurídicas fundamentales sobre el tan frecuentemente ignorado concepto de Soberanía.
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Soberanía es el perpetuo y supremo poder de un cuerpo político para darse sus propias leyes, aplicarlas con sus propios órganos y decidir las controversias sobre dicha aplicación con sus propios tribunales. La palabra “Soberano” deriva del latín Super Anus, por encima de cualquier otro. Tras la caída del Imperio Romano, proliferó en Europa una multiplicación de pequeños poderes: los de los señores feudales, los de las ciudades, los de las Iglesias, los de los gremios. Estos poderes se pretendían independientes, pugnaba cada uno con los otros y superponían sus competencias. El resultado era una perpetua guerra, que sólo se aplacó con la instauración de los soberanos Estados Modernos Nacionales, en los cuales un solo poder, una sola instancia decidía las controversias.
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Uno de los fundadores de la teoría de la Soberanía, Jean Bodin (1529-1596), la define como “el poder absoluto y perpetuo de una República”. Poder Absoluto, porque no admite ningún otro por encima de él. Perpetuo, porque se lo funda con intención de que perdure: no tiene lapso de caducidad ni vencimiento. La Soberanía se manifiesta mediante atributos, y el principal de ellos es el de legislar. Según Bodin: “El primer atributo del príncipe soberano es el poder de dar leyes a todos en general y a cada uno en particular”. Fácil es comprender que de él se derivan los demás atributos, pues de nada serviría al soberano sancionar leyes si aplicarlas o no aplicarlas depende de un poder distinto. Y tampoco valdría de nada legislar si tribunales de otros países interpretaran como les pareciera las leyes o pudieran declararlas ilegítimas. Son los mismos atributos que posteriormente Montesquieu designaría como poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial. La pérdida de cualquiera de ellos equivale a la de la soberanía, ya que, como puntualiza también Bodin, “del mismo modo que una corona pierde su nombre si es abierta o se le arrancan sus florones, también la soberanía pierde su grandeza si en ella se practica una abertura para usurpar alguna de sus propiedades”.
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Así, un Estado que se somete a tribunales, cortes o juntas arbitrales extranjeras en asuntos de orden público interno pierde su soberanía. Estos cuerpos foráneos podrían sentenciar la ilegitimidad de los actos de los poderes públicos: anular elecciones, deponer o designar mandatarios, declarar ilegítimas sus leyes, arruinar al país asignando sus recursos a entes extranjeros o sentenciándolo a pagar deudas inexistentes. Con ello desaparece también la democracia: las decisiones fundamentales serían adoptadas por órganos del exterior, no elegidos por los nacionales ni responsables ante ellos. Sin soberanía no hay cuerpo político.
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Resumimos: entregar a un poder foráneo la potestad de legislar, aplicar las leyes o interpretar la correcta aplicación de ellas en materias de orden público interno es renunciar a la soberanía. No existe soberanía “limitada” ni “relativa”: de la misma manera que una mujer no puede estar medio preñada. Un cuerpo político es soberano o no es. Es cuestión que a partir de 1810 decidimos a sangre y fuego con la pérdida de más de la tercera parte de nuestra población en una Guerra de Independencia que duró catorce años y destruyó también nuestra economía.
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Los Imperios en la actualidad no siempre adquieren colonias con costosas invasiones y genocidios tremebundos. Ello les impone mantener pesados ejércitos de ocupación y molestas guerras de contrainsurgencia con los sojuzgados. Ahora les bastan discretas presiones, vagos halagos, promesas etéreas, para que mandatarios, jueces, constituyentes y legisladores adulantes entreguen soberanías, no en el campo de batalla, sino en mesas de negociaciones salpicadas de brindis y de cómplices felicitaciones.
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Pero cada vez que los representantes de Venezuela han incurrido en abdicaciones de soberanía, el castigo ha sido tremendo. A una Junta cuyos miembros fueron designados por Estados Unidos le confiaron el Laudo Arbitral sobre la Guayana Esequiba, y la perdimos íntegramente. Inglaterra, Alemania e Italia se confirieron el derecho de reclamar a cañonazos supuestas acreencias de sus compañías contra nuestro país, y el resultado fue un sangriento y ruinoso bloqueo entre 1902 y 1903. A la Corte Interamericana de los Derechos Humanos de la OEA obsequió nuestro país el derecho de vigilar y juzgar sobre las violaciones de éstos en Venezuela, y dicho organismo cuadruplicó las causas y sentencias en contra nuestra desde que se instauró el gobierno bolivariano. Al Centro Internacional de Arreglo de Diferencias sobre las Inversiones (CIADI) le cedió el poder de decidir las reclamaciones de las transnacionales contra nuestro Estado, y las perdimos prácticamente todas. Carlos Andrés Pérez entregó en bandeja de plata al Fondo Monetario Internacional el soberano control de la economía venezolana, y apenas le costó la pérdida del poder para siempre tanto a él como a su partido Acción Democrática. Caldera suscribió el Primero de los Infames Tratados contra la Doble Tributación, que exoneran de pagar impuestos en Venezuela a empresas e individuos extranjeros, y tanto él como su partido viajaron hacia el Monte del Olvido. La entrega de soberanía no perdona.
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Dicho lo anterior, me pregunto cuándo voté para que representantes elegidos con mi sufragio sancionaran una Constitución que impide proteger nuestra economía al estatuir que la inversión extranjera tendrá las mismas condiciones que la nacional. Tampoco recuerdo haber autorizado a nadie para redactar una Ley Orgánica de la Hacienda Pública Estadal que privatizaba ríos, lagos y lagunas y permitía inmunizarse por contrato contra las alzas de impuestos; una Ley de Promoción y Protección de la Inversión Extranjera que confiere a ésta mayores privilegios que a la Nacional, y en general normas que convierten a las sentencias de nuestros tribunales en borradores a ser corregidos, enmendados o desechados a placer por jueces extranjeros. No concibo que no sepan leer lo que aprueban, porque en nuestro país se acabó el analfabetismo. Tampoco creo que una mano siniestra borró lo que aprobaron y escribió otra cosa, porque ninguna mano maligna ha borrado sus dietas, subvenciones y viáticos. Menos creo que hayan levantado el brazo sin leer lo que aprobaban, porque ninguno ha suscrito un documento de cesión de todos sus bienes sin mirar lo que firmaba. Ninguno prometió esas canalladas, sino todo lo contrario. Me deben una explicación.
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Me dirijo entonces, no a los ya elegidos, sino a aquellos por elegir. Una vez más vamos a confiarles la custodia de la soberanía, no su entrega. Estamos en la Soberana República Bolivariana de Venezuela, muchachos, no en el Estado Libre Asociado de Muñoz Marín. Si así lo entendeis, que la Patria y los votantes os lo premien; y si no, que os lo demanden.
7 noviembre 2020
LA VERGONZOSA ASAMBLEA NACIONAL 2016-2020
Luis Britto García
He señalado que todo proceso progresista es atacado simultáneamente por una contrarrevolución externa y otra interna. El bolivarianismo no es la excepción. En forma coordinada, sincronizada, cómplice, unen sus fuerzas el Imperio y la derecha criolla para destruirlo.
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En dos décadas de ofensiva, cada día se revela un nuevo ataque, militar, paramilitar, jurídico, político, diplomático, económico, mediático, informático o simplemente terrorista contra Venezuela. Esta ofensiva de mil cabezas, que parecería operar en el desorden y la anarquía por la dispersión y diversidad de sus esfuerzos, es sin embargo metódica concreción de un plan preparado en los laboratorios de potencias extranjeras para ser aplicado por carne de cañón mercenaria. Se pretende aplicar a Venezuela una receta prefabricada que había funcionado en otros ámbitos: la “revolución de colores”, contrarrevolución de eventos mediáticos destinados a excusar el derrocamiento por la fuerza de un gobierno ingrato al Imperio.
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Las tácticas para ello constan en tres manuales de funcionarios del Gobierno estadounidense: From Dictatorship to Democracy, del politólogo Gene Sharp, y Mastertroke y Operation Venezuela Freedom 2, del almirante Kurt Tidd, jefe del South Command. Decían los positivistas de principios del siglo pasado que en Venezuela había una constitución invisible, que se aplicaba a despecho de la escrita. Para la Asamblea Legislativa en desacato, la única constitución aplicable y aplicada la integran los tres documentos citados.
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Un observador acucioso puede descifrar en ellos las claves de todas y cada una de las medidas inspiradas por la mayoría opositora en la vergonzosa Asamblea Nacional 2016-2020. Comencemos por From Dictatorship to Democracy, de Gene Sharp. Díganos el lector si reconoce en las políticas de la Vergonzosa el surtido de tácticas que consta en el Apéndice Primero de dicho recetario: “22. Desnudos de protesta (recordemos la obsesión de los manifestantes por mostrar sus traseros). 31. Atormentar sicológicamente a oficiales. 32. Burlarse de oficiales. 63. Desobediencia social. 70. Emigración de protesta. 81. Boicoteo comercial. 86. Retiro masivo de depósitos bancarios. 92. Embargo doméstico. 93. Poner en lista negra a grupos de comerciantes. 94. Embargar a proveedores internacionales. 95. Embargar a compradores internacionales. 96. Embargar el comercio internacional. 119. Cierre económico. 123. Boicoteo de cuerpos legislativos. 124. Boicoteo de elecciones. 141. Desobediencia de leyes consideradas “ilegítimas”. 151. Retener el reconocimiento diplomático. 154. Ruptura de relaciones diplomáticas. 155. Retiro de organizaciones internacionales. 170. Invasión “no violenta”. 178. Teatro de Guerrilla. 190. Creación de mercados alternativos. 198. Soberanía dual y gobierno paralelo”. Reconozcamos que Gene Sharp olvidó incluir el único acto creativo de la oposición vergonzosa: prenderle fuego a sus conciudadanos que por vestimenta o tono de piel pudieran parecer adversarios.
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Un prontuario todavía más detallado ofrece Pasqualina Curcio en el libro La Vergonzosa Asamblea Nacional 2016 2020: Arremetida imperial. Con precisión y claridad, con pruebas documentales irrefutables, la autora verifica cómo punto por punto, detalle por detalle, las acciones de los legisladores de oposición materializan instructivos emanados de las agencias de seguridad estadounidenses y del Comando Sur. Desde la campaña electoral fundada en “la última cola” hasta la amenaza de derrocar en seis meses a Maduro. Desde la proliferación terrorista de cortes viales hasta la hiperinflación inducida, la farsa del “gobierno de transición” y la fallida invasión de mercenarios, el bloqueo económico, el ataque a Pdvsa y al signo monetario. Vale decir, en la sección opositora de la Asamblea Nacional no tuvimos legisladores ejerciendo sus funciones para quienes los eligieron, sino una cabeza de playa del Comando Sur.
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No hablamos de manera figurada: los mercenarios cuya planta insolente profanó el sagrado suelo de la patria en febrero de 2020 fueron alquilados a destajo por el presidente de dicha Asamblea Legislativa en documento suscrito en Washington. El colosal fiasco de la invasión asalariada culminó la cadena de fallidos atentados contra la soberanía emprendidos por el cuerpo legislativo que alguna vez pretendió erigir un presidente autoelegido de Venezuela.
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¿Por qué no han tenido éxito tantos manuales? Todos están encaminados a crear coartadas mediáticas para que un grupo armado instaure una dictadura. Pero a pesar de sus empecinados esfuerzos, ni Estados Unidos ni la oposición vernácula han logrado constituir en nuestro país un poder real, ni social ni militar, capaz de tomar el gobierno y retenerlo más allá del cuarto de hora de fama que disfrutó la dictadura de Carmona Estanga. Han fingido todo tipo de escenografías y melodramas para consumo mediático: ninguno de ellos con raíces profundas en el movimiento popular.
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Pensemos en ello a la hora de consignar el voto para una futura Asamblea Nacional Legislativa. Los caletres de Gene Sharp y Kurt Tidd no le han reportado el poder a los opositores, pero han arrojado muerte, dolor, pobreza y deterioro económico y social para la familia venezolana. De la mayoría opositora en el Congreso no ha salido una sola ley, una sola norma para paliar la difícil situación en que el bloqueo y el capitalismo vernáculo han colocado a los venezolanos. Ni una disposición para defender el monto y valor del salario, castigar la especulación con bienes básicos, instaurar un control que imposibilite la corrupción. Sólo han pensado en consagrar legislativamente la impunidad por sus propios delitos y robar los activos del país entronizando en una farsa burlesca a un fantoche en lugar del presidente que no han podido colocar en Miraflores. Aprendamos de esta vergonzosa historia, para evitar repetirla.
24 de octubre 2020
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